La intención del autor inspirado del libro de Génesis es presentar a los primeros padres como personajes auténticos.
Tal como se comentaba en un artículo anterior, la evidencia bíblica que sustenta la existencia real de Adán y Eva es sumamente sólida. Está claro que la intención del autor inspirado del libro de Génesis es presentar a los primeros padres como personajes auténticos ya que narra acontecimientos concretos de sus vidas, no sólo como la creación milagrosa sino también como determinadas actividades humanas, tales como poner nombre a ciertos animales, relacionarse conyugalmente, desobedecer el mandamiento divino o ser expulsados del huerto de Edén. Además, engendran hijos verdaderos a los que se les pone nombres propios que, a su vez, tendrán otros hijos cuyas relaciones fraternales serán muy significativas para la descendencia posterior (Gn. 4 y 5). El Adán bíblico es un ser individual profundamente inteligente y humanizado que actúa libremente pero se equivoca en su elección.
La palabra hebrea “Adán” aparece más de 500 veces en el Antiguo Testamento, mientras que en el Nuevo lo hace solamente en nueve ocasiones, aunque todas relevantes. Casi siempre significa “hombre” o “ser humano” y es el nombre común para indicar el primer progenitor del linaje humano. Su origen etimológico es dudoso,1 algunos lo relacionan con el sumerio Adan que significa literalmente “mi Padre”. También se ha indicado que Adán está en íntima relación con Adamah, la tierra, tal como se desprende de Gn. 2:7; 3:19; 10:8 y Sal. 7:5. Y, en fin, otros, como Gerhard von Rad, insisten en que se refiere a un colectivo y que se debería traducir por “humanidad”.2
Es muy significativo el hecho de que este famoso teólogo evangélico (profesor de Antiguo Testamento en las universidades alemanas de Jena, Göttingen y Heidelberg hasta su fallecimiento en 1974), a pesar de su conocida defensa de la hipótesis documentaria (que afirma que el pentateuco depende de varias fuentes) y de que Génesis refleja las tradiciones de su tiempo, así como de una interpretación simbólica de los dos primeros capítulos y del nombre de Adán, no tenga más remedio que reconocer -como ya se indicó en un artículo anterior- que el primer capítulo de Génesis pretende ser tenido por válido y exacto porque está escrito en un lenguaje a-mítico y no dice nada que deba entenderse simbólicamente.3 Si la honestidad intelectual de toda una autoridad teológica como von Rad le lleva a confesar semejante opinión, por algo será.
Por otro lado, algunos han manifestado que los dos primeros capítulos de Génesis no son más que una copia calcada de la epopeya de Gilgamesh, porque en este poema sumerio, que narra las peripecias de dicho rey, se menciona también el origen del hombre así como un diluvio muy similar al bíblico. No obstante, cuando se leen ambos relatos, el sumerio y el bíblico, pronto se descubren las notables divergencias que les separan. El primero supone que el ser humano vivió primitivamente una etapa animalesca en la estepa con el ganado pero que, poco a poco, fue progresando hacia la vida urbana o sedentaria. Curiosamente algo muy parecido a lo que afirma hoy el evolucionismo pero con cuatro milenios y medio de antelación. Sin embargo, el autor bíblico lo concibe al revés. Dios crea a Adán y Eva como seres completamente humanos y los coloca en un ambiente privilegiado que posteriormente tendrán que abandonar por no haber reconocido las limitaciones y el consejo divino.
Un experto en las tradiciones del Antiguo Oriente, como el Dr. Maximiliano García Cordero (1921-2012), que fue catedrático de la Universidad de Salamanca y también aceptaba la hipótesis documentaria así como las demás tendencias teológicas comunes a católicos y protestantes del siglo XX, escribió unas palabras tan sugerentes como éstas: “Por eso, en la perspectiva bíblica, la trayectoria del hombre, lejos de ser una promoción de un estado mísero a otro de bienestar, es al revés: descenso de una situación privilegiada de colono de Dios en un oasis a la de un beduino, que tiene que luchar con la hostilidad del ambiente de la estepa en pugna por la simple supervivencia. Resulta, pues, insostenible la hipótesis de que el relato bíblico está calcado en la leyenda de la epopeya de Gilgamesh”.4 A nosotros nos parece que García Cordero está aquí en lo cierto. No hay ningún parecido entre el inteligente Adán del Génesis y el salvaje Enkidu, que vive en la estepa, llevando una vida zoológica como el resto de los animales y sin ningún deseo de superación. Por el contrario, Adán no se siente feliz con los animales, le aburren cuando les pone nombre, porque anhela una idoneidad distinta que solamente se la podrá proporcionar Eva.
Las frases bíblicas “estos son los orígenes” y “el día en que creó Dios” de Gn. 2:4 son utilizadas también por Adán posteriormente (Gn. 5:1) para referirse a personas relevantes de la historia de Israel, que vendrían después, como Ismael (Gn. 25:12), Isaac (Gn. 25:19), Esaú (Gn. 36:1) y Jacob (Gn. 37:2). El apóstol Pablo, ya en el Nuevo Testamento, se refiere a Eva en varias ocasiones diciendo que fue formada después de Adán, y considerándola como una persona real que fue tentada por el maligno (1 Ti. 2:13-14; 2 Co. 11:3). El autor de Hebreos incluye a Caín y Abel, así como a Enoc y Noé, en la lista de personajes del Antiguo Testamento que alcanzaron buen testimonio por la fe que profesaban en Dios (Heb. 11:4-7).
Según el libro primero de Moisés, el huerto de Edén era un lugar geográfico concreto que existía en la realidad y poseía verdaderos ríos, algunos de cuyos nombres se conocen hasta el día de hoy. Han sido identificados tres de los cuatro que se mencionan en el texto bíblico: Gihón, Hidekel (que es el río Tigris) y Éufrates (Gn. 2:10-14). El primer libro de Crónicas, en el Antiguo Testamento, incluye a Adán al comienzo de la genealogía de personas consideradas reales por el pueblo hebreo (1 Cr. 1:1). Y el profeta Oseas se refiere a Adán como la primera persona que quebrantó el pacto con Dios (Os. 6:7). La evidencia bíblica de que lo que se registra en Génesis es histórico puede apreciarse también en el hecho de que el Nuevo Testamento coloca a Adán al comienzo de la genealogía de Jesús. El evangelista Lucas, aunque culturalmente procedía del mundo griego, incluye en su evangelio la genealogía del Maestro, llegando hasta Adán, “hijo de Dios” (Lc. 3:23-38). De manera que también el médico de origen gentil creía en la historicidad de nuestros primeros padres.
El propio Señor Jesús dijo “el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo” (Mt. 19:4-5) para enseñar que la unión conyugal de la primera pareja literal humana, creada por Dios, constituye la base del matrimonio. De la misma manera el apóstol Pablo declaró que la realidad de la muerte entró en el mundo por el pecado de un hombre literal llamado Adán (Ro. 5:12-14). Es más, incluso llega a comparar la persona real de Cristo con la persona literal de Adán (1 Cor. 15:22). ¿Cómo se pueden entender todos estos versículos bíblicos si decimos que Adán y Eva nunca existieron? ¿Estaban equivocados los autores inspirados? ¿Acaso los engañó el Espíritu Santo?
Es verdad que la metodología de la ciencia puede ayudar en el estudio de la Palabra de Dios, pero la ciencia cambia continuamente y, por tanto, su apoyo exegético es susceptible de sufrir la influencia de las costumbres literarias, científicas e interpretativas de una época determinada de la historia que, con el tiempo, muy probablemente también cambiarán. ¿A quién le gustaría hoy ser intervenido quirúrgicamente por un médico medieval que poseyera sólo los conocimientos de aquella época? No hay nada tan desfasado como un libro de ciencia del Renacimiento, sea de la disciplina que sea. Muchos medicamentos que se pensaba que eran buenos para salud hace tan solo unos años, ahora resulta que pueden producir cáncer u otras enfermedades. Todo el mundo sabe que la ciencia evoluciona constantemente.
Sin embargo, si hubiéramos leído la Biblia hace mil años, habríamos podido comprobar que decía exactamente lo mismo que dice hoy. La Escritura no refleja el conocimiento humano de una época particular de la historia porque el Dios Creador que la inspiró sabía todas las cosas mucho antes de que el ser humano llegara a descubrirlas. Si la Palabra fuera solamente una recopilación de textos y tradiciones humanas no inspiradas por Dios, cabría esperar que estuviera plagada de errores y contradicciones propias de aquellos tiempos en que fue redactada. Pero afortunadamente no es así, a pesar de todos los intentos por desprestigiarla.
La historicidad de Adán y Eva posee también una confirmación extrabíblica procedente de la arqueología. El doctor E. A. Speiser, notable asiriólogo del Museo de la Universidad de Pensilvania, encontró en 1932 un sello de piedra muy singular. En un montículo llamado Tepe Gawra,5 situado a unos veinte kilómetros de Nínive, se halló este sello que representa a un hombre y una mujer desnudos caminando inclinados y en actitud decaída, seguidos por una serpiente erguida. Actualmente este pequeño sello de unos tres centímetros de diámetro está depositado en el Museo de la Universidad de Filadelfia y se estima que fue construido hacia el año 3.500 a. C. Ya en su época, el Dr. Speiser señaló que la imagen del sello sugiere poderosamente la historia bíblica de la expulsión de Adán y Eva del huerto de Edén.
Ahora bien, si realmente este sello corresponde al cuarto milenio antes de Cristo, esto significa que la historia de nuestros primeros padres ya era conocida mucho antes de que se escribieran la epopeya sumeria de Gilgamesh o los relatos sacerdotales y no sacerdotales, en los que supuestamente se habría inspirado el redactor de Génesis. Luego, no fueron tales documentos los que crearon “el mito de Adán y Eva” -como suele decirse- sino que tal historia ya existía miles de años antes. Dado que se considera que las tablillas de arcilla de la epopeya de Gilgamesh son posteriores al 2500 a. C. Mientras que los relatos sacerdotales y no sacerdotales no llegarían al milenio antes de Cristo. De manera que este dato arqueológico vendría también a respaldar la historicidad de nuestros primeros padres según el relato de la Biblia.
Por último, es menester señalar que los parecidos entre el relato bíblico de la creación y otros relatos mitológicos antiguos no demuestran que el libro de Génesis sea mítico. Decir que los dos primeros capítulos de la Biblia son un mito porque existen algunas similitudes, por ejemplo, con el mito mesopotámico de Adapa, del segundo milenio antes de Cristo, es obviar otras posibles explicaciones. En primer lugar, los parecidos pueden deberse a que dicho mito de Adapa fue copiado del relato del Génesis. Y, en segundo lugar, también cabe la posibilidad de que tales semejanzas pudieran resultar de dos relatos diferentes, escritos por culturas distintas, pero que se referían a los mismos acontecimientos primitivos.
Sea como fuere, cuando se analizan detenidamente estos escritos de la más remota antigüedad y se comparan con la narración bíblica, la diferencia es abismal y mucho más significativa que las semejanzas. La grosera cosmovisión politeísta nada tiene que ver con el fino tejido monoteísta, sobrio y elegante, que envuelve toda la Escritura. Y esta cosmovisión monoteísta de la Biblia supone todo un universo de diferencias en cuanto al sentido y trascendencia de los acontecimientos descritos.
1 Haag, H. et al., 1987, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona, p. 17.
2 von Rad, G., 1988, El libro del Génesis, Sígueme, Salamanca, p. 68.
3 Ibid., p. 56.
4 García Cordero, M., 1977, La Biblia y el legado del Antiguo Oriente, Biblioteca de Autores Cristianos, p. 21.
5 https://www.penn.museum/documents/publications/expedition/PDFs/45-3/One%20of%20Iraq.pdf
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