El mundo no mide el valor de los principios, sino su éxito.
Y porque terminé mi anterior “Desde el Corazón” con la comprometida palabra (continuaré) este aprendiz de escribidor, debe cumplir. ¡Y me cuesta! porque en el transcurso de una semana, se me ocurren tantas otras ideas, que suelen tener más actualidad que el sueño de hace ya algunos días, que me hace decir a mí mismo ¿por qué escribí continuaré? y es que en mi orgullo, pienso que una segunda parte, de algo que pensé en una primera parte, suprime la sorpresa de la originalidad de la actualidad. Pero a la vista de lo que está sucediendo en la política de las investiduras, que un cuarto pacta con un segundo, para descartar a un tercero y dejar en la cuneta a un primero; yo, creo que tengo cien años de perdón.
Después del sueño, me puse a pensar en una lista de batallas que desde mi juventud pensé que tendría que lidiar, y en cuál de ellas pude ser derrotado y, de tales experiencias, cuánto aprender para las siguientes. Porque creo que la fe y la inteligencia (intus legere, leer desde dentro) están obligadas a evolucionar creciendo. Un pastor genuinamente llamado por el Príncipe de los Pastores, privilegiado con talento no puede ser el mismo a los treinta años que a los setenta.
Y desperté del sueño. Y mencioné cierta angustia –que también indiqué haber superado- pues el despertar puede llegar a ser una experiencia angustiosa, molesta, e incluso incómoda. Los modernos despertadores nos ofrecen una variedad de sonidos, luces e imágenes que hasta se proyectan sobre las paredes o el techo, para que esa experiencia sea menos desagradable; máxime en estos tiempos que los investigadores del sueño nos informan del efecto nocivo que puede tener un mal despertar. Pero da igual que nos despierte una dulce melodía, la voz de nuestra Radio de elegido dial, o el pitido taladrante o agudo de un aviso de incendio; lo que puede hacer angustiosa la experiencia de despertar es descubrir que dormíamos cuando teníamos que estar batallando victoriosamente. La sensación de que se nos derrotó en lidias en las que debíamos haber claramente vencido. De ahí que me pregunte ¿en qué derrota estás Pastor?
Una segunda batalla (por seguir el orden en mi primer artículo de este tema) se da en el campo de la confianza. Uno entra en la vida (ignorando la Teología) creyendo que los hombres son buenos. ¿Quién podría engañarnos? Si de nadie somos enemigos, ¿cómo lo sería alguien nuestro? y ahí está otro batacazo. Es una zancadilla estúpida o, incluso, una traición de ovejas de corazón rapaz y lobezno, un laicismo activista vestido de libertad de expresión cuando es óxido corrosivo, que nos desencuaderna el alma precisamente porque no logramos entenderlo. Y nuestra alma herida, bascula buscando el hospital o el rincón cómodo de no luchar. El hombre es malo, pensamos. Rodeamos de hilo espinoso nuestro castillo interior, levantamos el puente levadizo que proteja nuestra alma en el castillo que nos hemos construido. Un espíritu dormido es una segunda derrota.
La tercera derrota es más grave porque ocurre en el mundo de la fe, en los creyentes y de los ideales en creyentes o increyentes: uno ya no está seguro de las personas, pero aún cree en las grandes causas de la juventud: la fe, el trabajo, la familia, la iglesia y menos pero aún, en tales o cuales ideales políticos. Se enrola en tales principios. Aunque los hombres fallen, estos no fallarán. Pero pronto se ve que no triunfan los principios mejores, que la demagogia es más “útil” que la verdad y que, con no poca frecuencia, bajo un principio hay un cretino más grande. Se descubre que el mundo no mide el valor de los principios, sino su éxito. ¿Y quien no prefiere una causa mala triunfante a una buena derrotada?, ese día otro trozo del alma se desgaja y se corrompe.
Hay otras batallas que nos parecen menos importantes, hasta que puedan ser buenistas. Cuando pensamos que con la mera predicación, balsámica nunca cirujante, se hacen reuniones y más mítines, pero sin voces proféticas claras y denunciantes. Y así llega el día cuando descubrimos que con nuestros humanos esfuerzos no se puede conseguir la justicia perfecta, y recurrimos a pactar con pequeñas injusticias, con componendas política-mente correctas. Esos días caemos derrotados en esas batallas.
Aún creemos en la paz. Pensamos que el malo es recuperable, que la razón, el progreso y las declaraciones serán suficientes, y hasta los aceptamos como dirigentes políticos, líderes y educadores. Pero pronto se nos eriza el alma, de comprobar que el malvado, sin el corazón cambiado, pese a sus nuevas vestimentas, sigue siendo carroña y podredumbre, y callamos, nos da vergüenza señalar el pecado y la maldad como maldad. ¿Queda algo de nuestra juventud?.
“Desde el Corazón” pienso que perdidas estas batallas, con escasos entusiasmos ya, debilidad en la promesa que todo lo podemos en Cristo, nos quedan dos caminos: engañarse a nosotros mismos creyendo que estamos triunfando, taponando con placer y dinero los huecos del alma en los que habitó la esperanza, o conservar algo de corazón, de fe, de conocimiento y gracia, sin lo cual nuestro barco navega a la deriva, nos deja hambrientos y vacíos, sin peso de ilusiones, sin alma.
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