En todos los actos sinceros del hombre espiritual la inspiración es el amor y no la recompensa.
Un erudito y distinguido psicólogo dijo una vez que la tragedia del hombre de hoy era que ya no creía tener un alma que salvar. Totalmente desocupados y despreocupados de su vida interior. A gente desocupada dirigió el Maestro de todas las ciencias su bella parábola de los trabajadores de la viña.
Al atardecer del día, el dueño del viñedo fue a la plaza a buscar trabajadores, y se encontró con los que durante toda la jornada estaban desocupados: “¿cómo estáis aquí aún desocupados?... id a mi viña… recibiréis lo que es justo”. En muchos lugares de Oriente aún prevalece esta costumbre. Costumbre de buscar jornaleros, que fue para muchos un descubrimiento en la famosa película “La ley del Silencio” donde un jefe de sindicatos, controla y explota a los estibadores que en los muelles neoyorquinos son contratados mafiosamente para trabajar en la descarga de los buques; película 8 veces oscarizada y entre los Óscars, el concedido a Marlon BRANDO, como mejor actor. Hombres desocupados esperando que alguien los contrate.
La parábola del Maestro tiene una aplicación espiritual y se refiere a varias clases de ociosos. Entre los que trabajan, y los que esperan que se les contrate en sentido general, hay quienes no tienen nada que hacer.
Muchos holgazanes son muy industriosos en ocupaciones que tienen valores relativos. Bastantes viven holgando por constante indecisión y otros son gente fracasada y disgustada porque no conocen el objetivo de la vida.
Para los ojos humanos podrá no haber muchos haraganes, máxime cuando nos está dominando una “Ética del Ocio”, pero cuando el Cielo mira a la Tierra, debe hallar un vasto mercado donde se trabaja muy poco.
Para la Divinidad, actividades como la adquisición de riquezas, casarse, comprar, vender, estudiar, pintar, producir, investigar, son sólo medios para el fin supremo y máximo de vivir la vida honrosamente pero no descuidar, que lo prioritario es la salvación del alma. Todo esfuerzo humano que quiera ser un fin en sí mismo, y aísle la vida de la finalidad de la vida, equivale a trabajar holgazaneando. “Desde el Corazón” triste me es sin duda esta realidad.
En la magnífica parábola enseñada por Jesús, se nos concede la esperanza de que nunca es demasiado tarde para recibir la gracia del dueño de la viña, la oportunidad de abandonar la desocupación, y ponerse a trabajar aunque sea ya en el atardecer del sol. Y tal concesión de favor, disipa la tristeza de todas las otras horas del día.
El considerado santo Agustín Pastor de Hipona, sobre su disipada juventud, su hedonista ocupación escribió: “tarde te hallé. Demasiado tarde, ¡oh antigua belleza, he venido a amarte!” y lamentando el tiempo perdido, por no haber podido disfrutar del gozo de estar ocupado en los valores del alma, escribe este clamor para expresar que no hay casos desesperados; ninguna vida se agota tan de prisa que no pueda recuperarse. La ociosidad de una larga existencia no excluye unos pocos minutos de trabajo útil en la vida del Señor, incluso durante las últimas horas de la vida, como fue en el caso del ladrón arrepentido.
Cuando el Maestro, en su práctica enseñanza, llega a la última hora, buscando desocupados, a quienes aún contratar “con lo que sea justo”, contrato que ningún empresario moderno haría, ya que las horas de producción serían mínimas, nos está enseñando, entre otras, tres lecciones: la primera su Gracia, la segunda, el desear que no haya desocupados y la tercera que en su soberana voluntad “paga muy generosamente”. Los empleados de última hora, no asumieron la orden de ir a trabajar pensando en la recompensa, sino en la confianza del que les dijo “lo que sea justo”.
En todos los actos sinceros del hombre espiritual la inspiración es el amor y no la recompensa, bien que ésta la haya en la bondad del Altísimo. No se puede asociar la compensación con el afecto que estrecha los brazos de un hijo en torno al cuello de su madre o la hace aguardarle hasta que palidecen en el cielo las pacientes estrellas.
Análogamente, los servidores de la piedad y la religión cotidiana estamos pletóricos del encanto, la fascinación y la plena vida, de la ocupada devoción a Dios. Los desocupados, desobedientes del consejo del Senador de Tarso “ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor” arriesgan mucho más que su vida física.
La ociosidad física deteriora la mente, la ociosidad espiritual deteriora el corazón; la acción del aire y del agua puede llenar de herrumbre una pieza de acero. Por eso a todas las horas en la plaza de la vida, debe preguntarse el hombre “¿por qué estoy desocupado espiritualmente?”.
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