Quizá hemos de dejar de dar coces contra nuestros aguijones personales y empezar a confiar en que Dios nos ama.
Desde luego, las cosas desde este lado del cielo no se ven como se verán desde el otro. Aquí se nos ha dado una perspectiva limitada de las cosas y nosotros, desde nuestra mente también finita, vamos haciendo lo que podemos, pero en muchas ocasiones, bastante menos de lo que nos convendría teniendo en cuenta lo poco que sabemos.
De este lado del cielo se nos llama a tener fe en aquello que no vemos y que, sin embargo, aunque de forma limitada se nos ha revelado, y con ello se nos invita a creer en verdades que, de momento, no podemos constatar, pero que no por eso son menos verdades.
Trayendo el tema de hoy a un plano mucho más práctico y concreto, una de esas verdades que se nos ha permitido conocer y que nos resistimos a creer es que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. Es decir, que Dios no solo no se equivoca, sino que Su voluntad para con nosotros está teñida de todas esas connotaciones prácticas.
La forma en la que se materializa a menudo no nos gusta, porque a simple vista no nos parece para nada que sea buena, agradable y perfecta. Pero eso es solo lo que vemos a este lado del cielo. Lo que es verdad es algo bien diferente y mientras estamos aquí no estamos tan llamados a comprenderlo como a creerlo sin reservas.
Cuando digo “sin reservas” no me refiero a sin dificultad, sin ayuda, sin asombro y otros tantos elementos que nos acompañan en ese ejercicio difícil que es la fe y que no sostenemos nosotros mismos, sino el propio Espíritu que la fortalece. La pedimos a Dios, se la rogamos en una medida mayor y Él nos la da, pero hemos de querer tenerla.
Y en toda esa amalgama tan difícil para nosotros de entender que tiene que ver con distinguir con la parte que hace Dios y la que hacemos o ponemos nosotros, se nos pide que creamos. ¡Claro que hay una parte que nosotros ponemos, y es probablemente la que más cuesta: aceptar que Dios no se equivoca y que nuestra confianza ha de estar depositada en que lo que Él hace, lo hace por algo!
Nuestra fe viene acompañada de debilidad e imperfecciones, pero Dios demanda de nosotros ese paso por el que Él pueda, sin forzarnos, mostrarnos aquello que puede y quiere trabajar en nosotros.
El gran problema está, tal y como yo lo veo, por supuesto de forma discutible, en que realmente no creemos que Dios no se equivoque. Tampoco creemos que detrás de cada cosa que permita en nuestra vida haya un gesto de misericordia hacia nosotros.
De hecho, cuestionamos a Dios y Sus intenciones constantemente. Porque en el fondo y no tan en el fondo, creemos en un Dios al que podamos manejar a conveniencia, queremos un Dios que podamos entender y con el que podamos argumentar de tú a tú, de igual a igual. Tener un Dios que todo lo sabe, mientras nosotros nos mantenemos en la ignorancia, no nos gusta en absoluto. Nos hace sentirnos e insignificantes.
Y cuando vienen los reveses de la vida y enfrentamos situaciones que no nos gustan y que consideramos que Dios no debería haber permitido, esto nos cuesta la fe. Así, literalmente. La poca que teníamos quizá, o simplemente pone de manifiesto que nuestra teología del dolor no era tan solvente como pensábamos: creíamos que Dios no se equivocaba mientras nos parecía que nos favorecía. Pero ese es un evangelio parcial y más que interesado.
Quizás ahí descubrimos que no era tan cierto que rogábamos pidiendo verdaderamente que la voluntad de Dios se cumpliera, dando por hecho que era perfecta. Quizá lo habíamos asimilado como una de tantas frases o terminología que nos encantan a este lado del cielo, pero que solo en la vida venidera llegaremos a comprender en toda su dimensión. Le decimos “Haz tu voluntad, pero esta en concreto, no”, lo cual es, en sí mismo, una gran estupidez.
A lo mejor todo esto se resolvería para nuestro bien partiendo de una base inamovible, de una premisa incuestionable: que Dios no se equivoca. Todo lo demás sería cuestionable, todo el resto de elementos podrían fallar o explicarse de otra manera, y si así lo asumiéramos no andaríamos como locos en contenciosos con Dios, sino procurando por todos los medios acercarnos a Él para que nos iluminara en semejante momento para nosotros, con nuestra incapacidad terrible de comprender.
Si nos acostumbráramos a partir de esta premisa como el punto de partida y llegada para nosotros mientras estemos aquí, estoy convencida de que veríamos las cosas de otra forma bien diferente, aunque no sin dolor, claro, porque nunca se nos prometió que de eso fuéramos a ser librados aquí.
Si Dios no se equivoca…
Quizá hemos de dejar de dar coces contra nuestros aguijones personales y empezar a confiar en que Dios nos ama, nos ama siempre con una voluntad buena, agradable y perfecta, aunque aún incomprensible para nosotros y que ese amor es incluso, mucho más profundo que el que nos tenemos a nosotros mismos, que ya es mucho.
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