Este relato solo pretende ser un brevísimo avance de una figura social tan influyente, y a la vez tan desconocida para muchos, como es la del pastor evangélico.
Después de treinta y cinco años desempeñando las benditas labores como pastor evangélico en diferentes proyectos ministeriales, me permito realizar algunos apuntes y reflexiones en voz alta.
En primer lugar, tengo que decir que mi formación personal en el campo teológico es autodidacta y que mi incorporación a la cultura, aunque tardía, resultó enormemente fascinante para mí.
Durante todos estos años he podido observar y analizar a muchos pastores desarrollando sus funciones, de los que, en muchos casos, he aprendido mucho. Estas que explicaré a continuación son algunas de las señas de identidad básicas de lo que podríamos considerar el manual de estilo en el desempeño ministerial del pastor evangélico.
Desde luego, que lo más interesante en mi trayectoria ha sido poder experimentar en primera persona este apasionante y abnegado oficio, que en muchos aspectos resulta muy gratificante por su origen divino y especialmente por su significación en la vida de muchas personas.
Debido a mis diferentes ocupaciones, el tiempo no siempre es mi mejor aliado y me encuentro en la necesidad de escribir mis artículos sobre la marcha. Pido disculpas anticipadas porque, en temas como el propuesto, necesitaría más tiempo para desarrollar conceptos y relatar mucho mejor mis explicaciones sobre el desempeño pastoral.
Este relato solo pretender ser un brevísimo avance de una figura social tan influyente, y a la vez tan desconocida para muchos, como es el perfil humano y la función comunitaria de los pastores evangélicos.
Mi llamado al ministerio pastoral fue un tanto inesperado para mí, aunque desde mi más temprana conversión sentía instintivamente un ferviente deseo de ayudar a la gente que se cruzaba en mi camino, pero sin el más mínimo interés de ser promovido a este importante menester.
Casi sin darme demasiada cuenta, me encontré envuelto en una serie de circunstancias que acabaron de confirmar mi vocación pastoral, aunque al principio no me parecía tan reconocible. De esta manera, he desempeñado mi labor con aciertos y desaciertos que han ido formando y conformando gran parte de esta universidad experimental de la vida en mis funciones pastorales.
Por supuesto que he visto modelos en el ejercicio pastoral realmente ejemplares y hasta admirables en muchos casos y, por el contrario, otros muy deficientes y, en los peores casos, algunos tristemente lamentables. Estos se dan por falta de una preparación básica inexistente, en otros por motivaciones oscuras, además de incorrectas, y en otros tantos casos por una falta de madurez elemental en el carácter de ciertos ministros del evangelio.
Sin embargo, quisiera destacar algunas de las muchas funciones sociales y espirituales que aporta un pastor a la comunidad en general y, por supuesto, a las iglesias cristianas en particular. Doy por sentado que al referirme a la figura del pastor evangélico también me estoy refiriendo implícitamente a la figura de la mujer pastora. Pero veamos algunas de las muchas características del pastor/a como catalizador social:
1) En primera instancia el pastor evangélico es un guía espiritual cercano. Es un instructor de la Palabra de Dios y esto supone una alta responsabilidad 2) El pastor evangélico es un verdadero orientador espiritual y consejero familiar en diversas cuestiones de la vida. Impartir ánimo y consolación a la gente se le convierte en una facultad otorgada por la Divinidad 3) También es frecuentemente un mediador que interviene en diferentes conflictos humanos. 4) Es, en muchos casos, un mentor que acompaña el proceso de formación espiritual de la gente. 5) El pastor evangélico es un facilitador en las relaciones interpersonales, es un constructor de puentes entre personas. 6) Es también un médico del alma, pautando sabios consejos bajo la guía del Espíritu Santo y la Palabra de Dios. 7) Por definición es un hombre solidario y un buen samaritano con las necesidades reales de las personas. En definitiva, el pastor evangélico es y se supone que sea un auténtico maestro del bien.
Entre los doce y quince millones de iglesias evangélicas que hay en el mundo entero, bajo el liderazgo de pastores y pastoras evangélicas, es más que meritorio (en su mejor versión) reconocer su positiva influencia social y espiritual en la vida de millones de personas y familias enteras que son ayudadas por esos hombres y mujeres de paz que, como paladines del Dios de los cielos, se convierten en dignos representantes, a la vez que embajadores del Rey de reyes y Señor de señores.
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