¿Damos demasiada importancia a las emociones en el púlpito y en la alabanza evangélica?
Las emociones no tienen porqué ser malas. Nos fueron dadas por Dios por lo tanto pueden ser buenas.
Según las Escrituras, las emociones buenas son aquéllas que surgen a partir de un amor profundo por Dios y el prójimo mientras que las malas se basan en el egocentrismo humano. Las emociones, pues, son moralmente neutrales. Para poner un ejemplo, la ira puede ser buena o mala.
Enfadarse por razones carnales tales como el orgullo o la pereza es pecado; pero airarse por amor a la gloria de nuestro Padre celestial es algo bien loable (el caso de Jesús en el templo). Las emociones, entonces, pueden ser tanto buenas como malas. Todo depende de la raíz. El Señor pesa los espíritus.
Ahora bien, al mismo tiempo que reconocemos la importancia de nuestras emociones, hay que tener cuidado con deificarlas. Si en algo nos ha ayudado el posmodernismo, ha sido su énfasis en el peligro moderno de deificar la razón. No obstante, su talón de Aquiles es caer en el error opuesto, a saber, glorificar las emociones subjetivas hasta tal punto que se convierten en la piedra angular de una nueva clase de religión occidental.
Tristemente, este tipo de pensamiento ya se viene dando en el ámbito evangélico sobre todo en determinados sectores donde la iglesia ya no gira en torno a las Escrituras sino en torno a las impresiones, sensaciones y emociones humanas.
I.- Emociones en la alabanza
Esta nueva mentalidad posmoderna o emergente produce un estilo de alabanza dominical basado en los sentimientos y acciones del adorador. La famosa canción ‘Cuando levanto mis manos’ sería una buena ilustración. ¿Dónde se percibe la gloria de Dios en aquél canto? Es un canto sobre el cantante y sus sentimientos religiosos subjetivos; no una alabanza dirigida al Señor.
Sí, provoca lágrimas; pero para que una canción de adoración sea teológicamente correcta, necesita hacer algo más que tocar a la gente emocionalmente. ¡Tiene que ser bíblica!
Esta nueva forma de adoración posmoderna ha generado una larga lista de cantantes y grupos de adoración cada vez más enfocados en las sensaciones que en la verdad. Como regla general, lo que importa en nuestra generación ya no es el contenido bíblico de los cantos, sino las luces brillantes, el ritmo, el volumen de las altavoces, el talento musical y el culto a la personalidad.
Es casi imposible asistir a un retiro de jóvenes en nuestros días sin acabar el tiempo de la alabanza con un dolor de cabeza impresionante. ¡Ni puedes oír tu voz mientras cantas! Esto no es el plan de Dios. Semejantes ministerios no se pueden justificar escrituralmente.
Felizmente, en medio de toda esta porquería actual, hay hermanos y hermanas que no se están rindiendo ante la seducción del éxito y la popularidad, optando por permanecer anclados en las Escrituras con una buena ética musical, componiendo canciones en el temor de Dios y aferrándose a la sana doctrina.
Tal camino no es fácil porque a lo mejor significa que no vayan a conseguir esos 50.000 seguidores en Facebook que tantos otros cantantes cristianos ya tienen; o tal vez que no vayan a ser invitados a ministrar en la próxima conferencia evangélica a nivel nacional.
Pero allí están. Fieles como el Señor mandó, glorificándole conforme a los dones que Él les ha otorgado. El Padre les recompensará grandemente aunque no experimenten gloria mundana.
Ahora bien, la música cristiana no es la única área del cristianismo amenazada por el monstruo del emocionalismo. También está el púlpito protestante.
II.- Emociones en la predicación
Los predicadores, aunque no lo creas, también sentimos presión. Y la gran tentación para el heraldo de Cristo de hoy es ser guay, relevante y cercano.
Todo esto produce una nueva forma de predicación fundamentada en las emociones humanas. A diferencia de los reformadores protestantes, los puritanos y de otros gigantes del púlpito tales como Whitefield, Edwards, Ryle, Spurgeon y Lloyd Jones, ahora todo se trata aplicación, aplicación, aplicación.
En vez de acercarse al texto bíblico preguntándose, “¿Qué es lo que el Señor pretende enseñar a los suyos a través de este versículo/ párrafo?”, el predicador actual corre el peligro de caer bajo el espíritu de los gurús posmodernos diciendo, “¿Qué versículo bíblico puedo usar para impactar más a la iglesia? ¿Qué cuento les podré contar para que se quebranten? ¿Qué testimonio o ilustración podré usar para que más personas salgan al altar cuando haga el llamado?” Su preparación gira en torno a los efectos producidos en la congregación; no en la verdad del texto bíblico en sí.
En vez de un enfoque teocéntrico –el cual, por cierto, siempre alimentará a las verdaderas ovejas del Señor- la tendencia presente es el enfoque hombrecéntrico o antropocéntrico. Como en el tema de la música, el éxito ya no se mide en base a la verdad de la Palabra sino en las reacciones emocionales desencadenadas a partir de ciertos tipos de mensajes.
A lo largo de los años no sé cuántas veces habré oído versículos como “Todo lo puedo en Cristo” o “Yo sé los planes que tengo para vosotros” propagados con un espíritu triunfalista y emocionante sin ningún tipo de explicación contextual. ¡Es infidelidad a la Palabra! Sí, esta manera de predicar levanta los espíritus de la gente momentáneamente pero no deja de ser una distorsión de la voz de Dios.
III.- Emociones en la historia del protestantismo
Nuestra situación, sin embargo, no es nueva. El padre de este movimiento emocionalista se llama Federico Schleiermacher. En su obra de teología sistemática La fe cristiana (1822) redefine el cristianismo en términos de las emociones y sentimientos humanos. La religión cristiana, según su análisis, es vivir con “la experiencia de una absoluta dependencia de Dios”. A partir de esta experiencia humana, Schleiermacher prosigue a hacer teología.
El problema, claro está, es que ya no estaba escribiendo un tratado de teología sino antropología. En vez de empezar con la revelación de Dios en la faz de Cristo, Schleiermacher usa la fe humana como su punto de partida.
¿Cuáles fueron las consecuencias de tal método teológico? ¡Desastre tras desastre! Nació la teología liberal, la cual –siguiendo las pisadas de Schleiermacher- negó más o menos todas las doctrinas cristianas clave: la Trinidad, la doble naturaleza de Cristo, su obra expiatoria y la personalidad del Espíritu Santo además de un sinfín de herejías más. Con razón algunos le han llamado el “Judas Iscariote del siglo XIX”. ¡Todo esto por engrandecer las emociones humanas en detrimento de la Palabra!
Lo que quiero decir con todo lo antedicho es que la situación que estamos presenciando no es para nada nueva. La historia se está repitiendo ante nuestros ojos. Tarde o temprano todos estos teólogos y cantantes posmodernos que tanto admiramos van a negar la fe en su afán por ser relevantes, populares y ‘auténticos’ (cosas, por cierto, que la Palabra nunca elogia).
Si no me crees, lee la biografía de cualquier teólogo emergente en los Estados Unidos y mira por dónde acabaron (Brian MacLaren, Doug Pagitt, Scot McKnight, Rob Bell, etc.). Cuando colocamos cualquier cosa encima de la Palabra de Dios, la iglesia siempre sale perjudicada.
Aplicación
Aprendamos de estos errores, hermanos y hermanas, no vaya a ser que la misma basura que paralizó una gran parte de la iglesia británica y americana haga lo mismo con nosotros aquí en la península ibérica.
¡Tengamos cuidado con los artistas musicales y predicadores que sólo se centran en las emociones y las experiencias sin solidez doctrinal! Tal forma de ministrar no es fiel al espíritu del protestantismo clásico.
La verdad de Dios importa.
La doctrina de Dios importa.
La teología importa.
Y nuestras emociones no deben prevalecer contra ellas; sino más bien sujetarse a las mismas.
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