Con el Papa Francisco la Iglesia Católico Romana simplemente, se está volviendo más “católica”, o sea, lo acepta y lo absorbe todo, sin perder su naturaleza “Romana”.
La reciente conmemoración de la Reforma (Lund, Suecia, 31 Octubre 2016) es solamente la punta del iceberg de los esfuerzos ecuménicos del Papa Francisco.
Su implacable actividad para lograr reunirse con los líderes cristianos (desde los patriarcas de Constantinopla y Moscú a los líderes confesionales de las principales corrientes protestantes y varios pastores pentecostales) es una marca calificativa de su pontificado que está empezando a plantear inquietudes dentro de la Iglesia Católica. Sus observaciones constantes sobre la necesidad de acelerar el camino hacia la unidad parecen suavizar, si no minimizar, las condiciones tradicionales para esta unidad según Roma.
Algunos católicos críticos están preocupados porque el Papa parece pasar más tiempo con los no católicos que con la gente de su propia iglesia. Especialmente después de su reciente reconocimiento de Martín Lutero, en una entrevista concedida al periódico católico italiano Avvenire (resumida también en inglés), en la que se formuló la pregunta terminante: ¿está el Papa haciendo protestante a la Iglesia Católica?
Al paso con el Vaticano II
Rechazando el punto de vista según el cual conmemorar la Reforma Protestante fue un “vuelo hacia adelante” injustificado, el Papa Francisco defendió sus acciones aludiendo al Vaticano II como el marco de referencia para sus iniciativas ecuménicas. Ninguna sorpresa: el Vaticano II (1962-1965) intentó reorientar la dirección ecuménica de la Iglesia Católico Romana reorganizando los signos de la iglesia verdadera en otras comunidades y llamando a los no católicos “hermanos separados”.
Uno de los objetivos del Concilio era alentar la completa unidad entre las comunidades e iglesias cristianas, todas reconciliadas con el panorama teológico y las estructuras eclesiales de la Iglesia Romana. Entonces, nada nuevo bajo el sol. Lo que Francisco está haciendo en la esfera del ecumenismo fue todo preparado y avanzado en el Vaticano II.
Cada uno a su propia manera, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, habían intentado llevar a cabo los progresos ecuménicos del Concilio. Francisco confirma ser el Papa que sin citar necesariamente el Vaticano II extensamente, quizás encarna más su “espíritu” que sus predecesores.
Más concretamente, Francisco hace referencia al diálogo de 50 años entre la Iglesia Católico Romana y los luteranos que culminó en 1999 con la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, firmada en el pontificado de Juan Pablo II bajo el liderazgo del entonces Cardenal Ratzinger.
Para Francisco este documento establece los principales temas teológicos planteados por la Reforma, allanando el camino para una unidad aún más completa. Después de este acuerdo histórico, no queda nada de importancia de la Reforma aparte de los lazos políticos lamentables de iglesias auto-referenciales que están atrincheradas en su pasado.
Parámetros de la Unidad
El Papa rechaza la idea de que está haciendo su iglesia más protestante y apela al Vaticano II como el gran lienzo teológico del cual la Declaración Conjunta representa el nuevo fruto ecuménico. El se ve a sí mismo perseverando en una trayectoria a largo plazo. Es más, el hecho de que se acerque a otras comunidades y tradiciones cristianas (p.e. los diferentes cuerpos de la Ortodoxia Oriental) con similar, por no decir más intenso fervor, indica que no le atrae particularmente sólo el protestantismo.
Su celo ecuménico va más allá de las fronteras del cristianismo y se derrama sobre el mundo de las religiones y el mundo secular. Entiende la unidad, p.e. la unidad cristiana, como parte de un objetivo mayor que tiene que ver con la unidad de la humanidad.
Volviendo a la pregunta sobre la “protestantización” de la Iglesia Católica, existe un argumento importante que corre a través de la evaluación de la Reforma del Papa Francisco en el contexto de su ardiente deseo de unidad. Su interpretación de la historia de la Reforma y su continua significación eliminan de facto la teología de la imagen y sustituyen la fuerza motriz de la unidad haciendo cosas juntos y orando juntos.
En otras palabras, la Escritura sola (la Biblia tiene la suprema autoridad sobre la iglesia), la fe sola (la salvación es un don recibido por creer en Cristo y confiar en El) y Cristo solo (toda la vida cristiana está centrada en El) no son nada más que reliquias de un pasado distante. Según el Papa, la Iglesia Católico Romana ya ha absorbido estas preocupaciones y aquellos que quieren continuar agitando la bandera de la Reforma son vistos como si quisieran continuar un juego de poder basado en la política de la iglesia.
Realmente, ¿es éste el caso? Por supuesto, la Reforma tenía trasfondos políticos. No obstante, como argumenta la reciente declaración ¿Ha terminado la Reforma? -firmada por docenas de teólogos y líderes evangélicos de todo el mundo-: “En todas sus variantes y en ocasiones conflictivas tendencias, la Reforma Protestante era en última instancia una llamada a recuperar la autoridad de la Biblia sobre la iglesia y apreciar de nuevo el hecho de que la salvación nos viene a través de la fe sola”.
Estos son temas permanentes y sin resolver en las relaciones actuales entre los católico romanos y los cristianos evangélicos. La política de la iglesia, aunque sea inextricablemente entretejida, no era la razón principal y no es el legado más importante de la Reforma.
Con el Papa Francisco la Iglesia Católico Romana no se está convirtiendo en protestante. Simplemente, se está volviendo más “católica”, o sea, lo acepta y lo absorbe todo, sin perder su naturaleza “Romana”. Todavía está inmersa en la perspectiva teológica e institucional que la Reforma Protestante llamó a renovar según el Evangelio.
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