La simple lógica nos dice que ninguna ley de la física puede crear materia a partir de la nada, por tanto, la ley de la gravedad no pudo crear el universo, a pesar de las elucubraciones de Hawking.
El conocido físico teórico Stephen Hawking y el físico Leonard Mlodinow publicaron en 2010 un libro de divulgación científica titulado, El gran diseño. Cuando se lee la primera página del prólogo, uno se topa de entrada con la siguiente pregunta: “¿Necesitó el universo un Creador?”
Al formularse semejante cuestión, nos da la impresión de que nuestros científicos no tuvieran bastante con la disciplina de la física -que es su especialidad- sino que quisieran además adentrarse en otros territorios ajenos a los suyos propios, como pudieran ser los de la filosofía e incluso la teología.
Pareciera que la ciencia, desde su particular punto de vista, poseyera también la última palabra en cuestiones trascendentes. Y la curiosa respuesta que ofrecen a esta pregunta eterna, que puede leerse en la última página de su texto, confirma nuestros temores: “Como hay una ley como la de la gravedad, -afirman- el universo puede ser y será creado de la nada (…). La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo.
No hace falta invocar a Dios para encender las ecuaciones y poner el universo en marcha. Por eso hay algo en lugar de nada, por eso existimos.”1 De manera que, según su opinión, todos hemos estado equivocados durante miles de años al hablar de Dios. En su lugar, deberíamos habernos referido a la omnipotente “ley de la gravedad” que es la que supuestamente lo habría creado todo de forma natural.
Y, ¿por qué la gravedad? ¿qué tiene de particular esta ley de la atracción física, culpable entre otras cosas -según se dice- de que una manzana golpeara a Newton en la cabeza cuando meditaba plácidamente? No sé si sabré explicarlo de manera adecuada, pero vamos allá.
Una cosa es la atracción gravitatoria que existe entre las grandes estructuras del universo, como estrellas, planetas y galaxias, que viene bien definida por la teoría de la relatividad general y otra diferente aquella que se da en la minúscula escala de las partículas cuánticas de la materia (estudiada por la mecánica cuántica).
El problema más profundo que tiene planteado actualmente la física teórica es cómo armonizar la primera gravedad con la segunda. Cómo unificar la relatividad general con la mecánica cuántica en una sola base matemática que describa el comportamiento de todas las fuerzas de la naturaleza. Tal sería la anhelada teoría del campo unificado que todavía se está buscando.
Volviendo ahora al tema que nos ocupa, se puede decir que el modelo cosmológico de la gravedad cuántica -propuesto en parte por Hawking- es en realidad una especie de ejercicio de cosmología metafísica que pretende eludir la singularidad inicial de la Gran Explosión y, con ello, eliminar el instante en el que Dios creó el universo.
A menudo, suele representarse esta teoría del Big Bang mediante el dibujo de un cono (o un cucurucho de helado), en el que el momento de la creación del universo coincidiría con el punto de abajo (por donde casi siempre acaba goteando), mientras que el círculo superior sería la expansión en el tiempo presente (lo primero que se mordisquea del cucurucho).
Pues bien, en el llamado “modelo de la gravedad cuántica de Hartle-Hawking” la expansión del cosmos se podría dibujar también como un cucurucho pero sin el punto de abajo. En lugar de un punto inicial habría una superficie redondeada sin ningún punto (el cucurucho jamás podría gotear helado deshecho). Esto significa que, pese a que el pasado sigue siendo finito, no habría ningún extremo o punto de comienzo.
La idea de que el tiempo tuvo un principio quedaría socavada. El concepto de singularidad inicial, exigido en la Gran Explosión y caracterizado por una densidad, temperatura y presión infinitas, sería así eliminado de un plumazo. Y, en fin, el universo aparecería de la nada sin necesidad de ningún Creador sobrenatural.
¿Qué es lo que permitiría sacar semejante conejo cósmico de la chistera? Pues, ni más ni menos que los números imaginarios que, como su nombre indica, requieren bastante imaginación. (En matemáticas, un número imaginario puede describirse como el producto de un número real por una unidad imaginaria llamada “i”, en donde esta letra “i” es la raíz cuadrada de menos uno).
Cuando en el año 1777 el matemático Leonhard Euler se inventó tal número, le puso el nombre de “imaginario” para dar a entender que se trataba de un número que no tenía existencia real. Una especie de híbrido entre el ser y la nada. Pues bien, a Stephen Hawking y sus colegas sólo les ha resultado posible eliminar la singularidad inicial del Big Bang introduciendo números imaginarios en la variable tiempo de las ecuaciones gravitatorias de Einstein. Es sabido que el resultado de una determinada ecuación depende de los números o factores que se le introduzcan. Y así, en este caso, se obtiene aquello que se deseaba obtener: una creación sin principio y supuestamente sin Creador.
Ahora bien, ¿son dichos resultados realistas o constituyen solamente un mero artificio matemático sin significado real? ¿Qué representa en el mundo real eso del tiempo imaginario? ¿Qué es un segundo imaginario? ¿Cómo es posible afirmar que el tiempo es igual al espacio?
Nuestra experiencia cotidiana es que el tiempo es metafísicamente diferente del espacio ya que sus momentos se ordenan mediante la relación “anterior a” o “posterior a”, que no sirven para ordenar los puntos del espacio. No obstante, esta diferencia fundamental se emborrona al introducir esa idea abstracta del tiempo imaginario.
Y así, todo esto parece una especie de artimaña matemática que, a sabiendas de que no puede funcionar en el mundo real, se asume de manera instrumental porque encaja con determinadas previsiones, a pesar de que en el fondo no se crea que el tiempo sea realmente como el espacio. Lo que ocurre en este modelo de la gravedad cuántica de Hartle-Hawking es que cuando los números imaginarios se cambian de nuevo por los reales entonces la singularidad inicial vuelve a aparecer y sigue siendo necesaria la intervención de un Dios creador.
Es evidente que a Hawking le gusta provocar a la gente mediante tales asuntos que tienen que ver más con la fe que con la ciencia. Ya que cuando se le pregunta acerca de su modelo cosmológico confiesa: “Soy positivista (…) no exijo que una teoría se corresponda con la realidad porque no sé qué es eso. (…) una teoría física es simplemente un modelo matemático y carece de sentido preguntar si se corresponde con la realidad”.2
Semejante respuesta equivale a un encogimiento de hombros. ¿De qué sirve su teoría -se podría preguntar- si no se corresponde con la realidad? ¿Es sólo un intento teórico por acabar con la molesta idea de la creación? A pesar de tales esfuerzos matemáticos, lo cierto es que tanto el modelo del Big Bang como el de la gravedad cuántica dejan sin explicar la verdadera causa del universo.
Además queda todavía por resolver el misterio de la segunda ley de la termodinámica. Si se elimina la singularidad inicial -como pretende Hawking- queda automáticamente sin explicación la entropía o el grado de desorden creciente que observamos en el universo.
Mientras la estructura de la Gran Explosión permite explicar adecuadamente el incremento del desorden a medida que aumenta la expansión del cosmos, el modelo de Hawking lo deja sin solución y ya no se puede comprender el origen de esta segunda ley física. De manera que la singularidad cosmológica original constituye también una virtual necesidad termodinámica.
Y, de todas formas, se diera o no el punto inicial en el hipotético cucurucho del universo, el hecho fundamental es que el cosmos empezó a existir y que tal acontecimiento sigue demandando una causa. Tanto si fue la singularidad del Big Bang, como la superficie curva de la gravedad cuántica, la cosmología es absolutamente incapaz de decirnos nada acerca de dicha causa original, a pesar de los esfuerzos teóricos de Hawking por sustituir al Creador por una ley física.
Decir que la gravedad lo creó todo a partir de la nada supone admitir la existencia previa de dicha ley. Pero eso no es la nada absoluta. Luego si no se ha creado de la nada, estamos ante una contradicción lógica. Los disparates siguen siendo disparates aunque los diga el Sr. Hawking.
Pedir que elijamos entre Dios o la ley física de la gravedad para dar cuenta del origen del universo es tan absurdo, por ejemplo, como decir que escojamos entre el ingeniero alemán Nikolaus August Otto (quien inventó el motor de explosión en 1876) o las leyes de la física, para explicar el origen de dicho motor. La física aplicada a la tecnología puede explicar cómo funcionan los motores pero no cómo empezaron a existir.
Las solas leyes físicas son incapaces de crear ningún motor de combustión interna. Es menester una inteligencia que realice determinados trabajos de ingeniería aplicada sobre unos materiales concretos. La simple lógica nos dice que ninguna ley de la física puede crear materia a partir de la nada, por tanto, la ley de la gravedad no pudo crear el universo, a pesar de las elucubraciones de Hawking. La causa del cosmos tuvo que ser ajena al mismo. Sólo un Dios trascendente pudo llamar el mundo a la existencia.
Finalmente, el Dios del que suele hablar tan a menudo nuestro autor no es tampoco el Dios que se revela en la Biblia. Un Dios que pudiera sustituirse por cualquier ley física sería un “dios tapagujeros” que no es más que la explicación de aquello que todavía desconoce la ciencia. Sin embargo, como escribe el matemático cristiano John Lennox: “Dios es el autor de todo el espectáculo. Él creó el universo y lo sostiene constantemente. (…) Dios es el creador tanto de los trozos del universo que no entendemos como de los que sí entendemos. Y, por supuesto, los segundos son los que proveen las mayores evidencias de la existencia y la actividad de Dios.”3 En efecto, todo lo que la verdadera ciencia ha descubierto hasta el presente, al margen de especulaciones pseudocientíficas, contribuye a fomentar nuestra admiración y adoración del insustituible Dios creador.
1 Hawking, S. W. & Mlodinow, L., 2010, El gran diseño, Crítica, Barcelona, p. 203.
2 Citado en Soler Gil, F., 2014, Dios y las cosmologías modernas, BAC, Madrid, p. 68.
3 Lennox, J. C., 2016, Disparando contra Dios, Andamio, Barcelona, p. 44.
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