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Efecto nación

Dice Villacañas: “Todos hemos quemado las naves, que es como los españoles han venido actuando a lo largo de su historia. Esto es malo para España y es malo para Cataluña”.

REFORMA2 AUTOR Emilio Monjo 04 DE OCTUBRE DE 2015 10:20 h

Tenía otra reflexión, pero me encuentro hoy jueves con estas notas tomadas de un periódico, y se las transmito, como reflexión de una cuestión que ya puede sonar a algo pesada y pasada, la del problema de Cataluña, pero que tiene la condición de ser ámbito donde se muestran otras cuestiones transversales, y eso nos atañe como ciudadanos de aquí, con nuestra fe que nos hace de la Jerusalén celestial.



Les cito en extensión las declaraciones que se dan en referencia a dos actos previos, la presentación de unas tesis para reflexionar en la Fundación Juan March, lo que antes se había realizado en otro foro distinto, pero no distante en interés, el Teatro del Pueblo de Lavapíes, del entorno de Podemos (todo en Madrid). Esta es la cita:



“En los dos sitios defendí lo mismo: que España es una nación tardía y que por eso tiene todos los problemas propios de serlo. Estos son, fundamentalmente, la profunda inseguridad en sí misma y la necesidad de compensar dicha inseguridad con posiciones radicales y dogmáticas que, como se puede suponer, todavía la hacen más insegura y más débil. Y sin embargo, España construyó un poder central relativamente pronto. La conclusión de todo ello es que las formas, los estilos y las maneras de ejercer el poder no han producido efecto nación. En realidad, casi lo han hecho imposible. Pues, como sabemos, el efecto nación consiste en que las capas populares se identifiquen con las líneas fundamentales de la razón de Estado, construida lentamente entre los siglos XIV y XVIII. En España no ha habido forma de que las capas populares se identifiquen con la razón de Estado. Y esto ha sido culpa expresa de las formas de ejercer el poder de sus elites. Este debería ser el principal motivo de reflexión.



[Sigue la cita] Para no irnos por las ramas, diré que un episodio más de esta forma de actuar ha tenido lugar ante nuestros ojos. Como no tenemos un verdadero relato histórico general del devenir de España, no lo hemos percibido. Pero la realidad existe aunque no la percibamos. La inseguridad de la nación tardía española se ha encarnado en un nombre: José María Aznar. El aznarismo es el reflejo sintomático de todas las inseguridades propias de un país que sabe que no tiene verdadero cemento nacional. De la misma manera que Alfonso XIII ‘ante la Primera Guerra Mundial’ apostó por un militarismo imperial, Aznar optó por un nacionalismo homogeneizador acelerado, se vinculó a las grandes potencias imperiales mundiales y se mostró temeroso de que Europa pudiera diluir o disminuir el campo de actuación de un Estado nacional. Pero el mayor miedo de la nación tardía reside en que tiene una aguda conciencia de la falta de integración de sus territorios y de la coexistencia en su seno de comunidades potencialmente nacionales.



Aznar era consciente de este problema, como debería serlo cualquiera que conociera bien la historia de España. Nadie puede ignorar que desde 1412 Cataluña no está a gusto en España. La larga historia de encuentros y desencuentros no se puede ocultar, pero por debajo del detalle, Cataluña siempre ha sido ella misma y amplias capas de la población se han identificado con una razón política que fue de Estado, mientras la Casa de Barcelona rigió la Corona de Aragón, y que luego sólo lo fue económica y de pacto. Esto concedió a Cataluña una historia inversa a la de España. Ésta gozaba de un poder de Estado con el que apenas se identificaban las amplias capas populares, mientras que Cataluña gozaba de amplias capas populares que no dispusieron de un poder de Estado salvo en casos coyunturales y puntuales después de 1412. Era completamente previsible que, cuando pudiera, Cataluña reclamaría fundar una razón de Estado que diera garantías plenas a su supervivencia como pueblo político en Europa.



El aznarismo lo sabía, desde luego. Pero en lugar de aumentar la capacidad integradora de España y de avanzar hacia un democracia madura, segura de sí misma, capaz de avanzar hacia ese horizonte con la previsión de serenidad y la capacidad de negociar en el tiempo largo un Estatuto que colmara las aspiraciones de Cataluña, reconociéndola como un Estado bajo la Monarquía española, en vez de ir por ese camino, digo, se dejó llevar por el síndrome de la nación tardía y aceleró la previsión homogeneizadora bajo la letra coactiva de la Constitución de 1978, con la aspiración completamente ridícula de reducir a Cataluña a una región más de la España autonómica. Todo lo que ha logrado es que por primera vez en la historia apenas un 20% de ciudadanos de Cataluña se identifique con la razón de Estado español y se manifieste de forma hostil contra el poder de la Generalitat. Como es natural, esta política errónea extremó la aceleración del proceso de unidad de los catalanes, y los llevó a creer que sólo como un Estado independiente se podría garantizar su futuro como pueblo.



[Sigue la cita, que ya dije, es extensa.] La inseguridad de la nación tardía se manifiesta como ansiedad ante el tiempo. Desde Lessing, sabemos que la clave de toda ilustración reside en el manejo del tiempo. El que vive en la inseguridad cree que el momento siguiente es el del Apocalipsis y por eso extrema el gesto, endurece las palabras, adopta la actitud defensiva extrema, se dispone para la batalla final ente Cristo y el Anticristo. Y desde luego, en España no faltará un cardenal que bendiga la causa. Este estilo es el que ha generado una falta de identificación política con la forma de comportarse de las elites del poder español. Pero no deja de tener cierta eficacia porque inclina al enemigo a comportarse de la misma manera… Todos hemos sido obligados por una lógica aznarista de fondo a jugar de forma acelerada. Todos hemos quemado las naves, que es como los españoles han venido actuando a lo largo de su historia.



Esto es malo para España y es malo para Cataluña. No estamos jugando en el terreno en el que la parte más razonable del país desearía. Con tiempo más largo, se podrían haber dado pasos claros para que Cataluña llegara a ser lo que siempre ha sido: una república coronada. Con un ritmo histórico adecuado, se podría haber forjado escenarios en los que se podría haber llegado a una posición deseable para los actores: Cataluña con garantías de su futuro y con un gobierno propio que atienda a su razón de Estado, pero sin romper un solo vínculo formal y legal con España. De este modo habría operado una mente capaz de atender las razones de la historia, de la democracia y de la legalidad, sin olvidar los intereses superiores de las poblaciones implicadas.



Sin embargo, en su lugar se inició una política de prevención y contención del independentismo que, como es natural, aceleró todos los escenarios, porque esa política no podía ser entendida sino como una amenaza de homogeneización. Así se llegó al error fatal de la democracia española, que un Tribunal Constitucional cuestionado desafiara a un pueblo entero, anulando de forma imprudente lo que ese pueblo ya había votado en referéndum… Porque no cabe duda de que lo que está en marcha es una revolución nacional de amplio respaldo democrático en Cataluña. Y este proceso va a ser difícil de desarticular con los modos cortesanos, porque esa revolución está diseñada justo desde una profunda hostilidad ancestral a la ratio de un poder central lejano.”



Aquí dejo la cita, que terminaba con el deseo del autor de que se efectuara una consulta y conversaciones, que con “aporte excepcional de virtud política, de serenidad y de tiempo largo, es la pedagogía capaz de superar las tragedias del pasado”. Este deseo es especialmente relevante porque luego ha habido lo que ha habido. Esta reflexión en la prensa, pedida como anticipo de las tesis que el autor presenta en un libro que entonces estaba por aparecer, es valiosa en extremo por la fecha: el 8 de abril de 2014; hace, pues, 18 meses.



El libro que se anticipaba, donde se muestran esos razonamientos, es Historia del poder político en España, que aquí he señalada en varias ocasiones; y el autor es el profesor José Luis Villacañas Berlanga, que es el director de los congresos sobre nuestra Reforma Española realizados en la Complutense; también del próximo, que, centrado en la figura y circunstancias de Luis de Usoz y Río, ya mismo, el 29 y 30 de este mes, celebramos. Seguramente la próxima semana, d. v., les pongo algo del mismo.


 

 


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COMENTARIOS

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Disidente
05/10/2015
11:16 h
3
 
Joaquín María Bartrina ya lo dijo: «Oyendo hablar un hombre, fácil es Saber dónde vio la luz del sol. Si alaba Inglaterra, será inglés; Si os habla mal de Prusia, es un francés Y si habla mal de España... es español».
 
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Thelema
05/10/2015
22:16 h
4
 
Joaquín María Bartrina, catalán, que nunca renunció a su españolidad. Gracias por recordarme esos versos, en cualquier caso reitero como cristianos tenemos mas divisiones que nos deben preocupar no alimentemos otras.
 
Respondiendo a Thelema

Manolo
05/10/2015
10:57 h
2
 
Sr. Monjo lo que dice es razonable, pero es imprescindible considerar las alternativas posibles que pueden derivarse de las decisiones presentes que se tomen; cualquier persona sensata y responsable puede vislumbrar que no todas son deseables ni para los catalanes, ni para el conjunto de la Península Ibérica asolada por el letargo de las divisiones de sus casas reales históricas de manera contraria a las uniones conseguidas en U.King, Italia, Alemania y la de aquí en 1978, mora.
 
Respondiendo a Manolo

Thelema
05/10/2015
06:47 h
1
 
Sorprende el artículo y sorprende el medio en que se publica. Decía la Carta a Diogneto ya en el siglo II "Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte de todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria y toda patria tierra extraña". No creo que nos corresponda como cristianos alinearnos en un lado u otro, de un problema que nació a finales del siglo XIX.
 



 
 
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