La verdadera fuente de la esperanza cristiana.
¡Algo grande viene! ¡Viene ya! ¡Está tan pero tan cerca! ¡Prepárate porque va a ser algo poderoso e inolvidable! ¡Viene, viene, viene…!
¿Alguna vez has escuchado una predicación así? “¡Viene, viene, viene y no habrá nada que lo frene!” Yo sí. E increíblemente cada vez que un predicador se pone a hablar así la gente sentada a mi lado entra en histeria espiritual aplaudiendo, llorando y ameneando cada dos por tres. ¡Tanto emocionalismo por una promesa de que algo grande viene!
Espera un momento…
Alguna vez te has parado a preguntar: “¿Qué exactamente es ese algo grande?” ¿Será un elefante elegante leyendo a Dante en Alicante?
El problema con tales tipos de mensajes es que apelan al sensacionalismo carnal y no a la autoridad de las Escrituras. Es emocionalismo por amor al emocionalismo; no por amor a la verdad. Total, es predicación neo-liberal y posmoderna, a saber, emociones por encima de la verdad. Estos mensajes no estimulan amor por la sana doctrina de la Palabra.
La fe cristiana cree que viene algo grande; pero ese algo grande no es ambiguo ni enigmático sino cien por cien concreto y determinado, esto es, la venida del Señor Jesucristo. ¡Cristo viene! Él es la esperanza del alma creyente.
Cuando alguien sube al púlpito prometiendo otra cosa que no sea la venida de Cristo -por ejemplo, un nuevo coche, una promoción en el curro, una novia guapa, felicidad, dinero, éxito ministerial, autoridad apostólica, influencia socio-política o algo vago e incierto, etc.- siempre acaba bautizando la avaricia y la codicia en el nombre del Señor. En otras palabras, es teología de la prosperidad. O como la llamo yo, teología de la perversidad.
La meta del nacido de nacido no es algo materialista (aunque agradezcamos a Dios por todos los bienes que ha derramado sobre nosotros), sino Dios mismo. Él es la meta, el objetivo, el fin, el todo codiciable, el deseado, el anhelado. Si nos quitaran todo lo que tenemos, Dios bastaría. Él es suficiente.
Aquí tienes una de mis frases favoritas de John Piper, sacada de su libro ‘Dios es el Evangelio’: “La pregunta crítica para nuestra generación –y para toda generación- es la siguiente: Si usted pudiera alcanzar el cielo libre de enfermedades, junto a todos los amigos que tuvo en la tierra, con toda la comida que siempre le gustó, las actividades de esparcimiento de las que siempre disfrutó, todas las bellezas naturales que vio en su vida, todos los placeres físicos que experimentó en su vida, sin conflictos entre humanos ni desastres naturales, ¿se sentiría satisfecho con el cielo si Cristo no estuviera allí?”1
Sí, señor. Esa sí es la pregunta crítica para nuestra generación. Dijo el predicador cordobés Israel Sanz algo parecido recientemente: “Querer que Dios te ayude no te hace cristiano. El cristiano quiere que Dios sea Dios en su vida”.2 ¡Así es!
Entonces, ¿qué es lo que estás desando, mi querido hermano o hermana? ¿Estás simplemente esperando algo grande de parte de Dios para que tengas aun más que ahora? ¿O es tu anhelo por la gloria venidera del Altísimo?
Hoy te animo a examinar tu corazón. Si de verdad tu meta es Cristo, no te emocionarás demasiado la próxima vez que un evangelista entusiasta te prometa grandes cosas terrenales. Podrás confesar con toda certeza: “¡Viene mi Cristo! ¡Y con Él estoy muchísimo más que satisfecho!”
¡Qué este nuevo año sea un año cristocéntrico para todos y todas!
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