Por causa de vivir en un mundo tan racionalista y materialista a la vez, nos hemos dejado intoxicar por el virus de la incredulidad.
En este tiempo estamos asistiendo a un verdadero alarde de poderes humanos, tanto tecnológicos como científicos, realmente asombrosos. Los poderes políticos, económicos y mediáticos exhiben constantemente su enorme influencia y también su gran dominio sobre la conciencia social. Pero existen otros poderes en la penumbra de la historia humana y uno de estos es el poder de la oscuridad, entiéndase el poder satánico. Este sí que es un auténtico poder maléfico, y aunque resulte desconocido para muchos, sus efectos son realmente devastadores. Quienes hemos visto de cerca este inquietante poder sobre la vida de muchas personas hemos llegado a la conclusión, sin ningún género de dudas, que es un poder perturbador.
Sin embargo, al parecer por lo que veo y observo hoy en día, tengo la sensación de que los cristianos nacidos de nuevo estamos desprovistos del poder de Dios, lo cual hemos aceptado con una religiosa resignación; nos encontramos como desarmados y a expensas de todas las alimañas espirituales y humanas que pululan en el ambiente que nos rodea. De ser así, puedo asegurar que estaríamos en un constante peligro espiritual, además de estar completamente perdidos en un mundo como el nuestro. Por cierto, ¿quién fue el que dijo aquello de “recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”?
Por causa de vivir en un mundo tan racionalista y materialista a la vez, nos hemos dejado intoxicar por el virus de la incredulidad. Hemos de reconocer con humildad que no somos capaces fácilmente de abandonarnos en la confianza total y absoluta de las ciertísimas promesas del Señor, respecto a sus intervenciones milagrosas hacia nosotros o hacia quienes nos rodean. El poder de Dios en acción y de una forma claramente manifiesta es poco habitual entre nosotros. La polémica no reside en el grupo de los cesacionistas ni tampoco en el grupo de los continuistas con sus respectivos discursos teológicos, el problema real se encuentra en nuestra poca fe en el poder de Dios, cuando no en nuestra incredulidad que es como una carcoma que destruye la poderosa acción de Jesucristo. Y aunque quizás muchos no tengamos la dicha de ser testigos directos de Su poder en los asuntos humanos, quiero reivindicar esta maravillosa bendición divina sabiendo que el poder de Dios no es un bien escaso, aunque nos cueste creerlo. Este poder es como el agua de la Vida, quien de ella beba saciara la sed más profunda de su alma.
Sencillamente he llegado a una clara determinación respecto a que no debemos dar cabida ni tregua alguna a las dudas ni a nuestros temores e inseguridades personales, que no son pocos. Si tuviera que referir citas bíblicas respecto al poder sobrenatural del Señor (que por cierto no está desactualizado), tendría que referirme prácticamente a toda la Biblia. Con razón diría el salmista: “Buscar a Dios y su poder…” Salmo 105:4. El mismo Señor Jesús les confirió a sus discípulos poder y autoridad sobre los demonios y también poder para sanar a los enfermos, Lucas 9:1-2, y esto además de ser realmente extraordinario también es una experiencia tremendamente emocionante.
No me convencen los juegos emocionalistas ni los artificios dialécticos de algunos, pero tampoco las disquisiciones teológicas de otros con tantísimas reticencias hacia las manifestaciones sobrenaturales del Espíritu en la vida comunitaria. Creo que una santa expectación y la emocionalidad que puede producir la bendita presencia de Dios en nuestras reuniones es algo que tenemos que rescatar a toda costa, para ser sorprendidos por las diversas y edificantes operaciones del Espíritu del Señor entre nosotros. No debemos ignorar que donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad, 1ª Corintios 3: 17, libertad y orden en la armonía del Espíritu son conceptos diferentes a las ideas de libertad y orden que se tienen en el mundo actual.
Definitivamente hemos de perder el miedo a nuestros fantasmas mentales y liberarnos de tantas frustraciones y falsas expectativas del pasado para fluir suave y delicadamente en el sorprendente poder del Espíritu de Dios entre nosotros.
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