La grandeza y supuesta ineficiencia del cosmos parecería incompatible con el carácter del Dios que se revela en la Biblia. ¿Es realmente esto así?
Una objeción a la realidad de un Dios sabio, que lo hizo todo de forma eficiente y adecuada para la vida en general y la humanidad en particular, es aquella que se refiere a la inmensidad del universo, así como a lo poco adecuado que parece para albergar seres biológicos.
Solamente en nuestra galaxia, la Vía Láctea, hay miles de millones de planetas con condiciones físicas diferentes, pero únicamente en una mínima parte de ellos -segúnafirma la cosmología moderna- se darían las condiciones para la hipotética aparición natural de la vida. De hecho, actualmente el único planeta conocido que alberga vida es la Tierra.
Pues bien, cuando se piensa en el incontable número de estrellas y galaxias, así como en las violentas explosiones de supernovas, o en el choque de enanas blancas con el consiguiente despilfarro de energía y materia, ¿no parece todo esto un tremendo derroche por parte de un supuesto Creador interesado sobre todo en la criatura humana de un minúsculo punto azul del cosmos?
El físico español, Martín López, lo dice así: “Si un dios hubiera querido crear un universo habitable para la vida, ¿por qué habría de crear uno en el que es tan sumamente improbable encontrar un planeta como la tierra que reúna las condiciones necesarias para la vida? Puestos a ajustar y hacer universos a la carta, creo que se podría haber hecho una creación más idónea para albergar la vida.”1 De manera que la grandeza y supuesta ineficiencia del cosmos parecería incompatible con el carácter del Dios que se revela en la Biblia. ¿Es realmente esto así?
En mi opinión, todo depende de qué concepto se tenga de Dios, de cómo se conciba al Creador del cosmos. Si se piensa en él como si fuera un artista clásico condicionado por sus limitados recursos y por unos determinados cánones estilísticos o, por el contrario, se le concibe como ilimitado de medios y omnipotente.
Si se le ve como a un escultor griego o romano de aquellos que en la Antigüedad clásica esculpían estatuas realistas en mármol blanco, en las que cada cosa estaba en su sitio, todo guardaba unas proporciones adecuadas que seguían determinados patrones, había eficiencia, simetría, orden, equilibrio y parecido con la realidad, como por ejemplo en el famoso Discóbolo de Mirón o en la Victoria de Samotracia, entonces sí resultan importantes la economía de medios, la eficiencia y las proporciones pequeñas.
Pero, ¿por qué tendría Dios que ajustarse a estos ideales humanos limitados? El Creador de todo lo que existe no tiene escasez de recursos como los artistas clásicos. La eficiencia, o el rendimiento energético, son condicionantes importantes para nosotros, que somos criaturas finitas, materiales y limitadas, pero no para quien ha diseñado y creado el cosmos con el poder de su todopoderosa voluntad. Si eres un ser limitado, tienes que ser eficiente para lograr todo lo que sea posible con tus reducidos recursos. Pero si eres omnipotente, ¿qué importancia puede tener la eficiencia?
Quizás Dios se parece más, en algunos aspectos, a un artista romántico extremadamente creativo, que se deleita en la diversidad o en hacer cosas tan diferentes entre sí como sea posible. La pintura y escultura romántica de los siglos XVIII y XIX se caracterizó por el exotismo, la diversidad de colores y formas, la búsqueda de lo sublime, paisajes complejos y difíciles de representar como iglesias en ruinas, movimientos sociales, naufragios, masacres, etc.
Los ejemplos son numerosos desde La Libertad guiando al pueblo o La barca de Dante, pinturas de Eugène Delacroix, hasta El dos de mayo de 1808 en Madrid y Los fusilamientos del 3 de mayo de Francisco de Goya.
De la misma manera, cuando se mira el mundo natural y los seres vivos, es fácil llegar a la conclusión de que al Creador debe gustarle la variedad, la inmensidad, el espacio ilimitado, la multiplicidad de formas, la exageración de recursos. En el mundo hay actualmente unos siete mil millones de personas y, aunque algunas de sus caras puedan parecerse, no hay dos absolutamente idénticas. Es evidente que a Dios le gusta la diversidad.
Por otro lado, todos estos argumentos presuponen lo que el Sumo Hacedor debería haber hecho, o aquello que -según nuestro criterio humano- tendría que pensar o ser. Pero, la realidad es que no hay razón para creer que podamos saber estas cosas. Del hecho de que exista esta increíble inmensidad cósmica, o la enorme diversidad biológica, no podemos elaborar propiamente un argumento convincente contra la existencia de Dios.
A nosotros puede parecernos que el Universo presenta una gran ineficiencia energética y espacio-temporal, pero el Creador puede haber tenido sus gustos, sus preferencias o sus buenas razones para hacerlo así, aunque no podamos entenderlo desde nuestra finitud humana.
Además, según me parece, los datos científicos sobre el universo que hoy proporciona la cosmología no indican precisamente desorden, azar o ineficiencia sino todo lo contrario: previsión, orden, eficiencia energética y ajuste fino de las leyes físicas hasta en los mínimos detalles. La teoría del Big Bang -la más convincente y aceptada hasta ahora en cosmología- afirma que hubo un primer instante en el que “apareció” (curiosa palabra) un universo minúsculo.
Si había algo o no antes de dicho instante, la ciencia no lo sabe pues pertenece al terreno de la especulación humana. Después, casi de inmediato, se entró en una época inflacionaria durante la cual esa pequeña región del espacio recién surgida multiplicó su tamaño exponencialmente en una fracción de segundo. Al concluir dicha inflación el universo se llenó de materia y radiación.
Se cree que la temperatura en aquel instante fue extraordinariamente elevada y que fue descendiendo a medida que el cosmos seguía expandiéndose. Se piensa que después de 380.000 años sobrevino una época de recombinación, en la que los electrones fueron capturados por los núcleos atómicos, formándose así los primeros átomos de la materia.
En ese instante se liberó un gran cantidad de luz que siguió viajando por el espacio hasta llegar a nuestros días, constituyendo la famosa radiación de fondo de microondas que aún puede ser detectada. Literalmente, el universo se llenó de luz. (Es difícil evitar aquí los paralelismos teológicos).
Fue entonces cuando, además de la materia ordinaria (constituida por los átomos) y de la energía, la misteriosa “materia oscura”, el ingrediente más importante del universo, así como la “energía oscura” estaban ya presentes. Todavía hoy no sabemos qué es dicha materia ni cuales son sus partículas constituyentes. Al parecer, éstas no pueden ser las mismas que aquellas que componen la materia ordinaria (protones, neutrones y electrones).
Aunque todavía no se conocen, a tales misteriosas partículas de materia oscura, se las ha denominado ya como “neutralinos” y “axiones”. Se cree que han de ser muy estables y que constituyen el 27% del contenido total del universo.
Pues bien, en el cosmos primitivo la materia fue concentrándose lentamente en torno a las zonas de mayor densidad dando lugar a las galaxias y cúmulos de galaxias. Se acepta que 9800 millones de años después del Big Bang, la densidad de energía oscura empezó a acelerar la expansión del universo que puede observarse todavía hoy. De ahí que los pronósticos de esta teoría apunten también hacia un final del mundo (¿otra coincidencia teológica?).
Si dicha energía oscura mantiene su presencia como hasta ahora ha venida haciendo, la expansión del cosmos continuará y llegará un momento en que los grupos de galaxias se separarán unos de otros. Entonces las estrellas y la vida se irán apagando poco a poco. Será el fin de todas las cosas. Por supuesto esto no es un final feliz y no gusta a todos los cosmólogos, de ahí que algunos propongan escapatorias con posibles nacimientos de universos burbujas. o cual confirma, una vez más, que Dios “ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Ecl. 3:11).
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