A menudo nos lamentamos (al menos yo lo hago) de lo mucho que hay por hacer. ¡Y qué difícil es sacar tiempo para todo lo importante! Pero ¿qué es lo importante?
Hace algo más de un mes, desde el proyecto Comparte Ideas, se publicó un breve vídeo en el que un servidor lanzaba una idea fundamental sobre una de las prioridades del ministerio de Jesús: Formar una comunidad de discípulos.
Aunque la esencia de lo que quiero compartir en este artículo está expresada en esos 60 segundos de audiovisual, quisiera dedicar estas líneas a comentar el argumento raíz del vídeo situándolo en un contexto más amplio y animando a todos a considerar en sus vidas los principios que mencionaré.
Te invito a ver el vídeo antes de proseguir.
Sin espacio para la duda, uno de los grandes éxitos del dominio propio que Jesús ejerció en su ministerio fue su sabio uso del tiempo. Su vida pública no superó los tres años de duración y es evidente que los exprimió hasta la última gota.
Considerando que nuestras vidas son finitas, casi podríamos afirmar que todo lo que tenemos es tiempo. De ahí que, sin dejar que los días y sus circunstancias nos controlen sino gobernando nosotros el tiempo que Dios nos da por obediencia y por diligencia, somos llamados a invertir nuestras vidas en sabiduría, entendiendo cuál es la voluntad de Dios (véase Ef. 5:15-21)
En Jesús veo dos principios rectores a los que a menudo recurro para examinar mi propia realidad y mi uso del tiempo. Siempre me orientan y me ayudan a recordar qué espera Jesús de mí en esta tierra.
El primero de esos dos principios es el equilibrio entre las personas y el programa.
Estos últimos años parece que hemos descubierto que el programa de nuestras iglesias y ministerios no ayuda a las personas de nuestra era postmoderna tanto como quisiéramos. Aún tenemos mucho trabajo que desarrollar pero la solución no pasa por eliminar los programas. De hecho, la diligencia es imposible sin programación.
Jesús vivía con programa. Él tenía objetivos. Tenía una misión. Jesús no era una persona que se levantaba cualquier mañana y salía a pasear por Galilea pensando: “Bueno, pues a ver qué sucede hoy”. Numerosos textos nos narran su necesidad de ocuparse de los negocios de su Padre, de su proyecto de proclamar la llegada del Reino de Dios, de su labor para formar una comunidad de testigos de su vida, muerte y resurrección, entre otras objetivos que él cumplió en su ministerio terrenal.
Sin traicionar su programa, a menudo vemos a Jesús haciendo una pausa en su agenda para atender, cuidar o enseñar a personas con nombre y apellido (el ciego Bartimeo cuando salía de Jericó, Mr. 10; la mujer samaritana aprovechando un descanso junto al pozo, Jn. 4; el centurión romano en Mt. 8, etc.)
Al mismo tiempo y sin dejar de ser sensible a las personas que le rodeaban, Jesús nunca perdió de vista sus objetivos y, si era necesario por razones de agenda, sabía decir que no cuando lo consideraba oportuno.
Sirva de ejemplo la escena al final de Lucas 4 cuando las multitudes procuran detener a Jesús para que no se marche pero él les niega su deseo porque tiene el deber de cumplir con un programa dedicado a anunciar y proclamar las buenas nuevas también en otros lugares. Para eso ha sido enviado.
Por lo tanto, concluimos que Jesús no renunció a los programas, sino que los usó con sabiduría y sensibilidad para servir a las personas. Esto me recuerda que debo reflexionar con regularidad en los objetivos que persigo en el Señor, considerar y examinar los programas que ocupan mi tiempo (si responden fielmente a los objetivos de los negocios de mi Padre) y priorizar a las personas, que son el objetivo último de cualquier programa. Éstos son solo medios. Las personas son el fin.
El segundo principio rector en la vida de Jesús que quiero enfatizar es el equilibrio, intencional y escogido, en su inversión del tiempo.
Veo a Jesús esencialmente en cuatro situaciones: pasando tiempo con el Padre, teniendo conversaciones personales, formando su pequeña comunidad de discípulos y, por último, invirtiendo tiempo en las multitudes.
A menudo nos lamentamos (al menos yo en mi mente lo hago) de lo mucho que hay por hacer. ¡Y qué difícil es sacar tiempo para todo lo importante! Pero ¿qué es lo importante? ¿Cómo priorizar entre las muchas cosas que hay por hacer?
No tengo una respuesta para tu vida. Cada uno de nosotros debe crecer, aprender cómo e invertir bien su vida..
Una cosa sí que sé. Jesús no dejó de lado ningún aspecto de sus relaciones. Ni la oración y la intimidad con el Padre. Ni la consejería y las conversaciones personales (Nicodemo, la mujer samaritana, el joven rico, Poncio Pilato, Pedro en Jn. 21, entre otras)
Tampoco le quitó el tiempo a la formación y desarrollo de su grupo de discípulos, que era una prioridad para él. Ni dejó de servir a las multitudes (Alimentación de los cinco mil, sanidades de sol a sol, Sermón del Monte y otras enseñanzas, etc.)
Él me enseña mi objetivo. Pienso seguir buscando estos mismos equilibrios para mi vida considerando el llamado, los dones, la pastoral, la personalidad, etc. que Dios me ha dado. Es mi responsabilidad crecer y aprender a invertir mi vida en las demás personas con la mayor sabiduría posible. Eso oro también, porque necesito su sabiduría para guiar mi caminar. Y quiero animarte a hacer lo mismo.
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