Las investigaciones más profundas en el campo orgánico no nos aportan una respuesta satisfactoria a por qué la persona enferma.
Sería conveniente que reflexionásemos con seriedad sobre este interrogante ¿Cuál es el sentido de la enfermedad?
Las enfermedades irrumpen en el devenir psicosomático del ser humano, y pueden afectar su cuerpo (gr- soma), su esférica anímico-emocional(gr-psique) y su estrato pneumático o espiritual (gr-pneuma).
Las razones por las que una persona enferma pueden parecer obvias (la agresión de algún agente patógeno exógeno o endógeno, el contagio con la afección que padece otro paciente, la desestructuración de su homeostasis bioquímica y metabólica, la descompensación del funcionamiento normal de un órgano vital; también puede ocurrir que el consumo de sustancias tóxicas haya alterado el normal funcionamiento neuro-bio-químico de su cerebro o que células que están al servicio de la salud, se vayan alterando, progresivamente, y que terminen deviniéndose como células malignas que pueden suponer un peligro letal para la vida de la persona.
La etiología (causas) de las enfermedades es muy amplia y variada.
En este caso debo de añadir que quizá un 50% de dichas causas son de naturaleza psicógena, y que no tienen una infraestructura orgánica verificable.
Pero el conocimiento de la causa o causas que originan una enfermedad (etiología), su etiopatogenía (como dichas causas mórbidas producen una disfuncionalidad neurofisiológica y alteran el estado de salud de un ser concreto) y su clínica (la diversa sintomatología que se manifiesta en el paciente), no nos aclara el interrogante antes apuntado: ¿cuál es el sentido de la enfermedad?
O dicho de otra manera, tiene la enfermedad un sentido que va más allá de lo etiológico, de lo etiopatogénico y de su semiología (sintomatología) clínica.
Las investigaciones más finas y profundas en el campo somático (orgánico) no nos aportan una respuesta satisfactoria a nuestro interrogante. No nos responden a la demanda existencial del porqué la persona enferma así, aquí y ahora.
Se ha estudiado mucho el significado de la enfermedad, en relación con el sentido de la vida y de la muerte.
La vida y la muerte, desde el punto de vista fisiológico se devienen al unísono, en el trascurrir existencial de un ser humano, como realidades que se dan, dinámicamente, en esa confrontación dialéctica, entre el eros y el tanatos; idiosincrásica antropológicamente y que genera la angustia y la frustración existencial, que da al traste con los deseos de eternidad, o de vivencia del tiempo indefinido, que yacen insatisfechos en lo mas profundo de la esfera de nuestra intimidad (Ecl 3:11).
La Biblia nos responde al interrogante existencial que planteamos: la vida y la muerte tienen un sentido inmanente y trascendente, que solo cobra significado, cuando nuestro punto de referencia supremo es el Ser Inefable que llamamos Dios.
Vamos a considerar alguno de los sentidos que las Escrituras dan a la/as enfermedades.
El libro de Job constituye, para mi, la obra más magistral y profunda que jamás se haya escrito sobre el sentido de la vida y de la enfermedad.
Yo lo denomino: Psicoanálisis de la existencia. El psicoanalista mas profundo de todos los tiempos C. G. Jung, en su libro Respuesta a Job coincide en atribuir al libro, del patriarca la respuesta más contundente y profunda al sentido de la vida, de la enfermedad y del sufrimiento humano.
En esta gran obra se destaca, que no existe ningún acontecimiento en el devenir existencial de la realidad (material, biológica, antropológica y cósmica) que ocurra al margen de la voluntad divina. Se trata de profundizar en las realidades criptogenéticas del bien y del mal. Jung nos habla del Dios fascinum y de Dios tremendum.
La consideración de Dios como aquel ser ajeno a cualquier acontecimiento que tenga que ver con el enfermar humano, le quita a la enfermedad la posibilidad de encontrarle un sentido que trascienda lo biológico, lo psicológico y se proyecte hacia lo metafísico-trascendente.
Dios está más allá del sentido del bien y del mal. El libro de Job empieza hablándonos de la vida de este personaje, de sus circunstancias socio-religiosas, socio-económicas y socio-familiares. En el capítulo primero se desvela la infraestructura sobre la que se va a plasmar una representación trágica en la que van a intervenir, como actores determinantes de la misma, Dios, Satanás, Job, su esposa y cuatro de sus amigos.
El estudio teológico-psicoanalítico del drama, que contiene esta obra magistral, nos reta a intentar sumergirnos en los secretos ético-antropológicos de la problemática del bien y del mal. Job va perdiendo su riqueza, sus sirvientes, sus hijos e hijas, su salud.
Su esposa elabora en su interioridad todas estos luctuosos acontecimientos, los racionaliza, y en unas circunstancias de verdadera desesperación, viendo como se mantiene en su integridad la fe de su marido, a pesar de todos los sucesos traumáticos que les acontecen, le dice: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete. Y el le dijo: como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas (¿locas?), has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? (Job 2: 9-10).
Y la Escritura añade: En todo esto no pecó Job con sus labios. Este es uno de los pasajes claves, en la Revelación bíblica, para entender la realidad como un devenir que no se sustrae a la voluntad soberana de Dios. Todo lo que le sucedió tenía un profundo sentido: su finalidad era que Job tomase conciencia de su verdadera realidad, tanto existencial, como metafísica y salvífica.
La primera intervención de uno de aquellos que venían a consolarle, en su angustia y en su dolor, ofrece, ya, un sentido a la enfermedad del patriarca y al sufrimiento de la humanidad: “He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga (el término hebreo significa: aviso, amonestación, reprensión, escarmiento, castigo saludable, y en la versión de RVA, se traduce por disciplina); por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso.
Porque él es quien hace la llaga, y él la vendará; el hiere, y sus manos curan”. (Job 5:17-18). Se estableció un gran debate entre Job y cuatro de sus amigos, sin llegar a esclarecer la razón o causa de sus sufrimientos. Solo cuando interviene el más joven de ellos, y le dice a Job, si yo estuviera en tu lugar le diría a Dios: “Enséñame tu lo que yo no veo” (Job 34:32), empieza a iluminarse el sentido de sus padecimientos.
En el Nuevo Testamento tenemos ejemplos esclarecedores del sentido de la enfermedad explicitados por el mismo Jesús de Nazaret. Es el caso de la enfermedad de su discípulo y amigo Lázaro de Betania. En los últimos días que precedieron a su crucifixión, Jesús se apartaba con sus apóstoles de los centros urbanos.
En una de estas circunstancias, las hermanas de Lázaro, Marta y María, le envían un aviso con el siguiente mensaje: “Señor, ¡mira! el que amas está enfermo. Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella” (Evangelio de Juan 11:3-4).
Es pensable que los discípulos que estaban con él, quedasen sorprendidos y un tanto desconcertados al ver que no iba a salvar a un amigo tan entrañable. Pero ellos no comprendian que la enfermedad de Lázaro tenía un sentido que incluso trascendía la muerte misma. Jesús esperó a que muriera y entonces fue cuando se encaminó a Betania.
Lázaro llevaba varios días en el sepulcro. Pero aquella muerte también tenía un sentido salvífico, que le iba a permitir a Jesús de Nazaret manifestarse como aquel que era la Resurrección y la Vida y anunciar que todo aquel que creyese en él, aunque muriera volvería a vivir.
Pero la muerte de Lázaro tenía además un sentido teleológico, que nadie conocía salvo el mismo Jesús: la reunión oficial del Sanhedrin para decretar de forma inapelable y definitiva la muerte del Nazareno.
La muerte de Lázaro también tenía un sentido salvífico, que supondría por el acto soteriológico de Cristo en la cruz del Gólgota, la reconciliación de todas las cosas con Dios, mediante el sacrificio del Cristo Cósmico. (Col. 1).
Vemos como la enfermedad puede tener una finalidad teleológica, metafísica, salvífica y soteriológica, que trasciende el sentido físico o psíquico de la misma.
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