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Jacqueline Alencar
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Quién es foráneo y quién no

Es duro seguir escuchando cómo se defiende el terruño con uñas y dientes. No se quiere compartir.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 15 DE OCTUBRE DE 2016 20:30 h
maleta miguel elías Maleta, de Miguel Elías.

El 12 de octubre se celebró el día de la Hispanidad, aquel día de 1492 en el que se encontraron dos culturas muy avanzadas. Se discute mucho acerca de las luces y sombras de este encontronazo. Es verdad que hubo ventajas como el que los receptores recibieran los avances del Viejo Mundo y los beneficios de aprender otra lengua, la llegada del caballo, etc. Y cómo no olvidar los beneficios que pudieron obtenerse con el oro y la plata que ayudaron a equilibrar las finanzas de la Península. Ahora, la patata fue algo de gran valía, pues apaciguó mucha hambre. 



También se quiso exportar la religión, lo malo es que no se propició un verdadero encuentro con ese Dios al que decían representar; todo tiene sus partes oscuras. Es verdad, por eso en este caso, y no es para desestabilizar, más bien hay que recordar para que no se repita, citaré a Juan Mackay (Inverness-Escocia-1889-Maryland-NJ-1983. Fue un misionero, filósofo y teólogo escocés. Fundador del Colegio San Andrés de Lima, Perú. Además, fue Presidente del Seminario teológico de Princeton) y su libro El otro Cristo español (edición especial de celebración de las Bodas de Diamante del Colegio San Andrés-Anglo peruano, 1991. La primera edición inglesa salió en 1933 y la primera edición en español en 1952). La verdad es que no me gusta arrastrar historias de la colonización, pero esta parte que me toca como cristiana, la de la evangelización de los indígenas en la época de la colonia, me ha impactado profundamente. Mackay cita en su libro palabras de Lope de Vega para describir algo de lo que ocurría en las tierras del Nuevo Mundo: "No los lleva la cristiandad sino el oro y la codicia". Y dice además, que si bien la cruz en un principio era un motivo en los pensamientos de los reyes católicos, al empezar la cruzada, luego no fue más que un pretexto para los designados a realizarla.



Dice el autor que "la conquista y colonización ibéricas del Nuevo Mundo tuvieron lugar con los auspicios de una perfecta teocracia". La corona encomendó a los colonos la conversión de los indígenas a la Fe Católica, otorgándoles, para facilitarles la labor, todo el poder sobre la raza indígena.



Muchos errores se cometieron al evangelizar a los indios, y en ese entramado surge Fray Bartolomé de las Casas, quien vendría a ser su protector. Se le nombró protector General de las Indias. Dice Mackay que en el Tratado de Treinta Proposiciones de Las Casas, se dan recomendaciones tales como: "Los reyes de Castilla... son obligados a procurar la conversión de los infieles de las Indias por los mismos medios que practicaron Jesucristo y los apóstoles, y que ha seguido siempre, aprobado y enseñado la Iglesia Católica; es decir, por medios dulces, suaves y capaces de hacer amable la religión cristiana, como son la persuasión y el convencimiento en los sermones, conferencias, y el buen ejemplo de las personas en su conducta...". Según nos adentramos en el libro nos damos cuenta que no se dieron cambios sustanciales, más bien creció la censura y, por último, en las colonias se implementó la Inquisición. Dan escalofríos con solo pronunciar esa institución. También es interesante conocer el papel de los Jesuitas... Los cambios de la corona al papado. Y todo lo que se va sucediendo durante las revoluciones que van dando lugar a la independencia de los distintos estados. Y cómo se va transformando la religión. La sudamericanización de un Cristo español.



El meollo en el libro es ese Cristo que no viajó al Nuevo Mundo con los conquistadores. Por eso, dice: "Pero, por mucha sombra que le hiciera su Santa Madre, también Cristo vino a América. Desde Belén y el Calvario, pasó por África y España en su largo viaje al occidente hasta las pampas y las cordilleras. Pero ¿fue realmente Él quien vino, o fue otra figura religiosa que portaba el mismo nombre y algunas de sus marcas? Pienso a veces que el Cristo, de paso al Occidente, fue encarcelado en España, mientras otro que tomó su nombre se embarcó con los cruzados españoles hacia el Nuevo Mundo, un Cristo que no nació en Belén, sino en Noráfrica. Este Cristo se naturalizó en las colonias ibéricas de América, mientras el Hijo y Señor de María ha sido poco más que un extraño y peregrino en esas tierras desde los tiempos de Colón hasta el presente".



El autor nos pasea por las tradiciones de un lado y otro de las dos orillas demostrando la ausencia del Cristo de los Evangelios, pero también señalando en su proyección de futuro el papel fundamental del protestantismo en ese renacer espiritual ibérico y americano, para llegar al conocimiento de ese otro Cristo español.  



La verdad es que todo esto me recuerda a la guerra de Irak que, supuestamente, se hizo con el beneplácito de Dios.



No pretendo disculpar a los religiosos que fueron al Nuevo Mundo, pero diré que quizá no habían tenido la oportunidad de conocer el manual de instrucciones de todo cristiano: la Biblia. Como dice Mackay, el Cristo llevado por los conquistadores no era el de los Evangelios, el que había nacido en Belén, sino más bien, otro nacido en el Norte de África.  Tal vez no recordaban que el hombre había sido hecho a imagen y semejanza de ese Dios del que hablaban, lo cual le daba a esos seres una dignidad inviolable.



Las nuevas tierras conquistadas eran ahora la buena noticia.



¿En la actualidad podría suceder algo parecido? Espero que no, ya que nuestro lema es: "nuestra ciudadanía viene de lo alto". Pero resulta que seguimos bregando contra la desconfianza por ser quienes somos (o por lo menos yo); nos sigue preocupando conseguir los papeles que nos darán la ciudadanía. Craso error porque los papeles no hacen cambiar el corazón de los que nos circundan. Te olvidas que la misión es de Dios y no de los hombres. Que sólo Dios garantiza que  seas nueva criatura y que todas las cosas sean nuevas para así poder ser un brazo o un pie, o boca en el Cuerpo, y tener un futuro glorioso. Pero no te librarás de la cola para empadronarte, ni alcanzar el peor sitio en el albergue. Quizá nos olvidamos que una Navidad, José y María y un Jesús a punto de nacer tuvieron que empadronarse, hacer cola, cansados como estaban, y luego rogar por un albergue que los librara de las inclemencias del entorno, casi desahuciados como muchos de hoy en día. Bendecidos como estaban y no consiguieron una suite maravillosa, con agua caliente y una cesta de frutas para aplacar el hambre que de seguro traían. Cómo hubieran gozado en los albergues y comedores de la Cruz Roja, de Cáritas o de Misión Urbana, entre otros muchos de nuestra actualidad.



Jesús, el inmigrante de Dios que vino por un tiempo, en busca de mejores horizontes para nosotros, no usó su superioridad para acceder a privilegios. Se humanó, humillándose. Tuvo que huir a Egipto como tantos perseguidos que huyen de la intolerancia de todo tipo. Llegó a tierra extraña donde otrora su pueblo había sido esclavo. Llega buscando asilo, y no nos cuesta imaginar que en esas condiciones su familia no tuvo facilidades a la hora de buscar vivienda, un trabajo, ayudas sociales. No se nos dice nada al respecto, pero sí que nunca hizo uso de sus privilegios divinos. Entonces imaginas la dureza de su estancia en la tierra del Nilo, como la de cualquier ciudadano de a pie.



Y es que seguimos creyendo que somos los dueños de la Misión y que como tales debemos tener un trato de privilegio. Sin embargo, Él mismo no fue profeta en su tierra; los suyos no le reconocieron. ¿No es éste el hijo de…?, decían. Incluso querían matarle. Les cegaba el poder, las grandezas. Mas Él callaba porque sabía que su ciudadanía no estaba aquí en la tierra; sabía cuál era su cometido.



Y te sigues preguntando si debes seguir luchando por cambiar status o procedencias, o colores de piel, idiomas, sabores… Jesús, nuestro Buen samaritano, no escatimó en ensuciarse por nosotros; se hizo peregrino, inmigrante, dejando la gloria para curar nuestras heridas, para romper nuestras cadenas de esclavitud. Con su ejemplo, Jesús nos reta a prescindir de todo aquello que puede hacernos sentir seguros y hacernos depender solo de Él, como niños para que pueda decirnos que el reino de Dios es nuestro.



Su modelo no es el nuestro. No valen nuestros esquemas, gentilicios, fronteras, salvoconductos. La hoja de ruta que nos dejó rompe con todas las barreras, muros y concertinas acuchillantes. Nos pone como ejemplos de solidaridad y de fe a los más pequeños y escasos de bienes. A los que no tienen donde recostar la cabeza. Nos dice que son los que más fácilmente podrían entrar en el Reino de los cielos.



La verdad es que yo estoy cómoda. No tengo problemas ni debo buscármelos preocupándome por algún indocumentado. Pero es duro seguir escuchando cómo se defiende el terruño con uñas y dientes. No se quiere compartir. Queremos ser los primeros en el reparto. Y que se vayan los que sobren. Que si son una carga para la Seguridad Social, o que son muy activos y le quitan el trabajo a los autóctonos. O que se conforman con poco. Que si no se integran.  Pero cómo lo van a hacer si de vez en cuando les estamos recordando que son extranjeros. Como si no pudieran amar esta tierra porque no han nacido en ella. El amor se forja en el camino.



Pienso si hoy también nos hemos olvidado de nuestro Manual de instrucciones. Son tantas las recomendaciones que vienen en las partes antiguas y en las nuevas... Todo te dice que aquí sólo estamos de paso, que somos peregrinos e indocumentados. Y que debemos acoger a los foráneos que se encuentran en situación similar a la nuestra.



Jesús nos dejó bien claro que los ciudadanos de su reino tampoco eran del mundo, pero sí habían sido enviados al mismo como el Padre lo había enviado a Él. Por lo tanto, solo queda amar el lugar donde te ha puesto en el momento preciso.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

EZEQUIEL JOB
20/10/2016
20:41 h
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Pro 28:27 El que da al pobre no tendrá pobreza; Mas el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones.
 



 
 
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