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Protestante Digital

 
 

El poder transformador de la palabra XXXIII

Me alegra que se hable de la pobreza y de la justicia sustentada bíblicamente.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 18 DE JUNIO DE 2016 20:30 h
justicia generosa keller Justicia generosa, Timothy Keller. Andamio, 2016.

Hace algunos días me obsequié el libro "Justicia generosa", de Timothy Keller, el cual ha sido traducido por la escritora y traductora Noa Alarcón, y publicado por Andamio. Agradezco a Publicaciones Andamio por la eficiencia en hacernos llegar los pedidos con suma rapidez. 



El tema abordado me apasiona. Y me ha encantado oír y leer los interesantes comentarios de algunos hermanos acerca del libro y su contenido. Por mi parte decir que me alegra que se hable de la pobreza y de la justicia sustentada bíblicamente. Destaco algunas afirmaciones contundentes que salen de la pluma de Keller.



"¿Por qué deberían preocuparnos los vulnerables? Porque Dios se preocupa por ellos. Observa los siguientes textos: El Señor hace justicia a los oprimidos, / da de comer a los hambrientos/ y pone en libertad a los cautivos...".



"... Hay algo tan valioso en los seres humanos que no solo no debemos asesinarlos, sino que ni siquiera debemos maldecirlos, dejando así de tratarlos como deberíamos, y eso en base al valor que Dios les ha conferido. La imagen de Dios conlleva el derecho a no ser maltratado o dañado. Según la Biblia todos los seres humanos tienen este derecho, este valor...".



"... si están intentando vivir una vida de acuerdo a la Biblia, el concepto y el llamado a la justicia es ineludible. Hacemos justicia cuando le otorgamos a todos los seres humanos su derecho como creaciones de Dios. Hacer justicia no solo incluye la enmienda de males, sino la generosidad y la preocupación social, especialmente hacia los pobres y vulnerables. Esta clase de vida refleja el carácter de Dios". 



 "Muchos creen que el trabajo de la iglesia no es hacer justicia, sino predicar la Palabra, evangelizar y edificar a los creyentes. Pero si es verdad que la justicia y la misericordia hacia los pobres son señales inevitables de una fe justificadora, es difícil creer que la iglesia no haya de reflejar este deber de alguna manera colectivamente. Y en cuanto te implicas en las vidas de las personas, en la evangelización así como en la edificación espiritual, te topas con personas con necesidades prácticas. No puedes amar a la gente solo de palabra (cf. 1 Juan 3.16-17), y, por lo tanto, no se puede amar a la gente mientras haces evangelismo y discipulados sin suplir sus necesidades prácticas y materiales por medio de acciones".



Este llamado a la acción remarcado por Keller, me ha llevado a retrotraerme al año 2010, cuando ya se llevaba un tiempo preparándose ese Tercer Congreso de Lausana que se iba a realizar en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), y en el que estuvo presente una excelente comitiva española. Gracias a Protestante Digital pudimos estar informados al respecto y fue en este periódico digital donde pude conocer acerca de este movimiento comprometido con la evangelización mundial. En ese momento oí hablar de Misión Integral, de la necesidad de tomar conciencia de la responsabilidad social de los cristianos. Es verdad que diversas organizaciones e iglesias de nuestro entorno evangélico llevaban mucho tiempo haciendo justicia y predicando la gracia. Tanto es que ese año la revista "Sembradoras" tuvo como tema principal la Acción Social. Pudimos resaltar el trabajo de Misión Urbana, Manos Extendidas, Cercáfrica, Alianza Solidaria, Diaconía, Decisión y su proyecto Operación Niño de la Navidad, Remar, Ejército de Salvación, Obra Social de la iglesia Cristo Vive. Además, en un artículo Juan A. Monroy nos habló de la labor social del protestantismo español... Juan Simarro, como siempre, en defensa de los más necesitados. Samuel Escobar reflexionó sobre "La exclusión o el abrazo".  



Cito un fragmento del Editorial de ese número de la revista: "... Palabras que necesitan de voces proféticas que den voz a los que no la tienen (Isaías 58). Y esas voces se pueden oír en este número de Sembradoras, donde obreros incansables y comprometidos con la salud integral del hombre, y que no acostumbran a pasar de largo ante el clamor de los sufrientes del mundo, nos dan su visión acerca de lo que representa la Acción Social para el mundo evangélico, donde fe y acción se aunan a través del amor para irradiarse sobre los menos privilegiados. Es el evangelio unido a su demostración. En esto mucho ha tenido que ver aquel Pacto firmado en Lausana en el año 1974, donde se redescubrió que la misión de Jesús, la de la Iglesia, era integral. Había que repartir peces pero también Pan de vida. Ésas son las pautas que nos dejó hace dos mil años y que deberían seguir vigentes, ya que no nos habla de abrogación sino de continuación. Como saborearemos en las próximas páginas, algunos se han decantado por Su programa de desarrollo integral, como se diría hoy, el hoy de los marginados y hambrientos: mil millones destacan las estadísticas...".



Durante ese año 2010, el ex Secretario General de la Alianza Evangélica Mundial, Geoff Tunnicliffe, visitó España y en una entrevista dijo: “Hay que involucrarse más en la acción social, con voces proféticas que clamen contra las injusticias”. Y el director internacional de Lausana 2010, Lindsay Brown, que participaba en el II Fórum de Apologética, que cada dos años organizan la Alianza Evangélica Española y GBU, también aseveró en otra entrevista: “Debemos combinar reflexión  teológica y praxis evangélica”.



A pesar de mi escasa preparación en todo, hace mucho tiempo sé de las recomendaciones que Dios nos da a su pueblo de ayer y de hoy acerca de los más desfavorecidos, y que en su andar por este mundo Jesús nos dejó ejemplo en cuanto a su preocupación por la justicia. No obstante, poco me atrevía a resaltarlo. Entusiasmada por todo este "revuelo" y charlando con otros hermanos me fui informando y descubrí ese Pacto de Lausana, del que cito el párrafo 5 (son 15 párrafos), dado que habla de la responsabilidad social del creyente:



 



"5. RESPONSABILIAD SOCIAL CRISTIANA



Afirmamos que Dios es tanto el Creador como el Juez de todos los hombres. Por lo tanto, debemos compartir Su preocupación por la justicia y la reconciliación en toda la sociedad humana, y por la liberación de todos los hombres de toda clase de opresión. La humanidad fue hecha a la imagen de Dios; consecuentemente, toda persona, sea cual sea su raza, religión, color, cultura, clase, sexo, o edad tiene una dignidad intrínseca, en razón de la cual debe ser respetada y servida, no explotada. Expresamos además nuestro arrepentimiento, tanto por nuestra negligencia, como por haber concebido, a veces, la evangelización y la preocupación social como cosas que se excluyen mutuamente. Aunque la reconciliación con el hombre no es lo mismo que la reconciliación con Dios, ni el compromiso social es lo mismo que la evangelización, ni la liberación política es lo mismo que la salvación, no obstante afirmamos que la evangelización y la acción social y política son parte de nuestro deber cristiano. Ambas son expresiones necesarias de nuestra doctrina de Dios y del hombre, de nuestro amor al prójimo y de nuestra obediencia a Jesucristo. El mensaje de la salvación implica también un mensaje de juicio a toda forma de alienación, opresión y discriminación, y no debemos temer el denunciar el mal y la injusticia dondequiera que existan. Cuando la gente recibe a Cristo, nace de nuevo en Su Reino y debe manifestar a la vez que difundir Su justicia en medio de un mundo injusto. La salvación que decimos tener, debe transformarnos en la totalidad de nuestras responsabilidades, personales y sociales. La fe sin obras es muerta.



(Hech. 17:26,31; Gén. 18:25; Isa. 1:17; Sal. 45:7; Gén. 1:26,27; Sant. 3:9; Lev. 19:18; Luc. 6:27,35; Sant. 2:26-26; Juan 3:3,5; Mat. 5:20; 6:33; 2 Cor. 3:18.)".



 



Y en una reflexión de Pablo Davies sobre el Pacto, pude leer:  "En sexto lugar, el Pacto contiene casi la primera declaración sobre la responsabilidad social como parte integral de la misión. Esto era, para aquel momento, un milagro, que un congreso organizado por la Organización Billy Graham proclamara que lo social es integral a la misión. El pecado de espiritualizar la misión había sido uno que, como evangélicos, hemos cometido. El Pacto nos recuerda que Dios vino al mundo para salvarnos, no nos subió en un ascensor espiritual al cielo"



Fue en el mismo año 2010 cuando en una reunión en Valencia, durante la cual tuve la oportunidad de conocer a René Padilla, del que ya había oído hablar sobre su participación activa y con mucha responsabilidad, al lado de Samuel Escobar, en la elaboración del Pacto de Lausana, documento resultante de aquel congreso llevado a cabo en el año 1974 y en el que se logró introducir el importante tema de la responsabilidad social cristiana. Pues de este tema habló Padilla en la citada reunión, y resaltó la importancia de las dimensiones sociales del evangelio, en lo que los cristianos tenemos una gran responsabilidad, pues “Dios espera que su pueblo responda ante la injusticia social”. Mencionó que se debe hacer reflexión teológica tomando el contexto político y social. A esto se están abocando los teólogos latinoamericanos, conscientes que la solución del problema social no radica sólo con la evangelización. Como uno de los progenitores de la Misión Integral, Padilla insistió en nuestro compromiso para con la sociedad por el hecho de ser cristianos. Siempre que esta responsabilidad social esté sustentada bíblicamente. También comentó que la iglesia local tiene que tomar en serio la misión de Dios. La Iglesia debe dejar de ser un templo para convertirse en un centro de transformación: “Niños, jóvenes, ancianos, pueden desempeñar una tarea. Pues desde la perspectiva de Dios desde el más desapercibido puede hacer algo grande”.



Escucharlo me llevó a pedirle un artículo para el quinto número de la revista Sembradoras que en el año 2011 se centró en la Misión. Hoy quiero publicar ese artículo. 



 



 



MISION INTEGRAL



C. RENÉ PADILLA



Hasta hace unas tres décadas, poco o nada se hablaba de “misión integral” en círculos evangélicos. Se daba por sentado que la misión tenía que ver con la tarea de proclamar el Evangelio de Jesucristo a las naciones, preferentemente de ultramar, que todavía no lo conocían. La situación ha cambiado: hoy se habla mucho del tema, especialmente en conferencias internacionales. Sin embargo, no siempre hay claridad en cuanto al significado de esta expresión y hay el peligro de que se convierta en una frase de moda, vacía de sentido.



En realidad, la frase “misión integral” fue acuñada más que nada en el seno de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) con la idea de hacer justicia a la enseñanza bíblica respecto a la misión de la Iglesia. Fue el resultado de una toma de conciencia de la necesidad de volver al texto bíblico en busca de elementos que ayudaran al pueblo de Dios a cumplir su papel en la historia a la luz de su compromiso con Jesucristo y de su situación concreta en América Latina. 



 



Dos extremos



Cualquiera que conozca las iglesias evangélicas en nuestros países sabe bien que a lo largo de los años estas iglesias, en general, se han especializado en la evangelización. Han considerado que su tarea prioritaria, si no única, es “ganar almas para Cristo” y “plantar iglesias”. Y muchas de ellas hasta han sospechado de quienes han sostenido que la misión incluye otros elementos esenciales. 



Hay por lo menos dos razones históricas que explican esta actitud. Por un lado, la mayoría de los misioneros que nos trajeron el Evangelio tenían esa visión de la obra misionera y de la tarea de la Iglesia. Por otro lado, era lógico que el pueblo evangélico, como una pequeña minoría muchas veces menospreciada y perseguida, quisiera crecer numéricamente para ganar espacio en la sociedad. El problema es que a la iglesia no llegan almas descarnadas, sino gente de carne y hueso con múltiples necesidades humanas. 



En el otro extremo, ha habido iglesias (las menos, pero de todos modos las ha habido) que se han dedicado a servir a la comunidad a su alrededor de diferentes maneras, pero han olvidado la evangelización. Hace un tiempo fui invitado a una de esas iglesias en Buenos Aires. Aunque es reconocida en todo el barrio como una iglesia que sirve con diversos programas (jardín de infantes, escuela primaria, hogar para madres solteras, programas de prevención del sida, etc.), tenía un gran problema: ¡se estaba quedando sin miembros! Cuando les pregunté a los líderes qué se estaba haciendo en cuanto a la evangelización, me respondieron que nada porque no querían ser “proselitistas”. Su crisis era el resultado de un mal enfoque de la misión de la Iglesia, a partir del cual había que escoger entre no evangelizar y hacer proselitismo.



 



En busca de equilibrio



La teoría y la práctica de la misión integral son un esfuerzo por corregir las distorsiones de los dos extremos mencionados integrando la evangelización con otras dimensiones de la misión. Se considera que los varios elementos de la misión se complementan entre sí; pueden distinguirse pero no separarse. Para su integración como elementos constitutivos, esenciales de la misión de la Iglesia, hay dos enfoques, el uno desde la perspectiva del propósito de Dios y el otro desde el punto de vista de la naturaleza del ser humano.



 



La misión integral y el propósito de Dios



El primer enfoque afirma que el propósito de Dios es la redención de la creación. Como Juan Stam ha mostrado en su enjundioso librito Las buenas nuevas de la creación (Nueva Creación, 1995), el mensaje bíblico de la salvación culmina en el anuncio de “nuevos cielos y nueva tierra”. “En el pensamiento bíblico -dice- la creación no se contempla aparte de la salvación, ni la salvación aparte de la creación. Por eso, la teología bíblica de la creación es absolutamente indispensable para nuestra fiel comprensión tanto del evangelio como de la misión de la iglesia. Jamás podremos entender bíblicamente la salvación y la misión si las desvinculamos de la creación”.



Esto quiere decir, entre otras cosas, que el propósito de la misión no es meramente la salvación del alma, sino la transformación de la persona de modo que ésta glorifique a Dios en todas las dimensiones de la vida humana: en su relación con Dios, pero también en sus relaciones interpersonales, en su relación con la creación de Dios y en su manera de concebirse a sí misma. La conversión de la persona a Jesucristo es la irrupción de la nueva creación que convierte al ser humano en una manifestación del propósito de Dios de hacer nuevas todas las cosas. Hablar de misión integral, por lo tanto, es hablar de la misión orientada a la reconstrucción de la persona en todo aspecto de su vida, tanto en lo espiritual como en lo material, tanto en lo físico como en lo psíquico, tanto en lo personal como en lo social, tanto en lo privado como en lo público. Vista así, la misión no se limita a asegurar un lugar en el cielo, en el hogar “más allá del sol”, sino apunta a transformar a la persona en un colaborador de Dios, en un agente del propósito de Dios de colocar todas las cosas bajo el mando del Señor Jesucristo (ver Ef 1:10). 



Esta manera de ver las cosas tiene importantes consecuencias para la evangelización. Una de ellas es que el propósito de la evangelización no es hacer de las personas individuos religiosos que se separan del mundo para disfrutar de su salvación. El propósito de la evangelización es, más bien, formar comunidades que confiesan a Jesucristo como Señor de la totalidad de la vida y viven a la luz de esa confesión; comunidades que no sólo predican acerca del amor de Dios sino que lo demuestran concretamente en términos de “buenas obras”, “las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (Ef 2:10). 



 



La misión integral y la naturaleza del ser humano



El segundo enfoque toma en cuenta que el ser humano es una unidad de cuerpo, alma y espíritu, inseparables entre sí. Esto es algo que la Biblia da por sentado tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Y es también algo que hoy la ciencia confirma; por ejemplo, cuando en el campo médico se habla de “enfermedades psicosomáticas”, aquellas en las cuales un problema psicológico repercute en la salud física, o una enfermedad física repercute en la salud mental. 



Porque el ser humano es una unidad, no se puede pretender ayudar a la persona dando atención a sus necesidades en un solo aspecto de lo que es (por ejemplo, su necesidad de perdón de Dios, una necesidad espiritual), pero dejando completamente de lado sus necesidades en otros aspectos (por ejemplo, en el corporal o el material). Santiago reconoce esto y por lo tanto asevera que la fe que no reconoce las necesidades del cuerpo y se limita a expresar buenos deseos “está muerta”: “Supongamos que un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse y carecen del alimento diario, y uno de ustedes les dice: ‘Que les vaya bien; abríguense y coman hasta saciarse’, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué servirá eso? Así también la fe por si sola, si no tiene obras, está muerta” (Stg 2:15-17). 



Desde esta perspectiva, la misión integral es la misión orientada a la satisfacción de las necesidades básicas del ser humano, incluyendo su necesidad de Dios, pero también su necesidad de amor, alimento, techo, abrigo, salud física y mental, y sentido de dignidad humana.  



Además, este enfoque toma en cuenta que el ser humano es un ser social, hecho para vivir en comunión en Dios y con el prójimo. Consecuentemente, presupone que no basta ocuparse del bienestar espiritual individual de una persona sin a la vez prestar atención a sus relaciones interpersonales y su ubicación en la sociedad. El amor a Dios es inseparable del amor al prójimo: “De estos dos mandamientos -dijo Jesús- dependen toda la ley y los profetas” (Mt 22:40). Pero, ¿cómo puede la persona crecer en su capacidad de amor al prójimo si la única ayuda que recibe está enfocada en su relación con Dios a nivel individual, sin referencia a su relación con los demás?  



Desde este ángulo, hablar de misión integral es hablar de la misión orientada a formar personas solidarias, que no viven para sí sino para los demás; personas con la capacidad de recibir y de dar amor; personas que “tienen hambre y sed de justicia” y que “trabajan por la paz” (shalom), que no es meramente ausencia de conflicto sino vida en abundancia (Mt 5:6, 9).



 



¿Qué es, entonces, la misión integral?



La confusión en cuanto al significado de la misión de la Iglesia se deriva de un falso concepto del propósito de Dios y de la naturaleza del ser humano. Se supone que lo que Dios quiere hacer es “salvar almas”, en vez de “reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo” (Col 1:20); que el ser humano sólo necesita ser reconciliado con Dios, en vez de recibir todo lo que precisa para disfrutar de la “vida en abundancia” que Dios quiere darle. En última instancia, es una confusión emparentada con ideas importadas de la filosofía griega, una confusión que pone en evidencia el abandono de la enseñanza bíblica.



La misión sólo hace justicia a la enseñanza bíblica y a la situación concreta cuando es integral. En otras palabras, cuando es un cruce de fronteras (no sólo geográficas sino culturales, raciales, económicas, sociales, políticas, etc.) con el objetivo de transformar la vida humana en todas sus dimensiones, según el propósito de Dios, y de empoderar al ser humano para que disfrute la vida plena que Dios quiere darle.



En su monumental obra misionológica intitulada Misión en transformación, David Bosch señala que cuando se busca una comprensión abarcadora de la misión se corre el riesgo de acercarse demasiado a la idea que “todo es misión”, dando así pie al famoso refrán de Stephen Neill: “Si todo es misión, nada es misión”. La solución del problema, según Bosch, no es volver a una definición estrecha y reduccionista de la misión, sino afirmar que la misión es “un ministerio multifacético respecto al testimonio, el servicio, la justicia, la sanidad, la reconciliación, la liberación, la paz, la evangelización, el compañerismo, el establecimiento de nuevas iglesias, la contextualización y mucho más”.



La misión de la Iglesia es multifacética porque depende de la missio Dei: la misión de Dios que abarca la totalidad de la creación y de la vida humana, que tienen su fuente en él y que dependen de él para su realización plena. Dios, quien se encarnó en su Hijo Jesucristo y que continúa actuando en la historia por medio de su Espíritu, es el misionero por excelencia: nosotros somos meros colaboradores de él llamados a participar en lo que él ha hecho y está haciendo para cumplir su propósito transformador.  



 



C. René Padilla es ecuatoriano, doctorado (Ph. D) en Nuevo Testamento por la Universidad de Manchester. Fue Secretario General para América Latina de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos y, posteriormente, de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). Ha dado conferencias y enseñado en seminarios y universidades en diferentes países de América Latina y alrededor del mundo. Actualmente es Presidente Honorario de la Fundación Kairós, en Buenos Aires, y coordinador de Ediciones Kairós. Entre sus libros, podemos citar: Misión integral: ensayos sobre el Reino y la Iglesia; Las bases bíblicas de la misión (1998);  Ser, Hacer y Decir: las bases bíblicas de la misión integral (2006). (Final del artículo)



 



Recientemente, René Padilla, junto a Pedro Arana y Samuel Escobar participaron en un relevante encuentro que llevó por título "La Misión de Dios". El mismo se llevó a cabo en Barcelona y estuvo organizado por la Alianza Evangélica Española y GBU (ver noticia en P+D).


 

 


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