La enfermedad, los desastres y la corrupción son síntomas de un problema mayor: la raza humana se ha rebelado contra el Creador.
En nuestro dolor, ¿dónde está Dios? Si Dios es bueno y compasivo, ¿por qué la vida es a veces tan trágica? ¿Ha perdido Dios el control? O, si Él todavía tiene el control, ¿qué es lo que trata de hacerme a mí y a otros?
Algunos han optado por negar la existencia de Dios porque no pueden imaginarse la existencia de una divinidad que permita tal desdicha. Otros creen que Dios existe, pero no quieren nada con Él porque no creen que pueda ser bueno. Otros se han conformado con creer en un Dios bondadoso que nos ama, pero que ha perdido el control de un planeta rebelde. E incluso hay quienes se aferran con firmeza a creer en un Dios sapientísimo, todopoderoso y amoroso que de alguna manera usa el mal para bien.
Si escudriñamos la Biblia, descubrimos que la misma presenta a un Dios que puede hacer todo lo que desee. A veces actúa por misericordia y hace milagros a favor de su pueblo. Sin embargo, en otras ocasiones ha optado por no hacer nada para impedir la tragedia. Se supone que esté íntimamente involucrado en nuestras vidas y, sin embargo, a veces parece sordo cuando clamamos pidiendo ayuda. En la Biblia, nos asegura que controla todo lo que sucede, pero a veces permite que seamos el blanco de personas malas, malos genes, virus peligrosos o desastres naturales.
Si te pasa como a mí, seguramente anhelas una respuesta a este enigmático asunto del sufrimiento. Creo que Dios nos ha dado suficientes piezas del rompecabezas para ayudarnos a confiar en Él incluso cuando no tenemos toda la información que nos gustaría. En estos artículos, veremos que las respuestas básicas de la Biblia son que nuestro buen Dios permite el dolor y el sufrimiento en el mundo para alertarnos del problema del pecado, para dirigirnos a responderle en fe y esperanza, para moldearnos de manera que seamos más semejantes a Cristo, y para unirnos, de forma que nos ayudemos mutuamente.
¿POR QUÉ EL SUFRIMIENTO?
Para alertarnos
Imagínate un mundo sin dolor. ¿Cómo sería? En principio la idea puede sonar atractiva. Se acabaron los dolores de cabeza, de espalda, los males estomacales, las palpitaciones cuando el martillo te da en el dedo y no en el clavo, los dolores de garganta. Sin embargo, tampoco habría una sensación que te permitiese darse cuenta de que tienes un hueso roto o un ligamento desgarrado. No habría una alarma que te permitiese saber que tienes una úlcera haciéndote un agujero en el estómago, ni molestias que te advirtieran de un tumor canceroso que crece para invadir todo tu cuerpo. No habría angina de pecho que te permitiese saber que los vasos sanguíneos que llegan a tu corazón se están obstruyendo, ni dolor que te advirtiera de un apéndice inflamado.
Por más que aborrezcamos el dolor, tenemos que admitir que muchas veces tiene un propósito bueno. Nos advierte cuando algo no anda bien. El verdadero problema es la causa de la desgracia, no la agonía en sí. El dolor es simplemente un síntoma, una sirena o campana que suena cuando una parte del cuerpo está en peligro o se halla bajo ataque.
En esta sección veremos cómo el dolor podría ser la manera de Dios de alertarnos respecto a que:
1. Algo anda mal en el mundo.
2. Algo anda mal con las criaturas de Dios.
3. Algo anda mal en mí.
Cualquiera de estos problemas podría ser la razón del dolor en nuestras vidas. Examinemos cada uno de los posibles diagnósticos.
1. Algo anda mal en el mundo
La triste condición de nuestro planeta indica que algo ha salido terriblemente mal. El sufrimiento que experimentamos y la angustia que percibimos en los demás indica que el sufrimiento no discrimina raza, condición social, religión ni moralidad. Puede parecer cruel, fortuito, sin propósito ni fin determinado, grotesco y totalmente fuera de control. A las personas que tratan de ser buenas les suceden cosas malas, y a los que disfrutan la maldad les suceden cosas buenas.
La aparente injusticia de ello nos ha impactado a casi todos nosotros. Recuerdo cuando mi abuela estaba muriendo de cáncer. Mis abuelos se mudaron a mi casa. Mi madre, enfermera titulada, la cuidó en sus últimos meses. Mamá le daba los calmantes. Mi abuelo deseaba desesperadamente que se curase. Finalmente llegó el día en que una carroza fúnebre se llevó su cuerpo frágil y enflaquecido. Sabía que mi abuela estaba en el cielo, pero, con todo, me dolió. Detesté el cáncer entonces, y todavía lo detesto.
Mientras estoy aquí sentado pensando en todo el sufrimiento que han experimentado mis amigos, compañeros de trabajo, parientes, vecinos y hermanos en la fe, casi no puedo creer lo larga que es la lista, y eso que no está completa. Estas personas han sufrido mucho sin que aparentemente hayan tenido la culpa de ese dolor: un accidente, un defecto congénito, un desorden genético, un aborto involuntario, un padre abusivo, dolor crónico, un hijo rebelde, una enfermedad grave o accidental, la muerte de un cónyuge o de un hijo, una relación rota, un desastre natural. Simplemente no parece justo. De vez en cuando me siento tentado a dejarme dominar por la frustración.
¿Cómo podemos resolver esto? ¿Cómo vivir con las crueles verdades de la vida sin negar la realidad ni dejarse vencer por la desesperación? ¿No pudo Dios haber creado un mundo en el que nada saliese mal? ¿No pudo haber hecho un mundo en donde la gente no tuviese nunca la capacidad de tomar malas decisiones ni de herir a otro? ¿No pudo haber creado un mundo donde los mosquitos, la mala hierba y el cáncer no existiesen? Sí pudo, pero no lo hizo.
El gran regalo de la libertad humana que Dios nos ha hecho, la capacidad de escoger, lleva consigo el riesgo de tomar malas decisiones.
Si tú pudieses escoger entre ser una criatura con libertad de pensamiento en un mundo en el que las malas decisiones causan sufrimiento, o ser un robot en un mundo sin dolor, ¿cuál preferirías? ¿Cuál clase de ser glorificaría más a Dios? ¿Qué tipo de criatura le amaría más?
Nosotros pudimos haber sido creados para ser como la graciosa muñequita de pilas que dice: “Te quiero” cuando la abrazan. Pero Dios tenía otros planes. Corrió el “riesgo” de crear seres que pudiesen hacer lo inconcebible: rebelarse contra su Creador.
¿Qué sucedió en el paraíso? La tentación, las malas decisiones y las trágicas consecuencias destruyeron la tranquilidad de la existencia de Adán y Eva. Génesis 2 y 3 explican minuciosamente cómo Satanás probó el amor de ellos por el Señor… y fallaron. En términos bíblicos, ese fracaso se llama pecado. Y, de la misma manera en que el virus del sida infecta un cuerpo, destruye el sistema inmunológico y conduce a la muerte, asimismo el pecado se propaga como una infección mortal que pasa de una generación a otra. Cada nueva generación hereda los efectos del pecado y el deseo de pecar (Romanos 1:18-32; 5:12, 15, 18).
No solo tuvo la entrada del pecado en el mundo efectos devastadores sobre la naturaleza de los seres humanos, sino que también provocó el juicio inmediato y continuo de Dios. Génesis 3 relata cómo la muerte física y espiritual se hicieron parte de la existencia humana (vv. 3, 19), los partos se hicieron dolorosos (v. 16), la tierra fue maldita con cardos que harían difícil el trabajo del hombre (vv. 17-19), y Adán y Eva fueron echados del jardín especial donde habían disfrutado de una íntima comunión con Dios (vv. 23, 24).
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo describió toda la creación de Dios diciendo que gime y espera anhelante el momento en que será liberada de la maldición de la degeneración y hecha de nuevo, libre de los efectos del pecado (Romanos 8:19-22).
La enfermedad, los desastres y la corrupción son síntomas de un problema mayor: la raza humana se ha rebelado contra el Creador. Toda tristeza, aflicción y agonía son vívidos recordatorios de nuestra difícil condición humana. Al igual que un letrero de neón gigante, la realidad del sufrimiento comunica a gritos el mensaje de que el mundo no es como Dios lo creó.
Por tanto, la primera y más básica respuesta al problema de la existencia del sufrimiento es que es el resultado directo de la entrada del pecado en el mundo. El dolor nos pone sobre aviso de que una enfermedad espiritual está arruinando nuestro planeta. Muchas veces, nuestros problemas pueden ser meramente los efectos secundarios de vivir en un mundo caído, sin que tengamos directamente la culpa de ello.
2. Algo anda mal con las criaturas de Dios. Podemos ser el blanco de actos crueles de otras personas o del ejército rebelde de Satanás. Tanto los seres humanos caídos como los espíritus caídos (ángeles que se han rebelado) tienen la capacidad de tomar decisiones que les perjudican a ellos y a otros.
Las personas pueden causar sufrimiento. Como criaturas libres (e infectadas por el pecado), las personas han tomado y seguirán tomando malas decisiones en sus vidas. Esas malas decisiones muchas veces afectan a otras personas.
Por ejemplo, Caín, uno de los hijos de Adán, tomó la decisión de matar a su hermano Abel (Génesis 4:7-8). Lamec se jactaba de su violencia (vv. 23-24). Sarai maltrató a Agar (Génesis 16:1-6). Labán estafó a su sobrino Jacob (Génesis 29:15-30). Los hermanos de José le vendieron como esclavo (Génesis 37:12-36), y luego la esposa de Potifar le acusó falsamente de intentar violarla, por lo cual le metieron en la cárcel (Génesis 39). Faraón trató con mucha crueldad a los esclavos judíos (Éxodo 1). El rey Herodes asesinó a todos los bebés que vivían en Belén y sus alrededores en un intento de matar a Jesús (Mateo 2:16-18).
El dolor que otros nos infligen puede ser por egoísmo de su parte. O puede que seamos blanco de persecución por nuestra fe en Cristo. A lo largo de la historia, las personas que se han identificado con el Señor han sufrido en manos de aquellos que se rebelan contra Dios.
Antes de su conversión, Saulo era un rabino anticristiano que hizo todo lo posible para hacerles la vida imposible a los creyentes, llegando incluso a cooperar para matarlos (Hechos 7:54–8:3). Pero, después de su dramática conversión al Señor Jesús, soportó valientemente todo tipo de persecución al proclamar osadamente el mensaje del evangelio (2 Corintios 4:7-12; 6:1-10). Hasta pudo decir que el sufrimiento que soportó le ayudó a ser más semejante a Cristo (Filipenses 3:10).
Satanás y los demonios también pueden causar sufrimiento. La historia de la vida de Job es un vivo ejemplo de cómo una persona buena puede sufrir una tragedia increíble debido a un ataque satánico. Dios permitió a Satanás que tomase las posesiones, la familia y la salud de Job (Job 1–2).
Me estremezco al escribir la frase anterior. De alguna manera, y por sus propias razones, Dios permitió a Satanás desolar la vida de Job. Podríamos inclinarnos a comparar lo que Dios hizo con Job con un padre que permite al abusador del vecindario darle una paliza a sus hijos solo para ver si siguen queriendo a papá después de la misma. Sin embargo, tal como concluyera Job, esa no es una evaluación justa de nuestro sabio y amoroso Dios.
Nosotros sabemos, aunque Job lo desconocía, que su vida fue ejemplo de una prueba, un testimonio vivo de la confiabilidad de Dios. Job ilustró que una persona puede confiar en Dios y mantener su integridad aun cuando la vida se desmorone (por la razón que sea), porque Dios es digno de confianza. Al final, Job aprendió que, aunque no comprendía el propósito de Dios, tenía muchas razones para creer que Él no estaba siendo injusto, ni cruel, ni sádico al permitir que su vida se destruyera (Job 42).
El apóstol Pablo padecía de un problema físico que atribuía a Satanás. Lo llamaba “aguijón en la carne […] mensajero de Satanás que me abofetee” (2 Corintios 12:7). Pablo oró para ser liberado del problema, pero Dios no se lo concedió. En vez de ello, le ayudó a ver cómo esa dificultad podía tener un buen propósito. Hacía a Pablo depender humildemente de Dios y le colocaba en una posición que le permitía experimentar su gracia (vv. 8-10).
Aunque la mayoría de las enfermedades no se pueden atribuir directamente a Satanás, los evangelios sí registran unos cuantos ejemplos de sufrimiento causados por él, incluyendo un ciego y un mudo (Mateo 12:22), y un muchacho lunático (17:14-18).
3. Algo anda mal en mí. Muchas veces, cuando algo anda mal en nuestra vida, concluimos rápidamente que Dios nos está castigando por algún pecado. Eso no es necesariamente cierto. Como indicamos antes, gran parte de nuestro sufrimiento se debe a que vivimos en un mundo imperfecto habitado por personas imperfectas y espíritus rebeldes.
Los amigos de Job creyeron erróneamente que él estaba sufriendo por algún pecado que había en su vida (Job 4:7-8; 8:1-6; 22:4-5; 36:17). Los propios discípulos de Jesús llegaron a una conclusión equivocada cuando vieron al hombre ciego. Se preguntaron si el problema visual de aquel hombre se debía a un pecado personal o a algo que sus padres habían hecho (Juan 9:1-2). Jesús les dijo que el problema físico de dicho hombre no estaba relacionado con su pecado personal ni con el pecado de sus padres (v. 3).
Con estas precauciones en mente necesitamos lidiar con la dura verdad de que hay sufrimientos que sí son una consecuencia directa del pecado, ya se trate de una disciplina correctiva de parte de Dios hacia los que ama, o de un acto punitivo de Dios a los rebeldes del universo.
Corrección. Si usted y yo hemos depositado nuestra confianza en Cristo como Salvador somos hijos de Dios. Como tales, formamos parte de una familia cuya cabeza es un Padre amoroso que nos entrena y nos corrige. Dios no es un padre abusivo y sádico que asesta golpes severos porque obtiene de ello algún placer perverso. Hebreos 12 afirma: … Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo […] Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad (Hebreos 12:5-6, 9-10).
Y a la iglesia de Laodicea Jesús le dijo: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apocalipsis 3:19).
El rey David sabía lo que era experimentar el amor firme del Señor. Después de su adulterio con Betsabé y de confabular para que matasen a su esposo en la batalla, David no se arrepintió hasta que el profeta Natán lo confrontó. El Salmo 51 relata la lucha de David con la culpa y su clamor por perdón. En otro salmo, David reflexionó en los efectos de tapar e ignorar el pecado. Escribió: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano…” (Salmo 32:3-4).
En 1 Corintios 11:27-32, el apóstol Pablo advirtió a los creyentes que tratar con ligereza las cosas del Señor —como participar de la Santa Cena sin tomarla en serio— acarrea disciplina. Pablo explicó que esta disciplina del Señor tenía un propósito. Dijo: “… mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (v. 32).
La mayoría de nosotros comprende el principio de que Dios disciplina al que ama. Es de esperar que un padre amoroso nos corrija y nos llame a renovar nuestra obediencia a Él.
Juicio. Dios también actúa para lidiar con los incrédulos obstinados que persisten en hacer el mal. Una persona que no haya recibido de Dios el regalo de la salvación puede esperar ser objeto de la ira de Dios en el día del juicio futuro y el peligro de un juicio severo ahora si Dios así lo decide.
El Señor produjo el diluvio para destruir a la decadente humanidad (Génesis 6). Destruyó a Sodoma y Gomorra (Génesis 18–19), envió plagas a los egipcios (Éxodo 7–12), mandó a Israel a destruir completamente a los paganos que habitaban la Tierra Prometida (Deuteronomio 7:1-3), mató al arrogante rey Herodes del Nuevo Testamento (Hechos 12:19-23); y, en el día del juicio futuro, repartirá justicia perfecta a los que rechacen su amor y autoridad (2 Pedro 2:4-9).
Sin embargo, aquí y ahora enfrentamos desigualdades. Por razones sapientísimas que solo Él conoce, Dios ha optado por retrasar su justicia perfecta. Asaf, autor de algunos salmos, luchaba con esta aparente injusticia de la vida. Escribió acerca de los malvados que hacían lo malo sin ser castigados, incluso prosperaban, mientras que muchos justos tenían problemas (Salmo 73). Respecto a la prosperidad de los malvados dijo: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos” (vv. 16,17). Asaf pudo volver a ver las cosas desde la perspectiva correcta cuando meditó en el soberano Señor del universo.
Cuando luchemos con la realidad de que los malvados están literalmente cometiendo asesinatos impunemente y toda clase de inmoralidad, necesitamos recordar que “el Señor […] es paciente para con todos, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Entonces, la primera parte de la respuesta al problema del sufrimiento es que Dios lo utiliza para alertarnos frente a graves problemas. El dolor hace sonar la alarma que indica que algo anda mal en el mundo, en la humanidad, en ti y en mí. Pero, como veremos en el próximo artículo, Dios no solo avisa de que hay problemas, sino que también los usa para exhortarnos a hallar las soluciones… en Él.
(Continuaremos en próximos artículos.)
(Artículos extraídos y adaptados del librito Why Would a Good God Allow Suffering, escrito por Kurt de Haan y publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas aquí.
El link para la descarga de este librito en concreto es este.
Si deseas más información, puedes escribirnos a [email protected].
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