La oración a Dios es un verdadero antídoto contra el afán, la angustia y la ansiedad.
Hemos de darnos cuenta que una gran parte del día estamos rumiando mentalmente todo tipo de cosas: preocupaciones, cuestiones a realizar, relaciones diversas. Por lo tanto, una gran parte de nuestro tiempo lo pasamos hablando mentalmente con nosotros mismos (más que orando a Dios) y esto, desde un punto de vista neurológico, no es lo más saludable para nuestras saturadas mentes humanas. Uno se pregunta a sí mismo: ¿Cómo puedo liberarme de tanta sobrecarga mental? o ¿cómo puedo aligerarme de tantas preocupaciones de la vida que frecuentemente ensombrecen mi atmósfera sicológica y hasta pueden afectar mi estado de ánimo? La respuesta está en la poderosa y balsámica Palabra de Dios: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" Filipenses 4: 6-7 (Lucas 12: 22-31).
La oración a Dios es un verdadero antídoto contra el afán, la angustia y la ansiedad. Se trata de contarle al Señor nuestras preocupaciones y de "echar todas nuestras ansiedades sobre Él, porque el cuidará de nosotros". Descarguemos nuestras mentes de tanta saturación y hasta de obsesiones neuróticas. Librémonos de tanto ensimismamiento mental (el mundo no gira alrededor nuestro) y oremos a Dios cada día en la confianza de que Él aliviará nuestras cargas. La paz, el Shalom de Dios, vendrá a nosotros y nos tranquilizará. El Señor siempre responde a nuestras oraciones de una manera u otra. Orar por nuestras necesidades no es un brindis al Sol ni mucho menos, es un acto de fe y confianza suprema en las ciertísimas promesas de Dios.
Estudios recientes, tanto de sicólogos como de científicos, realizados a diferentes grupos y personas en particular, han demostrado los beneficios tangibles de la oración. La oración influye sobre cuatro áreas distintas del cerebro humano: el lóbulo frontal, la corteza cingulada anterior, el lóbulo parietal y el sistema límbico. Además, se detalla en ese estudio cómo una cantidad específica de tiempo de oración al día puede ayudar a prevenir la pérdida de memoria y el deterioro mental e incluso la demencia o el Alzheimer. También se describen 47 beneficios de la oración, científicamente probados, incluyendo el alivio del dolor, menor riesgo de muerte por ataque cardíaco o un derrame cerebral, disminución de la ansiedad o la depresión, mejora de la función inmune y muchas más cosas. Esto nos demuestra el bien que la oración aporta a nuestra salud integral, además de nuestra necesaria conexión diaria con Dios en este bendito diálogo a corazón abierto.
Asimismo podríamos hablar del conflicto espiritual entre la vieja y la nueva naturaleza del creyente (Efesios 4: 22-24). Aunque esto no nos debe introducir en una especie de conflicto de personalidad dual cual Dr. Jekyll y Mr. Hyde. La nueva creación es prevalente sobre el viejo hombre o la vieja mujer (2ª Corintios 5:17), solo depende a quien obedezcamos. Recuerda que la gracia, que es el favor de Dios hacia nosotros, nos asiste completamente: “Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia” Romanos 6: 12-14.
El apóstol Pablo, en la carta a los Romanos capítulos 5 al 7, nos describe magistralmente el conflicto entre el pecado que mora en nuestra naturaleza adánica y los recursos divinos para una vida victoriosa, a través de la vida en el Espíritu (Romanos 8).
Llevarnos bien con nosotros mismos es conciliar nuestra alma y nuestro espíritu con el Espíritu de Dios que tanto nos ama y siempre intercede por nosotros al Padre con gemidos indecibles, para favorecernos y alinearnos con la voluntad de Dios (Romanos 8: 26-27).
Por lo cual nos apropiamos por la fe de esta bendita promesa divina:“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” Isaias 26:3.
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