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La impronta bíblica en el ADN de Carlos Monsiváis

A lo largo de toda su obra está presente el libro del que dijo tenerlo grabado en su ADN, la Biblia. Su traducción favorita fue la realizada por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 07 DE MAYO DE 2016 22:20 h
Carlos Martínez y Carlos Monsiváis / Obed Arango

El pasado 4 de mayo Carlos Monsiváis habría cumplido 78 años. Celebré el día releyendo algunas páginas de la enorme cantidad que publicó. En estos casi seis años que Carlos tiene de no estar entre nosotros he comprobado la certeza de lo que escribió ante las ausencias entrañables: “Los amigos muertos son el diálogo incesante y la melancolía de las conversaciones pendientes”.



En su memoria, evoco algo que él reiteradamente afirmó: la impronta del imaginario bíblico en su formación. Las siguientes líneas, a vuelo de pájaro, dan constancia de tal afirmación.



La formación cultural de Carlos Monsiváis se forjó a contra corriente del imaginario mayoritario en México. A lo largo de toda su obra está presente el libro del que dijo tenerlo grabado en su ADN, la Biblia. Su traducción favorita fue la realizada por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, españoles perseguidos por la Inquisición en el siglo XVI.



Desde muy niño Carlos fue construyendo para sí una galería muy particular, descrita en su Autobiografía de 1966 y definida allí como “una extraña iconografía heroica, notable por la ausencia de la Morenita del Tepeyac, –la misma que convirtió a Juan Diego en el primer partidario mexicano del Star System–…”. El escritor subrayó el significado integrador que en su entorno tuvo la Biblia:



Entre nosotros, la Biblia no sólo era el fundamento religioso, sino el lazo de unidad, de la razón de ser de la familia. Su papel era muy preciso, la fuente del conocimiento y del comportamiento. Para mi madre, la Biblia era el objeto del cual nunca se desprendía. Era feliz cuando daba clases de Escuela Dominical. Era bibliocéntrica, y con frecuencia en una discusión respondía con versículos [bíblicos]” (Adela Salinas, Dios y los escritores mexicanos, Editorial Nueva Imagen, México, 1997, p. 95).



La Biblia de Monsiváis fue, como ya dijimos, la traducida por Cipriano de Valera publicada originalmente en 1569 y revisada por Cipriano de Valera en 1602. La circulación del libro se hizo en condiciones muy difíciles, ya que las fuerzas inquisitoriales consideraron herejes a los traductores y de “herética pravedad” sus escritos teológicos. Las obras de Reina y Valera figuraron, desde mediados del siglo XVI y hasta 1948, en el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum de la Iglesia católica.



El primer libro que conjunta crónicas de Carlos Monsiváis tuvo dos versiones. En la inicial el título fue Principados y potestades, clara alusión a Efesios 6:12, donde dice “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades […]”. La segundo versión, la más conocida, es la titulada Días de guardar.1



La crónica sobre el estreno de la obra Hair en Acapulco (5 de diciembre de 1969), la encabeza Monsiváis “Con címbalos de júbilo”. La frase es entresacada del Salmo 150 versículo 5, que a continuación reproducimos: “Alabadle con címbalos resonantes, alabadle con címbalos de júbilo”. El escritor resume, con imágenes bíblicas, la puesta teatral que presencia:



En el escenario una figura acuclillada y harapienta. Emergen de la parte posterior del teatro dos procesiones de antorchas que bracean por los pasillos en ánimo estatuario, morosamente, como si en la imaginación visual del director se identificasen las fotografías más difundidas de Haight Ashbury y la ofensiva apariencia hippie con el relato bíblico de la mujer de Lot.



Y las estatuas de sal producidas en serie culminan en el foro, y al cabo de cinco minutos, ya incluso el reportero (tan preocupado por su crónica que no capta nada de lo que ve) se ha percatado de que no contempla una obra tradicional —revelación que se produjo al observar las diferencias de Hair con El abanico de Lady Windermere— sino un assamblage, un desfile orgánico de sketches sobre una comunidad hippie y su dramatización de la parábola de la Oveja Perdida. Sólo que esta vez el Hijo Pródigo no se reintegra al seno colectivo: lo retienen los fosos de Vietnam.2



Las aglomeraciones e histerias de los asistentes en la Alameda de la ciudad de México (16 de febrero de 1968) para presenciar el concierto gratuito del entonces muy famoso cantante español Raphael, son descritas puntualmente por Monsiváis en el escrito “Raphael en dos tiempos y una posdata”.



Comienza y concluye el reportaje con dos citas bíblicas: “…porque ellos verán a Dios”, localizada en Mateo 5:8; y cierra la crónica con la observación de que los “psicólogos […] desdeñan (uno no sabe por qué) a las admiradoras y su capacidad prenatal de endiosar y un locutor exhibe los cientos de cartas a Raphael que una sola estación recibe en un día y la porra insiste: ‘Raphael es nuestro ídolo’ y nadie debe criticar a los admiradores de quien sea. El que esté libre de posters que arroje la primera piedra”.3 Estamos ante una paráfrasis de una porción bíblica, la de Juan 8:7.



En un recurso literario que desarrollará años después en Nuevo catecismo para indios remisos, al usar el género parábola, Carlos Monsiváis en Días de guardar pone en las antípodas al empresario a y a los músicos, donde muestra su decidida admiración por los jazzistas. Lo hace en el texto “Incitación a la vida productiva. Parábola del banquero y el jazz”.4



La crónica del malogrado concierto de rock en el estadio de la Ciudad de los Deportes, en el Distrito Federal (9 de marzo de 1969), con la participación de las bandas The Union Gap, The Byrds5 y los Hermanos Castro, no solamente tiene un título tomado de la Biblia (“Para todas las cosas hay sazón”,6 Eclesiastés 3:1), sino que cada sección es encabezada con versículos bíblicos (sin citar su procedencia pero inmediatamente reconocidos por avezados en la traducción de Reina y Valera) procedentes del tercer capítulo de la sección conocida como Eclesiastés o El Predicador.



En el 2008, al recibir la medalla 1808 por parte del gobierno de la ciudad de México,7 el escritor que semanas atrás cumpliera siete décadas de vida, da un discurso en el que elige, como en tantas intervenciones, crónicas y artículos, imágenes bíblicas para describir el universo conformado por la gran urbe.



Inicia con una paráfrasis del libro veterotestamentario del Génesis, donde combina la remembranza del género parábola8 que recorre las páginas de toda la Biblia: “Parábola del espacio que necesita un domicilio fiscal. En el principio no había lugar dónde poner el espacio de la Ciudad de México.



El lugar asignado era amplio, un valle en el Anáhuac, pero se calculó mal el tamaño, que por los motivos que fuesen, era insuficiente, era un lugar que no correspondía a este espacio, que se oponía a las mediciones y los amoldamientos; que se burlaba de los que en vano trataban de encajarlo en el sitio a él adjudicado. ¿Cómo quieres que yo –decía el espacio– que seré histórico, mitológico y centralista quepa en estos kilómetros a mi disposición? Pero si yo ya estaba convencido desde el Génesis, no más que aquí yo soy de los espacios a los que todo les queda chico”.



Después teje una segunda parábola, la que llama de creencias. Nuevamente evoca el lenguaje del Génesis, aunque incorpora otras figuras para mostrar lo insólito de la capital mexicana: “En el principio, y ante la tardanza del dios cristiano, Huitzilopochtli y Tláloc crearon los cielos y la tierra, y en la tierra, llamada así porque su componente mayor era el agua, la nación mexicana, donde desde recién nacida un producto de la diosa demografía, estaba desordenada, pero nunca carente de pueblo y de mensaje al pueblo y de exhortaciones al pueblo para que renunciara a otras creencias”.9



En la ciudad en la cual todo se multiplica, Monsiváis evoca escenas del Nuevo Testamento (Mateo 15:32-39; Marcos 8:1-10) para ilustrar la replicación de posibilidades y objetos: “La multiplicación de los panes, los peces, los parientes y los DVD´s prestados. ¿Qué propone la Ciudad de México? ¿Cuáles son sus misterios, sus escondrijos, su paraíso subterráneo? Y ¿cuáles los dispositivos para el deleite a bajo precio?”



En la tercera parábola monsivaisiana, “de la lucha del empleo y del Ángel hasta el amanecer”, sus lectores deberían conocer el trasfondo bíblico sobre el que elabora la escena de una negación para millones de ciudadanos: la posibilidad de tener empleo en el México mal gobernado por la segunda administración federal emanada del PAN. Carlos Monsiváis usa en esta tercera ilustración los pasajes de Génesis 32:24-25, donde Jacob lucha con un varón misterioso, al que no suelta hasta obtener su bendición. La descripción del llamado en Génesis varón, y que en otro escrito del Antiguo Testamento es llamado ángel, le permite a Monsiváis hacer la analogía por la obstinada batalla en hallar una actividad remunerada.



El capítulo 12 de Oseas, en los versículos 4 y 5, se hace referencia a Jacob y su lucha con el ángel: “En el vientre tomó por el calcañar a su hermano, y con su fortaleza venció al ángel. Venció al ángel, y prevaleció…” De aquí es donde Monsiváis toma el imaginario inicial de su tercera parábola, pero en el desarrollo de la misma crea un símil irónico con los avatares del empleo por prevalecer en condiciones adversas.



Apocalipstick, obra de Carlos Monsiváis que tenía unos cuantos meses de haberse puesto en circulación cuando acontece la muerte de su autor (19 de junio, 2010), estimula para encontrar citas implícitas y explicitas de la Biblia. En uno de sus capítulos, “De los murales libidinosos del siglo XX. ‘He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió el Centro de la Ciudad’”, el título mismo puede ser bien identificado por los asiduos a la lectura bíblica. Es una cita textual del Salmo 51, versículo 5, atribuido al rey David: “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”, se lee en la versión favorita de Monsiváis, la de Reina-Valera revisión de 1909.10



En una crónica que cautiva, la que dedica a los casi 20 mil desnudos y desnudas en el Zócalo de la ciudad de México, fotografiados por Spencer Tunick, Monsiváis inicia su texto con la línea “Pórtico versicular (donde la división entre el bien y el mal se inicia con la conciencia de la desnudez, o eso se ha creído”). Acto seguido reproduce cuatro citas del Génesis:



“Y estaban desnudos, Adán y su mujer y no se avergonzaban” (2:25); “Y fueron abiertos los ojos de entrambos (luego de comer la fruta del árbol, codiciable para alcanzar la sabiduría), y conocieron que estaban desnudos: entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales” (3:7); “Y él, Adán respondió (a Jehová): Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo porque estaba desnudo y escondíme. Y díjole: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo?” (3:10-11); “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y vistiólos” (3:21).11



La plancha del Zócalo capitalino fue, por un tiempo, recordatorio del Edén. Varones y hembras, para usar el lenguaje bíblico del Génesis, compartieron gozosamente su desnudez. Todo cambio en cuanto los primeros se vistieron antes que las mujeres, ya que éstas fueron requeridas por Tunick para otra sesión fotográfica. Entonces, ya con sus vestimentas, los hombres vieron lo antes no percibido, que ellas estaban desnudas y algunos las miraban lascivamente. El Paraíso se había perdido. Carlos captura así ese momento:



Se encueraron diecinueve mil y otros tres mil llegaron tarde. Si ya existe el Tunick Book of World Records, México va a la cabeza casi tres veces por encima de Desnudarte de Barcelona. Un error logístico: los hombres se visten primero y cuando las mujeres regresan de las cercanías de Palacio Nacional, hay un brote del machismo antiguo, fotos con el celular, comentarios agresivos, miradas que matan de las ya fatigadas ardientes pupilas.



Las mujeres responden con eficacia, no se inmutan, se dirigen hacia sus bultos de ropa, el vestirse es más difícil que la obediencia divertida al ‘¡Fuera ropa!’ del comienzo. Las vallas conceptuales se desintegran casi de inmediato, la sensación que se esparce es triunfal y triunfalista.



Es demasiado pronto para extraer conclusiones. Es demasiado tarde para vestir de nuevo y como si nada a la sociedad.12



La fascinación literaria de Monsiváis por el libro neotestamentario de Apocalipsis le lleva a reelaborar varias ocasiones un texto titulado “Patmos esquina con Eje Central”.13 En su versión apocalíptica del país y de la ciudad de México, el escritor, en su papel de Juan el vidente del último libro de la Biblia, plasma su observación inicial en los siguientes términos: “Bienaventurado el que lee, y más bienaventurado el que no se estremece ante la espada aguda de la economía, que veda la entrada al dudoso paraíso de libros y revistas, en estos años de ira, de monstruos que ascienden desde el mar, de blasfemias, y de dragones a quienes seres caritativos filman el día entero para que nadie se llame a pánico y se les considere criaturas mecánicas y no anticipos de la feroz desolación”.



El “reescritor”, así conocido por su obsesión de corregir, ampliar y revisar constantemente lo redactado a mano, extiende el artículo de Nexos y lo incorpora como capítulo final de su Los rituales del caos. Cambia el título por el de “Parábola de las postrimerías. El Apocalipsis en arresto domiciliario”.14 La capital del país se va ampliando y asimilando todo en este proceso, en el que la constante es el acelerado crecimiento geográfico y la explosión poblacional:



Y vi una puerta abierta, y entré y escuché sonidos arcangélicos, como los que manaron del sonido muzak el día del anuncio del Juicio Final, y vi la ciudad de México (que ya llegaba por un costado a Guadalajara, y por el otro a Oaxaca), y no estaba alumbrada de gloria y de pavor, y sí era distinta desde luego, más populosa, con legiones columpiándose en el abismo de cada metro cuadrado, y video-clips que exhortaban a las parejas a la bendición demográfica de la esterilidad o al edén de los unigénitos, y un litro de agua costaba mil dólares, y se pagaba por meter la cabeza unos segundos en un tanque de oxígeno, y en las puertas de las estaciones del Metro se elegía por sorteo a quienes si habrían de viajar (“No más de quince millones de personas por jornada”, decía uno de tantos letreros que son el cáliz de los incontinentes).



El recurso apocalíptico para describir la singularidad de la ciudad de México es, nuevamente, evidenciado por Monsiváis en un largo escrito publicado en el suplemento literario y cultural del periódico La Jornada.15 Aquí entrelaza datos devastadores e imágenes esperanzadoras de la metrópoli. Por medio de cuatro ángeles (noticieros del Apocalipsis) que revelan datos y cifras del gigantismo capitalino, el cronista traza un panorama en algunos puntos desolador por el deterioro de la vida cotidiana de sus habitantes.



Lo azaroso de la convivencia en la ciudad (“la escatología urbana prodiga imágenes del Apocalipsis privatizado, o secuestrado en los domicilios”), su martirio consuetudinario para millones de todas maneras sigue atrayendo multitudes: “Y debido al funcionamiento imprevisible de la urbe, o a la certidumbre secreta (utopía urbana es sobrevivir a diario en la catástrofe, es multiplicar familias en los resquicios del trazo apocalíptico), todos se quejan pero pocos se van, y no por una banalidad como el arraigo, sino tal vez por un motivo metafísico como el presentimiento del Juicio Final”.16



Apenas bosquejamos un tema presente a lo largo de la obra de Carlos Monsiváis, se trata del imaginario bíblico al que recurre frecuentemente. Unas veces lo hace parodiando el lenguaje de la Biblia para aplicarlo a una situación de las muchas sobre las cuales ha escrito crónicas, precisiones irónicas en su trashumante sección Por mi madre bohemios, o como aforismos que denotan ecos de los Proverbios atribuidos al rey Salomón. Tal imaginario es posible detectarlo desde su Autobiografía (1966) y Días de guardar (1970), Los rituales del caos (1995), Las alusiones perdidas (2007), El Estado laico y sus malquerientes (2008) y hasta Apocalipstick (2009).



Mención aparte merece su Nuevo catecismo para indios remisos (primera edición 1982, segunda edición 2001). Ya que toda la obra es, como el mismo Monsiváis lo expresara a Elena Poniatowska, un potente eco del libro que lo marcó toda su vida: “Aún retengo muchísimos versículos de memoria y eso, en mi caso, es parte de la formación literaria; una parte estricta, porque la versión [de la Biblia] de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera es soberbia. El Nuevo catecismo viene de allí directamente, toda proporción guardada” (“Los pecados de Carlos Monsiváis”, en La Jornada Semanal, 23/II/1997).



El peso del lenguaje de Reina y Valera recorre de principio a fin el Nuevo catecismo para indios remisos. Éste libro de ficciones fue señalado por Monsiváis como su preferido en la amplísima obra producida por él, “porque allí están algunas de las impresiones de mi niñez oyendo hablar de los santos ajenos” (Proceso, 4/V/2008). Por ejemplo, en la narración “Como escoria de plata sobre el tiesto” el título mismo devela su desenlace para quien está familiarizado con las expresiones de Reina y Valera.



El estilo de ambos, gozosamente y con ironía adoptado por Monsiváis, se refleja en el desenlace cuando no se cumplen las visiones de Omixóchitl acerca de que los indios conquistados por los españoles vencerán a los invasores. Entonces Hitzilopochtli, en una nueva revelación, le reprocha que para él ella es “como escoria de plata sobre el tiesto” (cita textual de Proverbios 26:23).



El día en que el escritor cumple 70 años (4 de mayo de 2008), publica en La Jornada un artículo cuyo título (“Los días de nuestra edad”) toma prestado, pero por supuesto, de la Biblia. Es el Salmo 90 versículo 10, que en completo dice, en la versión preferida por Monsiváis: “Los días de nuestra edad son setenta años; Que si en los más robustos son ochenta años, Con todo su fortaleza es molestia y trabajo; Porque es cortado presto y volamos”. Con la cita Carlos reitera lo que alguna vez me confió: “Hay libros que lleva uno en su ADN”.



A seis años del deceso de Carlos Monsiváis recordamos que como lector lo primero que memorizó fue un versículo bíblico, el de Juan 1:1. Afirmó lo anterior en 2006, al ser galardonado con el XVI Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. En una versión libre de la cita, el mismo Monsiváis gustaba de repetirla de la siguiente manera: “En el principio (y en medio y en el final) era el Verbo”. Amén.



 




1 Ediciones Era, México, primera edición diciembre de 1970.





2 Ibíd., p. 23





3 Ibíd., p. 60.





4 Ibíd., pp. 61-64.





5 Este grupo tuvo como uno de sus hits en la década de los años sesentas del siglo XX la canción Turn! Turn! Turn! (to Everything There is a Season), cuya letra es Eclesiastés capítulo 3, con música de Pete Seeger, el legendario cantante y compositor de folk americano. En la siguiente liga (http://www.youtube.com/watch?v=V6jxxagVEO4) se puede escuchar la canción interpretada por The Byrds.





6 Ibíd., pp. 118-125.





7 “Instituida en memoria del movimiento que encabezó Francisco Primo de Verdad para instalar aquí un gobierno provisional, tras la abdicación de los reyes de España en favor de Napoleón Bonaparte”, nota de Ángel Bolaños Sánchez, La Jornada, 22/V/2008.





8 Sobre el tema es muy útil la obra coordinada por Edesio Sánchez Cetina, “Enseñaba por parábolas…” Estudio del género parábola en la Biblia. Homenaje a Plutarco Bonilla Acosta, s/e, s/l. s/a.





9 En una variación de lo anterior, en el texto titulado “De uno de tantos Génesis”, Carlos Monsiváis lo reescribió de la siguiente manera: “En el principio y ante la tardanza del dios cristiano, Huitzilopochtli y Tláloc crearon los cielos y la tierra, y en la Tierra (llamada así porque su componente mayor era el agua) la nación mexicana, hija del dios Caos y la diosa Demografía, estaba desordenada pero nunca carente de población, y por eso las deidades aztecas en su empeño de beneficiar a la primera ciudad, produjeron un Centro, atenidas a su poder de convocatoria, y pronto en Tenochtitlan ya no cabía un alma aunque todavía quedaba sitio para los cuerpos, y como había tiempo —la población no se hizo en un día— se construyó la Provincia para fomentar las migraciones a la gran ciudad…” en Apocalipstick, Editorial Debate, México, 2009, p. 15.



 





10 La Biblia Traducción Interconfesional anota que este canto es dedicado “Al maestro del coro. Salmo de David. Cuando tras haber mantenido relaciones con Betsabé, lo visitó el profeta Natán”, Editorial Verbo Divino-Sociedades Bíblicas Unidas, Madrid, 2008, p. 978. Acerca del Salmo 51, y su quinto versículo, Kathtleen Farmer comenta que “El salmo se ocupa de la intensidad del propio pecado del salmista. No se intenta culpar a nadie más de la permeabilidad del pecado en la vida del salmista. De este modo, [el versículo 5], se debe entender como una confesión de que el salmista ha sido proclive al pecado desde el momento de la concepción. Aunque esta afirmación ha sido fuente de malentendidos en círculos cristianos, está claro que en el contexto de este salmo se pone el énfasis en el pecado del hablante y no en la madre del hablante o en el acto mismo de la concepción”, Comentario Bíblico Internacional, Editorial Verbo Divino, Estella, Navarra, 2000, p. 758.





11 “El Zócalo en cueros (Imágenes de la reconciliación entre cuerpos y almas, si ambas se comprometen a ir al mismo gimnasio”), Debate Feminista, año 18, vol. 36, octubre 2007, p. 115.





12 Ibíd., p. 125.





13 Nexos, diciembre de 1987. Patmos es la isla del “Deodecaneso, que se encuentra a unos 55 kilómetros al SO de la costa de Asia Menor, a 37° 20’ N, 26° 34’ E. A esta isla fue desterrado el apóstol Juan desde Éfeso, evidentemente por algunos meses, alrededor del año 95 d. C., y allí escribió su Apocalipsis (Ap. 1:9), Nuevo Diccionario Bíblico Certeza, Barcelona-Buenos Aires-La Paz, segunda edición ampliada, 2003, p. 1034.





14 Carlos Monsiváis, Los rituales del caos, Ediciones Era, México, primera edición: marzo de 1995, quinta reimpresión: abril de 1996, pp. 248-250.





15 “Apocalipsis y utopías”, La Jornada Semanal, 4 de abril de 1999.





16 Ibíd.



 

 


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