Traigo una colección de frases contundentes, que denuncian el ninguneo a los derechos de una minoría que continúa padeciendo castigantes exclusiones en varios lugares del territorio nacional.
Sin buscarlo, encontré un archivo en el que seleccioné frases de Carlos Monsiváis sobre la exclusión de los protestantes en México. En el 2008, año en el cual el escritor cumplía 70 años, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) proyectaba organizar un coloquio sobre la discriminación a las minorías en México y dedicarlo a Carlos Monsiváis. La CNDH me solicitó seleccionar frases de Monsivías para la parte del programa que se dedicaría al tema de las minorías religiosas. Realicé el trabajo y lo entregué. El coloquio no se realizó porque, entre otras cuestiones, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México se adelantó y anunció un congreso muy similar al que se estaba proyectando en la CNDH.
Comparto aquí la brevísima antología de frases en la que Carlos Monsiváis externó una de sus preocupaciones en el asunto de la violación de los derechos humanos en México, la de las constantes vulneraciones al derecho de ejercer una fe religiosa distinta a la tradicional y hegemónica en el país. Los lectores y lectoras que quieran ahondar en el tema pueden hacerlo en los vínculos a los libros, todos ellos publicados por la CNDH, siguientes: Memoria del Seminario Internacional sobre Tolerancia, Protestantismo, diversidad y tolerancia, La palabra y los derechos humanos. Finalmente, la colección de unas frases contundentes, que denuncian el ninguneo a los derechos de una minoría que continúa padeciendo castigantes exclusiones en varios lugares del territorio nacional:
En el fondo, a veces disfrazada, la vieja tesis: son “ilegítimas” las creencias no mayoritarias. Antropólogos, sociólogos y curas insisten con frecuencia, sin mayores explicaciones (tal vez por suponer que el asunto es tan obvio que no lo amerita), en el “delito” o la “traición” que cometen los indígenas que, por cualquier razón, desisten del catolicismo. “Dividen a las comunidades”, se dice, pero no se extrae la consecuencia lógica del cargo: para que las comunidades no se dividan, que se prohíba por ley la renuncia a la fe católica (a los ateos se les suplica que finjan). Este retorno a la intolerancia (este olvido de la libertad de cultos) se acompaña de los registros ominosos del término secta, que evoca de inmediato clandestinidad, conjura, sitios macabros, sesiones nocturnas a la lívida luz de la luna, miradas cómplices de los enanos que se reconocen a simple vista.
“Las demás iglesias: los mexicanos de tercera clase”, Nexos, octubre de 1989
La guerra contra las “sectas” lleva ya varios años, y las consecuencias son deplorables y trágicas, aunque los medios masivos no las juzguen noticiosas. En este panorama, lo que me resulta inconcebible es la indiferencia pública antes tres hechos concatenados: la violación a los derechos humanos, la negación enfática de la libertad de cultos y el olvido de la libertad de conciencia.
“Preguntas sobre identidad, religión y derechos humanos”, México Indígena, junio de 1991
Si la izquierda no toma en cuenta a las minorías religiosas, simplemente estará condenándose al autismo del que ya está dando pruebas.
Mesa Redonda La ley de derechos y cultura Indígenas y el cambio religioso, 6/IV/2001
En la ciudad de México no se castiga tanto la marginación religiosa; en los pueblos es una provocación. Los más pobres son los más vejados, y los pentecostales sobre todo la pasan muy mal, por ser “aleluyas”, gritones del falso Señor. No hay hábito de respetar y entender la diferencia. La sociedad cerrada de una nación aislacionista no conoce de matices, y el rechazo va del humor de exterminio a la desconfianza imborrable.
“¿A poco no le da gusto estar excluido? (Las marginalidades por decreto)”, Este País, IV/2002
Los letreros expulsan de antemano. “En esta casa somos católicos y no aceptamos propaganda protestante”. Lo más inadmisible es el fenómeno de la conversión. Eso es tanto como aceptar el salto de mentalidad de Saulo de Tarso en el camino a Damasco cuando lo habitual es el elogio de la incondicionalidad de Juan Diego. Y las condenas se aglomeran. Los protestantes son “antimexicanos, agentes de la codicia de almas de Norteamérica, destructores de la unidad nacional”. En el ultraje coinciden la furia del fundamentalismo católico y el homenaje de funcionarios del gobierno a su pasado parroquial.
“¿A poco no le da gusto estar excluido? (Las marginalidades por decreto)”, Este País, IV/2002
Pienso que la razón [en la falta de solidaridad con los perseguidos] es porque no han considerado a los protestantes verdaderos ciudadanos, o verdaderos conacionales. Ésta ha sido siempre la idea de la ajenidad, tanto en lo que se refiere a sus derechos humanos, como en su pertenencia a la nación, lo que lleva a la indiferencia. Como se piensa que los protestantes son desnacionalizados de antemano, o que la profesión de sus convicciones los aleja de lo que es la verdadera experiencia nacional, se desentienden muy fácilmente de lo que les suceda porque no les sucede a mexicanos. No te lo dirían jamás con estas palabras, nunca lo aceptarían de este modo, pero sí lo practican, y entonces me parece que aquí la conducta es el testimonio que deberemos tomar en cuenta. No han considerado a los protestantes mexicanos, y por tanto lo que les pasa sucede en otro país.
La palabra y los derechos humanos, 2004, pp. 154-155
Ninguna historia nacional lo cubre todo, pero en la visión histórica a nuestro alcance lo omitido o ni siquiera registrado es abrumado… Y tampoco se acepta lo histórico de la lucha a favor de los derechos humanos y contra la intolerancia, como no se registra el genocidio por acumulación, ejercido contra los protestantes… Como se quiera ver, el mero registro público de una matanza es un espacio ganado a la impunidad que ha invisibilizado sus crímenes. Por supuesto, la impunidad todavía prevalece y muchos de sus grandes crímenes son económicos, pero si se minimiza lo avanzado se le reduce todavía más. En la lucha contra la impunidad ningún adelanto es insignificante, así como ninguno es todavía permanente. Hace falta la historia de las luchas y el destino de los heterodoxos mexicanos del siglo XX, [como la de] los protestantes (la segregación bárbara, los linchamientos de todo tipo y la terquedad en el ejercicio de su fe).
“El breve siglo veinte mexicano”, Contrahistorias, marzo-agosto de 2005
Mi verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical. Allí en el contacto semanal con quienes aceptaban y compartían mis creencias me dispuse a resistir el escarnio de una primaria oficial donde los niños católicos denostaban a la evidente minoría protestante, siempre representada por mí. Allí, en la Escuela Dominical, también aprendí versículos, muchos versículos de memoria y pude en dos segundos encontrar cualquier cita bíblica. El momento culminante de mi niñez ocurrió un Domingo de Ramos cuando recité, ida y vuelta a contrarreloj, todos los libros de la Biblia en un tiempo récord: Génesiséxodolevíticonúmerosdeuteronomio.
Autobiografía, 1966
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