Hoy más que nunca están viniendo millares y millares de personas a la fe y a la salvación en Cristo en todos los continentes, como nunca antes en todas las generaciones anteriores.
Soy un observador del mundo que me rodea y de las constantes incidencias humanas que nos acontecen, pero nunca como en este segundo decenio del siglo XXI me he podido percatar de tantísimas hostilidades generalizadas hacia el Señor Dios Todopoderoso y hacia su Mesías Ungido (Jesucristo). Esto es lo que ya preconizaba el Salmo segundo: ¿Por qué se rebelan los pueblos? ¿Por qué conspiran las naciones? Los reyes de la tierra hacen alianzas; los caudillos se declaran en contra del Señor y de su Mesías. Y dicen: «¡Vamos a quitarnos sus cadenas! ¡Vamos a librarnos de sus ataduras!».
Probablemente algunos pensarán que esta afirmación puede parecer un tanto exagerada por mi parte, pero sinceramente creo que no exagero en absoluto; prueba de ello es la promulgación de leyes inicuas en todo el mundo que alteran gravemente el código moral y ético de la conciencia universal que estaba inspirada en los principios y valores bíblicos.
Sin embargo, en estos momentos estamos asistiendo a una más que preocupante alteración de la conciencia. Es harto conocido que la inducción de estados alterados de conciencia se ha utilizado para manipular a las personas y volverlas sumisas a la voluntad de otros, a través de diferentes medios de influencia social y de no pocos gobiernos que usan estas malas artes para lograr sus propios fines. Eso es precisamente lo que estamos viendo frecuentemente llevar a cabo con una completa desfachatez. Por lo cual, ser un verdadero cristiano en este tiempo va a suponer “darlo todo por Cristo”, sin ambiguedades ni componendas espiritualistas, ni tampoco prácticando una doble moral que traicione nuestra conciencia. También creo que nos encontramos ante nuevos retos y nuevas oportunidades para proclamar, tanto de palabra como vivencialmente, una fe no fingida y una fe audaz a la vez que poderosa. Aun en medio de este vendaval de iniquidad que está viniendo sobre la humanidad entera, tenemos buenas noticias para todos y también para la Iglesia de Jesús en el mundo: A pesar de los agravios, humillaciones y persecuciones, incluso hasta el mismo martirio, ¡no estamos perdiendo la guerra por las almas, estamos ganándola!
Hoy más que nunca están viniendo millares y millares de personas a la fe y a la salvación en Cristo en todos los continentes, como nunca antes en todas las generaciones anteriores. Por lo tanto, el fruto de la aflicción y de los padecimientos del Hijo de Dios por los perdidos se está cosechando ampliamente en esta inquietante generación. Estamos viendo cómo en el primer mundo se están restringiendo libertades por miedo al terrorismo global y también cómo los gobiernos occidentales están adoptando medidas que reprimen cada vez más la libertad de expresión religiosa en la esfera pública, a diferencia de otras libertades que se mantienen intactas, mientras que en otros muchos países totalitarios y fundamentalistas no existe libertad de expresión ni democracia posible, a excepción de Israel.
Nuestro adversario el diablo, en su irrefrenable locura y odio contra los cristianos, todavía no se ha dado cuenta que cuanto más persecución y hostilidad se provoca en contra del Señor y su Mesías, más crece la Iglesia de Dios en el mundo; esta es la bendita paradoja del Reino de Dios, porque escrito está: Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia de Jesús. Pase lo que pase, los cristianos convictos y confesos nunca debemos permitir ser asaltados por la diabólica sensación de que somos unos constantes perdedores y unos fracasados, como si de un maldito estigma se tratase, esta es una perversa mentira. Porque en el peor de los casos, como diría nuestro hermano Pablo, “podemos estar atribulados en todo, más no angustiados, en apuros más no desesperados, perseguidos, más no desamparados, derribados, pero no destruidos... Antes, en todas estas cosas, somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (2ª Corintios 4: 8-9/ Romanos 8: 37).
Hoy me he despertado con una gloriosa sensación de victoria. La cruz y la resurrección de Cristo son nuestra victoria total y definitiva sobre el pecado, sobre la muerte y sobre el diablo. La cruz es el fin de la culpa y la maldición del pecado. ¡Somos libres como preciosas palomas! ¡Nuestro destino eterno está asegurado por el victorioso Rey de reyes y Señor de señores! Por tanto, celebremos juntos la clamorosa y absoluta victoria de nuestro Cristo.
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