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ADN basura: el error neodarwinista

Hoy sabemos que aunque el ADN basura no codifique proteínas hace, sin embargo, mil cosas diferentes y necesarias para el buen funcionamiento celular.

CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz 03 DE SEPTIEMBRE DE 2016 14:18 h

A veces, los prejuicios ideológicos pueden entorpecer la investigación científica en su búsqueda de la verdad. Esto es lo que parece haber ocurrido con el mal llamado “ADN basura” y la cosmovisión evolucionista de la vida. Desde tal perspectiva, se justificaba hasta hace tan sólo unos cuatro o cinco años que existiera tanta basura inservible en los genomas de los seres vivos, incluido también el nuestro. Se decía que eran restos fósiles de un pasado funcional que en la actualidad habrían dejado de ser útiles. Por ejemplo, en el famoso libro El gen egoísta, hace ya cuarenta años, el biólogo Richard Dawkins lo expresaba así: “El verdadero ‘propósito’ del ADN es sobrevivir, ni más ni menos. La manera más simple de explicar el excedente de ADN es suponer que es un parásito o, en el mejor de los casos, un pasajero inofensivo pero inútil, que se hace llevar en las máquinas de supervivencia creadas por el otro ADN.”1



Casi treinta años después, sosteniendo todavía esa misma línea de pensamiento, retaba a los defensores del diseño diciéndoles que si existía un Dios Creador por qué iba a ensuciar nuestros genomas con pseudogenes que no se traducen y con tanto ADN basura repetitivo.2 Incluso en el 2009 llegó a decir que más del 90% del genoma humano no sirve para nada y que aunque no estuviera ahí podríamos seguir viviendo perfectamente bien.3 Desde luego, Dawkins no era el único científico que pensaba así. Otros grandes biólogos, como Francis Crick, que ganó el premio Nobel por su identificación de la estructura del ADN, así como Leslie Orgel, el eminente investigador del origen de la vida, también coincidían en decir que sería una insensatez empeñarse en buscarle obsesivamente una función al ADN basura.4



Sin embargo en el 2012 las cosas empezaron a cambiar. Muchos investigadores comenzaron a matizar sus opiniones y a aceptar la posibilidad de que el ADN basura, después de todo, pudiera tener alguna función importante en la célula. ¿Qué fue lo que provocó tal cambio? La publicación de los resultados del proyecto ENCODE. Un trabajo de investigación conjunto en el que participaron cientos de científicos de diversas instituciones. ENCODE es un acrónimo derivado de Encyclopaedia of DNA Elements5. Sus conclusiones son suficientemente claras y desmienten la teoría del ADN basura. Es como si una bomba hubiera estallado en todos los laboratorios de biología molecular del mundo impregnando las paredes con posters multicolores que dijeran que al menos el 80% del ADN posee funciones bioquímicas fundamentales.



Semejante revolución en la interpretación del genoma está obligando a muchos científicos a cambiar la cosmovisión darwinista que sostenían hasta ahora. Incluso el propio Richard Dawkins se vio en la necesidad de apelar a aquello de “donde dije digo, digo Diego”. En septiembre del 2012, una semana después de conocerse los resultados del ENCODE, en un debate con el rabí jefe de Gran Bretaña, declaró que dichos resultados eran en realidad lo que el darwinismo predice: “Hay algunos creacionistas que están entusiasmados con ENCODE porque creen que es una dificultad para el darwinismo. Bien al contrario, naturalmente, es exactamente lo que un darwinista esperaría: encontrar utilidad en el mundo de lo viviente”.6 Con esta breve declaración, Dawkins pretendía borrar las décadas en las que afirmaba todo lo contrario, que el ADN era pura basura.



Para entender bien la diferencia entre ADN útil e inútil, que es la que motiva toda la polémica, es menester empezar por el principio. ¿Qué es el ADN? La famosa macromolécula de la vida, el ácido desoxirribonucleico, se parece -como es bien sabido- a una escalera de caracol. Los pasamanos estarían constituidos por un largo esqueleto de ácido fosfórico y azúcar (desoxirribosa), mientras que los peldaños serían comparables a las cuatro bases nitrogenadas (adenina, timina, citosina y guanina), unidas de dos en dos. Si se pudiera extender y unir todo el ADN que hay en los 46 cromosomas del núcleo de una célula humana, alcanzaría aproximadamente unos dos metros de longitud. Resulta sorprendente que todo este ADN quepa en una pequeña bolita de apenas una centésima de milímetro, que es el diámetro del núcleo. Esto es comparable a introducir un hilo de la altura del Everest en una pelota de golf. ¡Un trabajo increíblemente minucioso!



Si se intentara realizar un modelo a escala del ADN, en el que los distintos peldaños de bases tuvieran una altura de 25 centímetros cada uno, dicha escalera tendría una longitud de 75 millones de kilómetros. Es decir, más o menos, la distancia media que hay entre la Tierra y Marte (teniendo en cuenta la variación producida por las órbitas). Todo esto nos da una idea de la enorme longitud de esta molécula que los humanos heredamos de nuestros padres. Tres mil millones de bases de nuestra madre y otro tanto del padre se unen durante la fecundación para formar nuestro genoma único. Dicho patrimonio hereditario es como un alfabeto muy sencillo ya que está formado sólo por cuatro letras: A, T, C y G. Sin embargo, contiene la información necesaria para hacernos como somos. El ADN puede compararse también al guión de una película. Resulta muy monótono, si se lo lee letra por letra o palabra por palabra, pero adquiere todo su significado cuando es bien interpretado y produce proteínas para realizar todas las funciones vitales.



Los genetistas sabían desde el pasado siglo XX que existen básicamente dos tipos de ADN en el núcleo de las células. Ambos unidos íntimamente entre sí. Uno, considerado bueno porque se conocía su función, era el que contenía la información necesaria para producir (codificar) proteínas. Como es sabido, éstas son las que nos permiten respirar, alimentarnos, eliminar residuos, reproducirnos y, en fin, realizar todas aquellas actividades características de los seres vivos. Mientras que el otro ADN, el malo de la película, al no reconocérsele ninguna función relevante puesto que no codificaba proteínas, se consideraba como desecho genético y así se le denominó despectivamente “ADN basura”. Desde la creencia darwinista, se supuso que si no poseía genes capaces de formar proteínas tampoco debía servir para nada más. Estaba ahí en nuestros genomas como un resto de ADN antiguo que quizás tuvo alguna función en el pasado evolutivo pero que en el presente carecía de utilidad. A lo sumo, podría considerarse como el embalaje protector del ADN bueno. Una especie de minúsculo porexpan.



Cuando se completó la secuenciación del genoma humano (el orden de las bases nitrogenadas que lo componen), en el año 2001, se descubrió que más del 98% de nuestro ADN era precisamente este tipo de supuesta “basura” genética que no formaba proteínas. Por lo que solamente el 2% restante contenía los genes que sí servían para fabricarlas. Hasta entonces casi todo el edificio de la genética se había construido sobre este reducido fundamento del dos por ciento. Desde luego esto era algo que resultaba notablemente sorprendente y, hasta cierto punto, sospechoso. Por poner un ejemplo clarificador, era como si en una fábrica de automóviles que tuviera cien empleados sólo trabajaran dos personas montando los autos, mientras las 98 restantes estuvieran sentadas con los brazos cruzados, mirando a los dos mecánicos sin hacer absolutamente nada. Algo verdaderamente insólito. ¡Más o menos como lo que dicen que pasa en España con aquellos jubilados que se dedican a mirar obras públicas!



Lo cierto es que durante mucho tiempo los genetistas no han tenido una explicación de por qué una proporción tan grande de nuestro ADN no fabrica proteínas. Si se tratara de basura genética que no sirve para nada, ¿por qué iba la selección natural a pagar el coste funcional de conservar un 98% de tal desperdicio sin función alguna? Se cree que un adulto humano está formado por entre 50 y 70 billones de células que se dividen muchas veces para dar lugar a otras células hijas. Cada vez que una célula se duplica tiene que copiar primero todo su ADN. Estas divisiones suponen un gran trabajo y un gran coste energético para las células como para tener que arrastrar encima el peso de tanta basura genética. ¿Cuál sería la razón de semejante cantidad de ácido nucleico inservible?



La teoría del aislamiento, que supuso que el ADN basura sólo servía para aislar y proteger a los valiosos genes productores de proteínas, fue un intento de respuesta. Sin embargo, ¿era este el único papel del ADN no codificante? Cuando se compara la complejidad del ser humano con la del resto de los seres vivos, se constata que el número de los genes útiles es insuficiente para explicarla. Las diferencias anatómicas, fisiológicas, intelectuales, conductuales y espirituales no se pueden esclarecer recurriendo a los genes. Los humanos tenemos aproximadamente la misma cantidad de genes productores de proteínas que un nematodo, que es un simple gusano microscópico, o que la pequeña mosca de la fruta. Solamente unos 20.000. No obstante, los gusanos o las moscas no construyen ciudades, no crean cantatas, ni escriben libros, ni fabrican esculturas o juegan al tenis. ¿Cuál es, pues, la razón molecular de nuestra singularidad biológica?



Al contrastar el ADN del hombre con el del gusano o la mosca se descubre una gran diferencia. No en la estructura o complejidad de los genes sino precisamente en la cantidad de ADN basura. Lo que nos diferencia de los animales inferiores es, ni más ni menos que, el tamaño de este genoma supuestamente inservible. Poseemos una proporción extraordinaria de ADN (98% del total) que no codifica proteínas. ¿No radicará ahí la clave de nuestra complejidad? ¿No poseerá funciones fundamentales ignoradas hasta ahora? Parte de la solución se encuentra en un fenómeno genético llamado splicing (corte y empalme) que usa el ADN basura para hacer que las células humanas sean capaces de producir mayor diversidad de proteínas que las de los organismos inferiores, a partir de un solo gen. Pero esto es solamente la punta del iceberg.



Gracias al proyecto ENCODE hoy sabemos que aunque el ADN basura no codifique proteínas hace, sin embargo, mil cosas diferentes y necesarias para el buen funcionamiento celular. Los 98 operarios de la factoría automovilística, en la analogía anterior, no están ni mucho menos inactivos. Es verdad que no montan coches pero hacen otras muchas cosas para que la fábrica funcione bien. Actividades como, por ejemplo, obtener financiación, llevar la contabilidad, promocionar los autos, tramitar los salarios de los empleados, limpiar las instalaciones y los aseos, vender los coches, etc. Pues bien, algo parecido a esto es lo que hace el ADN basura en nuestro genoma y continuamente se le están descubriendo nuevas funciones. Es cierto que no forma proteínas pero tiene importantes actividades estructurales (impide que el ADN se deshilache o dañe, empaquetándolo y reparándolo) o funcionales (forma ARN que “retoca” la gestión del genoma como si fuera un “interruptor” que conectara o desconectara genes). El ácido ribonucleico ribosómico (ARNr) que constituye los más de diez millones de ribosomas que posee cada célula es, de hecho, ARN basura que le permite a estos minúsculos robots sintetizar proteínas, uniendo aminoácidos a un ritmo vertiginoso de 200 por segundo. Cosas que, desde luego, la basura no suele hacer. Muchos genetistas creen que aunque puedan haber algunos genes repetitivos sin función, la mayor parte del ADN basura es, ni más ni menos, que la fuente de la complejidad biológica humana. 



Sin embargo, no todos los evolucionistas han aceptado los descubrimientos del ENCODE. Muchos los ignoran y siguen abrazando la teoría del ADN basura porque no están dispuestos a admitir que durante cien años han estado equivocados. Aceptar estos resultados supondría confesar que su biología evolutiva materialista se sustentaba en un grave error.7 Pero, por otro lado, los proponentes del Diseño inteligente creen que si existe un Dios Creador que nos ha diseñado en base a un plan sabio, lo lógico sería esperar que el 98% de nuestro ADN sirviera para algo y que, de ninguna manera, fuera basura genética en su totalidad. Y esto es precisamente lo que se ha descubierto.



 



Notas



1 Dawkins, R., 1979, El gen egoísta, Labor, Barcelona, p. 75.



2 Dawkins, R., 2004, A Devil’s Chaplain: Reflections on Hope, Lies, Science, and Love, Mariner Books, p. 99.



3 Dawkins, R., 2009, The Greatest Show on Earth: The Evidence for Evolution, Free Press, p. 333.



4 Orgel, L. & Crick, F., 1980, “Selfish DNA: the ultimate parasite”, Nature, 284:604-706 (April 17, 1980).



5 Puede encontrarse abundante material sobre ENCODE en http://www.nature.com/encode/



6 Dawkins, R., 2012, “Jonathan Sacks and Richard Dawkins at BBC RE:Think festival, 12 September 2012 (http://www.youtube.com/watch?v=roFdPHdhgKQ)”: 13:18-14:10.



7 Carey, N. 2016, ADN basura: un viaje por la materia oscura del genoma humano, Buridán, Barcelona, p. 208.


 

 


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