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Necesitamos más hambre y sed de justicia

La cuestión importante para los seguidores de Cristo es: ¿puede el ser humano alcanzar esta clase de justicia?

CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz 13 DE DICIEMBRE DE 2015 12:25 h

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,



porque ellos serán saciados.



(Mt 5:6; Lc 6:21)



 



La inclinación a dar y reconocer a cada uno aquello que le corresponde es lo que habitualmente se entiende por justicia. Sin embargo, no es éste el significado de tales palabras de Jesús. En la Biblia, en término justicia posee dos interpretaciones fundamentales. La primera se refiere a la justicia del ser humano en sus relaciones con las demás personas o con la divinidad, mientras que la segunda trata sólo de la justicia atribuida a Dios. ¿A qué clase de justicia se está refiriendo el Señor Jesús en este versículo? Pues a la primera, a la actitud justa del ser humano en conformidad con lo que Dios desea. Esto se aprecia claramente en el versículo veinte del capítulo quinto de Mateo: Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. E inmediatamente después de estas palabras, Jesús pasa a explicar en qué consisten estas relaciones justas que sus discípulos deben mantener con el prójimo. Les habla de la ira, el adulterio, el amor a los enemigos, el juicio temerario sobre los demás, etc., para ofrecerles ejemplos claros de justicia cristiana. Practicar la justicia es adecuarse siempre a la voluntad del Padre tal como la muestra Jesucristo. Por tanto, la expresión acerca de tener hambre y sed de justicia hay que entenderla, en este sentido, como el anhelo ardiente de vivir según la voluntad del Creador. 



La cuestión importante para los seguidores de Cristo es: ¿puede el ser humano alcanzar esta clase de justicia? ¿Acaso no enseña el resto del sermón del monte que tal justicia nueva propuesta por Jesús supera con creces todos los esfuerzos del hombre? ¿Quién puede llegar a ser perfecto tal como el Padre es perfecto? Todo intento humano de adecuación al proyecto de Dios debe estar marcado por su gracia y, con toda probabilidad, sólo se alcanzará plenamente después del paso por la muerte. No obstante, el Maestro invita a vivir en el amor y el perdón hacia todos los seres humanos, incluidos los propios enemigos. De manera que la justicia a que se refiere aquí Jesús no es solamente la justicia social de los derechos humanos, que tanto se pregona hoy por doquier, sino mucho más que eso. Se trata de la nueva justicia producida por el nuevo nacimiento. Una actitud que procede de Dios y puede arraigar en la persona por medio de la gracia divina. El Creador es justo en un sentido muy diferente a como lo puede ser el hombre. La Biblia enseña que Dios es justo porque actúa con misericordia y salva a la criatura humana, no simplemente porque exige sus derechos. El hombre es justo cuando hace lo que Dios quiere y anhela una integridad total en su vida. Tener hambre y sed de justicia es aspirar a que la voluntad de Dios se realice en nuestra existencia, de tal manera que seamos siempre respetuosos con los derechos que él posee sobre cada uno de nosotros.



Si en la aldea global hubiera más cristianos sinceros que tuvieran verdadera hambre y sed de justicia, el mal, la violencia y la iniquidad disminuirían espectacularmente en las sociedades humanas. No habría porqué temer las guerras ni los posibles conflictos nucleares entre las grandes potencias ya que la paz sería como una fragancia exhalada por cada seguidor de Cristo que perfumaría y pacificaría todo el planeta. Si todas las criaturas clamaran a Dios para que su voluntad se hiciera en la tierra como en el cielo, pero empezando por ellos mismos, la mayoría de los problemas que hoy sufre el mundo se resolverían satisfactoriamente. Y en este asunto, a los creyentes no nos queda más remedio que reconocer nuestra responsabilidad. A veces las iglesias se conforman con declaraciones generales e imprecisas, al estilo de los discursos políticos sobre la guerra y la paz, pero sin llegar nunca a la verdadera raíz del problema. Hemos de ser realistas, lo único que puede acabar con la violencia entre los hombres es el poder de Jesucristo actuando en el corazón de cada persona. En vez de tantas conferencias sobre la paz, lo que estamos necesitando es predicar el evangelio con toda su sencillez y pureza, ya que sólo éste puede erradicar para siempre el germen de la injusticia que anida en el alma humana. 



Hoy, todas las naciones de la tierra aspiran a crecer y ser poderosas. El poder se entiende generalmente no sólo como crecimiento económico, sino sobre todo como el hecho de estar bien preparados para la guerra, de disponer de abundante armamento nuclear y de escudos antimisiles. No obstante, aquello que de verdad exalta a una nación no son las armas disuasorias, sino la justicia con que se trata a los ciudadanos que viven dentro y a los de los demás países del mundo. Para que un pueblo sea justo, cada ciudadano tiene que poner en práctica la justicia en su propia vida y en sus relaciones con los demás. ¿Cómo puede hacerse esto? ¿Cuál es el concepto singular de justicia a que se refiere aquí el Maestro?



Las bienaventuranzas de Jesús nos sirven para darnos cuenta de nuestras deficiencias personales. Hemos considerado la impotencia y debilidad que caracterizan la vida del hombre natural, así como la necesidad de llegar a ser pobres de espíritu, de llorar por la injusticia que hay en el mundo y, a pesar de ello, actuar con mansedumbre. Todo esto se centra en el propio "yo" del ser humano. Sin embargo, esta cuarta bienaventuranza propone la solución a todos los problemas del hombre precisamente liberándole de ese "yo" que le esclaviza. Quienes tienen hambre y sed de justicia son aquellos que se sienten infelices por el estado espiritual en que se encuentran y aspiran a una vida diferente que todavía no han podido disfrutar. Curiosamente, a éstos que se sienten así, Jesús les llama felices o bienaventurados. ¿Por qué? Lo veremos la próxima semana.


 

 


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