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Maldito ladrón

Un corazón cerrado a cal y canto está más muerto que si realmente muriese.

DESDE EL CORAZóN AUTOR Roberto Velert 17 DE OCTUBRE DE 2015 21:30 h

Desde el Domingo noche, hasta este momento en que empiezo este nuevo “Desde el Corazón” he estado debatiendo conmigo mismo, si escribir esta carta o este artículo, y al fin he decidido hacerlo: “maldito ladrón”, el Domingo por la tarde, entre las 19.00 y las 20.30 horas, violentaste mi genio, fastidiaste mis ánimos y casi me provocaste a discutir con Dios, sobre el porqué de tal robo, en tal día, a las puertas de una Iglesia y en el tiempo en que en su interior estaba predicando la Palabra de Dios. Había sido invitado por la Iglesia Evangélica de los Hermanos de Filadelfia, llegué puntualmente, aparqué mi estimada “Scooter Sim Symphony” en zona adecuada para motos, en la misma pared de la capilla, en donde habían otras motos. Los hermanos ya me esperaban en la puerta, saludos, abrazos y sorprendidos de que llegase en moto… y empezamos el culto, lindo en alabanza, cuales son tan originales en tales hermanos, prediqué la Palabra, celebramos la Comunión del Señor, hubo bendición y gozo, saludos y despedida y, al salir para volver a casa, ¡sorpresa! mi moto había desaparecido, la única que no estaba en su lugar, y los hermanos se sorprendieron también y expresaron su tristeza, enfado y, algunos, indignación. Yo, “maldito ladrón”, apacigüé los ánimos, me porté con protocolo bíblico: “Dios sabe todas las cosas, y todas ellas concurren para bien a los que a Dios aman” pero de camino a la Comisaría para la denuncia, fastidiaste mis ánimos, me enardeciste a ¡pobre de mí! preguntar a Dios ¿por qué, si estaba tratando de servirte? y aunque tomé la acepción del concepto “robar” en la forma más suave de la Real Academia de la Lengua Castellana: tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que sea”, la verdad es que me robaste, ladrón.



Supongo que eres o un muchacho o un joven. Y supongo que en cierto modo quedaste desilusionado ya que en el cofre, no encontraste más que un casco viejo, unos guantes ya muy usados y una bayeta para el polvo. Nada más. Y, sin embargo…



Sin embargo, me quitaste –con la complicidad de mi humanidad- algo de mucho más valor que los bienes materiales. Trataré de explicártelo.



Me quitaste un buen rato de paz, me obligaste a perder unas horas en la Comisaria con la denuncia, y por un rato bien largo, me incitaste a pensar que no te puedes fiar de casi nadie. Verás.



Yo he defendido siempre que la confianza es parte sustancial de la vida de los hombres, que sería más fácil no vivir a hacerlo con el alma acorazada, con el recelo constante sobre los demás –que conozco quienes viven así, desconfiando de todo y de todos- y con espíritu de continua desconfianza sospecha de los otros. Si yo “Desde el Corazón” no me fio de los que me rodean, y circundo mi corazón y vida de cable espinado, no hago daño a quienes a mí se acercan, me lo hago yo mismo. Un corazón desconfiado envejece de prisa. Un corazón cerrado a cal y canto está más muerto que si realmente muriese. Yo no deseo ser un “violento defensivo” ni un alma clausurada. Sé muy bien que el hombre, todo hombre, es malo, conozco la enseñanza bíblica de la depravación humana: todos somos pecadores, y unos más depravados que otros; pero aun así, no pienso que el hombre no pueda cambiar con la fuerza del Espíritu del Señor.



Recuerdo cuando en el barrio valenciano de mi infancia y adolescencia, las casas de mi calle, guardaban llaves colocadas en la cerradura y en el lado de la puerta que daba a la misma calle, de modo que crecí creyendo que quienes así vivían, debían ser personas confiadas; me sentía vinculado a ese sentir, más que a construir mi casa como un castillo enrocado.



Pues bien, estoy cambiando. Yo pecador te digo, “maldito ladrón”, que tu maldad y mi nueva triste experiencia (a la tercera va la vencida) tu avaricia y desengaño propio me hacen replantear mi infantil confianza.



Cuando al salir del culto y descubrir que mi moto la habías robado, algo se revolvió dentro de mí. No sólo contra ti, sino contra este mundo de ladrones que estamos construyendo. No me gustaría conocerte, pero no me importaría saber quién eres, cómo eres. Conocer si eres consciente –como yo trato de serlo- de lo inhabitable que, entre todos, estamos volviendo este planeta: ladrones políticos, ladrones financieros, ladrones aristócratas, ladrones empresarios, ladrones de reputaciones, ladrones que roban a Dios sus diezmos y sus ofrendas y “malditos ladrones de motos”.



Así que ahora, me digo que si me compro otra moto (lo veo imposible con mi pensión) compraré con ella cadenas, cerrojos, llaves súper complicadas, blindaré la puerta de mi casa, todo un armamento defensivo. Igual que si viviera en una caja de caudales, convertido yo mismo y mis cosas, en lingotes de ese oro que desprecio. Y me volveré menos hombre, menos fraterno y me entristeceré de que haya crecido el número de los desconfiados, de los que viven con el alma repleta de mastines. Pero no.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Julio Pérez
18/10/2015
20:58 h
1
 
Lo siento de veras querido Roberto (lo de tu moto ufanada), pero este artículo es sencillamente genial como acostumbras a ilustrarnos siempre con tus artículos semanales querido compañero. En cuanto a la posibilidad de una nueva moto para tus desplazamientos en corto, Dios sabe todas las cosas y es posible que algunos hermanos pudieran pensar en bendecirte de esta manera tan práctica y generosa, ¿Por qué no?. Me dirijo a tus más cercanos y lejanos, a buen entendedor estas palabras bastan...
 



 
 
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