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Un corazón de contentamiento (III)
 

Un carácter de contentamiento

El contentamiento no trata acerca de la autosuficiencia sino de la suficiencia en Cristo.

INTIMIDAD CON DIOS AUTOR Fernando Plou 30 DE ABRIL DE 2016 09:01 h

El antídoto para la avaricia es el contentamiento, una cualidad que es parte indispensable de la verdadera espiritualidad. Las palabras de Pablo son asombrosas: “Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento”. Dudo que Pablo estuviera sugiriendo que exista la verdadera piedad sin contentamiento. Sospecho que lo que estaba diciendo era que la piedad madura y el contentamiento son como un componente inseparable. 



“Piedad” era un término favorito del apóstol Pablo en el libro de 1 Timoteo. Lo usó ocho veces (cuatro de ellas en este pasaje) para describir lo que podríamos llamar “auténtica espiritualidad”.



Tomó un término muy usado por sus contemporáneos para describir el concepto pagano que ellos tenían de la piedad y darle un significado distintivamente cristiano. El término describe una actitud interna de reverencia y respeto que se expresa en actos externos. La verdadera piedad comienza con “el temor del Señor”; temor reverencial ante su presencia, lo cual produce no solo actos de adoración sino también un estilo de vida que es consistente con el carácter y los requerimientos del Dios a quien amamos y servimos. Es una vida centrada en Dios, una pasión por Dios que se traduce en adoración y una conducta apropiada. Para Pablo, esta cualidad era lo que significaba ser un seguidor de Cristo. Como ya lo había escrito en 1 Timoteo 4:7-8: “Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad; porque [...] la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura”.



La verdadera piedad siempre viene acompañada de “contentamiento”.



Para los filósofos griegos y romanos, esta era una palabra significativa, que describía una actitud de autosuficiencia, la capacidad para confiar en los recursos de uno mismo y no en los demás. Para los filósofos estoicos, el ideal era un hombre independiente, sin necesidad de nada ni de nadie. Sin embargo, en la opinión de Pablo, el contentamiento tomaba un significado diferente. Cuando les escribió a los filipenses desde la celda de una prisión, “he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación [...] he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13). El contentamiento, entonces, no trata acerca de la autosuficiencia sino de la suficiencia en Cristo. No es resignación sino satisfacción. No es aceptación del status quo, o la rendición de la ambición, sino la sumisión a Cristo y a sus propósitos. El contentamiento piadoso no trata acerca de la complacencia, la pasividad o algún desprendimiento místico de la vida. Más bien, como dice G. K. Chesterton: “Es la capacidad de sacar de una situación todo lo que hay en ella”. Es una satisfacción profundamente arraigada que es el don de Cristo.



Para mí ha sido extremadamente útil distinguir entre lo que alguien ha llamado “el consentimiento de la aspiración” y “el contentamiento de la adquisición”. La aspiración trata acerca de quién soy yo —mi carácter, mis relaciones, mis valores. La adquisición trata acerca de lo que poseo. La piedad involucra elegir la satisfacción con la adquisición y la insatisfacción con la aspiración. Involucra el contentamiento con lo que tengo pero descontento con quien soy. Quiero llegar a ser más sabio, más profundo, más amoroso, más a la imagen de Cristo. 



El contentamiento también es el producto de una perspectiva eterna del reino. Allí es hacia donde Pablo dirige nuestro enfoque en 1 Timoteo 6:7: “Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él”. Esta declaración es obvia pero se olvida fácilmente. Las cosas parecen tan reales, y la eternidad parece algo tan irreal. Pero la fe nos dice que en realidad es lo contrario. “Al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18). Las cosas presentes no tienen valor duradero. Son nuestras para que las disfrutemos pero no para que las conservemos. La vida en este mundo se parece mucho a un juego de Monopoly. No importa cuánto adquiramos, al final todo regresa a la caja. 



John Piper nos invita a imaginar a un visitante en una galería de arte que comienza a descolgar los cuadros de las paredes y, poniéndoselos bajo el brazo, se dirige hacia la salida. Lo observamos por un rato y luego le preguntamos, “¿qué está haciendo usted?” “Me estoy convirtiendo en un coleccionista de arte” — responde. “Pero esas pinturas no son realmente suyas, y no le van a dejar sacarlas de aquí. Usted puede disfrutarlas, ¡pero no puede conservarlas!” “Claro que son mías. ¡Las tengo bajo el brazo! Y me preocuparé de cómo sacarlas de aquí cuando llegue el momento” (adaptado de Desiring God [Deseando a Dios], p.156). 



No tendríamos dificultad alguna en ver la insensatez de ese tipo de comportamiento. Pero, a menudo, consideramos del mismo modo nuestras posesiones materiales, las cuales nos fueron encomendadas por Dios. Solo vemos el dinero y las cosas materiales de manera apropiada cuando reconocemos que no tienen valor duradero. 



Pablo también quiere que reconozcamos que los valores más grandes de la vida van más allá de lo material. “Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos” (1 Timoteo 6:8). Aquellos de nosotros que vivimos en el mundo occidental tenemos tantas cosas por encima de las necesidades básicas de la vida que nos es muy difícil pensar solo en la comida y el vestido.



Nuestra lista de “cosas esenciales” es mucho más larga. Pero en diversos momentos en otros países, he conocido a seguidores de Cristo que físicamente apenas si tenían algo más que escasos suministros de comida y vestido, y, sin embargo, he sentido que he recibido una lección de humildad con su auténtico gozo en Cristo. 



La comida y el vestido son importantes, pero no son la esencia de la vida. Por eso el Señor dijo: “[...] no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa?” (Mateo 6:25).



Acumulamos dinero y posesiones porque ofrecen una sensación de seguridad contra las incertidumbres del futuro. Pero incluso en la mejor de las circunstancias, las riquezas no son confiables. No ofrecen una verdadera garantía en el mundo presente ni tampoco en absoluto para el mundo eterno. Esa es la razón por la que Dios describe como necio al hombre rico que imaginó que tenía “muchos bienes depositados para muchos años”, solo para que Dios le reclamara su vida. No solo no controlaba su riqueza; tampoco controlaba su vida.



Su dinero no pudo protegerle de la certeza de la muerte, de su responsabilidad ante un Dios soberano, ni de la pérdida de todo lo que había acumulado. El veredicto del Señor es: “Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:21). Nuestra mayor seguridad no viene del poder de nuestra riqueza sino de la promesa segura de nuestro Dios. “Vuestro Padre celestial sabe que necesitáis todas estas cosas [comida y vestido]. Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:32-33).



Alguien observó astutamente que tememos a la muerte en proporción a lo que tenemos que perder. Si acumulamos tesoros para nosotros mismos en la tierra, nos enfrentamos a perderlo todo. El consejo del Señor es: “Sino acumulaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6:20-21). El contentamiento es el producto de la seguridad en Dios, el producto de la confianza en su carácter y sus promesas.



Debemos enfocarnos en la centralidad del carácter. Después de haber alejado a Timoteo de la avaricia y llevarle hacia el contentamiento, Pablo luego le dirigió hacia su foco principal. Los falsos maestros podrían estar absortos con la búsqueda de la riqueza, pero Pablo quería que Timoteo (y nosotros) nos comprometiésemos en la búsqueda del carácter piadoso. Los materialistas que acosaban a la congregación en Éfeso tenían un modelo de éxito, la persona que con gran determinación buscaba la meta de la riqueza financiera presente. “Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas” (1 Timoteo 6:11a).



El dinero es un gran recurso pero una meta terriblemente inadecuada. De hecho, es una meta extremadamente peligrosa. Tan peligrosa que se nos llama a huir del deseo de enriquecernos, huir del amor al dinero. Esto suena extraño en una sociedad que ha santificado la búsqueda de la riqueza y en una comunidad cristiana que a menudo suena más capitalista que cristiana. La seducción de la “teología de la prosperidad” intenta santificar aquello de lo que Dios nos ha llamado a huir, una filosofía de vida consumista y materialista. Encuentro que es mucho más fácil predicar esto que ponerlo en práctica. Sin embargo, no debemos simplemente huir. El llamado del seguidor de Cristo es hacer justamente eso, seguir al Señor. “Sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad” (v.11b). Notemos aquí que hemos de reemplazar la búsqueda de las cosas por la búsqueda del carácter. Búsqueda es una palabra significativa.



Nos recuerda que el carácter se forja con el tiempo, no se encuentra en un instante.



Si bien puede que haya riqueza instantánea, nunca hay carácter instantáneo. La Palabra también nos recuerda que, si bien puede que estas cualidades sean el producto de la obra de Dios en nuestras vidas, nosotros también desempeñamos un papel de importancia crítica. El carácter debe desarrollarse y buscarse con vigorosa energía. Búsqueda también nos recuerda que esta es una actividad deliberada, con la que se continúa en las experiencias diarias de la vida. 



No debemos simplemente huir y seguir. Hemos de “pelear la buena batalla de la fe” (v. 12), porque, si bien la vida cristiana siempre es personal, nunca es privada. Un seguidor de Cristo está llamado a promover la causa del Reino de Cristo y la gloria de Cristo en el mundo. Una vida avariciosa es una vida egoísta. Una vida del Reino es una vida marcada por el sacrificio. En una época de guerra, vemos los recursos financieros de manera diferente. Así que tiene que añadirse una tercera fase a la manera en que un cristiano ve el dinero. Rechazamos la avaricia, cultivamos el contentamiento, y practicamos el compromiso en el uso de nuestros recursos para hacer avanzar la causa de Cristo en el mundo. Dar es la manera en que huimos de la avaricia, porque la generosidad forma nuestra inmunidad contra la codicia. Dar es la manera en que desarrollamos el contentamiento, al hacer una elección deliberada de emplear nuestros recursos para los demás, no sólo para nosotros mismos. Y dar es la manera en que demostramos y desarrollamos el compromiso en la lucha de la fe. Nuestra preocupación en esta sección ha sido pensar acerca de los límites de carga, sobre la línea Plimsoll que necesitamos trazar en nuestras vidas para evitar la peligrosa sobrecarga con las cosas. He aquí cuatro sugerencias para ayudarnos a enfocar nuestro pensamiento en cuanto a los límites de cargas personales. 



 



1. Desarrollemos un estilo de vida de límites, no de lujo. Vayamos contra la cultura. Compremos a menor precio o cantidad, o arreglémosnoslas sin tener que comprar algo. Como un acto de autodisciplina y un medio para no dejar que la avaricia nos atrape, elijamos vivir con menos de lo que podamos darnos el lujo de adquirir. 



 



2. Cultivemos la generosidad, no la codicia. La compasión y la generosidad son los frenos para la avaricia. Demos más de lo que creemos que podemos dar a una causa que el Señor haya puesto en nuestros corazones. ¡Asumamos un riesgo del Reino! 



 



3. Enfaticemos la valía personal por encima del valor neto. Tomemos la determinación de pasar más tiempo pensando y trabajando en nuestro carácter futuro que en nuestro futuro financiero. Si nuestro plan de jubilación financiera ya está funcionando, ¿qué pasa con nuestro plan de jubilación del carácter? Determinamos nuestros futuros activos financieros ahora. Lo mismo es cierto en cuanto a nuestros futuros activos del carácter. ¿Qué clase de ancianos estamos eligiendo ser? 



 



4. Invirtamos en lo eterno, no solo en lo temporal. Oremos por un proyecto del Reino que cautive nuestra pasión, desafíe nuestros talentos recibidos e inspire la inversión de nuestro tesoro. 



 



(Continuaremos en próximos artículos.)



 



(Artículos extraídos y adaptados del librito Cultivemos un corazón de contentamiento, escrito por Gary Inrig y publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas en: http://nuestropandiario.org/2009/09/serie-tiempo-de-buscar/



El link para la descarga de este librito en concreto es: http://d38mwqd0l2astu.cloudfront.net/files/2011/01/V3270_Contentamiento.pdf?7489a8



Si deseas más información, puedes escribirnos a [email protected].


 

 


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