Todo creyente debería vivir como si el Señor volviera en cualquier momento, a la espera, con ansia, pero por amor, por amor a verle por fin, a estar cara a cara con Él.
“Amor es dar lo mejor de ti, sin esperar nada a cambio”
Amaury Rodríguez
Hace tiempo escuché la historia de una familia.
El padre volvía de un largo viaje de negocios y, una mañana, la hijita le dijo a la madre, ¡Mamá, quiero qué vuelva papá! La madre pensó que sería por los regalos que siempre solía traer o para que la llevara a algún sitio especial. Entonces la niña dijo, ¡Quiero qué vuelva porque le amo!
Esta historia real me lleva el pensamiento a la segunda venida de Jesús a la tierra, siempre deberíamos estar esperándola, aguardándola con ansia; pero la mayoría de las veces no es así, o es por motivos diferentes al que tendría que ser.
Muchos cristianos viven sus vidas como si olvidaran la promesa de Su regreso, pero cuando las cosas van mal….. Entonces todo el mundo recuerda aquello de, “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” Apc. 21: 4.
Muchas veces escucho con tristeza a personas que pasan por la vida cristiana un poco de puntillas, repetir con desesperación en la hora de la prueba dura, “Ojalá viniera el Señor esta misma noche, ojalá viniera y me llevara de una vez con Él” ¡Vamos! Como una especie de solución radical y maravillosa a todos y cada uno de sus problemas.
Por otro lado está algo que, no me gusta demasiado decir; pero que siempre me ha molestado bastante. Me estoy refiriendo al temor inducido para que alguien se entregue al Señor por miedo, de modo especial los niños o los “muy pecadores”.
He escuchado muchísimos testimonios de personas que se entregaron al Señor cuando eran niños, y que cuentan cosas tales como… “Todas las noches me despertaba con la misma pesadilla, el Señor venía y se llevaba a toda mi familia, yo me quedaba.. Entonces me despertaba sudando; así que, una noche, me arrodillé al lado de mi cama y le entregué mi vida al Señor” Yo sé que esto ha sido una preciosa verdad en las vidas de muchas personas cuya conversión ha sido cierta, y han sido fieles hasta el final de sus vidas; eso no quita que sigue sin gustarme ese tipo de miedos que llevan a lo que tendría que llevar el Amor, el amor al Señor con mayúsculas.
Por otro lado está, más de lo mismo, cuando predicamos el Evangelio. ¡No! A mi tampoco me gusta predicar un Evangelio descafeinado, a medias o, casi, o sin casi, cayendo en herejías tales como “El evangelio de la prosperidad” “Cree en el Señor….. Y todos tus problemas se resolverán, etc, etc…..” Eso no es cierto, más bien al contrario.
Pero he visto con dolor y hasta con rabia por dentro, como se predica aquello de “Arrepentíos o pereceréis” muy sesgado y amenazante. Simplemente no me gustan esos métodos. Creo que para invitar a una persona a acercarse al Señor y que le deje entrar en su vida, se debe comenzar por lo más grande del mundo, el inmenso Amor de Dios, luego vendrá el resto.
Todo creyente debería vivir como si el Señor volviera en cualquier momento, a la espera, con ansia, pero por amor, por amor a verle por fin, a estar cara a cara con Él.
También es lícito el desear Su regreso para que se acaben todos nuestros sufrimientos terrenales. Pero muchísimas veces, trastocamos las cosas y las cambiamos de lugar y de orden correcto.
¡Sí, ojalá el Señor viniera hoy mismo y me llevara con Él para siempre! Pero simplemente; “… Porque estar con Cristo es muchísimo mejor…”
Os dejo con un precioso soneto que me encanta, muchos grandes Teólogos se lo cuestionan y dicen que no es así; pero a mi me gusta, me gusta porque podría escoger otro camino más fácil en muchas ocasiones, pero cuando mis pies tienden a deslizarse por algún camino que no es el Suyo, vuelvo a mirar a la Cruz y me uno a estas preciosas palabras atribuidas a Teresa de Ávila……
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu Amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
“Nosotros le amamos a Él; porque Él nos amó primero”
1ª Juan 4: 19.
“…. Sí, ven Señor Jesús…”
Apc. 22: 20.
¡¡¡MARANATHA!!!
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