La necesidad de creer lleva al ser humano - las más de las veces - a abrazar falsas ideologías de redención. Son tan atractivas que muy pocos se libran de ser atrapados por ellas.
Incluyo este artículo en la serie ‘El Pensamiento Cristiano’ sabiendo que no proviene de una fuente que encajaría estrictamente en el contexto bíblico de lo ‘cristiano’. Sin embargo, considero sumamente útil que el autor de la tesis que reproduzco demuestre hasta qué punto el compromiso con cualquier línea de pensamiento puede terminar en un rotundo fracaso.
Siendo esta una generalización de la que nadie puede quedar al margen, la jerarquía intelectual de los involucrados en la confesión de fe comunista y luego decididos apóstatas de ella, confrontan con sus valientes testimonios a los que defienden la idea de que ‘los seguidores de Jesucristo no deben meterse en política’. Pero también llaman a la reflexión a los que - de manera consciente o inconsciente - ligan el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo a una corriente política o sistema económico determinado.
Leí en mi temprana juventud el libro que da pie a esta presentación de Niall Binns (1) que recopila seis testimonios valiosos (2). En estos días previos a elecciones en España, mientras la clase política sigue tejiendo acuerdos entre bambalinas, el electorado siente desilusión por haber seguido durante décadas a uno de dos partidos mayoritarios; y ahora se han sumado al menú otras formaciones que negocian su posicionamiento en el fragmentado panorama político. No hay ya una clara línea divisoria entre ‘izquierda’ y ‘derecha’; por esa razón leer este libro puede ser muy provechoso para definir nuestra posición como ciudadanos responsables. Veamos:
Introducción
En 1950, la “guerra fría cultural” se inauguró en Inglaterra con la publicación de The God that Failed (El Dios que Fracasó), una recopilación de testimonios de seis intelectuales que hablaban de su militancia comunista –o su experiencia como “compañeros de viaje” del comunismo– en términos de fe y apostasía. La guerra civil española fue un hito central en la narración de cuatro de esos intelectuales. Este artículo examina las narraciones autobiográficas de Octavio Paz y Eudocio Ravines, que viajaron a España durante la guerra civil, como manifestaciones hispanoamericanas de esa misma experiencia cuasi religiosa del comunismo.
1950 y el Dios que fracasó
Situémonos, para empezar, en el año 1950. Más de una década ha pa sado desde el fin de la guerra civil española, cinco años desde el fin de la guerra mundial, y ya se están afianzando los grandes bloques de la Gue rra Fría. La alianza victoriosa se ha quebrado totalmente.
La Doctrina Truman de 1947 prometió apoyo estadounidense a todos los que luchaban contra el comunismo y, en el mismo año, el Plan Marshall inició su finan ciación para la reconstrucción de la Europa occidental con la intención manifiesta de sostener unas democracias económica y socialmente devas tadas.
En 1948 la Unión Soviética orquestó un golpe de estado en Checo slovaquia y cortó las rutas terrestres a Berlín occidental; el año siguiente, hizo estallar su primera bomba atómica. También en 1949, Mao Zedong estableció la República Popular de China.
En febrero de 1950, el senador Joseph McCarthy declaró que conocía a más de doscientos comunistas en el Departamento de Estado. Cuatro meses más tarde, comenzó la Gue rra de Corea. Pero estamos en los comienzos no sólo de la Guerra Fría, sino también de lo que Frances Stonor Saunders ha llamado la "guerra fría cultural": desde la Unión Soviética se pretendía fortalecer los partidos comunistas del campo capitalista y blindar los países de su órbita; desde Occidente se luchaba por desactivar la ilusión que seguía suscitando Sta lin en los países democráticos diezmados por la guerra. Desde sus prime ros años, la Unión Soviética había concedido gran importancia al control y la promoción de las artes, y a comienzos de los años treinta, cuando los gerifaltes culturales empezaban a propugnar el realismo socialista, Stalin llegó a ensalzar a los escritores como "ingenieros del alma"; en cambio, fue sólo ahora, a mediados de siglo, cuando la recientemente constituida Agencia Central de Inteligencia (CIA) comenzó a buscar formas de promo ver entre bastidores un arte "libre", abiertamente opuesto al comunismo.
El libro inaugural de esta nueva política cultural es The God that Failed (El Dios que Fracasó) (3), una colección de testimonios de seis anti guos comunistas o "compañeros de viaje" que relataban la experiencia de su militancia en los términos religiosos de conversión, fe, crisis de fe y apostasía. Publicado en Londres a comienzos de 1950, este libro fue, en palabras de David Engerman, "la autobiografía colectiva de una genera ción", o bien, "un primer disparo en la Guerra Fría cultural" (4), y llegó a ser traducido a dieciséis idiomas y a vender más de 160 mil ejemplares en sus primeros cuatro años. Según el prologuista y compila dor, el laborista inglés Richard Crossman, para esos seis "conversos co munistas", tanto para los "iniciados" –Arthur Koestler, Ignacio Silone y Richard Wright– como para los "adoradores desde la distancia" –André Gide, Louis Fischer y Stephen Spender–, la desesperanza que sentían, la soledad y la conciencia cristiana (sobre todo, católica) fueron motivos fun damentales para su conversión al comunismo y para su aceptación de esos sacrificios materiales y espirituales exigidos al converso: la renuncia a la libertad de opinión, la entrega de cuerpo y alma al "altar de la revolución mundial", el acatamiento de los dogmas de la "ley canónica del Kremlin" y la obediencia ciega a los jerarcas del Partido (5). Sin em bargo, la toma de conciencia respecto a las condiciones reales de la Unión Soviética llevaría a cada uno, inexorablemente, a una creciente desilusión, a conflictos de conciencia, a críticas cada vez más atrevidas y últimamen te a una siempre traumática renuncia a la fe. Para los propósitos de este artículo, me interesan concretamente las alusiones a la guerra de España en esas confesiones políticas; la manera en que se la veía como el canto del cisne de la ilusión del comunismo.
Arthur Koestler, cuya amistad con Crossman estuvo en el origen de El Dios que fracasó, comienza su testimonio con una reflexión sobre la fe, afirmando que "desde el punto de vista de un psicólogo, hay poca diferen cia entre una fe revolucionaria y una fe tradicionalista" (6). El narrador y ensayista, nacido en una familia judía de Budapest y ahora nacionalizado como británico, cuenta que si su conversión al comunismo en 1931 surgió del horror de vivir en "en una sociedad que estaba en vías de desintegra ción y sedienta de fe" (7) y de la creencia de que "la nueva estrella de Belén había amanecido en Oriente" (8), su viaje por la "Tierra prometida" de la Unión Soviética en 1932 y 1933 y su experiencia de la hambruna, las pur gas y la represión omnipresente dañaron profundamente su entusiasmo de militante, aunque sin llevarlo todavía a abandonar el Partido. Como ocurre siempre en estas confesiones de "conversos", se abre un abismo en tre el narrador maduro –convencido de haber descubierto la "verdad" del comunismo– y el ilusionado pero ciego comunista que fue en su juventud. El narrador, en su afán proselitista de denunciar el mal del comunismo, tiene a veces que hacer verdaderos malabarismos retóricos para no repre sentarse a sí mismo, en su existencia anterior de joven militante, como un simple imbécil o un ser carente de principios. El joven Koestler tardó en abandonar el comunismo, nos cuenta el narrador, por culpa de "los amortiguadores tan sofisticados" que había adquirido durante su educa ción como comunista y debido también a la convicción ingenua de que "el Partido sólo podía ser cambiado desde dentro" (9); pero sobre todo se debía al gran viraje antifascista iniciado en el Séptimo Congreso de la Komintern en 1934: "el Frente Popular tenía un fuerte encanto emocional y una mística fervorosa como movimiento de masas. Para mí, fue una se gunda luna de miel con el Partido" (10). La participación de Koestler en las actividades propagandísticas de la Komintern en París lo llevó, durante la guerra civil, a viajar tres veces a España y a vivir la dura experiencia en una cárcel sevillana que daría lugar a su célebre Testamento español, que publicó en 1937 mientras seguía siendo comunista. Ahora, sin embargo, en 1950, afirma que al salir de la cárcel ya había dejado de ser comunista, pero sin saberlo. Lo sabría muy pronto, eso sí, cuando en 1938 se negó a someterse a las presiones del Partido para insertar una denuncia sobre el POUM en una charla que dio sobre España. Fue entonces cuando escribió su carta de dimisión, pero sin divulgarla: permanecería leal a la Unión Soviética hasta la firma del Pacto Molotov-Ribbentrop.
La visión del periodista norteamericano Louis Fischer, que pasó gran parte de los años veinte y treinta en la Unión Soviética, habla también de una "lenta maduración del desencanto" con el comunismo (11), producida por la crueldad de la colectivización del campo, por la hambruna, las de portaciones, los grandes procesos, el papel de la policía secreta, el terror, el culto a la personalidad de Stalin, la persecución de Trotski y los fusila mientos y encarcelamientos masivos que tuvieron lugar después del asesi nato de Serguei Kirov. Pero en él, también, hubo un breve renacimiento de la fe a partir de la constitución supuestamente democrática aprobada en 1936 y de la participación soviética en la guerra española, que representa ba "probablemente el cenit del idealismo político en la primera mitad del siglo veinte" (12). Si el bolchevismo había inspirado desde su comienzo pasiones vehementes –pero frías– y un amplio asentimiento entre los in telectuales de Occidente, la República provocaba ternura, intimidad y una fuerte identificación emocional con el débil. Fischer, aunque no era comu nista, fue el primer estadounidense en alistarse en las Brigadas Interna cionales y mantuvo un estrecho contacto con los consejeros soviéticos en España, quienes "parecían invertir en la lucha española la pasión revolu cionaria constreñida que ya no tenía aplicación en Rusia" (13). Llegó a sentir, en esa época, una extraña dicotomía en su actitud hacia la Unión Soviética: horror ante la política doméstica y las purgas, pero a la vez viva aprobación de la política exterior. Para él, como Koestler, el fin de la lucha antifascista y el pacto de No Agresión entre Stalin y Hitler desencadena rían su ruptura definitiva con el Partido.
Stephen Spender, que llegó a ser miembro del Partido Comunista bre vemente en 1937, busca las raíces de su comunismo en sus recuerdos infan tiles del evangelio –todos los hombres son iguales a los ojos de Dios–, en sus experiencias en Alemania a comienzos de los años treinta y en sus sen timientos de culpabilidad de clase. Fue, sin embargo, la guerra civil –una "guerra de poetas", durante la que "cinco de los mejores escritores jóvenes de Inglaterra dieron sus vidas" (14) – el evento que lo impulsó desde el difuso comunismo de Forward from Liberalism (1937), en el que había dicho que "I am a communist because I am a liberal" (soy un comunista porque soy un liberal), hacia la militancia dentro del Partido. Lo que vio, sin embargo, durante sus tres viajes a España durante la guerra, fue suficiente para alejarlo radicalmente del comunismo: la ortodoxia partidista asfixiaba la energía "liberal" que había posibilitado, a juicio de Spender, los triunfos iniciales de la República; los comisarios del Partido controlaban con una disciplina férrea, y a veces brutal, a los voluntarios de las Brigadas Internacionales; la propaganda comunista alcanzaba niveles absurdos de maniqueísmo y mentira; las ca lumnias contra el POUM eran una mancha sobre la lucha republicana; y en el Congreso de Escritores Antifascistas de julio de 1937, la arrogancia, la torpeza y la inhumanidad de los comunistas lo asqueaban tanto como los intentos de calumniar a André Gide como fascista, decadente y traidor.
André Gide es un caso anómalo entre los escritores de El Dios que fracasó. A sus ochenta años, recientemente galardonado con el Premio Nobel (en 1947), estaba demasiado enfermo para reconstruir la historia de su "fe" comunista. Se encargó, por lo tanto, una profesora de Oxford, Enid Starkie, de ofrecer una síntesis de fragmentos escritos por Gide sobre su acercamiento al comunismo, que debía más a los evangelios y a un senti miento de culpabilidad que a Marx –"no es Marx quien me ha llevado al comunismo. He hecho arduos esfuerzos para leerlo, pero en vano" (15); "creo firmemente que si el Cristianismo hubiese triunfado de verdad y si hubiese cumplido las enseñanzas de Cristo, hoy no existiría ninguna cues tión de comunismo; de hecho, no existiría ningún problema social" (16) –, y luego un collage de fragmentos de sus libros Regreso de la URSS (1936) y Retoques a mi Regreso de la URSS (1937). Vale la pena recordar la impor tancia de estos dos libros en el contexto de la guerra civil. En el I Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en París en el verano de 1935, Gide se había convertido en el paradigma del intelectual simpatizante, del "compañero de viaje" del comunismo, pero después de la decepción de su viaje a la Unión Soviética en junio de 1936, y pese a la oposición de sus amigos comunistas –el momento, le decían, era terriblemente inoportuno–, publicó estos dos panfletos, que se convirtie ron en auténticos bestsellers. El primero, publicado a finales de octubre de 1936, tuvo nueve ediciones en un año y vendió casi 150 mil ejemplares; el segundo, publicado en junio de 1937, vendió casi 50 mil. Gide criticó la hambruna, el culto a la personalidad de Stalin, la grisura esté tica y el lacayismo generalizado, pero lo que más le horrorizó de la Unión Soviética fue la ausencia total de libertad. La cita que sigue es más que suficiente para explicar el repudio de los comunistas: "dudo que en algún otro país de mundo, así fuera en la Alemania de Hitler, haya sido menos libre el espíritu, menos sometido, menos aterrorizado y menos avasallado." (17)
La periodista Cristina Losada escribe, y copio como una primera conclusión, esta frase:
“Esa entrega absoluta al ideal es la clave del poderoso atractivo que ejerció el comunismo, como es la clave de que siga gozando de prestigio aún a día de hoy. Pero justo el hecho de que unos idealistas que querían liberar a la Humanidad engendraran unos regímenes que esclavizaron y mataron a millones de seres humanos debería servir de advertencia. La historia del comunismo, en fin, tendría que ser el antídoto para el idealismo que, en esta o aquella forma, intoxica y embriaga cada tanto, más bien cada poco, a personas y a sociedades.” (18)
Concluiremos este artículo próximamente, si el Señor lo permite.
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Notas
Ilustración: execuo.com / Soldado ruso colocando la bandera soviética-comunista en un edificio berlinés, 1945.
01. Niall Binns, (Univ. Complutense de Madrid, España). El dios que fracasó. Conversión (ideológica) y apostasía entre los intelectuales hispanoamericanos de la guerra civil española Artículo de la ‘Revista letral’ Nº 10 p. 88-104.
02. Abajo, de izquierda a derecha: André Gide, Ignazio Sileone, Arthur Koestler, Louis Fischer, Stephane Spender y Richard Wright.
03. Crossman, Richard H. (2001). The God that Failed. Nueva York: Columbia University Press.
04. Ibíd.vii. (todas las citas son del original en inglés).
05. Ibíd. 6,7.
06. Ibíd. 16.
07. Ibíd. 17.
08. Ibíd. 21.
09. Ibíd. 65.
10. Ibíd. 63.
11. Ibíd. 211.
12. Ibíd. 212.
13. Ibíd. 219.
14. Ibíd. 244.
15. Ibíd. 170.
16. Ibíd. 169.
17. Ibíd. 188.
18. Leer más en: http://www.libertaddigital.com/opinion/cristina-losada/comunismo-el-dios-que-fracaso-77132/
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