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El poder transformador de la palabra

Hoy quiero referirme a la que nos transmiten los libros.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 25 DE OCTUBRE DE 2015 08:45 h

En días pasados, un amigo me pidió que, como lectora, seleccionara los libros que pienso no deberían ser destruidos; y además le dijera el porqué de esa elección. Eso me hizo pensar en el poder transformador de la palabra escrita, de la hablada también, pero hoy quiero referirme a la que nos transmiten los libros. No sé, me imagino algo así como que las palabras que leemos a lo largo de nuestra vida van siendo absorbidas por nuestro organismo y procesadas, de modo que van generando efectos, según sean los libros que leamos. Algunas palabras van saliendo a su tiempo para actuar en pro o en contra de los sucesos que acaecen en nuestro peregrinaje por este mundo.



Si tuviera que enumerar los libros que me han impactado, tendría que rellenar páginas y más páginas con mis impresiones, aunque no he leído abundantemente. Rellenaré algunas pero no tantas. Quiero recordar unos cuantos de los que me leyeron o contaron en mis primeros años cuando no sabía leer, como Blancanieves y los siete enanitos, que nos enseñaron ya a distinguir que había el bien y el mal, que no todo era perfecto pues las personas podemos ser de bendición, pero también arrasar con todo lo que se nos ponga por delante si no nos gusta. Me di el encontronazo con el secuestro de Rapunzel, en su cárcel en forma de torre, amenazada y despojada de todo; el valorar incluso a un niño muy pequeñito como Pulgarcito... La Bella durmiente, Simbad el marino, Pinocho, Los viajes de Gulliver. El Patito feo, que muestra cómo otros pueden acabar con la autoestima de un niño, pero que no todo está perdido si se aprovecha lo bueno que hay por el camino y llegas a la meta. Ya el bullying estaba en su auge. Si te fijas bien, todos tienen mensaje.



 





Mientras caminaba por la senda de los años, me encontré con Enrique, el protagonista del libro Corazón (1886), del escritor italiano Edmondo de Amicis (1846-1908) que tanto he releído hasta hoy. Ya sé que muchos dicen que eso se leía antiguamente en los colegios de España pero que hoy está obsoleto. Y yo pienso que es verdad, está obsoletísimo; porque está cargado de enseñanzas para la buena convivencia, como el respeto a los mayores, a los profesores. Pues actualmente no es infrecuente que los alumnos agredan a los profesores, y los padres también cuando estos se quejan. El libro contiene el diario de Enrique, un niño que relata sus vivencias durante el curso escolar; nos habla de su escuela, sus maestros, con gran afecto; de la solidaridad para con sus compañeros más humildes, que tienen que trabajar, que no irán a la universidad. Nos habla de la importancia de la familia. Dentro del libro están contenidas otras historias, como la de Marco en De los Apeninos a los Andes, El enfermero del "chacho", Valor cívico, Naufragio... Hay mucha ternura y enseñanza.



También los profesores del libro eran comprometidos, eso fue algo que me impactó cuando lo leí pues tuve profesores como los de Enrique. De esos que visitaban a los alumnos que se enfermaban, ayudaban dentro de sus escasas posibilidades a los de menos recursos o los consolaban cuando perdían a sus madres. Premiaban a los "empollones"; y se dedicaban al refuerzo escolar con los que lo necesitaban. A lo largo de mi vida me encontré con esas características pastorales también. Hace unos años, al volver a mi ciudad natal, una de ellas me visitó y se ofreció a darle algunas clases a mi hijo, que atravesaba épocas difíciles en el primer año de instituto. Siempre la recuerda.



 





Soy cristiana, pero vivía metida de lleno en la realidad de todas las ciudades por donde pasé; gracias a ello, me adapto fácilmente a todos los lugares donde he recalado, llegando a amarlos y sentirme parte, salvo cuando me lo prohíben. Cada año volvía a mi ciudad, y fue en esos momentos que me enganché a la Biblia, que luego leía a solas allá donde estuviera, gracias a las historias de José, Rut, Ester, la del Buen Pastor... José fue uno de los doce hijos de Jacob, hijo de Isaac, quien a su vez era hijo de Abraham, uno que tuvo que emigrar, iniciando todos los éxodos por los que había de pasar el pueblo de Dios. Éxodos físicos y éxodos espirituales.



José fue ninguneado por sus propios hermanos, envidiado, y, por último, vendido como si fuera hoy una de nuestras víctimas de la trata de la que tanto hablamos en estos días. Vendido como una mercancía, perdiendo toda la dignidad que le había sido otorgada como hecho a imagen y semejanza de Dios. Pero José se mantuvo firme y fue utilizado por Dios, pero de eso se dio cuenta después. Cuando niño, la historia de José te trae esperanzas de que todo pasa y las cosas terminan bien, aun cuando no sea a nuestra manera. Como decía al inicio, las palabras penetran en lo profundo de ti y son procesadas para salir con su valor añadido en el momento oportuno. Hay que prestar atención, pues particularmente, todo lo aprendido a través de José me ha servido en diversas ocasiones; hoy mismo, por ejemplo... Y servirá para tantos hermanos y hermanas que viven una situación similar. Es el poder transformador de la palabra que te va moldeando a través de la esencia que transmite, pues viene del que es y que era y que ha de venir. Todo eso nos lo contaba una profesora de Escuela Dominical llamada Mariosa que, si mal no recuerdo, era de origen brasileño; junto a su familia había emigrado a la Amazonía boliviana en la época del auge del caucho, y había recalado en la iglesia que habían plantado Ned y Flora Meharg, unos misioneros de Australia e Israel, pertenecientes a Echoes of Service (Ecos de Servicio). La citada maestra contaba tan bellamente las historias que no querías perderte la continuación de la misma domingo tras domingo. Y además, te estimulaba a continuar leyendo en casa, pues era tan corto el tiempo de la clase. Relataba con tanta pasión que aún resuenan en mis oídos sus palabras.



No voy a negar que el pequeño libro de Rut se convirtió en un libro de la Biblia que por las noches, antes de dormir, lo leía de un tirón, casi sin pausas. Me embelesaba. Soñaba que era yo la que se refugiaba bajo las alas de Dios. La que era rescatada por Booz. La que llegaba a Belén después de salir de Moab y era bien recibida por el pueblo de Dios. Dios ya me estaba hablando, aunque no lo entendía bien, de emigración, de inmigración, de refugiados, de mujeres pobres, extranjeras y sin protección. Que Dios está en todo momento a nuestro lado aunque no nos demos cuenta muchas veces. Que vale la pena entregárselo todo porque a su debido tiempo seremos recompensados. Como ser la madre de Obed, que sería el padre de Isaí, el padre del rey David. Supe que Dios nos utiliza para sus más valiosos propósitos. ¡Vaya recompensa! Hoy podemos disfrutar de la lectura del libro Bajo sus alas: Rut, más allá del amor humano, de Stuart Park y David Burt (Andamio, 1993). El escritor Pablo Martínez también le ha dedicado bastantes páginas. Me identifico mucho con Rut...



 





Quién diría que mi peregrinaje como inmigrante ya empezaba a gestarse y luego empezaría a cruzar fronteras en compañía de otros que me ayudarían y yo les ayudaría en el camino. Con Rut descubrí que hay un rescatador, un Goel, que está dispuesto a sacrificarse por nosotros para liberarnos. Dios nos pone ejemplos precisos en las Escrituras, con palabras tan certeras que se te incrustan en lo más profundo de tu ser y son tan creíbles que las haces uno contigo, para ser una sola carne. Con Rut las despedidas se me hacen menos penosas, pues solo veo recomienzos fructíferos, ya no me hundo en lo profundo de las oscuridades. De llamarme Dulce ya no paso a llamarme Mara. Y cuando a veces mis aguas están a punto de amargarse, recuerdo a Rut, mi compañera de tantas soledades.



También recuerdo que una vez, estando yo enferma, doña Flora, la esposa del misionero, me regaló un libro para que pudiera distraerme en ese tiempo y, de paso, dejarme algún mensaje; se titulaba: El secreto del bosque de Patricia M. St. John (también había otro titulado Amor en las cumbres), una obrita para adolescentes y jóvenes, me parece, pues me gustó tanto la historia de Felipe y Ruth, dos hermanos traviesos que llegan a entregar sus vidas al Buen Pastor y son una gran influencia para su entorno más cercano. Recuerdo sus experiencias. Es un libro que en esa época me hizo pensar. Meses después de llegar a España, unas jóvenes estudiantes que participaban en una campaña de Operación Movilización, me encontraron por las calles de Salamanca y me invitaron a una iglesia donde me encontré con una mesa de libros. Allí reencontré este librito y, al rememorar otros tiempos, la nostalgia me llevó a re-comprarlo.



En el colegio leí La niña de sus ojos, del escritor boliviano Antonio Díaz Villamil, una novela romántica, como para jóvenes, que relata la triste historia de las diferencias sociales. Se dice que dicha novela forma parte de la literatura costumbrista de Latinoamérica. Es una novela con mucha carga social por el tema tratado. La lucha de unos padres indígenas para educar a su hija de modo que pase a pertenecer a la clase más privilegiada del país, sin contar con las consecuencias de tal decisión. La joven protagonista del libro se enamora de un muchacho de clase alta y es correspondida; sin embargo, al enterarse él de los orígenes de Domi, la rechaza incapaz de afrontar la situación. El desenlace no es tan amargo ya que ella se vuelve a enamorar de alguien que la acompañará en su nuevo proyecto de vida desarrollado en una comunidad indígena donde ejercerá como maestra de los niños, dejando atrás todo lo demás. Este pasaje me recuerda la labor que nuestros hermanos, dejándolo todo, realizan en Turmanyé, la Ong cristiana que, desde España, es apoyada por Alianza Solidaria. Trabajan a favor de la infancia en riesgo de pobreza y exclusión social. He sido testigo de cómo marcan la diferencia en la vida de niños que se encuentran en situación de orfandad, o han sido abandonados por sus padres, o a estos se les ha retirado la tutela temporal o definitivamente. La defensa de los oprimidos y marginados te hace recordar a Los miserables, del poeta y escritor francés Víctor Hugo.



En mi época de colegiala, pude leer a los clásicos como Homero, conocer la cultura helena a través de la Odisea y la Ilíada, Las tragedias Medea y Edipo Rey de Sófocles. Pude leer La República, de Platón, mientras estudiábamos a los griegos en la clase de historia, a los doce años. Los libros llegaban de España; yo ni siquiera soñaba que me encontraría un día viviendo en la dorada Salamanca. Por entonces pude leer por una grata imposición del colegio Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, Marianela, De Pérez Galdós. Me presentaron el Cantar de Mio cid, El Quijote, aunque con esa premura que exigen los deberes. Casi no puedes degustar los manjares literarios por las prisas y las metas que quieres lograr, o porque a veces no lo entiendes todavía. Allí España se me hizo muy familiar, además porque una profesora, la de matemáticas, era española, y también la directora. Entonces, me di el primer gran encuentro con El Lazarillo de Tormes que me presagiaba que aterrizaría en las mismísimas orillas del río donde él había nacido; y que tendría un sencillo hogar en la aldea donde éste había iniciado sus aventuras, cargadas de crítica, picaresca y necesidad. En las páginas de este libro sorbí algo de las peculiaridades de España y sus gentes. Y también leí La tía Tula, de Unamuno, autor con el que luego me re-encontré en Salamanca.



Una amiga del colegio me prestó el libro, Joni, de Joni Eareckson, una joven que quedó paralizada del cuello a los pies, pero que llegó a aceptar su situación y ver que Dios ¡tenía un propósito para ella! Fue un ejemplo de fe. Muy estimulante.



Ester es otro de los libros de la Biblia que me ha cautivado. Qué difícil elección la de Ester: en el dilema de salvarse ella sola o arriesgarse para salvar a todo el pueblo. De arriesgarse por un final victorioso que no ve nada claro; de entender que no hay casualidades y ella es un instrumento precioso y utilísimo en las manos de Dios. Y que eso es un gran privilegio. Pero a veces todo es tan oscuro que no vemos; sin embargo, la dosis de gracia provista para ese día nos hace alumbrar los ojos de nuestro entendimiento. Y surge una Ester que está dispuesta a poner su fe en acción; comprometida, solidaria, dispuesta a arriesgar su vida por los demás. “Si perezco, perezco”, dijo. Y los demás interceden por ella con ayuno y oración. Unidos. Hace tiempo leí el libro El cetro de oro, de Burt, Park y Pradales (Andamio).



Quedé cautivada por las obras de Shakespeare: Macbeth, Romeo y Julieta, Hamlet... regalo de una tía. Leí María, del colombiano Jorge Isaacs, prestado por una amiga, una bella historia de amor también con final trágico. El romanticismo siempre me ha perseguido. En mis manos cayó Mujercitas (1868), de Louisa May Alcott, donde soñaba en ser escritora como Jo, una de las hermanas March. Me encantó pues también es un libro que resalta los valores, aunque hoy a eso se le llame anticuado. Se valora la familia con sus luces y sus sombras, pero con la perspectiva de maduración en medio de las circunstancias. No olvidemos que esta obra se desarrolla en plena Guerra Civil Norteamericana.



Viajé en el Nautilus en las 20.000 leguas de viaje submarino; viajé De la Tierra a la Luna; y sufrí y fui heroína junto con Miguel Strogoff. Todo gracias al francés Julio Verne. Estuve en los Alpes, junto a Heidi, Pedro, Clara y el abuelo. Me conmovían sus historias. Mientras, también la profesora de lengua nos adentraba en los versos de los poetas latinoamericanos María Josefa Mujía, Gabriela Mistral, Rubén Darío. Me estoy olvidando de La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, que nos puso al día en el trágico tema de la esclavitud, pero también en el de la fe y la entrega. Y Salgari, ¿quién no se acuerda de Sandokán? Y de La isla del Tesoro, de Stevenson. Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski.



No se puede enumerar todo. Sé que recuerdo con gran cariño a una prima que en sus vacaciones leía en voz alta para un grupito de adolescentes. Ella me presentó a Alejandro Dumas a través de la impactante historia del Conde de Montecristo. Más tarde hice todo para comprarme la continuación que relataba el final de la historia. Tal como hice con las Rimas y Leyendas de Bécquer que a cuentagotas nos leía una profesora de lengua en uno de los colegios donde estudié un año. La verdad es que en esa región escaseaban los libros y había que pedirlos. Los préstamos funcionaban de mil maravillas. En esa ciudad, había una librería cristiana de misioneros suizos donde compraba unos libritos, tipo folletos, con historias de jóvenes cristianos. Pero mi libro de cabecera seguía siendo la Biblia que me leía y releía. Todo me parecía bueno.



Leí Pueblo enfermo (1909), de Alcides Arguedas (1879-1946), uno de los más relevantes intelectuales de Bolivia a principios del siglo XX, ensayo en el que analiza de forma crítica la realidad social de Bolivia en ese entonces, preocupándose por destacar la problemática nacional y realizar una especie de sacudida en las conciencias de sus compatriotas. Hace poco, con gran emoción leí algunas cartas que Miguel de Unamuno mantuvo con Arguedas. He aquí algunas líneas de una de ellas escrita el 23 de marzo de 1909: "Sr. Don Alcides Arguedas: He apartado, señor mío, su libro " Pueblo enfermo" del montón de los que con frecuentes envíos tengo formado. Bolivia es un país del cual aquí apenas se sabe sino que existe y eso no todos los que pasan por ilustrados. Pero yo que tengo, diferenciándome en esto de los más de mis compatriotas, curiosidad geográfica, he hecho ya algunas excursiones mentales por él [...]. Leeré, pues, su libro, lo leeré con interés y espero que él me dé pie no para una, para más de una de esas correspondencias que con regularidad envío a La Nación de Buenos Aires. Y aquí, en España, diré algo de él. Adiós, se le ofrece amigo. Miguel de Unamuno".



Y ya en esta del 31 de marzo de 1910. "Sr. Don Alcides Arguedas: Me ha regocijado, amigo mío, el saber que se vuelve por Europa y que es fácil pueda visitar esta mi dorada y mágica Salamanca. No olvido que usted me llamó la atención sobre su interesante pueblo y que en la pintura que de él usted nos hizo he visto muchos otros pueblos y no poco del mío. Aquí hay un ambiente de zozobra e incertidumbre; creo que España está pasando por una de sus más hondas crisis espirituales... Las cosas de esa América empiezan a interesar aquí. Con ello coincide el aumento de la emigración y el que muchos de los que van vuelven. [...] Siempre creí que usted con su obra hacía un positivo servicio a su patria. No importa que por ahora no le reconozcan así sus compatriotas y hasta que pretendan hacerle el aislamiento del silencio. El decir la verdad no le hace a uno simpático pero le da autoridad. Me habla usted de mi Vida de Don Quijote y Sancho. Es el verdadero éxito de mis escritos, el que más se difunde. Y trabajo ha costado. Porque también en torno de él se hizo aquí, cuando apareció, el semisilencio. Adiós. Y a ver si nos vemos pronto. Le estrecha la mano. Miguel de Unamuno".



Más tarde me introduciría en el realismo mágico de Gabriel García Márquez con sus Cien años de Soledad, El otoño del patriarca, El amor en los tiempos del cólera. Este último libro de García Márquez me encantó por la persistencia de uno de los protagonistas, Florentino Ariza, quien pacientemente espera a su gran amor allá por la tercera o cuarta edad. Le da un espaldarazo a la espera, en contra de la inmediatez que todos ansiamos. Lo queremos todo ya. Así se percibe en el crecimiento de los divorcios entre los cónyuges, entre los padres y los hijos, entre los amigos... Luego apareció Humberto Eco con El nombre de la rosa, y los entresijos de la iglesia en esa turbulenta época del siglo XIV. La Iglesia, donde no debe haber entresijos como los de la mencionada novela. Una iglesia transparente para la sociedad de este siglo XXI.



Madurando bajo presión y Vivir en libertad, ambos de Eleonore Van Haaften (Andamio), que nos muestran esa forma de vivir dependiendo de Dios aun en circunstancias difíciles. Es la aceptación, diría Pablo Martínez en El aguijón en la carne. A Noor le publicamos una entrevista en la revista Sembradoras.



Queda El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry; La Metamorfosis, de Franz Kafka; Rayuela, de Julio Cortázar; Éxodo, de León Uris... Vida de siembra, siembra de vida, que recoge la obra poética de Mariano San León.



Como me doy cuenta que me he pasado algo más de tres pueblos, voy a repostar para continuar el próximo domingo, si el Señor lo permite. Ya pergeño algo de El Hereje, de Miguel Delibes, que tanto me recuerda lo que padecieron nuestros olvidados hermanos de la Reforma, a Juan Mackay con su El otro Cristo español... 


 

 


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