Humildad y mansedumbre son dos términos que no gozan de demasiado prestigio en plena era de la globalización.
Según el evangelista Mateo, Jesús dijo: Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad (Mt 5:5). Humildad y mansedumbre son dos términos que no gozan de demasiado prestigio en plena era de la globalización. Más que virtudes se suelen considerar casi como defectos. El ideal contemporáneo es completamente opuesto a lo que propone esta bienaventuranza. Hoy goza de prestigio el triunfador, no el modesto; quien logra imponerse a los demás mediante su astucia y elocuencia en lugar de dejarse impresionar por el saber de los otros, o quien destaca por su agresividad y rebeldía en el mundo de los negocios. Cuanto más afirma el individuo su propia personalidad y acierta a imponer sus criterios a los demás, más posibilidades tiene de triunfar y progresar en la vida. Sin embargo, la persona respetuosa, dócil y humilde tiene pocas posibilidades de alcanzar puestos de preeminencia en la sociedad actual. ¿Se trata de una tendencia exclusiva de nuestro tiempo? Pues lo cierto es que no. En los días del Maestro, el mundo pensaba también así, en términos de poder, fuerza, agresividad y confianza en uno mismo.
Los judíos tenían una visión militarista acerca del reino de Dios y la llegada del Mesías. Anhelaban el día de la venganza contra los romanos opresores. De ahí que las palabras de Jesús resultaran tan notablemente sorprendentes como en la actualidad. ¿Es posible que los mansos reciban la tierra por heredad, cuando lo que vemos es más bien todo lo contrario? No cabe duda de que Cristo está afirmando que sus seguidores deben ser diferentes al resto del mundo.
¿Hay diferencia entre manso y humilde? A quien reconoce sus propias limitaciones o errores y procura siempre obrar sin orgullo se le suele considerar como persona humilde. Sin embargo, en el idioma español, el manso sería aquél que es dócil y suave en el trato o en su condición. Por tanto, en la lengua de Cervantes, manso y humilde no significan necesariamente lo mismo, aunque ambas características puedan reunirse en el mismo talante de ciertas personas. ¿Reflejan bien estos dos términos castellanos lo que quiere indicar Jesús en esta tercera bienaventuranza? Es muy probable que no. Curiosamente, cuando se analiza el Antiguo Testamento, así como el evangelio de Mateo, se descubre que los conceptos manso y humilde tienen en esencia el mismo significado que el de los pobres en espíritu de la primera bienaventuranza.
Es muy posible que el Señor Jesús se inspirara en las palabras del salmista: Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz (Sal 37:11). La palabra hebrea que usa aquí el autor del los salmos para referirse a los mansos (?n?wim) es la misma que está en el origen de los pobres de la primera bienaventuranza y de los mansos de la tercera. Su significado sería, por tanto, el mismo que se le da en los salmos. Los mansos son aquellos que confían en el Señor y hacen el bien (Sal 37:3); se deleitan en su Señor (Sal 37:4); encomiendan al Señor su camino y confían en él (Sal 37:5) y guardan silencio ante su presencia, esperando sólo en él (Sal 37:7). Se trata de personas que ante las adversidades de la vida cuentan siempre con Dios, no pierden la paciencia frente a los problemas, ni se irritan o montan en cólera delante del menor contratiempo porque su confianza está depositada en el Señor. Esta palabra hebrea que significa "mansos" (?n?wim) fue traducida al griego por praeis, cuyo significado es "humilde". De ahí que algunas versiones bíblicas en lugar de mansos prefieran traducir humildes. Por tanto, a diferencia de su sentido en español, se puede concluir que ambos conceptos, manso y humilde, poseen un significado similar en la Escritura.
Nuestra sociedad actual tiene la idea de que una persona humilde es débil de carácter. Nada más lejos de su sentido bíblico. Los humildes o mansos de la bienaventuranza son quienes aceptan los tiempos de Dios, así como su manera de actuar. Ello significa que son personas enérgicas con una gran fuerza de ánimo, capaz de superar la impaciencia propia del ser humano y las aparentes contradicciones de Dios en la historia. Son humildes porque han decidido serlo, por voluntad propia, y no porque su psicología les obligue necesariamente a ser así. No se trata de una cuestión de carácter sino de decisión personal.
El ejemplo por excelencia de mansedumbre y humildad fue sin duda el que nos dio Jesucristo. Él dijo: Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mt 11:29-30). Aunque Jesús se define como manso y humilde, ¿sería acertado pensar que era poco enérgico, apocado, débil de carácter o que le faltaba valor? ¡Por supuesto que no! Una persona puede tener un temperamento muy enérgico, como el del Señor Jesús o los apóstoles Pedro y Pablo, y, sin embargo, asumir voluntariamente la condición de la mansedumbre. La humildad cristiana que llegará a poseer la tierra es la de aquellos que ponen toda su esperanza en Dios y no miran a los demás por encima del hombro, sino que están dispuestos a servirles. Son almas sensibles preparadas siempre para prestar ayuda a los demás. Si alguien les insulta, se muerden la lengua para no responder. Si se les humilla, lo soportan con paciencia. Si alguien les empuja, dan media vuelta y se apartan. Si se irritan, lo hacen a su debido tiempo y por causas razonables, pero jamás pierden el control. El sol no se pone sobre su enojo ya que saben someter sus impulsos personales al dominio del Altísimo. Practican asiduamente el arrepentimiento sincero y tienen la humildad de reconocer su propia debilidad. En fin, para ser humilde de verdad hay que tener mucha energía y valor.
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