Hoy, aquí y ahora...

Uno de estos días, viajando por el metro de Madrid, durante el trayecto entre los trasiegos y el recorrido, me encontré por lo menos con una docena de personas que, de una u otra manera, pedían ayuda para sobrevivir en el complejo mundo suburbano de esa gran ciudad. Unos habían perdido el tren hacia no se sabe dónde, a otra le habían robado su bolso en el metro, algunos tocaban diversos instrumentos. Uno de ellos era una mujer angloparlante con guitarra en ristre que lo hacía francamente bien; poco después apareció un violinista furtivo que recorría los vagones del metro entonando diversas melodías e inmediatamente después, apareció otro peculiar personaje del este de Europa con aspecto enfurruñado tocando un xilófono de manera realmente original. Lo cierto es que en esos momentos, me sentí especialmente sensibilizado por todos esos pintorescos personajes de la cultura suburbana que representan la nueva mendicidad de nuestras opulentas ciudades; mientras que por un extraño sentimiento de compasión comencé a repartir dinero a todo aquel que me lo pedía, hasta que por fin llegué a mi destino.             

Poco después, en la habitación de mi hotel, estuve pensando en ese submundo real que se mueve a nuestro alrededor con personas de todas las especies. Cuando vas por las calles y ves a gente de todo tipo ir de aquí para allá, te das cuenta de que cada uno somos tan diversos y tan singulares que me siento fascinado por el persistente amor de Dios hacia el ser humano con todas sus particularidades.

Por otra parte, estaba pensando en la cantidad de teorías espirituales que nos hemos llegado a formular la inmensa mayoría de los cristianos respecto a nuestros acercamientos a la gente porque, siendo sinceros con nosotros mismos, hemos de reconocer que son casi inexistentes en la práctica. Necesitamos salir de nuestra burbuja, de nuestro gueto, de nuestra trinchera y de nuestro ensimismamiento para encontrarnos con esa enorme diversidad de hombres y mujeres con alma que deambulan por nuestras megalópolis y que necesitan ser persuadidos acerca del plan redentor de Dios para su salvación eterna. Personalmente, me he pasado gran parte de mi vida realizando todo tipo de iniciativas para ganar a ese ingente mundo perdido del que yo también formaba parte antaño. Los esclavos del pecado atrapados por el siniestro príncipe de la potestad del aire (Satanás) son multitud.

Debo confesar que siento una cierta desazón por nuestra poca efectividad en alcanzar a los perdidos y me duele el corazón por ello, de veras. Creo que todos los nacidos de nuevo, en nuestro país, tendríamos que movilizarnos para ganar a millares para Cristo, antes de que sea demasiado tarde para muchos. Hemos de dar la cara hoy, aquí y ahora de todas las maneras posibles a nuestro alcance, como son los medios de comunicación social, el evangelismo personal de todo tipo, los diversos eventos evangelísticos y la acción social y humanitaria como una clara expresión de la compasión de Dios por las necesidades humanas.

Esta es la hora de la Verdad y no debemos de eludirla porque, si lo hacemos, el mismo Señor nos lo demandará...