En todos los rincones del mundo, hombres y mujeres se enfrentan con temores que a menudo se presentan bajo extraños y variados disfraces.
Todos creemos saber que la Historia es distinta según el que la escriba; según sus sentimientos y su distancia. No es la misma, por ejemplo, contada por América del Norte que por la del Sur; por los partidarios de TRUMP, como por la que cuenta la oposición. Mientras, Europa abraza el miedo cósmico, como injerto de sus dudas sobre el futuro. Pero la historia también varía de acuerdo con el eje alrededor del cual se la observa girar. Ese eje no es siempre -aunque quizá debiera- el hombre ni los pueblos. A veces es la guerra, la explotación, o la opresión de unos sobre otros, casi nunca el amor. Pero siempre hay un ala oscura que planea sobre todas las versiones; siempre hay un enlutado protagonista: el miedo. Esquivarlo o protegerse de él es una de las finalidades de la civilización. Aún no se ha conseguido... por el contrario, dando la vuelta a su propio destino, parece que hoy es la civilización precisamente quien nos da más miedo: un miedo provocado por sus beneficiarios.
El miedo es tan antiguo como la historia de la Humanidad: “Tuve miedo y me escondí”, fueron algunas de las primeras palabras de la criatura Edénica -y esto no es alegoría, ni leyenda, es hecho histórico-, traicionando la creatura al Creador, apareció en su fuero interno el miedo, y esta sensación ha seguido en la personalidad humana hasta nuestros días. Sentimos miedos porque no hacemos caso al Dios Creador. Y trastocada la personalidad, aparecieron los miedos al dolor, a las fieras, a la soledad, a la noche que se lleva la luz irreversible, al infinito frío, a la enigmática realidad de la muerte.
Pero el hombre, así lo veo “Desde el Corazón”, ha comprobado a tientas, poco a poco, que sólo es inmenso lo que no abarca él: sólo tenebroso, lo que no conoce, sólo temible lo que no comprende. Y echa a andar entre medio del miedo. Y más tarde rechaza, con superioridad y suficiencia, los fantasmas nocturnos infantiles, las momias que se desvendan a sí mismas, los gorilas gigantescos, los monstruos de estrambóticas imaginaciones; es más, disfruta con impresionantes producciones cinematográficas, como creándose una aureola psicológica, que conviviendo con tales monstruosidades se pierden los miedos.
Pero ahora empieza a darse el miedo universal. La explotación del mito de que sólo con la fuerza se pueden combatir los monstruos surgidos del desempleo, la robótica, la inmigración, las corruptas políticas y politiqueos; promulgados por los profetas mediáticos y lobbies capitalistas. Socavando la verdad con la mentira, arrinconando la fe por la mediatizada información y manipulando la ciencia con los prejuicios o ciencia ficción.
En todos los rincones del mundo, hombres y mujeres se enfrentan con temores que a menudo se presentan bajo extraños y variados disfraces. Unos, alarmados por perder la salud (y que conste que no escribo esto, porque esté pasando por un proceso crítico gripal y otras crónicas dificultades que afectan mi lozana juventud acumulada); otros, por la Tramontana; (no la trumpmontana, que sí asusta a la acobardada Europa) viento frío y turbulento del noreste o norte, que en España sopla sobre las costas del archipiélago de las Islas Baleares y Cataluña, y que barrunta un choque de trenes entre Gobierno y Govern y que, como cuando se sale de los rieles, leyes que llevan a las estaciones, produce el descarrilamiento. El temor a lo que nos puede deparar la vida induce a no pocos a vagar sin rumbo fijo, indiferentes a los ideales y a permitir que los miedos transformen el alba del amor y la paz en el crepúsculo de la represión interior.
Con todo, lo más normal en nuestra sociedad altamente competitiva, son los temores económicos, la mayoría de los cuales provienen de los problemas psicológicos de nuestro tiempo. Los dirigentes de la Industria se ven atormentados por el posible fracaso de las industrias, la volubilidad de la Bolsa, los Impuestos de quien gobierna. Los empleados se obsesionan con la perspectiva de la falta de ocupación que alterará la desmedida administración de gastos familiares y todo esto frente al espectro de una automación en progresión.
Los miedos minan las energías del hombre y agotan sus recursos. No me puede extrañar que sólo en el Nuevo Testamento, el Gran Disipador de miedos, dijese más de 12 veces a sus discípulos “no temáis” como señalando que se aprende a vivir cuando cada día podemos superar un miedo. Cuando en cada situación sabemos confrontar nuestros temores y preguntarnos honradamente por qué tenemos miedo. La huida o la represión no deshacen los miedos, la confrontación nos da recursos para vencerlos. Contra el miedo, cabe oponer la gran virtud del valor; en el caso de Martin LUTHER KING, Jr. lo definía con una precisa frase: “El miedo llamó a la puerta, la fe fue a abrir... no había nadie”; valor para no dejarse someter por nada. Y un tercer recurso para vencer el temor es el amor, así lo afirma el libro sobre todos los libros: “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. La clase de amor que llevó a Cristo a la cruz y mantuvo a Pablo sereno en medio de las persecuciones; pero claro, releo y me digo ¿no se preguntarán mis lectores qué relación tiene este amor con el miedo a la guerra, la inestabilidad económica o la injusticia social? y, de esto, escribiré otro día.
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