Si solamente tratamos de imitarle, quizás el mundo nos alabe, pero si en verdad llegamos a ser semejantes al Señor, el odio lo tenemos asegurado.
Cuando era estudiante de biología en la Universidad de Barcelona (España) –de lo cual hace ya más de treinta años- recuerdo de manera especial una clase magistral de etología (la ciencia del comportamiento animal) que llamó poderosamente mi atención.
El profesor nos hablaba acerca de la identificación entre las aves de una misma especie y de cómo éstas se reconocen entre sí por sonidos del canto, colores del plumaje o incluso el comportamiento ritual, movimientos rítmicos, actitudes de cortejo y nidificación, etc.
Nos comentó un experimento que él mismo había realizado con unas urracas (aves carroñeras algo mayores que las palomas, con plumas negras, blancas, larga cola y muy comunes en Europa).
Explicó cómo había tomado un ejemplar normal, bien integrado y aceptado en una familia típica de urracas, y mediante un colorante fucsia había pintado sus alas, de tal manera que ya no eran blancas y negras como las de sus congéneres, sino de este otro color tan diferente.
Al dejar a este individuo de nuevo en el grupo pudo comprobar con sorpresa cuál era el comportamiento del resto de la familia. Tanto sus padres como los hermanos y hermanas, al detectar semejante color artificial en las alas, se volvieron muy agresivos contra la pobre urraca que había sido teñida y empezaron a picotearla y perseguirla por los aires hasta expulsarla del territorio de nidificación de la familia.
No la reconocían en absoluto ya que el nuevo color del plumaje les hacía creer que se trataba de una urraca diferente que no pertenecía al clan.
Me viene a la mente esta anécdota del mundo de las aves cuando intento responder a la siguiente cuestión: ¿por qué son perseguidos los justos? Después de tal ilustración creo que la respuesta es evidente. Los justos son perseguidos porque son diferentes. Jesucristo fue acosado por los escribas y fariseos de su tiempo porque continuamente les denunciaba su estilo de vida hipócrita.
Era radicalmente diferente a ellos. Los justos son así. Es como si poseyeran una coloración distinta que resalta y hace más evidentes las injusticias de los demás. Y esto lógicamente desagrada a la gente.
Incluso es posible que ni siquiera hablen, que no censuren mediante la palabra, pero su sola actitud equilibrada y honesta es suficiente condena ante los que practican habitualmente la injusticia. Por eso se les odia, difama y persigue. Tal es el efecto que Jesús continúa provocando en muchas personas todavía en la actualidad.
Todo aquel que no desea cambiar su comportamiento sino que prefiere seguir controlando su vida, ser autosuficiente y no depender de Cristo para nada, siente en lo más profundo de su ser, aunque no lo admita, rebeldía y animadversión hacia el Hijo de Dios. El hombre natural no puede admirar plenamente a Jesucristo.
Ahora bien, si el mundo no acepta a Jesús porque es diferente, ¿aceptará acaso a sus discípulos? En ocasiones se generan ideas equivocadas acerca de lo que debe ser el cristiano en la sociedad contemporánea.
Se crean estereotipos como que debemos ser amables, simpáticos, conocidos entre las autoridades, incapaces de ofender a nadie, comprensivos con todo el mundo y con las actitudes mayoritarias de la sociedad.
Sin embargo, si las palabras de Jesús son ciertas, este estereotipo no corresponde al verdadero cristiano ya que no todo el mundo va a alabarnos siempre. Si no elogiaron al Señor, tampoco lo harán con nosotros. Él dijo: ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas (Lc 6:26).
Es verdad que no hemos de ofender, ni relacionarnos con los demás de forma torpe, ni ser temerarios, ni incluso hacer ostentación de nuestra fe o provocar irresponsablemente la persecución sobre nosotros, nuestra familia o la propia iglesia.
Pero si somos como Cristo, inevitablemente seremos perseguidos. Si solamente tratamos de imitarle, quizás el mundo nos alabe, pero si en verdad llegamos a ser semejantes al Señor, el odio lo tenemos asegurado.
¿Cómo se soporta el odio del mundo? ¡Con alegría! Por lo menos así lo hicieron todos los apóstoles siguiendo el consejo del Maestro: Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos. El hecho de ser perseguidos por causa de la justicia, es decir de Cristo, de alguna manera es una confirmación de nuestro propio cristianismo y de que somos ciudadanos del reino de los cielos. Como los creyentes primitivos, estaremos satisfechos de haber sido tenidos por dignos de sufrir por el Señor. Como dice Pablo: Porque se os ha concedido a vosotros, a causa de Cristo, no solamente el privilegio de creer en él, sino también el de sufrir por su causa (Fil 1:29). ¡Sufrir por Cristo es nuestro privilegio aquí en la tierra!
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