Debemos elegir entre impresionar a la gente o servirla. Debemos liderar desde nuestra debilidad y no desde nuestra fortaleza.
El ocaso de la cristiandad en una gran parte del mundo occidental nos ha permitido redescubrir la verdadera naturaleza misional de la Biblia. En la cristiandad, el contraste entre los cristianos y la sociedad de la que forman parte era menos agudo, las normas morales imperantes hasta bien entrados los 70 eran similares. (Aborto, eutanasia, divorcio, homosexualidad, adulterio, etc.) El papel de los pastores y líderes cristianos en ese entorno consistía en ayudar a los cristianos a vivir una vida de fidelidad y acompañarlos a lo largo de la vida para que el testimonio hiciera viable la evangelización. De todas las tareas pastorales, la del acompañamiento era la más valorada. Una gran parte de la Iglesia, preguntados por lo que esperaban de sus pastores, respondían: “que cuide de mí”. Un pastor debía tener dotes de psicólogo, emprendedor, pequeño empresario, maestro, etc.
Este entorno crecientemente post-cristiano, con preguntas distintas, con necesidades agudas de los cristianos que viven en un entorno más contrastado, pide de los pastores y líderes una redefinición de su tarea. Dios jamás nos ha dejado sin criterios y la Biblia nunca agota su capacidad de proveer respuestas. Quiero proponer dos textos en el Nuevo Testamento que nos aportarán luz en estos momentos de cambio.
1. El liderazgo capacitador. Efesios 4: 7, 11-13.
El contexto de Efesios 4 nos guía a reflexionar sobre los efectos de la muerte de Cristo. No sólo ha tenido un efecto individual, sino que ha servido para crear un nuevo hombre y una nueva humanidad. Esa nueva humanidad para ser reconocible y para poder ejercer la misión que Dios le dio, precisa de dos características que Pablo en Efesios 4 enumera: Unidad y Santidad. Ambas características hacen más visible a Dios. Cuando la Iglesia las muestra, hay una evidencia de que Dios está allí y de que el pecado ha sido vencido.
Pero la unidad de la que habla la Biblia no es uniformidad. No es la uniformidad de las instituciones, sino la diversidad de los órganos y miembros de un cuerpo, que siendo distintos cooperan para la consecución de los fines que la cabeza ha fijado. De la misma forma que en el cuerpo hay distintos miembros, en la Iglesia hay distintos dones (v.7) y los que describe en el v. 11 tiene un propósito muy concreto, “capacitar santos para la obra del ministerio”. Eso implica que una de las funciones más importantes del liderazgo es capacitar a cada cristiano para que haga el ministerio que Dios le ha dado, especialmente en el lugar que Dios le ha puesto.
Por ello el ministerio de los líderes no es tanto hacer el suyo propio y convertir a los demás en espectadores de lo que ellos hacen o en colaboradores de los muchos ministerios de los lideres, sino que su ministerio está en función de el de los demás y tengo que entender que la mayor parte del ministerio de los cristianos está en contacto con la sociedad en el trabajo, los estudios, la acción social y política, la familia, etc. Apoyar a los cristianos para que lleguen a ser como Cristo (v. 13) y con ello que Cristo sea visible en todas las esferas de la sociedad. ¿Ayudaría al liderazgo el pensar en la Iglesia como un sistema adaptativo complejo más que como un bloque uniforme? Como una imagen, pensad en un banco de peces o en una bandada de estorninos.
2. Un liderazgo de perfil personal bajo. 1ª Pedro 5: 1-3.
Si algo rechina en nuestro entorno son los liderazgos excesivamente personalistas. Más que nunca se los mira con desconfianza, se les acusa de ser excesivamente intrusivos y en ocasiones incluso de abuso espiritual. La respuesta a este tipo de liderazgo jamás es el “no-liderazgo”, sino el liderazgo desde el servicio, el del lebrillo y la toalla. El liderazgo es instituido por Dios, tanto en la Iglesia como en la sociedad, porque todos necesitamos un líder que refleje a Jesús. Nuestra sociedad no está tan cansada de liderazgo, como de un estilo de liderazgo de otra época y precisa de personas que se atrevan a modelar lo que creen. A esos seguirán con más convicción.
En este texto Pedro hubiera podido presentarse como apóstol, ya que lo era, sin embargo, ha escogido utilizar tres títulos (v. 1) que, en lugar de expresar posición, implican función (Anciano como ellos. Testigo de los sufrimientos de Cristo. Participante de la gloria que ha de ser manifestada). Y, por lo menos, dos de ellos eran compartidos por el resto de los cristianos. Cuando nosotros decidimos utilizar títulos que reflejan posición como “reverendo” “apóstol”, “profeta”, etc., u otros que desposeídos de su carácter original, como “siervo de Dios”, implican diferenciación con el resto de los cristianos, en lugar de implicar a los demás en la tarea, crean jerarquías que inhiben la participación, los convertimos en receptores pasivos. Debemos elegir entre impresionar a la gente o servirla.
El mandato principal que Pedro deja en manos de los ancianos de la Iglesia es el de pastorear el rebaño (v. 2a). Probablemente Pedro al dar este mandamiento, recordaría cuando lo recibió de Jesús mismo después de la resurrección en Juan 21. Jesús antes de decir: “Pastorea mis ovejas”, preguntó: “Pedro, ¿me amas más que estos?” Y Pedro sabía que él, antes de negar a Jesús, había dicho que aunque los otros discípulos le negaran, él jamás lo haría. Jesús expone la debilidad y presunción de Pedro ante todos los demás. Debemos liderar desde nuestra debilidad y no desde nuestra fortaleza. Porque sólo gente consciente de su debilidad puede liderar a gente débil. Presos del orgullo, de la presunción y de la soberbia, no podremos bendecir a otros que están tan afectados por el pecado como nosotros. Cuando predicamos o exhortamos a un palmo del suelo, desde nuestra pretendida fortaleza, sólo tendremos aproximaciones legalistas y alejadas de la gracia. Sólo cuando somos débiles, somos fuertes. Sólo cuando hemos experimentado la gracia, podemos ser canales de gracia.
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