Saber disfrutar de la vida...

No se trata solamente de presenciar unos atardeceres de ensueño y de ser impresionados por algunos amaneceres espectaculares en ciertos lugares realmente pintorescos. Dios, el autor intelectual de nuestra existencia, nos ha enseñado a amar la vida, como nadie más puede hacerlo.

Que bueno y apetecible es saborear un buen café en grata compañía y hablar confiadamente con nuestros amigos acerca de lo nuestro, de lo que nos interesa, de lo que nos une y de lo que nos inquieta a cada uno en particular sin sentirnos juzgados ni amenazados.

Que placer más grande puede resultarnos un paseo por nuestra hermosa ciudad o por cualquier otro destino turístico de nuestro variopinto solar ibérico. Qué bueno y hasta necesario es poder respirar el aire puro de la naturaleza y olvidarnos por momentos de nuestras apretadas agendas y de la continua servidumbre de nuestros relojes que sentencian cada minuto de nuestra breve vida, aquí en la tierra.

Una buena comida (y si es mediterránea mejor), una animada caminata con quien nos apetezca. Una lectura reposada de la Biblia y unos minutos de oración a corazón abierto, pueden convertirse en momentos especialmente inolvidables. Y si hablamos de nuestras familias y más allegados, no hay delicia más grande que estar con nuestros seres queridos como son nuestros padres, hijos, nietos, hermanos o amigos del alma y disfrutar los unos de los otros sin sobresaltos ni discordias absurdas; porque esos momentos son irrepetibles, únicos y especialmente gratificantes.

Por lo tanto, no te lo pierdas querido amigo/a y disfruta hoy mismo de la vida y de sus buenos momentos…