El psiquiatra Scott Peck explica por qué la gracia es un concepto poco comprendido. Presumiendo de realistas, quienes no entienden la gracia de Dios ven como algo gracioso que otros crean.
Continuando el artículo iniciado bajo el título El amor no es un sentimiento 1 vuelvo al autor de La nueva psicología del amor 2, esta vez para saber qué nos dice sobre la gracia.
Peck me ha ayudado en mi juventud a no tomar muy en serio a los que miran compasivamente a los creyentes. Y, mucho menos, cuando directamente se mofan de nuestro testimonio de fe.
Como analista, tanto de incrédulos como de creyentes, el autor aporta aspectos científicos y datos empíricos sobre la gracia de Dios en acción. En el primero de dos artículos leeremos un resumen de lo que nos dice. Comencemos:
La definición de gracia
Hasta ahora he descrito una variedad de fenómenos que tienen las siguientes características en común:
a) Sirven para impulsar, apoyar, proteger y fomentar la vida humana y el desarrollo espiritual.
b) El mecanismo de su acción, o no se acaba de comprender del todo (como en el caso de la resistencia física y de los sueños) o resulta totalmente ininteligible (como en el caso de los fenómenos paranormales), de acuerdo con los principios de las leyes naturales y según la interpretación del pensamiento científico actual.
c) Su aparición es frecuente, común y universal.
d) Aunque potencialmente están influidos por la conciencia humana, el origen de esos fenómenos es externo al consciente.
Por lo general son considerados separadamente, pero me he convencido de que su carácter común indica que estos fenómenos son parte de un solo fenómeno o manifestaciones de él: una vigorosa fuerza que, teniendo su origen fuera de la conciencia humana, impulsa el desarrollo espiritual de los seres humanos.
Durante cientos e incluso miles de años, antes de la nomenclatura científica de cosas como inmunoglobulinas y estados oníricos e inconscientes, esa fuerza era reconocida por los espíritus religiosos que le dieron el nombre de gracia y le cantaron alabanzas.3
¿Cómo hemos de considerar a esta fuerza que, teniendo su origen fuera de la conciencia humana, impulsa el desarrollo espiritual de los seres humanos?
No podemos palparla; no tenemos medios apropiados para medirla. Pero existe, es real.
No creo que podamos lograr una plena comprensión del cosmos, del lugar que en él ocupa el hombre, ni de la naturaleza de la humanidad, si no incorporamos el fenómeno de la gracia a nuestro marco conceptual. Sin embargo, ni siquiera podemos localizar dicha fuerza.
Sólo sabemos dónde no está: no reside en la conciencia humana.
Entonces, ¿dónde reside? Algunos de los fenómenos que hemos tratado, como los sueños, sugieren que la gracia reside en el inconsciente del individuo. Otros fenómenos, como la sincronía y la casualidad afortunada, indican que esta fuerza existe más allá de las fronteras del individuo.
En teología hay, a este respecto, dos grandes tradiciones opuestas: una, la doctrina de la emanación, sostiene que la gracia emana de un Dios exterior y desciende a los hombres; la otra, la doctrina de la inmanencia, sostiene que la gracia proviene de Dios, pero es inherente al hombre.
Este problema —y, en realidad, todo el problema de la paradoja— se debe, en primer lugar, a nuestro deseo de situar las cosas. Los seres humanos tendemos a percibir las cosas como entidades autónomas. El mundo se compone de barcos, zapatos y demás categorías. Comprendemos un fenómeno sólo si lo podemos incluir en una determinada categoría, correspondiente a una entidad determinada.
Es una cosa o la otra, pero no puede ser ambas. Los barcos son barcos y no zapatos.
Yo soy yo y tú eres tú. La entidad ‘yo’ es mi identidad, y la entidad ‘tú’ es tu identidad, y solemos quedar completamente desconcertados y frustrados si nuestras entidades llegan a mezclarse o confundirse. Según hemos observado antes, pensadores hindúes y budistas creen que nuestra forma de percibir las entidades separadamente es ilusoria o maya, y los físicos modernos que estudian la relatividad, los fenómenos de ondas y partículas, el electromagnetismo, etcétera, se están dando cuenta cada vez más de las limitaciones de nuestro enfoque conceptual basado en entidades. Pero es difícil salir de esta visión.
Nuestra tendencia a pensar en entidades nos lleva al deseo de querer situarlo todo en algún lugar, incluso conceptos como Dios o la gracia, aun cuando sabemos que esta tendencia es un obstáculo a nuestra comprensión.
Por mi parte, procuro no concebir al individuo como una entidad y, en la medida en que mis limitaciones intelectuales me empujan a pensar (o escribir) en términos de entidades, concibo los límites del individuo como una especie de membrana sumamente permeable, una valla en lugar de un muro; una valla a través de la cual, por debajo de la cual y por encima de la cual pueden escurrirse otras ‘entidades’.
Así como nuestro consciente es, parcial y continuamente, permeable al inconsciente, nuestro inconsciente es permeable a la ‘mente’ exterior, a la ‘mente’ que nos domina y que, no obstante, es una identidad distinta de nosotros.
He llegado a creer y he tratado de demostrar que la capacidad de amar y, por lo tanto, la voluntad de evolucionar, se nutre, no sólo del amor de los padres durante la niñez, sino también de la gracia o amor de Dios durante toda la vida. Se trata de una poderosa fuerza, exterior a la conciencia, que se manifiesta a través de la acción de personas que experimentan amor y que no son los padres.
Por la gracia, ciertas personas pueden trascender los traumas ocasionados por el desamor de los padres y convertirse en personas que se han elevado muy por encima de ellos en la escala de la evolución humana. ¿Por qué, entonces, sólo algunas personas evolucionan espiritualmente más que sus padres? Creo que la gracia es accesible a todos, que el amor de Dios nos envuelve a todos por igual, por lo que la única respuesta posible es que la mayoría de nosotros decide no escuchar la llamada de la gracia y rechazar su asistencia.
Saber escuchar y responder al llamado de la gracia
Para mí, la afirmación de Cristo ‘Muchos son los llamados pero pocos los escogidos’ 4 tendría el sentido de todos nosotros somos llamados por la gracia pero pocos decidimos escuchar su llamada.
La pregunta sería entonces: ¿por qué tan pocos de nosotros decidimos escuchar la llamada de la gracia? ¿Por qué casi todos nos resistimos a la gracia?
En realidad, ya hemos dado la respuesta a estas preguntas; se trata de nuestra pereza, el pecado original de la entropía por el que todos estamos malditos. Así como la gracia es el último eslabón de la fuerza que nos impulsa hacia la evolución humana, la entropía es lo que nos hace resistir esa fuerza, permanecer en nuestro lugar cómodo y fácil e incluso la que nos hace descender a formas de existencia cada vez menos exigentes.
Hemos tratado extensamente el tema de la dificultad que conlleva la disciplina: amar de verdad y desarrollarse espiritualmente, y hemos llegado a la conclusión de que es natural que rehuyamos las dificultades.
Reconocer la gracia, experimentar personalmente su constante presencia y saber que se está cerca de Dios, es conocer y experimentar continuamente una paz y una tranquilidad que pocos poseen. Pero, por otro lado, este conocimiento y esta conciencia acarrean una enorme responsabilidad.
Experimentar que se está cerca de Dios es también tener la obligación de ser como Dios, de ser el agente de su poder y de su amor. La llamada de la gracia es una llamada a una vida de esfuerzos y cuidados, a una vida dedicada a prestar servicios y a hacer cualquier sacrificio que se crea necesario. Es una llamada que nos lleva desde la niñez espiritual hasta la madurez espiritual, una llamada a ser padres de la humanidad. T. S. Eliot lo describió muy bien:
Pero pensad por un momento en el significado de la palabra «paz». ¿Os parece extraño que los ángeles hayan anunciado la Paz cuando el mundo ha estado incesantemente conmocionado por la Guerra y por el miedo que ésta provoca? ¿Os parece que las voces angélicas estaban equivocadas y que la promesa ha sido una desilusión y un engaño?
Reflexionad ahora acerca de cómo Nuestro Señor habló de la paz. Les dijo a sus discípulos: ‘La paz os dejo, mi paz os doy.’ 5 ¿Qué quiso decir Jesús?
Si os lo preguntáis, recordad que también dijo: ‘yo no os la doy como el mundo la da’. 6 Así pues, dio la paz a sus discípulos, pero era una paz diferente de la que el mundo da. La paz de la gracia conlleva la angustia de las responsabilidades, los deberes y las obligaciones.
Una chica estuvo sometida a terapia conmigo durante un año, a causa de una profunda depresión. Tras explicarle que el camino a la recuperación pasa por la reflexión, la paciente se puso furiosa y gritó:
¡No quiero tener que pensar continuamente! ¡No he venido aquí para que mi vida resulte más difícil! Lo único que deseo es estar tranquila y gozar de la vida. ¡Usted pretende que yo sea una especie de diosa o algo por el estilo!
San Agustín escribió: ‘Dilige et quod vis fac’, que significa ‘Sé diligente y haz lo que quieras’. 7
Si una persona progresa lo suficiente en psicoterapia, terminará por superar la sensación de que no puede enfrentarse a un mundo cruel y abrumador, y un día, de pronto, advertirá que está en su poder hacer cualquier cosa que desee. Comprender esta libertad es terrible, pues esta persona se dirá: ‘Si puedo hacer lo que quiera, ¿qué me impide incurrir en grandes errores, cometer crímenes, ser inmoral, abusar de mi libertad y de mi poder? ¿Son suficientes mi diligencia y mi amor para gobernarme?’
Si la comprensión del poder y la libertad de uno mismo se experimenta como una llamada de la gracia, como a menudo ocurre, la respuesta del individuo será ¡Oh, Señor, no soy digno de que confíes en mí!
Este temor es, desde luego, una parte de la diligencia y del amor y, por lo tanto, es útil para que uno se gobierne a sí mismo e impida abusar del poder. Por este motivo no hay que descartar el temor, aunque no debería ser tan grande como para impedir que una persona escuche la llamada de la gracia y asuma el poder de que es capaz. Algunos de los que han sido llamados por la gracia podrán debatirse durante años con este temor antes de trascenderlo y aceptar su condición, semejante a la de Dios. Cuando el temor y la sensación de ser insignificante son tan grandes que impiden asumir el poder, se trata de un problema neurótico y ésta puede ser la cuestión central que hay que considerar en la psicoterapia.
Sin embargo, en la mayoría de las personas, la resistencia a la gracia no es el temor a abusar de su poder. Lo que las inquieta de la máxima de san Agustín no es la parte que indica
‘Haz lo que quieras’, sino la que dice ‘Sé diligente’.
La mayoría de nosotros somos como niños o adolescentes: creemos que nos corresponden la libertad y el poder de la edad adulta, pero no nos gusta la responsabilidad de los adultos.
Concluiremos en el próximo artículo, DM. Hasta entonces, con la paz del Señor.
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Notas
Ilustración: me pareció poco gracioso mostrar en este artículo a humanos mofándose. Con todo respeto por pingüinos y focas elegí esta muy curiosa foto. http://www.sopitas.com/442472-estas-focas-riendo-haran-tu-dia-mucho-mejor/
01. http://protestantedigital.com/magacin/39074/El_amor_no_es_un_sentimiento
02. Título original: The Road Less Traveled; traducción: Alfredo Báez; Copyright © 1978 by M. Scott Peck, M. D.
Copyright © Emecé Editores,1997. Emecé Editores España, S.A. Mallorca, 237 - 08008 Barcelona - Tel. 215 11 99
ISBN: 84-7888-311-822.085. Adaptado del pdf subido a http://www.ignaciodarnaude.com.
03. El himno ‘Amazing Grace’ fue escrito por el científico John Newton (1779). Música de J. Carrell & D. Clayton.
04. Mateo 22:14.
05. Juan 14:27. T. S. Eliot (1888-1965), en el sermón de Navidad que pronuncia Thomas Becket en la obra de teatro Asesinato en la catedral (1936) en ‘The Complete Poems and Plays, 1909-1950’, (Harcourt Brace, Nueva York 1952), págs. 198, 199.
06. Ibíd. 27b.
07. San Agustín (354-430), en Patrología Latina, 35.2033.
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