Pablo nos dijo que pusiéramos nuestra esperanza en Dios, reconociendo que el dinero es un sustituto tentador pero terriblemente inadecuado.
En el siglo XXI, estamos navegando hacia un mundo totalmente nuevo, asombrosamente diferente a cualquier otra cosa con la que jamás nos hayamos encontrado. Tenemos que aprender nuevas habilidades de navegación.
Si hemos de trazar nuestro curso, también tenemos que rediseñar nuestras vidas de tal modo que podamos sobrevivir a condiciones rápidamente cambiantes.
El desarrollo de la línea Plimsoll en la década de 1870 mejoró grandemente la seguridad de la carga y de la tripulación al indicar la máxima profundidad para la carga legal de un barco. Los marinos también reconocieron la necesidad de estabilizar sus barcos, de contrarrestar la tendencia a caer y bambolearse, especialmente en mares profundos. Latecnología para conseguirlo vino con el giroscopio, un instrumento que nos es familiar en el trompo, juguete infantil que representa su forma más simple.
En 1852, un científico francés llamado León Foucault descubrió el principio e inventó el primer giroscopio. Se mantuvo como un juguete científico hasta 1911, cuando un científico norteamericano llamado Elmer Sperry patentó la brújula giroscópica, un instrumento que ha demostrado ser de gran importancia en una variedad de grandes aplicaciones de navegación, tales como los pilotos automáticos y los sistemas de teledirección en los barcos, aviones, misiles y naves espaciales. Su compañía también desarrolló estabilizadores giroscópicos en masa que se usaron en los barcos para contrarrestar el movimiento de bamboleo del barco en el océano. La tecnología más reciente ha creado giroscopios más pequeños que se han aplicado en aletas estabilizadoras para reducir el bamboleo y por lo tanto, incrementar la seguridad y la comodidad.
Si vamos a navegar exitosamente por el océano cambiante y tumultuoso de la vida moderna, necesitamos un estabilizador, y quiero sugeriros que la intención de Dios es que la generosidad sirva como un giroscopio personal en medio de las caídas y bamboleos del materialismo moderno.
En los versículos que siguen a los que hemos visto en 1 Timoteo 6, los cuales nos advierten contra el peligro del amor al dinero, Pablo se dirigió a las personas que tienen dinero y les dio algunas instrucciones directas que también nos brindan a nosotros salvaguardas de navegación relevantes.
A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro […] (1 Timoteo 6:17-19).
Hace varios años, el infame e irreverente presentador de radio, Howard Stern, anunció que estaba considerando postularse para gobernador del estado de Nueva York. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha límite para formalizar su candidatura, él se retiró, anunciando que la revelación de sus estados financieros, los cuales tendría que presentar, eran “demasiado personales”. ¡Esto provenía de un hombre cuya reputación se basaba en rastrear y revelar los detalles más íntimos y a menudo sórdidos de la vida sexual de sus invitados y de la suya propia!
Puede que el último tabú del siglo XXI sean las finanzas personales. Incluso como cristianos, asumimos una actitud protectora hacia nuestro dinero, incluso cuando consumimos de una manera notoria. Es de mal gusto preguntarle a una persona demasiado directamente acerca de sus finanzas. Si un pastor habla acerca de asuntos de dinero, despertará sentimientos más negativos que los que haría al tratar casi cualquier otro tema.
No estoy sugiriendo que esta reticencia siempre está mal. No siento necesidad alguna de satisfacer la curiosidad de personas curiosas en cuanto a mi estado financiero. Y las iglesias pueden estar absortas en el dinero y distorsionar la verdad bíblica para propósitos no muy santos. Al mismo tiempo, me preocupa la gran desconexión que a menudo se da entre la fe y el dinero. El dinero importa. Mis cheques, mis extractos de tarjeta de crédito, y mi cuenta de ahorros revelan mis creencias, valores y prioridades más profundas. Esa es la razón por la que la Palabra de Dios trata el asunto tan a menudo y por la cual Pablo volvió al tema al final de su primera carta a Timoteo.
En 1 Timoteo 6:3-16, sus preocupaciones han sido captadas por las palabras codicia (“huye de ella”), contentamiento (“cultívalo”), y carácter (“concéntrate en ello”).
Ahora bien, en los versículos 17-19, se dirige directamente al asunto de la generosidad.
El dinero es una paradoja y debe manejarse con cuidado. Pablo ya advirtió contra la búsqueda vehemente del dinero y la riqueza, una advertencia que siempre nos hace falta en nuestro mundo consumista. Pero el dinero también es una herramienta que se puede usar para la gloria de Dios. Algunos consideran la riqueza como algo intrínsecamente malo, algo que los cristianos deben rechazar y evitar. Este no es el punto de vista bíblico. La Escritura no es ni ascética —que rechaza todas las cosas materiales—, ni es ingenua en cuanto a los peligros que el dinero plantea. El dinero es una provisión de Dios que han de disfrutar aquellos a quienes Él se lo ha dado.
El mensaje de Pablo se dirigió “a los ricos en este mundo”. La tentación es descalificarnos de inmediato e imaginar que Pablo se dirigió solo a los pocos miembros de la elite, el 10% superior de nuestra sociedad. Obviamente, las palabras se aplican a ellos, pero es demasiado fácil adoptar una perspectiva estrecha y perder de vista de lo enormemente bendecidos que somos.
Por lo general, Ted Turner no es una fuente de verdadera sabiduría, pero en un discurso en la ceremonia de graduación de la Universidad Emerson el 15 de mayo del 2000, sí transmitió un hecho importante:
Todo es relativo [...], sólo tengo 10 mil millones de dólares, pero Bill Gates tiene 100 mil millones; me siento como un completo fracaso en la vida. Así que los miles de millones no te harán feliz si te preocupas por alguien que tiene más que tú […] Entonces, no caigas en la trampa de medir tu éxito por las cosas materiales que hayas conseguido (Revista People [Gente], 12 de junio, 2000, p. 62).
El asunto va más allá de nuestra definición del éxito. Los cristianos occidentales dan por hecho un estándar de vida que es la envidia del mundo. La pasmosa cantidad de 1.300 millones de personas ganan menos de un dólar al día. Cien millones de niños en todo el mundo no tienen hogar, y muchos más tienen viviendas que son peores que las que proveemos para nuestras mascotas y animales. El hambre y la enfermedad son una realidad mortal diaria para multitudes.
Sin embargo, el llamado de Dios no es para que los ricos se sientan culpables por su riqueza o se despojen de ella. El patrón de Hechos 2, donde los primeros cristianos “vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:45), es un ejemplo conmovedor del amor cristiano pero no un patrón rígido.
Puede que la riqueza sea una bendición divina, a menudo recibida de manera indirecta por haber nacido en una nación próspera, o por nuestras habilidades y talentos innatos, o debido a las oportunidades de carácter único que un Dios soberano ha puesto delante de nosotros.
Solo los que caen en el mayor autoengaño o los arrogantes no logran reconocer cuántas de sus bendiciones actuales se deben a factores que se encuentran más allá de su control. Sin embargo, la riqueza no es un derecho absoluto. No tengo la libertad de hacer lo que yo desee con mi dinero.
Las leyes del Antiguo Testamento ponen en claro que el Señor no aprueba la acumulación incontrolada de la riqueza a expensas de los demás. Dios realiza una solicitud directa sobre nuestro dinero por medio de los diezmos y las ofrendas, y sus leyes relativizan los derechos de la propiedad privada, incluyendo la propiedad y uso de tierras, y el préstamo de dinero de maneras explotadoras. Los profetas hacen abundantes condenaciones a los ricos, a un sistema de clases que manipula y explota, y a prácticas comerciales que saquean y oprimen.
No podemos leer los libros de Amós, Isaías o Joel sin reconocer que muchas prácticas en nuestro sistema actual de mercado están muy por debajo de los estándares de Dios para una sociedad justa y misericordiosa. Puede que nuestro sistema económico sea el mejor jamás ideado por seres humanos egoístas y pecaminosos, pero está profundamente contaminado por nuestra depravación. No debemos estar ciegos a esto y aceptar sin críticas el status quo porque nos sentimos cómodos.
Dicho esto, sigue siendo verdad que el dinero está para disfrutarse, porque Dios “nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17). Anteriormente, en su carta, Pablo se enfrentó a la cosmovisión ascética, la cual rechazaba el matrimonio y disfrutar de ciertos alimentos. “Porque todo lo creado por Dios es bueno —escribió— y nada se debe rechazar si se recibe con acción de gracias; porque es santificado mediante la palabra de Dios y la oración” (4:4-5). Dentro del contexto de todo lo que enseña la Palabra de Dios, no se puede decir esto para aprobar un disfrute demasiado indulgente y excesivo de nuestras posesiones. Después de todo, 1 Timoteo 5:6 nos dice que la persona “que se entrega a los placeres desenfrenados, aun viviendo, está muerta”. Pero Dios sí nos provee de todas las cosas “para que las disfrutemos”, palabras que aprueban el placer de la provisión llena de gracia de Dios. O, como lo expresó el autor de Eclesiastés:
He aquí lo que yo he visto que es bueno y conveniente: comer, beber y gozarse uno de todo el trabajo en que se afana bajo el sol en los contados días de la vida que Dios le ha dado; porque esta es su recompensa. Igualmente, a todo hombre a quien Dios ha dado riquezas y bienes, lo ha capacitado también para comer de ellos, para recibir su recompensa y regocijarse en su trabajo: esto es don de Dios (5:18-19).
Disfrutar de nuestras bendiciones materiales sin avaricia y con contentamiento es un lado de la ecuación bíblica. El otro lado no es menos significativo. El dinero puede llegar a convertirse en un sustituto de Dios, y debe mantenerse en su lugar. “A los ricos […] enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas” (1 Timoteo 6:17). El peligro es que usemos el dinero como la medida de nuestro éxito en la vida, nos enorgullezcamos de nuestros logros y nos volvamos arrogantes y desdeñemos a aquellos a quienes no les ha ido tan bien financieramente. Con demasiada facilidad imaginamos que somos los autores de nuestro éxito, y nos damos todo el crédito. Otros alimentan este sentimiento debido a la manera en que se les trata a los adinerados. El dinero da poder, privilegios y oportunidades, y comenzamos a sentirnos con derechos, como si fuéramos de mayor valor que las personas que tienen menos posesiones.
Un segundo peligro es que pongamos nuestra esperanza en nuestras posesiones. Se convierten en nuestra seguridad contra un futuro incierto, nuestro refugio contra las tormentas inciertas de la vida. Irónicamente, en EE.UU. puede leerse la frase “En Dios confiamos” en el dinero; sin embargo, “En el dinero confío” es lo que está escrito en los lugares secretos de nuestro corazón.
Pero el dinero tiene sus limitaciones. Es insensato confiar en el dinero, porque en el mejor de los casos éste es incierto. Todos conocemos las maneras en que esto puede convertirse en realidad: un descenso en el mercado de acciones, un colapso en bienes raíces, la superinflación, un gerente deshonesto, una pérdida inesperada del empleo, una enfermedad traumática que acaba con nuestros ahorros. Un artículo en el periódico matutino cuenta la historia de personas en el negocio de la alta tecnología que hace tan solo un año estaban dando regalos de Navidad muy caros porque teóricamente tenían dinero en forma de acciones. Este año están robando regalos de la compañía para enviar como obsequios, y el valor de sus acciones se ha derrumbado junto con sus compañías. Muchos están sin trabajo.
Un artículo en el diario financiero The Wall Street Journal describe las fortunas cambiantes de “centimillonarios” quienes, en la cúspide del auge de la tecnología, experimentaron que el valor de las ofertas públicas iniciales de sus compañías se disparó en 1999. De la noche a la mañana tenían ganancias netas de cientos de millones de dólares, y gastaban de acuerdo a ello. Luego, cuando los índices de los valores en bolsa del NASDAQ cayeron en picado, las cosas cambiaron rápidamente. Tal y como lo dijo un “ex-centimillonario”, cuyas acciones cayeron 96,8% en unos cuantos meses: “Subir fue fácil. Pero cuando comienzas a bajar, nadie te quiere hablar. Ha sido la experiencia personal de mayor desafío en mi vida” (“Excentimillionaires See Stakes Plunge” [“Ex-centimillonarios ven hundimiento de acciones”], 20/10/00).
El sabio rey Salomón escribió:
No te fatigues en adquirir riquezas; deja de pensar en ellas. Cuando pones tus ojos en ella, ya no está. Porque la riqueza ciertamente se hace alas, como águila que vuela hacia los cielos (Proverbios 23:4-5).
Confiar en el dinero también es ser infiel. El “sueño materialista” tiene gran poder. Ha hecho del mundo occidental un conjunto de países llenos de inmigrantes, no solo por el estándar de vida existente sino también por las posibilidades que se le da a todo ciudadano. Pero hay un inconveniente.
La búsqueda de más es interminable. Parece que, si se esfuerzan más, si hacen más, no solo alcanzarán el sueño sino que también llenarán sus almas. No solo hay que tenerlo todo; hay que tenerlo ahora. No solo hay que tener más; hay que tener lo mejor. Y los créditos lo hacen tan fácil que parece no haber razón alguna para no tener lo que se quiere cuando se quiere. El dinero y las cosas son el camino a la buena vida.
La Palabra de Dios nos enseña lo contrario. Pablo nos dijo que pusiéramos nuestra esperanza en Dios (6:17), reconociendo que el dinero es un sustituto tentador pero terriblemente inadecuado. Job también sintió el poder de esto:
Si he puesto en el oro mi confianza, y he dicho al oro fino: Tú eres mi seguridad; si me he alegrado porque mi riqueza era grande, y porque mi mano había adquirido mucho; si he mirado al sol cuando brillaba, o a la luna marchando en esplendor, y fue mi corazón seducido en secreto, y mi mano tiró un beso de mi boca, eso también hubiera sido iniquidad que merecía juicio, porque habría negado al Dios de lo alto (Job 31:24-28).
Debido a la naturaleza humana, el dinero se convierte en una paradoja, capaz de hacer un gran bien o un gran daño. Por lo tanto, Pablo insistió en que debemos usarlo con cuidado. El primer paso y el más importante es guardar nuestros corazones y asegurarnos de que estamos confiando en Dios, no en nuestro dinero. En 1 Timoteo 6:17, él amplía este pensamiento un poco más.
(Continuaremos en próximos artículos.)
(Artículos extraídos y adaptados del librito Cultivemos un corazón de contentamiento, escrito por Gary Inrig y publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas en: http://nuestropandiario.org/2009/09/serie-tiempo-de-buscar/
El link para la descarga de este librito en concreto es: http://d38mwqd0l2astu.cloudfront.net/files/2011/01/V3270_Contentamiento.pdf?7489a8
Si deseas más información, puedes escribirnos a [email protected].
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