Hoy por hoy, la evidencia fósil y molecular demuestra que el ramificado árbol de la evolución propuesto por Darwin es absolutamente inconsistente.
Cuando se pasa de las comparaciones morfológicas (aspecto físico de los animales) a las comparaciones entre secuencias moleculares (sean éstas de genes, seudogenes, nucleótidos o aminoácidos de las proteínas) surgen también muchas dificultades.
Lógicamente el darwinismo se fija en aquellas que parecen corroborar la idea del ancestro común y descarta todas las que contradicen tal supuesto, pero éstas últimas son tan abundantes que han colocado en entredicho todo el árbol de la vida propuesto por Darwin. En vez de un solo tronco con muchas ramas, la genómica ha dibujado un zarzal de múltiples raíces y ramas conectadas entre sí a varios niveles.
Todos los seres vivos, desde las bacterias al hombre, poseemos ADN constituido por las famosas cuatro bases nitrogenadas (A, T, C y G) y el orden de éstas determina la secuencia de los aminoácidos en las proteínas.
Cuando las células se reproducen, o dividen, se copian perfectamente estas secuencias de bases nitrogenadas. Sin embargo, a veces ocurren accidentes o mutaciones que generan copias ligeramente diferentes a las de las células progenitoras.
Esto significa que los organismos podemos tener moléculas de ADN e incluso proteínas que pueden diferir algo de las de nuestros padres, abuelos o tatarabuelos.
Aquí es menester realizar la siguiente matización. No es exactamente lo mismo comparar secuencias de ADN en el interior de la misma especie -dentro de las etnias humanas, por ejemplo- que hacerlo entre especies diferentes, como pudiera ser simios y hombres.
La relevancia de los resultados no es equivalente ya que, en el primer caso, la afinidad genética es evidente, mientras que en el segundo ésta se basa en suposiciones de la teoría darwinista.
A pesar de esto, en 1965 se sugirió desde el evolucionismo que tales diferencias entre especies podrían ser útiles para determinar las relaciones evolutivas de los organismos.1
Aquellos cuyas proteínas o ADN difirieran poco estarían supuestamente más estrechamente relacionados, en términos evolutivos, que quienes lo hicieran en un mayor número de subunidades. Si se asumía que las mutaciones se han venido acumulado de forma constante a lo largo del tiempo, entonces el número de diferencias entre los organismos podría servir como una especie de "reloj molecular" que indicara incluso cuántos años habían transcurrido desde que su ADN o proteínas eran idénticos. Es decir, cuánto tiempo hace que compartieron un antepasado común.
El problema es que la comparación de secuencias de ADN de los distintos organismos vivos que existen hoy es una tarea compleja ya que contienen miles de subunidades (bases nitrogenadas) y alinearlas correctamente es difícil. Según como se alineen pueden dar resultados muy diferentes.
Por ejemplo, cuando se intentó datar la famosa explosión biológica del Cámbrico, es decir, la aparición súbita de todas las clases de seres vivos según atestiguan los fósiles, por medio de este reloj molecular, los diversos investigadores llegaron a resultados muy dispares. Unos situaban el antepasado común de todos los seres vivos entre los 900 y 1000 millones de años de antigüedad.2
Otras comparaciones moleculares recortaban esta fecha a los 670 millones de años.3 Mientras que algunos científicos retrasaban a 1200 millones de años el tiempo en que supuestamente vivió el ancestro común.4 ¿Cómo es posible que los relojes moleculares mostraran un retraso de 530 millones de años, entre los resultados máximos y mínimos? ¿No indicaba esta amplia gama de posibilidades que tales relojes no son de fiar?
Desde la década de los 70 del pasado siglo, los biólogos evolucionistas han estado esperando que las comparaciones de secuencias de ADN entre las distintas especies superaran estas dificultades y permitieran construir un árbol de la vida universal que corroborara de alguna manera sus predicciones teóricas.
Sin embargo, la mayoría de los descubrimientos han venido frustrando esta esperanza. Cuanto más secuencias se comparan, tanto de ADN como de ARNr (ácido ribonucleico ribosómico) o de proteínas, las filogenias resultantes más se contradicen entre sí y con el árbol evolutivo de la vida.5
Las diversas moléculas rastreadas conducen a árboles filogenéticos muy diferentes. Un artículo científico publicado en 1996, que analizaba 88 secuencias distintas de proteínas, situaba a los conejos más cerca de los primates que de los demás roedores.6
Otro estudio de trece genes en 19 especies animales colocaba a los erizos de mar (invertebrados) entre los cordados (que incluyen a los vertebrados). Y, en fin, de otro basado en doce proteínas distintas se desprendía que las vacas están más cerca de las ballenas que de los caballos.7 Tales inconsistencias han sumido la filogenia molecular en una grave crisis.
Se ha sugerido que quizás el hipotético antepasado común universal no era un organismo vivo sino un proceso metabólico que podía intercambiar material genético o que las discrepancias en las filogenias moleculares pueden deberse a la transferencia lateral de genes entre especies distintas.
Pero lo que está claro es que el darwinismo necesita nuevas hipótesis, que aún no se vislumbran, que sean capaces de solucionar satisfactoriamente tales problemas. Hoy por hoy, la evidencia fósil y molecular demuestra que el ramificado árbol de la evolución propuesto por Darwin es absolutamente inconsistente.
La explosión de vida del Cámbrico confirma que los filos o categorías más altas de la clasificación de los seres vivos aparecieron al principio y no después de cientos de millones de años de evolución. Esto arranca el árbol de la evolución y lo vuelve del revés. Se trata precisamente de lo que predice el Diseño inteligente. Es decir, que la complejidad de los seres vivos, aunque éstos hayan podido variar en el tiempo, existe desde los orígenes.
A pesar de todo, tales hechos se ignoran y el darwinismo se sigue enseñando como si fuera una ley natural demostrada. Jonathan Wells, el famoso biólogo partidario del Diseño inteligente, comenta en su libro Icons of Evolution, cómo un científico chino le compartía sorprendido que en su país se podía criticar a Darwin pero no al gobierno, mientras que en Estados Unidos era al revés. Pues bien, en nuestro país también es así. Cualquiera puede criticar al gobierno pero no al Sr. Darwin. ¡Bueno, quizás se atreva a hacerlo algún que otro loco!
1 Zuckerkandl, E. & Pauling, L., 1965, Molecules as Documents of Evolutionary History, Journal of Theoretical Biology, 8, pp. 357-366.
2 Runnegar, B., 1982, A molecular clock date for the origin of the animal phyla, Lethaia, 15, pp. 199-205.
3 Doolittle, R. F., et al., 1996, Determining Divergence Times of the Major Kingdoms of Living Organisms with a Protein Clock, Science, 271, pp. 470-477.
4 Wray, G. A., et al., 1996, Molecular Evidence for Deep Precambrian Divergences Amoung Metazoan Phyla, Science, 274, pp. 568-573.
5 Lake, J. A. et al., 1999, Mix and Match in the Tree of Life, Science, 283, pp. 2027-2028; Phillippe, H. & Forterre, P., 1999, The Rooting of the Universal Tree of Life Is Not Reliable, Journal of Molecular Evolution, 49, pp. 509-523.
6 Graur, D. et al., 1996, Phylogenetic position of the order Lagomorpha (rabbits, hares and allies), Nature, 379, pp. 333-335.
7 Cao, Y. et al., 1998, Conflict Amoung Individual Mitochondrial Proteins in Resolving the Phylogeny of Eutherian Orders, Journal of Molecular Evolution, 47, pp. 307-322.
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