De lo que proviene del mal, por muy lógico o agradable que nos parezca, no podemos esperar grandes cosas.
En estos tiempos convulsos que vivimos a todos los niveles, no solo en nuestro país, que también, sino a nivel de crisis internacional en general, la cuestión del origen y su importancia se vuelve a poner encima de la mesa una y otra vez, aunque desde luego no de la forma que yo lo abordaré hoy, probablemente. Solo hay que fijarse un poco en los telediarios para darse cuenta de que, ya sea en la crisis de refugiados, ya sea en el discurso de Trump, ya sea en cualquiera de los improperios o dardos que se intercambian nuestros políticos, la cuestión del origen está servida, aunque está empleada de maneras ciertamente distintas.
El asunto es que, verdaderamente, es importante ese origen, el análisis acerca de dónde parten las cosas. Y eso no se aplica solo al país de origen del inmigrante (que en ese caso es probablemente en el que menos importa a no ser que nos guiemos por prejuicios), por poner un ejemplo de los muchos que podría haber y que gente como Trump utilizan una y otra vez, sino a la voz de quien emite juicio sobre él y su propio corazón. El valor de algo que se dice tiene mayor o menor peso dependiendo de dónde provenga y de la calidad y fuerza moral del emisor. Una afirmación que nace en los propios intereses personales deja de ser “verdad” para ser algo interesado, simplemente por tener en cuenta el origen, que no es otro que nuestro propio corazón torcido. Y así sucesivamente en un sinfín de situaciones que nos rodean cotidianamente.
Pero no estamos acostumbrados a hacer un análisis en profundidad de los orígenes de las cosas para discriminar o valorar su peso específico. Nos dejamos demasiado a menudo llevar por las apariencias y, aunque procuramos no dejarnos engañar y distinguir cuándo algo viene de un lugar o de otro, para darle la credibilidad apropiada, seguimos equivocándonos una y otra vez. El corazón del hombre y su propio mal es el origen de muchas cosas, nuestro propio corazón es origen de nuestros desvaríos, nuestras malas decisiones, nuestros autoengaños también. Y caemos de nuevo porque nuestros análisis, cuando se dan, suelen ser superficiales y fijarse solamente en lo que nuestro ojo ve. Sin embargo hemos de urgirnos una y otra vez a procurar compensar este sesgo nuestro que el pecado nos imprime con la sabiduría que viene de lo alto y que nos ayuda y capacita para distinguir. Porque el origen de las cosas es mucho, si no lo es todo en ocasiones.
Jesús habló de los orígenes de las cosas. Lo hizo repetidamente, aunque hoy yo solo mencionaré una de esas ocasiones. Habló de ello porque verdaderamente, no solo tiene sentido hacerlo, sino que además es un tema importante y urgente para nuestra vida cotidiana como cristianos, en lo pequeño y en lo grande también. En Mateo 5:33 en adelante Jesús dedica un espacio a hablar de los juramentos, y manda no jurar por el cielo, ni por la tierra, ni por ninguna otra cosa. Él dice que nuestro sí sea sí, y nuestro no, no porque, lo que es más de esto, “del mal procede”. ¡Curioso este “pequeño” elemento aquí, “del mal procede”, como coletilla al final de una frase en la que parece que todo estaba ya dicho. Pero no: resulta probablemente uno de los elementos más definitorios del pasaje porque, como principio fundamental a la hora de tomar decisiones, veremos que no tiene precio conocer el origen de algo para aceptarlo directamente o bien, rechazarlo sin dilación.
En este asunto del juramento (que quizá podemos ver como algo menor aunque no parece serlo a la luz de la importancia y la reiteración con que se lo trata en la Palabra) pero también en otros muchos otros de profundo calado, la cuestión del origen es definitiva. ¿De dónde vienen esas cosas que nos ponen a veces ante las decisiones más importantes y complicadas de nuestra vida? En el pasaje que hemos citado, si procuramos analizarlo desde una perspectiva puramente humana, desde nuestros propios razonamientos, no hay razones “tan de peso” como para no jurar. “Al fin y al cabo -dirán algunos- ¿qué va a pasar? Mucha gente jura y no pasa nada”. Pero Jesús trae a colación la cuestión del origen: ¿de dónde viene ese juramento? ¿Tiene un origen bueno, justo, santo? No lo tiene. De hecho, dice claramente, “del mal procede”. Y esto nos trae a dejar atrás una perspectiva de análisis puramente humana para empezar a entender que, en la perspectiva de Dios, el origen de las cosas es absolutamente crucial, porque lo que no viene de Él, la fuente de todo bien, viene del mal.
Así pues, muchas de esas cosas que no entendemos y a las que sucumbimos contraviniendo la expresa voluntad de Dios al respecto porque las analizamos desde nuestra propia razón, desde nuestros argumentos como hombres y mujeres, se resolverían de forma mucho más clara, sin tanta carretera secundaria y sin tanta autojustificación o autoengaño preguntándonos “¿De dónde viene esto realmente?” Porque si no viene de Dios, del mal procede.
Pongo en esta dirección solo algunos ejemplos del plano de las relaciones con los que, además, me encuentro muchas veces últimamente en la consulta y que vienen de gente que ha conocido y aceptado el Evangelio en su vida:
Y así podríamos estirar y estirar para encontrar muchas otras versiones de la misma cuestión, análisis desde nuestros propios puntos de vista para comprender el por qué sí o no a algunas cosas, pero que no dan fruto ni llegan a ningún convencimiento porque se pierde de vista la cuestión del origen. La razón por la que se nos anima a mantener ciertos cánones de conducta, a apartarnos de ciertas cosas que, humanamente nos parecen aceptables, es que su origen no es Dios mismo, sino el mal. Y de lo que proviene del mal, por muy lógico o agradable que nos parezca, no podemos esperar grandes cosas.
¡Claro que casarse en el mismo yugo, por seguir con uno de los ejemplos mencionados, no es la garantía de que todo vaya como nos gustaría! Pero no por ello cambia la cuestión del origen: desde el mismo yugo vivimos al amparo y bendición de Dios, porque esa pauta viene de Él y esto no es nunca una cuestión menor. Desde la desobediencia decidimos a menudo recorrer el camino sin que Dios lo presida y, lógicamente, no puede ser igual. Porque incluso aunque a veces las cosas nos vayan mal, humanamente hablando, teniendo un buen origen, las diferencias en la manera en que se dan los acontecimientos y la propia vivencia del cristiano es absolutamente distinta. Dios proveyendo en la dificultad del creyente vs. Dios permitiéndonos vivir las consecuencias de nuestro propio pecado. La intervención de Dios resulta, en uno y otro caso, sin duda distinta y las consecuencias para nosotros, también.
Actuamos y pensamos a veces como si Dios se dedicara a tentarnos, que no lo hace a la luz de lo que nos dice el Nuevo Testamento (ni Dios puede ser tentado, ni Él tienta a nadie, nos dice Santiago). Quizá lo que nos quiere decir, efectivamente, al permitir que otro, el maligno, nos ponga ciertas tentaciones delante, sea “Confía en mí y en mis promesas y no te dejes engañar por tus emociones”. ¡Qué tergiversación tan grande hacemos a veces de las cosas! ¡Cuántos errores cometemos a diario por no conocer ni siquiera lo más esencial del carácter de Dios! ¡Y cuántas penurias nos ahorraríamos de tener el cuenta el origen de las cosas, recordándonos que lo bueno y perfecto viene de Dios, y que lo que no viene de Él, solo puede provenir del mal, con todo lo que eso conlleva! ¿De dónde viene este plato de comida? ¿Del mejor de los restaurantes, o de la basura? A veces ciertamente el plato de verdura del restaurante nos resulta poco apetecible y el suculento bistec de la basura nos atrae mucho más, pero qué duda cabe que, en esto y en todo, el origen es fundamental, a pesar de las apariencias.
El origen marca en muchos o todos los sentidos el recorrido que hacemos en la vida. Más vale un día en Sus atrios que mil fuera de ellos, nos decía el salmista. Porque aunque desde las gafas de nuestro razonamiento dé igual obedecer que no hacerlo, o incluso nos parezca que no obedecer nos ha traído mayores y mejores ventajas, ciertamente no es así. Esta es solo la lectura pobre y mediocre que hacemos desde nuestras propias profundidades, que no son tales, intentando medir y valorar el horizonte metidos en el pozo de nuestra propia mente, cuando ese mismo pozo no nos deja ver más allá. Sin embargo, creemos que lo vemos todo y que tenemos toda la información y criterio disponibles para tomar decisiones como esas sin contar con Su criterio, completo y eterno.
La decisión está en nosotros, pero la verdad está solo en Él. El origen de cada cosa es el que es, y no es otro distinto. Dios no se niega a Sí mismo ofreciéndonos cosas que nos mandó con anterioridad que evitáramos, porque no se dedica a jugar con nosotros. Pero sí permanece firme en dejarnos usar la capacidad de decisión con la que nos creó en Su momento, aunque mostrándonos de qué forma se glorifica Él y con qué decisiones nuestras lo hace o no.
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