En la Apostolic Faith Mission, debido a su entendimiento e interpretación del Nuevo Testamento, practicaron la integración racial y dieron lugar a la participación total de las mujeres.
De ser las expresiones pentecostales marginales en el cristianismo a finales del siglo XIX y principios del XX, en pocos años comenzaron a ganar terreno hasta conformar hoy la corriente mayoritaria dentro de la fe cristiana. En este proceso el avivamiento de 1906-1909 en la calle Azusa, en Los Ángeles, California, tuvo una influencia global fundamental.
El autor del volumen que hemos venido comentando, Eldin Villafañe, revaloriza lo acontecido en la calle Azusa y el liderazgo del pastor afroamericano William J. Seymour. Hace una cita de Harvey Cox, para dejar asentado el impacto global de lo que se desató en el barrio marginal angelino: “Cuando el fuego finalmente cayó en la calle Azusa, un fuego espiritual rugió tan progresivamente que corrió de prisa alrededor del mundo y tocó cientos de millones de personas con su calor y poder”.
¿Cómo inició todo y trascendió el espacio de “un viejo edificio abandonado en una calle en decadencia”? Los dos terremotos fueron noticias de primera plana en Los Angeles Daily Times en abril de 1906. De uno, que tuvo su epicentro en la ciudad angelina, siguen las repercusiones hoy en día. Del otro, que devastó a San Francisco, quedan imágenes que plasmaron la magnitud de la destrucción y las muertes que el fenómeno natural dejó a su paso.
El 18 de abril de aquel año los lectores del periódico se encontraron con una nota que narraba los extraños acontecimientos sucedidos en un viejo templo, localizado en el número 312 de Azusa Street. El reportero informaba que un grupo liderado por un afroamericano, William J. Seymour, manifestaba un inusitado emocionalismo en sus cultos religiosos, que aplaudían frenéticamente, rodaban en el piso y decían tener el “don de lenguas” descrito en el Nuevo Testamento, en el capítulo 2 del libro de Los Hechos. El enviado del diario resumió lo atestiguado con una frase: “aquello era un pandemonium” que solamente podía tener lugar en una metrópoli como Los Ángeles, “hogar de un sinnúmero de credos”. De todas maneras, subrayaba, la “nueva secta” era tan extraordinaria que “no parecía pudiera entenderla ningún mortal (mentalmente) sano”. El mismo diario consignó, al día siguiente, los estragos del sismo de gran magnitud que golpeó a San Francisco, el cual tuvo como consecuencia 700 personas muertas y pérdidas por 400 millones de dólares de aquella época.
Unos días antes de que el periodista desatara con su información la curiosidad de muchos que leyeron la nota, y así fueran motivados para ir a ver por sí mismos lo que pasaba en la calle Azusa, el viejo local abrió sus puertas para dar cabida al grupo que antes se congregaba en una casa situada a poca distancia (en el 214 de North Bonnie Brae Street, hoy corresponde al número 216) y que ya resultaba insuficiente para dar cabida a los interesados en las manifestaciones extáticas del Pentecostés. Lo que se estaba gestando, y que en Azusa Street recibió un impulso definitivo, era la emergencia del pentecostalismo en el panorama religioso mundial. Tanto por las redes propias de información verbal y escrita de las iglesias evangélicas en Los Ángeles, como por la cobertura de la prensa secular que recibió la Apostolic Faith Mission encabezada por Seymour, en muy pocos días cientos de personas llegaron al lugar, y muchos de ellos fueron bautizados, como afirmaban los que la prensa llamó “holy rollers”, en el Espíritu Santo y como consecuencia hablaron en lenguas extrañas.
En pocos meses la iglesia de Azusa Street se convirtió en punto de peregrinación para todo tipo de creyentes y líderes del amplio abanico protestante norteamericano. Llegaron al lugar personas de los cuatro puntos cardinales de los Estados Unidos, para comprobar de primera mano la restauración de uno de los signos de la Iglesia cristiana primitiva, la glosolalia (hablar en lenguas desconocidas) y la xenolalia, consistente en emitir palabras y frases desconocidas para el hablante pero que otra persona puede identificar como expresiones de su propia lengua. Por los reportes de Azusa sabemos que hubo quien, por ejemplo, dijo que era chino (o zulú, o ruso, o alemán, etc.) lo hablado por alguien en trance de glosolalia. Aunque, técnicamente, si lo dicho era en un idioma reconocido por una persona como su lengua materna, entonces se trataba de xenolalia.
Así como arribaron al lugar interesados(a)s de todo Estados Unidos, también se apersonaron en la Apostolic Faith Mission peregrinos de distintos países del mundo. Contribuyó a la expansión del fenómeno que muy pronto salieron misioneros de Azusa a otros estados de la Unión Americana. De la misma manera hubo enviados a Europa, Asia, África y América Latina. Otro elemento que facilitó la rápida propagación de la experiencia pentecostal fue que a partir de septiembre de 1906 inició la publicación del periódico The Apostolic Faith, órgano de la misión y que en poco tiempo alcanzó un tiraje de 50 mil ejemplares. Los periódicos llegaron a misioneros de otras iglesias protestantes diseminados por todo el mundo, un buen número de ellos dejaron sus iglesias originales (metodista, presbiteriana, bautista, de santidad, congregacional y otras) y se convirtieron en misioneros pentecostales.
Son muchas las facetas que llaman la atención a quien se adentre en el estudio del avivamiento de Azusa Street, y no tenemos espacio para siquiera mencionar algunas de ellas, pero es común que los observadores concentren su interés en las prácticas intensamente emocionales que se desataron en el lugar, y marginen un tema que me parece central. Se trata de que en la Apostolic Faith Mission, debido a su entendimiento e interpretación del Nuevo Testamento, practicaron la integración racial y dieron lugar a la participación total de las mujeres. Son abundantes los reportes de la prensa secular, así como de publicaciones de otras iglesias protestantes, que describen (a veces con ánimo crítico y descalificador) la inusitada convivencia de anglosajones, afroamericanos, mexicanos, asiáticos y un largo etcétera en la congregación de Azusa. Uno de los asistentes a esas reuniones, y autor de How Pentecost Came to Los Angeles (1925), Frank Bartleman, sintetizó la razón del no al racismo: “la división de la línea del color fue borrada por la sangre de Cristo”.
Las principales denominaciones pentecostales presentes hoy en América Latina reivindican sus orígenes en Azusa Street. Los marginados hace cien años por el main stream, ahora son la tendencia religiosa que más crece en todo el mundo. Es una nación latinoamericana, Brasil, nos dice Villafañe, “con más de treinta millones de pentecostales el país con el número más grande de pentecostales en el mundo”.
De acuerdo con uno de los expertos y estudiosos del pentecostalismo, Allan Anderson de la Universidad de Birmingham, “Aunque los acontecimientos han recorrido un largo camino desde los días iniciales [refiriéndose a la calle Azusa], este periodo formativo del pentecostalismo en Norteamérica debe ser visto como su esencia fundamental y no meramente como su infancia. Esto significa que si el movimiento continúa siendo fuerte en el siglo XXI (y esto es importante) éste debe considerar su prototipo de la calle Azusa como fuente de inspiración para la renovación teológica y espiritual”.
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