Una consecuencia de nuestra experiencia espiritual de conversión es que todos y cada uno de nosotros estamos en el mismo proceso, aunque podamos estar en puntos distintos del camino.
En el capítulo 15 del libro de los Hechos, Pablo y Bernabé pasan por Fenicia y Samaria “relatando detalladamente la conversión de los gentiles”. ¿Qué explicaban a los hermanos exactamente? ¿Qué significa que alguien se convierta?
Uno de los primeros problemas que encontramos al tratar de comprender este concepto y su significado es la confusión de términos que nuestra ‘cultura evangélica’ usa indistintamente para hablar de los procesos espirituales de las personas: Nacer de nuevo, arrepentirse o convertirse no son exactamente la misma cosa. Debemos empezar por clarificar la terminología para dejar de generar confusión, malos entendidos y ambigüedad.
Por ejemplo, muchos hablan hoy de “la oración de fe”, refiriéndose a una primera vez en la que alguien ora reconociendo a Jesús como salvador. Si aceptamos que es una oración genuina, podríamos estar hablando de un nuevo nacimiento, una gestación del Espíritu Santo, un primer paso de vida. Sin embargo, la vida es una sucesión de momentos, no un único momento.
La palabra griega original que se traduce por ‘conversión’ en el Nuevo Testamento se utilizaba en los tiempos del griego koiné como ‘volver’, ‘volverse’, ‘regresar’ o ‘convertirse’. Estas palabras ya sugieren un proceso más que un evento específico. Cuando regresas de un sitio, siempre hay un primer momento para empezar el camino (el nuevo nacimiento) en base a un pensamiento que te guía hacia ese retorno (el arrepentimiento) pero todo el camino es parte del ‘volverse’, del ‘convertirse’. Por lo tanto, la conversión es un proceso lleno de sucesos particulares, no un evento único y definitivo. Sin nuevo nacimiento no hay conversión (no hay vida espiritual, Jn. 3) pero la conversión va más allá del momento particular de la gestación espiritual.
Un término más cercano a ‘conversión’ es ‘arrepentimiento’ (no son lo mismo, pero van de la mano) En Hch. 3:19 aparecen juntos como parte del camino. El término griego ‘μετανοια’ se traduce por arrepentirse, cambiar de vida, dar un giro de 180 grados. Empieza en un punto, el giro empieza en el grado 1, pero se va produciendo paso a paso. De la misma forma, la conversión es un proceso que se inicia cuando el primer arrepentimiento genuino impulsado por el Espíritu Santo produce un nuevo nacimiento, el grado 1 de este giro, de este cambio de vida.
La conversión sigue y seguirá hasta que el cambio sea completado. La meta de la conversión es convertirnos en Jesús, ser como Él, completar el cambio desde el ser humano caído hasta la consecución del ser humano creado originalmente por Dios y ejemplificado a la perfección en Jesús hombre. La conversión acabará cuando Jesús sea completamente formado en nosotros. Eso va sucediendo a lo largo de nuestro camino (y no se completará en esta tierra) por lo que cada uno de nosotros es una persona en proceso de conversión.
Una razón por la que en ocasiones se habla de la conversión como algo ya sucedido, pasado, es que la garantía de que la conversión de una persona llegará hasta el final es el sello del Espíritu Santo (2 Co. 1:21-22; también expresado como promesa de perfeccionar la obra hasta el fin en Fil. 1:6)
Pero en nuestra práctica espiritual y pastoral, debemos asumir que estamos en medio del proceso (aunque sepamos donde acabará) Una consecuencia de nuestra experiencia espiritual de conversión es, por lo tanto, que todos y cada uno de nosotros estamos en el mismo proceso, aunque podamos estar en puntos distintos del camino. Nuestra práctica de crecimiento, liderazgo, discipulado o seguimiento debe estar por lo tanto impregnada de humildad, transparencia y accesibilidad para los demás, ya que estamos en el mismo camino que los demás, no somos diferentes: “No que lo haya conseguido ya (…) prosigo hacia la meta” (Fil. 3:14-15)
También es importante comprender que cualquier síntoma particular de crecimiento personal, de madurez espiritual, la visibilidad del fruto del Espíritu en la persona o cualquier otro indicio del proceso de santificación (iniciado al nacer de nuevo) es una razón de alegría y celebración que muestra la obra de Dios en nosotros, que seguimos convirtiéndonos, conformándonos a Él, hasta que Jesús sea completamente formado en cada uno de nosotros.
Un día, el joven alejado de su padre de la parábola de Lucas 15, volvió en sí. Fue un primer paso. Sin embargo, no se quedó en el inicio. A continuación pensó lo que debía hacer, decir, ser… E inició el camino de regreso (de conversión) para llegar a ser el hijo que estaba llamado a ser en casa de su Padre.
Seguimos en camino.
Lydia Valendiz
Juan Algaba
Moisés Peinado
Natán Planes
Pablo Villanueva
Israel Montes
Miguel Vera
Josué Otero
Jorge Manuel Pérez
Oscar Pérez
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