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Protestante Digital

 
El Pensamiento Cristiano XXII
 

Nacer, servir, sufrir, morir y resucitar con gloria

El nacimiento en Belén es un hecho histórico; así también la vida, muerte vicaria y resurrección de Jesucristo. Ser ‘cristiano’ es servir a los demás por amor así nos cueste la vida. 

AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet 18 DE DICIEMBRE DE 2016 11:25 h

La religión sincrética fundada por Constantino en el siglo IV 01 y la ‘Reforma’ en el siglo XVI 02 no hubiesen podido ocurrir sin la sangre vertida por Cristo. Los elegidos por Dios para que su sangre sea derramada con gozo saben muy bien que la fuente del Calvario es suficiente para asegurar la redención de los pecadores. Por eso son mártires, más que victimas.



La fundacional frase ‘si no puedes vencerlos únete a ellos’ desnudó el punto débil de los poderosos romanos. Por su lado, la gesta de Lutero que hizo visible el formidable movimiento reformador que la precedió no hubiese sido posible sin sangre.



La llegada al mundo del Mesías prometido a Israel cambió la historia de la humanidad.



El cruel paganismo de los Césares hizo de su pléyade de víctimas una inconfundible marca cristiana. Mucho antes de la sacralización del Imperio Romano esos hombres y mujeres - fieles hasta la muerte - contribuyeron como piedras vivas a edificar la iglesia desde el siglo I.



Por lo expuesto, las celebraciones del nacimiento del niño en Belén, o de los 500 años de la Reforma Protestante, carecen de trascendencia alguna si ignoramos la sangre redentora vertida por Cristo en el Calvario 03 y la que aún derraman sus mártires en el siglo XXI.04



Esta verdad está en quienes conocen a Jesucristo: el constructor de la iglesia de Dios.



 



Justino



 



Como filósofo cristiano, apologista, incansable sembrador de la palabra y mártir, Justino ocupa un lugar prominente entre los cristianos del segundo siglo. Nació de padres paganos en la antigua Siquem de Samaria 05, en los días cuando el último apóstol entraba en el reposo de los santos 06. Desde muy temprano empezó a mostrar una sed insaciable de verdad, y su afán por hallarla ha hecho que se le compare al mercader de la parábola de la perla de gran precio 07. Las creencias populares de las religiones dominantes le causaban disgusto, comprendiendo que eran sólo invenciones de hombres supersticiosos o interesados, que sólo podían satisfacer a los espíritus indiferentes.



Buscó entonces la verdad en las escuelas de los filósofos, conversando con aquellos que demostraban poseer ideas más sublimes que las que alimentaban a las multitudes extraviadas. Miraba a todos lados buscando el faro que podría guiarle al anhelado puerto de la sabiduría. Golpeaba a las puertas de todas las escuelas filosóficas.



Hoy lo hallamos en contacto con un sabio y mañana con otro, pero sólo podían hablarle de un Creador que gobierna y dirige las cosas grandes del Universo, pero según ellos, es indiferente a las necesidades individuales del hombre.



De la escuela de los estoicos pasa a la de Pitágoras, pero siempre se halla envuelto en la niebla de vanas especulaciones, sin hallar en la filosofía aquella luz que su alma anhela.



Viaja incesantemente de país en país, buscando los mejores frutos del saber humano. Ora está en Roma, ora en Atenas, ora en Alejandría, pero en busca de la misma cosa, siempre deseando conocer la verdad y tener luz sobre los insondables problemas que surgen ante el universo, la vida, la muerte y la eternidad. Por fin creyó haber llegado a la meta de sus peregrinaciones abrazando las enseñanzas de Platón, por medio de las cuales llegó a entrever las sublimidades de un Dios personal. Estaba en los umbrales, pero la puerta continuaba cerrada desoyendo sus clamores. El Dios de Platón no era tampoco el que podía satisfacer a un hombre que tenía hambre y sed de justicia. Su alma no podía alimentarse con áridos silogismos y vanas disputas de palabras. Tenía, pues, que seguir buscando lo que su alma necesitaba.



Era Dios que guiaba a su futuro siervo por la senda de la sabiduría humana para que se diese cuenta de que en ella no reside la suprema bendición de Dios. El poderoso testimonio que los cristianos daban en sus días le impresionó mucho, y al verles morir tan valientemente por su fe, se puso a pensar si no serían ellos los poseedores de la bendición que él buscaba. No le era posible creer que aquel sublime martirologio, aquellas fervientes plegarias frente a la muerte, aquella activa y desinteresada propaganda de su fe, fuese obra de fanáticos y mucho menos de personas malas, como el vulgo se lo figuraba. Alguna fuerza divina, algún poder para él desconocido, alguna causa por él ignorada, en fin, un algo tenía que haber, que infundiese tan dulces esperanzas, que crease tanto heroísmo, y que diese animación y vida al movimiento que no habían podido detener las espadas clementes de los Césares, ni las fieras salvajes del anfiteatro.



Caminando un día, pensativo, por las orillas del mar, vestido con su toga de filósofo, encontró a un anciano venerable, que le impresionó por su imponente aspecto y por la bondad de su carácter. Reconociendo en el manto que Justino era uno de los que buscan la verdad, aquel anciano se le acercó procurando entablar conversación.



Era un cristiano que andaba buscando la oportunidad de cumplir con el mandato del Maestro de llevar el evangelio a toda criatura. Ni bien empezó a hablarle logró tocar la cuerda más sensible del corazón de Justino. Le dijo que la filosofía promete lo que no puede dar. Entonces le habló de las sagradas Escrituras, que encierran todo el consejo de Dios, y le indicó la conveniencia de leerlas atentamente, añadiendo:



"ruega a Dios que abra tu corazón para ver la luz, porque sin la voluntad de Dios y de su hijo Jesucristo, ningún hombre alcanzará la verdad".



El corazón de Justino ardía dentro de él al oír las palabras tan a punto de su interlocutor.



Fue entonces cuando se decidió a estudiar asiduamente las Escrituras del Antiguo Testamento. Las profecías le llenaron de admiración. La manera como éstas se cumplieron, le convenció de que aquellos hombres que las escribieron habían sido inspirados por Dios. Los Evangelios lo pusieron en contacto con aquel que pudo decir: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida" 08. Pudo oír las palabras de aquel que habló como ningún otro habló, conocer los hechos de aquel que obró como ningún otro obró, y leer la vida del que vivió como ningún otro vivió.



Las Escrituras le guiaron a Cristo, en quien halló la verdadera filosofía, y desde ese momento, Justino aparece militando entre los despreciados discípulos del que murió en una cruz.



En aquellos tiempos no se conocía la distinción moderna de clérigos y legos. No había una clase determinada de cristianos que monopolizase la predicación. Todos los que tenían el don lo hacían indistintamente, ya fuesen o no, obispos de la congregación. 09 Justino, pues, sin abandonar la toga de filósofo que le daba acceso a los paganos, se consagró a predicar la verdad, no ya como uno que la buscaba sino como uno que la poseía.



No cesaba de trabajar para que muchos viniesen al conocimiento del evangelio, pues creía que el que conoce la verdad y no hace a otros participantes de ella, será juzgado severamente por Dios. Toda su carrera, desde su conversión a su martirio, estuvo en armonía con esta creencia. Día tras día se le podía ver en las plazas, rodeado de grupos de personas que le escuchaban ansiosos. Los que pasaban se sentían atraídos por su toga, y después de la corriente salutación: "salve, filósofo", se quedaban a escucharle. Cumplía así el dicho de Salomón acerca de la Sabiduría:



"En las alturas, junto al camino, a las encrucijadas de las veredas se para, a la entrada de las puertas da voces". 10



Así era uno de los instrumentos poderosos en las manos del Señor, para hacer llegar a las multitudes el conocimiento del evangelio.



Como escritor, Justino puede ser considerado uno de los más notables de los tiempos primitivos del cristianismo. Algunas de sus obras han llegado hasta nosotros. Refiriéndose a sus escritos, dice el profesor escocés James Orr 11:



"El mayor de los apologistas de este período, cuyos trabajos aún se conservan, es Justino Mártir. De él poseemos dos Apologías dirigidas a Antonio Pío y al Senado Romano (año 150), y el Diálogo con Trifón, un judío, escrito algo más tarde.



La primera Apología de Justino es una pieza argumentativa concebida noblemente, y admirablemente presentada. Consta de tres partes — la primera refuta los cargos hechos contra los cristianos; la segunda prueba la verdad de la religión cristiana, principalmente por medio de las profecías; la tercera explica la naturaleza del culto cristiano.



La segunda Apología fue motivada por un vergonzoso caso de persecución bajo Urbico, el prefecto.



El Diálogo con Trifón es el relato de una larga discusión en Éfeso, con un judío liberal, y hace frente a las objeciones que hace al cristianismo".



Los escritos de Justino tienen el mérito de revelarnos cuáles eran las creencias y costumbres de aquella época. Refiriéndose al poder regenerador del evangelio, dice:



"Podemos señalar a muchos entre nosotros, que de hombres violentos y tiranos, fueron cambiados por un poder victorioso (...) Yo hallé en la doctrina de Cristo la única filosofía segura y saludable, porque tiene en sí el poder de encaminar a los que se apartan de la senda recta y es dulce la porción que tienen aquellos que la practican. Que la doctrina es más dulce que la miel, es evidente por el hecho de que los que son formados en ella, no niegan el nombre del Maestro aunque tengan que morir (…) "Nosotros que antes seguíamos artes mágicas, nos dedicamos al bien y al único Dios; que teníamos como la mejor cosa la adquisición de riquezas y posesiones, ahora tenemos todas las cosas en común, y comunicamos mutuamente en las necesidades; que nos odiábamos y destruíamos el uno al otro, y que a causa de las costumbres diferentes, no nos sentábamos junto al mismo fuego con personas de otras tribus, ahora, desde que vino Cristo, vivimos familiarmente con ellos, y oramos por nuestros enemigos, y procuramos persuadir a los que nos aborrecen injustamente, para que vivan conforme a los buenos preceptos de Cristo, a fin de que juntamente con nosotros, sean hechos participantes de la misma gozosa esperanza del galardón de Dios, ordenador de todo''.



Sobre el culto cristiano en aquella época dice: "El día llamado del sol, todos los que viven en las ciudades o en el campo, se juntan en un lugar y se leen las Memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas, tanto como el tiempo lo permite; entonces el que preside, enseña y exhorta a imitar estas buenas cosas. Luego nos levantamos juntos y oramos (en otro pasaje menciona también el canto); traen pan, vino y agua, y el que preside ofrece oraciones y acciones de gracias según su don, y el pueblo dice amén (…) Nos reunimos en el día del sol, porque es el día cuando Dios creó el mundo, y Jesucristo resucitó de entre los muertos".



Vemos que el culto no era ritualista ni ceremonioso, sino que consistía en la lectura de las Escrituras, la explicación de la misma, las oraciones, el canto y la participación de la cena bajo dos especies, y que tenía lugar, principalmente, el primer día de la semana.



Refiriéndose a la beneficencia cristiana, dice: "Los ricos entre nosotros ayudan a los necesitados; cada uno da lo que cree justo; y lo que se colecta es puesto aparte por el que preside, quien alivia a los huérfanos y a las viudas y a los que están enfermos o necesitados; o a los que están presos o son forasteros entre nosotros; en una palabra, cuida de los necesitados".



La actividad de Justino no pudo menos que despertar el odio de los adversarios. Un filósofo contrario a sus ideas deseando deshacerse de él, denunció que era cristiano, y junto con seis hermanos más, tuvo que comparecer ante las autoridades. Allí confesó abiertamente su fe en Cristo, no temiendo la ira de sus adversarios, y fue condenado a muerte.



Un estoico, burlándose, le preguntó si suponía que después que le hubiesen cortado la cabeza iría al cielo. Justino le contestó que no lo suponía sino que estaba seguro. La decapitación de Justino y sus compañeros ocurrió probablemente en el año 167, siendo emperador Marco Aurelio.



 



-------ooooooo0ooooooo-------



En el próximo artículo veremos DM quiénes fueron los mártires que sentaron las bases del movimiento reformista en Francia. Hasta entonces, con el deseo de una feliz celebración del nacimiento de Jesucristo a aquellos que lo hagan en el Espíritu. La paz del Señor sea sobre todos.



 



Notas



Ilustraciones: (izquierda) escena representando a José, María y el bebé Jesús nacido en un establo en Belén; (centro) la cruz del Calvario representada con el fondo de nubes en las que Jesucristo fue llevado al cielo; (derecha) el ‘crismón’ impuesto por Constantino el Grande mezcla la X (por Cristo) y la P (el ‘ro’. por Roma). Abajo: difundido dibujo representando a Justino.



01. El Edicto de Milán (313) otorgó libertad religiosa en todo el Imperio (50 millones de habitantes) de los cuales entre 5 y siete millones profesaban ser cristianos. Esto dio lugar a la creación de la primera iglesia del estado.



02. La mayoría celebra el 31 de octubre de 1517 como fecha en que el cura agustino Martín Lutero clavó sus ’95 tesis’ en la iglesia del castillo de Wittenberg.



03. Hebreos 9:28; 1ª Pedro 3:18.



04. Ver el artículo ‘El martirio de sus fieles identifica a la iglesia de Dios’ en ‘agentes de cambio’ 11/12/2016: http://protestantedigital.com/magacin/40963/El_martirio_de_sus_fieles_identifica_a_la_iglesia_de_Dios



05. Sitio emblemático del AT (Génesis 12:6; 36:18) que menciona Esteban antes de su martirio (Hechos 7:15,16).



06. Se refiere al Apóstol Juan que dejó este mundo en el año 100 o 101.



07. Mateo 13:45,46.



08. Juan 14:6.



09. El NT habla del sacerdocio universal del creyente en Jesucristo.



10. Proverbios 8:2.



11. James Orr (1844-1913) historiador y teólogo escocés y presbiteriano; colaboró en la obra ‘The Fundamentals’.



12. Este artículo se basa en ‘La Marcha del Cristianismo’ de Juan Crisóstomo Varetto (páginas 59-65). El uso de negritas, los textos bíblicos, ilustraciones y demás notas son de su autor.


 

 


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