Unos maestros enseñan con sus vidas, con su ejemplo, con su comprensión y compasión, y marcan a todos con el recuerdo de alguien maravilloso.
“Preferiría cometer errores con gentileza, antes que obrar milagros con descortesía y dureza”
Teresa de Calcuta.
Cada vez que me reúno con mis antiguas compañeras de colegio, con un grupito reducido; pero que seguimos manteniendo la amistad después de tantos años, y también después de haber compartido muchos años de días y días de pupitre y vida, hasta llegar a la Universidad, ¡es especial!
Siempre nos lo pasamos fenomenal, hablamos como locas, nos reímos, recordamos tantas y tantas cosas…… Son comidas, cenas o lo que sea, en los que todas disfrutamos un montón. Inexorablemente, cada vez, comienzan a salir recuerdos y más recuerdos que nos mantienen unidas a través de los años.
No sé como lo hacemos, pero siempre sale a relucir la que fue nuestra profesora de lengua y literatura, ¡Por supuesto! No voy a dar su nombre, pero hay algo en lo que la inmensa mayoría coincidimos:
Era dura, ¡muy dura! Además de utilizar palabras hirientes, tenía favoritismos a lo grande, hacía diferencias a su modo, tenía la mala costumbre de hacer comparaciones entre hermanas; aunque pertenecieran a diferentes cursos… En muchas ocasiones, era absolutamente ofensiva y muchas cosas más. No guardo un buen recuerdo de ella ¡ni muchísimo menos! Sólo uno, supongo que el amor por la literatura y todo lo que conlleva, estaba en mi desde siempre; era de las que me sabía los libros enteros, incluidas las poesías que traían dentro. Pero mi profesora, a pesar de todas sus “historias” y métodos pedagógicos un tanto equivocados, me enseño más que mucho ¡más qué mucho! He de reconocer que en la Universidad, hubo cosas en las que “viví de rentas” Aquella profesora, que sigue sin gustarme hasta el día de hoy, me enseñó gramática, me enseñó a escribir, a amar todavía más todo lo que tiene que ver con las letras y la literatura. ¡Sí! Sigue sin gustarme, pero siempre tendré que agradecerle todo lo que me enseñó; aunque fuera de un modo incorrecto y hasta con lágrimas, en muchas ocasiones.
Cuando Kathleen Parker era una niña y había cambiado de colegio, un día, su profesor le hizo salir a la pizarra; por razones del cambio, Kathleen se había saltado alguna lección -sin pretenderlo- en sus clases de gramática. Aquel día, esa preciosa niña cometió un error grande delante de toda la clase, que se rió y la ridiculizó sin compasión. Pero Kathleen tenía un gran profesor que salió al paso inmediatamente, e hizo callar a sus hirientes compañeros diciendo… “Ella escribe mejor que cualquiera de ustedes” Años más tarde, Kathleen Parker recordó con gratitud aquel momento y dijo:
“Ese día, empecé a escribir lo mejor posible, como él había dicho” Al cabo de los años, aquella niñita ganó el premio Pulitzer.
¡Me encanta esta bonita historia! Y como por mis estudios seculares, como madre y como persona que siempre amó a los niños…. Comparo profesor con profesora y saco muchas lecturas. La una saco resultados a base de no hacer las cosas bien, el otro consiguió los más excelentes resultados utilizando toda la comprensión y el amor del mundo. El recuerdo que tanto la una como el otro han dejado en mentes y corazones, son diametralmente opuestos.
Todos sabemos cual fue el Maestro por excelencia, ¿recordáis cómo se refería a Él “el joven rico”?... “Maestro bueno” No era un Rabino al uso, pero les daba mil vueltas en todo, los dejaba sin palabras, no eran capaces de pillarle en nada, por mucho que lo intentaran. Con doce años los dejó perplejos en el Templo, no tuvo ni la más mínima contemplación con personas tales como los Fariseos o los Doctores de la Ley, por ejemplo. Pero derramó amor a raudales con todos aquellos que necesitaban aprender de Él, o que le necesitaban. Era comprensivo, misericordioso, amoroso, perdonador, no hacía exclusiones arbitrarias……
¿Os acordáis con cuanto amor trató a la mujer que tocó Su manto por detrás? ¿Cómo ensalzó al “Buen samaritano”? ¡Cómo defendió a los niños que otros despreciaban diciendo que de ellos era el reino de los cielos! Posó en casa de Zaqueo, se portó de un modo increíble con la mujer pillada en adulterio… Con una escritura en el suelo y una pregunta, los dejó a todos sin palabras y restauró a la mujer. ¿Y María Magdalena¿ ¿Y el paralítico de Betesda? ¿Y las palabras qué necesitaba escuchar Leví y sus amigos en contraposición con el amor y compasión demostrados con la mujer del vaso de alabastro?....... Podría seguir y no acabar ¿No es cierto?
Y es que hay personas y personas, maestros y maestros, “siervos” y “siervos”… Unos enseñan con sus vidas, con su ejemplo, con su comprensión y compasión, y marcan a todos con el recuerdo de alguien maravilloso; otros, pueden saber mucho, pero dejar heridas que permanecen para siempre.
Jesús, el Maestro por excelencia, nos dejó el mejor de los ejemplos Él hizo milagros, como decía la frase del comienzo “..Anduvo haciendo bienes…” Hechos 10: 38. Hasta llegar a entregar Su vida por nosotros en la Cruz del Calvario.
Resucitó y sigue vivo, en el Cielo y a la diestra del Padre, pero tan carquita, como la distancia de una oración. ¿Le necesitas? Prueba a llamarle, siempre está a tu lado, ¡te responderá!
En cuanto a mi….. Simplemente quiero...”…. ANDAR COMO ÉL ANDUVO” 1ª Jn. 2: 6.
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