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Protestante Digital

 
 

El poder transformador de la palabra XLIII

El gemido de la tierra es conmovedor y retador. El hombre como parte de la creación debe preocuparse por el otro.
MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 20 DE AGOSTO DE 2016 21:00 h
Dios es el que lo mueve todo.

En estos días en que la inmigración va a la par que el terrorismo en cuanto a la preocupación de los ciudadanos de muchos lugares del mundo, te sientes privilegiado por haber vivido unos cuantos años de tu vida en una frontera entre dos países: Brasil y Bolivia, además de la muy cercana frontera peruana. Concretamente en las ciudades de Cobija (capital del Departamento Pando-Bolivia) y Brasiléia, un municipio del Estado del Acre (Brasil). Nací en Cobija pero de mis cuatro abuelos, solo uno era de Bolivia. Es más, mi esposo es de origen peruano y mi hijo salmantino, ambos con todos los mestizajes a cuesta.  Las dos ciudades de esa Raya apenas están separadas por el río Acre, casi puedes tener un pie en cada país. Recuerdo que cuando podía pasaba al otro lado a tomar el típico tacacá brasileño, una especie de sopa con tucupí de mandioca, camarones y un hoja llamada jambú.



En la época del auge del caucho, a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la moneda utilizada era la libra esterlina, llegaron gentes de Líbano, Portugal, España, China, Japón...  Con lo cual, muchos teníamos abuelos originarios de estos lugares de la geografía mundial. Crecimos con los sabores sirios-libaneses, portugueses, japoneses, brasileños. Incluso rememoro a un comerciante judío que vendía telas al lado de la casa de mi abuela. A un italiano... Los platos típicos incluían todos esos sabores llegados de todas partes: la feijoada se mezclaba con el majao o el masaco; el kibbeh con el picante de gallina; el dulce de gergelim con el tujuré; el tabule con arroz a la valenciana; la lasaña con la ensalada de papaya verde; el pan de arroz con el vatapá o el pao de milho con leche de castaña, o la tapioca, o la crema de maracujá, o el cus-cus.... Lo diferente para nosotros era lo normal.  Ni siquiera sé cuándo aprendí a hablar portugués, idioma que me sirvió para estudiar la carrera en una ciudad brasileña llamada Cuiabá.



Ser de muchas orillas te facilita recalar con facilidad allá donde hay hospitalidad y llegar a amar ese lugar de acogida. Te proporciona papilas gustativas internacionales. Lo negro te parece blanco y viceversa (hablo de pieles). Donde llegas tienes una actitud misionera, queriendo aprender el idioma, enriquecerte con otras culturas. No pierdes, enriqueces.



Desde muy pequeñita crucé fronteras en unas "catrayas", que eran unas barcazas que iban y venían de una orilla a otra durante todo el día; hoy se transita a través de un bello puente, construido durante el gobierno de Lula. Las relaciones comerciales son muy fluidas entre las dos ciudades fronterizas. Gran parte de los productos de alimentación se compran en los supermercados brasileños y del otro lado visitan tierras bolivianas para comprar electrodomésticos, ropa, perfumes, etc., ya que hay zona franca.



Hace un tiempo, debido a problemas de índole político en Bolivia, la pequeña ciudad de Brasiléia acogió a 600 refugiados bolivianos. Un gesto de solidaridad y cumplimiento de los Derechos Humanos, pienso; no entraré en detalles porque ya no vivo allá.  En tiempos pasados, el único canal de televisión que se podía ver en Cobija era la Rede Globo, gracias a ello muchos aprendieron un portugués fluido. Como se puede constatar, a pesar de las diferencias que existen en materia de fútbol, a la hora de la verdad hay una hermandad.



Las dos ciudades son la Finisterre de Brasil y de Bolivia, lo último de lo último, casi desconocido para el resto de la población por la lejanía y por la inexistencia de vías terrestres en el caso boliviano. Pero en estos días en que puedo recordar con más tranquilidad, al leer en Protestante Digital una noticia sobre el Encuentro de Líderes Jóvenes, enmarcado en el Movimiento de Lausana, que tuvo lugar en Jakarta (Indonesia) hace apenas unos días, vi un nombre que me sonó conocido (espero no equivocarme), el de Marina Silva, una ex candidata a la presidencia de Brasil, quien se caracteriza por su militancia en la defensa del medioambiente. Decía la noticia que Marina S. estuvo hablando de ecología a los jóvenes que participaban en el mencionado encuentro. Y yo regresé al pasado allá en la ciudad de Brasiléia-Acre, de la que ya he comentado anteriormente, y donde trabajé año y medio antes de aterrizar en Salamanca en el año 1987.



Hacía poco que había terminado la carrera y empezado a trabajar en un organismo de desarrollo de mi ciudad. Desde el mismo pude realizar un curso de la OEA en Venezuela (becada), pero a mi regreso me deparé con cambios negativos en Bolivia. Sin embargo, me llamaron para trabajar en una pequeña prefectura (ayuntamiento) de la ciudad fronteriza, ya que estaban formando equipo para poner en marcha pequeños proyectos tanto en el área urbana como en el área rural, en mi caso.  Hoy agradezco mucho ese gesto y no lo olvido porque era extranjera y fui bien recibida; aunque también me sentía parte, ya que mis bisabuelos habían llegado al Acre desde el Nordeste de Brasil. No dudé en aceptar porque quería llevar a la práctica todo lo que había aprendido y estaba muy ilusionada. Lo primero que me asignaron fue ayudar a los barrios de la periferia a que pudieran implementar pequeños huertos y mejorar su alimentación, proveyéndoles los implementos necesarios. Para ello entramos en contacto con los representantes de las distintas asociaciones de vecinos para saber si aceptaban la propuesta. Y en una de ellas, la más reivindicativa, conocí a Marina Silva y a Osmarino Amâncio. Seguro que no me recuerdan, yo apenas era una joven técnico de una institución del estado que quería colaborar y aprender. Los representantes del barrio pidieron mucha claridad. Y ahora entiendo la desconfianza inicial y las palabras enérgicas. Más tarde me informaron que, ambos, junto a Chico Mendes y otros trabajaban en la defensa  de los siringueros que extraían el caucho, colectivo que veía peligrar su sobrevivencia en la Amazonía. Tenían un gran compromiso con esa tierra.



Chico Mendes, junto a Wilson Pinheiro e Ivair Higino habían fundado el Sindicato de Trabajadores Rurales de Brasiléia y Xapuri, cuando llegaron colonos del sur de Brasil para poblar la Amazonía, pues según pensaban los militares podía perderse. Estos no tomaron en cuenta a los siringueros y empezaron los problemas en detrimento de éstos. Parece ser que Marina más tarde se unió a su causa pues al igual que Mendes y Amâncio es descendiente de siringueros.



Cuando empecé a trabajar en Brasiléia supe que hacía poco habían asesinado a uno de los fundadores del sindicato, Wilson Pinheiro. La sede del sindicato estaba cerca de mi trabajo; por allí pasaba todos los días para llegar a mi oficina. En la Prefectura conocí a Chico Mendes un día que pasó por allí a saludar y charlar con uno de mis compañeros de equipo. Para mí era la época de observar, oír y conservar. Caso contrario, le habría hecho una entrevista y enviado por telefax, que era lo que teníamos en ese momento, a algún medio de comunicación del mundo. Después de un  año de estar en España supe de su asesinato, lo cual me conmocionó.



Opinar desde la distancia y con solo los recuerdos que son muy personales y a veces parciales, me hace sentir algo atrevida, osada. No obstante, pienso que por algo estuve año y medio en ese lugar y pude observar un momento de la vida de las personas de ese lugar.   



No seguí la trayectoria de Marina Silva en ningún momento, pero supe que estuvo al frente del Ministerio del Medioambiente de Brasil, en el gobierno de Lula. Y que renunció al cargo debido a que las políticas desarrolladas eran contrarias a todo por lo que había luchado. Recién hoy admiro esta actitud, sobre todo porque no es fácil renunciar a los privilegios que reportan los cargos. Ser consecuente con lo que se pregona no es fácil. Nos puede pasar a todos. También sé que algunos de sus antiguos compañeros dicen que se ha dejado llevar por otros rumbos. No lo sé, estoy a miles de kilómetros de distancia.



Pienso que no fue por casualidad que tuve que encontrarme, aunque sea fugazmente, con estos personajes que me dieron testimonio de compromiso y defensa de lo a veces indefendible.  Es difícil no comprometerse cuando conoces, hablo de ellos, y has formado parte de la dura vida de los que extraen el caucho en Bolivia o Brasil. Lo hacen en situación de semiesclavitud. Jamás pueden abandonar al dueño de la "barraca", pues tienen una deuda permanente con él que nunca pueden pagar. Como ya comenté, se dice que Marina Silva creció en este medio, trabajó en él. Así que no es de extrañar su compromiso. Sé que ahora tiene a Jesús en su vida. Me imagino que esto refuerza su defensa por todo lo creado. Y como hemos podido leer en la noticia aparecida en Protestante Digital, lo está transmitiendo a los más jóvenes.



Es una pena, pero hoy vemos que el hombre se ha olvidado que Dios le ha puesto para administrar con amor su creación. Es representante del dominio divino. Ahora entiendo toda esa lucha para quien ha vivido de cerca la deforestación del pulmón del mundo. Cuando es testigo de la tala indiscriminada de los árboles. De la existencia de una minería ilegal que contamina ríos y lagunas con el mercurio utilizado para el lavado del oro. Y sus consecuencias nefastas para la población. El gemido de la tierra es conmovedor y retador. El hombre es también parte de la creación. De ahí que debe preocuparse por el otro.



Todo esto me demostró que no siempre lo mejor son los grandes proyectos. Recuerdo el gozo cuando vimos las primeras hojas de lechuga o los primeros tomates en los huertos de los barrios que nos aceptaron. Y luego con recursos de organismos nacionales pudimos proveer de maquinaria agrícola a los campesinos de zonas más alejadas. Para llegar a esos lugares había que transitar por carreteras polvorientas pero todo fue compensado cuando pudieron devolver los recursos con productos de sus tierras. Los recursos podían ser reinvertidos en otros campos. Defendimos con uñas y dientes estos escasos recursos para que no se destinaran a otros menesteres. Hace algunos años, durante una visita a Brasiléia, por casualidad me reencontré con unas mujeres de uno de los barrios y nos saludamos con afecto. Ya sé que no hay casualidades.



Y no la hay en todo esto que sucedió. Si no, no estaría hablando de esta mujer llamada Marina Silva, que apenas conocí pero no he olvidado. Y celebro que no haya cesado en sus labores en defensa de una tierra que gime con gemidos aterradores. Que la defienda con los principios bíblicos que serán su hoja de ruta en sus próximos pasos a dar. Y que de seguro le mostrarán dónde debe estar. Y no cambiar...



Todo esto me lleva a pensar en cómo Dios lo mueve todo. Alguien de un remoto lugar de Brasil, de Brasiléia-Acre, de pronto está hablando a gentes de toda nación, tribu, pueblo y lengua en un lugar del orbe llamado Jakarta. Y yo estoy en España. Podría haberme quedado allí pero de alguna manera alguien movió los hilos para que sea que no. Podría pensar que de allí estaría más cerca de otros, pero no es así. Nadie me puede decir que debería estar por allá. Ni por más acá. O que soy una carga para la Seguridad Social...



Dios es el que lleva de Ur a Canaán, o a Egipto. O nuevamente a Padán Aram. O a Egipto otra vez. O a Susa. O a Babilonia, que no era el paraíso.


 

 





 
 
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