Debemos exigir a los políticos ser veraces, que al invitar a votar sí, no o blanco respeten al máximo los resultados de las elecciones; sin marginar a quienes no les han dado el voto que esperaban.
Estimados colegas pastorales:
Sospecho que los Pastores Protestantes españoles y en particular los catalanes, estamos un poco embarazados por lo que se nos avecina antes del 27S, durante el mismo 27S y después del 27S. Como cristianos y Pastores no solamente somos pacíficos, sino que debemos además predicar la paz, defender la paz y educar para la paz, hay que defender la justicia, vivir la justicia y proclamar la justicia y especialmente en este mes, en el que unas elecciones llevan tras de sí intenciones técnicas de trucos verbales para ser utilizados por los políticos de turno, en listados no precisamente representativos, buscando una auténtica fundamentación moral de sus políticas.
Creo que muchos de nosotros, por aquello de que estudiamos griego en un tiempo, sabemos que, ya desde el tiempo de Aristóteles, él conceptualizó las tres formas de degeneración de la democracia, la tiranía, la oligarquía y en estos tiempos la oclocracia. La democracia es el gobierno del pueblo que con la voluntad general legitima el ejercicio del poder, si bien nos preguntamos ¿es democracia afirmar públicamente que con que se consiga un buen número de parlamentarios, aunque no superior a la mayoría de los otros elegidos, se declarará el Estado Independiente de forma unilateral? ¿Es que los otros elegidos, con mayor número, no cuentan? ¿o es que vamos a una oligarquía, en la que el poder supremo está en manos de unas pocas personas, generalmente de la misma clase social, de la misma lengua, de apellidos lo más autóctonos posible? ¡Qué tristeza llamarse GARCÍA, aunque en Catalunya sea el apellido más frecuente!; tras esta leve degeneración de la democracia; se desarrolla últimamente la oclocracia, el gobierno de la muchedumbre, algo así como el populismo desnortado. Los escritores antiguos de la culta Grecia, designaron el poder de la oligarquía como el paso previo a la aristocracia (el gobierno de los mejores, y paréceme ver que la oligarquía surgirá cuando la sucesión de un sistema aristocrático se perpetúe por transferencia sanguínea o mítica, sin que las cualidades éticas y la dirección de los genuinamente mejores surjan como mérito reconocido por la comunidad. ¿Aprueba la comunidad verdaderamente cristiana, a estos cristianos panfletarios que descontextan las palabras de su Papa, para sus propios fines secesionistas? ¿Qué puede esperarse de políticos que como los cristianos carnales, dicen: la Constitución, la Ley no es para mí, no es la mía? Estas políticas confusas, injuiciosas o irracionales carecen de capacidad de autogobierno, abandonando en su demagogia los presupuestos necesarios para poder ser consideradas como eso que se denomina “pueblo”, en nuestro caso pueblo español y catalán o si se prefiere catalán y español, único titular de la soberanía popular. Y hoy por hoy, la Constitución que tenemos, es la que es.
El caso está palpitante ahora en Catalunya y España y en nuestra relación unos con otros, y con el resto de la Nación. Tanto el Gobierno Central como la Generalitat, como los partidos políticos y los diversos medios de comunicación social, todos ellos, sumisos a poderes en la penumbra, ofrecen diversas soluciones, con argumentos diferentes, todas las cuales se presentan a sí mismas como las más idóneas. Por circunstancias de sobra conocidas, todo resulta un poco complicado. Se multiplican análisis, informes, estadísticas y debates. No es fácil al ciudadano medio en esa selva de opiniones ver claro lo que debe elegir en conciencia por el bien de España, de Catalunya, de Europa y de la paz, la libertad y la justicia al mismo tiempo.
¿Y los Pastores? como tales, podemos y debemos hablar, orientar y guiar a nuestros rebaños – y a los restantes ciudadanos, en la medida que les sirva también de orientación - algunas consideraciones que les animen a actuar según el espíritu de justicia y paz del Evangelio y de acuerdo con su conciencia de ciudadanos y de cristianos devotos (piadosos, fervorosos).
El mismo Dios ilumina al hombre para que actúe como cristiano y miembro de Iglesia, por un lado, y como ciudadano y miembro de la sociedad civil por otro. La misma Ley de Dios que marca los rieles de la vida ética, debe ser considerada por el devoto cristiano para alumbrar las decisiones políticas. Aunque complementarios entre sí, cada uno de estos ámbitos tiene sus propios cauces, sus propios medios y sus propias mediciones.
Debemos exigirnos como Pastores, respetar al cristiano/ciudadano en sus legítimas opciones temporales. Y debemos exigir a los políticos ser veraces, que al invitar a votar sí, no o blanco respeten al máximo los resultados de las elecciones; sin marginar a quienes no les han dado el voto que esperaban. Votar es ser un devoto cristiano, y por nuestra misma devoción, orar para que el Todopoderoso bendiga nuestra Nación.
Dios mediante votaré, pero no seré “sufragáneo” de ninguna jurisdicción o autoridad política, sólo de Dios. Voto devoto.
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