A Tom Jones dejé de verlo hace 40 años. Pero lo amo por su fidelidad a Dios y, en consecuencia, a este siervo de Dios.
«Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos» (Mateo 18.19).
Los días de nuestra vida son como un caleidoscopio: todos son iguales pero ninguno es igual a otro.
Esta mañana (jueves 30 de julio, 2015) me levanté pensando en aquellos tiempos, por cierto no muy lejanos, en que compartía con mis amigos y hermanos situaciones especiales por las que pedía que uniéramos nuestras voces en oración a Dios. Algunas eran personales: el páncreas y el CUCI de Kenny; el cáncer de Ivancito, mi propio pre cáncer, la enfermedad de Toby, nuestro perro labrador; la enfermedad de mi esposa; otras eran necesidades de personas conocidas, e incluso desconocidas pero cuyas peticiones habían llegado a mí y habiéndoles prometido que oraría, no podía ignorarlas.
Esta mañana me levanté a las cinco y media* pensando en varias cosas al mismo tiempo (si es que se puede pensar en varias cosas al mismo tiempo).
Una de ellas tenía que ver con una mata de sábila también conocida como áloe vera que en diciembre pasado planté en el patio de mi casa aquí en Costa Rica. La persona que corta el césped, inadvertidamente, la «mochó». Ahí está, firme en la tierra pero con todas las puntas de las hojas como quemadas. Fui a verla e imponiéndole mis manos, le pedí a Dios que la hiciera crecer para que llegue a ser lo que tiene que ser. Les contaré lo que pase con ella.
También me levanté pensando en Kenny y lo llamé por teléfono a Miami (estoy en Costa Rica) y oré con él. Hoy, jueves 30 tiene una sesión de tratamiento que, en su caso, se conoce como infusión. Son varias horas conectado a un medicamento que intenta reducir y eliminar las manifestaciones físicas del CUCI (colitis ulcerativa crónica inespecífica).
También me levanté pensando en mi amigo y hermano Tom Jones, no el cantante británico sino un ex marine, retirado ya de la Navy de los Estados Unidos. A Tom lo he visto solo una vez en mi vida. Pero por 40 años, seguimos conectados. Era 1975. Hacía poco que habíamos llegado a Costa Rica mi esposa, mis hijos y yo para incorporarnos a la Misión Latinoamericana. Necesitaba darme a conocer entre los potenciales supporters en los Estados Unidos para conseguir apoyo espiritual y financiero. Hice un viaje, solo, y en mi recorrido, llegué a la ciudad de San José, California. Allí, LAM me había preparado una reunión con gente de una iglesia en la casa de uno de ellos. Se reunieron unos quince matrimonios interesados en escuchar lo que yo tenía que decirles. Me escucharon y de esos quince matrimonios, uno de ellos se comprometió a apoyar nuestro trabajo. Era mi amigo Tom, a quien no he vuelto a ver desde aquella reunión. Como miembro de la Navy, ha andado por numerosos centros navales de los Estados Unidos; posiblemente también por el exterior. Pasaba el tiempo, y desde donde estuviera «anclado» nunca dejó de enviar, mes a mes, su contribución económica a LAM. Nunca. Nunca en 40 años. La barca de su vida navegó en estos 40 años por toda clase de aguas: aguas tranquilas, aguas tormentosas, amenazas de zozobra, amaneceres apacibles con el hermoso sol alzándose con su gallardía de siempre; atardeceres con nubes pintadas de rojo y nubarrones cargados de lluvia. Temporales. Brisa suave. Todo. Y Tom iba y venía. Pero sus ofrendas nunca dejaron de llegar. 40 años.
Hace unos días, le escribí un correo para preguntarle si había recibido mi prayer request del mes de julio. Me contestó que sí, que no dejaba de estar preocupado por mí y mi trabajo y que seguía orando por mí.
Ya Tom está retirado. Cuando lo conocí era un joven; como lo era yo. Hoy, con 40 años encima, no lo somos tanto. Aunque retirado, como yo (me jubilé en 1999), seguimos trabajando. Tom ha montado una pequeña empresa para seguir activo y fortalecer sus emolumentos de jubilado. Pero me dijo: «Eugenio, la situación está floja. Necesito que ores para que Dios me mande nuevos clientes». Nada más que eso. «Que ores para que Dios me mande nuevos clientes». ¿Cuántos pequeños y grandes empresarios piden a Dios que les mande nuevos clientes? Tom lo ha hecho.
Le prometí hacerlo. Y también le prometí que escribiría a mis amigos y hermanos que habían formado en mi viejo batallón de oración, para que también oraran por nuevos clientes para Tom Jones. Y es lo que estoy haciendo. Todos sabemos que no es la cantidad de personas orando por una cosa que va a conmover más –o menos—el corazón de Dios. Todos sabemos que Dios puede dar la misma respuesta a un millón como a un solo creyente. No es el número sino el milagro que se produce cuando un segmento del Cuerpo de Cristo se pone de acuerdo para orar por una necesidad específica. «Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra…» Eso agrada a Dios. Ver a su Cuerpo unido en torno a una misma cosa. Y cuando Dios ve eso, se alegra. Y cuando se alegra, hace lo único que sabe hacer: Da. Contesta. Responde. Provee. Manda nuevos clientes. Cura el cáncer. Derrota al CUCI. O suministra las fuerzas como cuando la respuesta es diferente a lo que esperábamos que fuera (como fue el caso de John, de Cire, de Toby).
A Tom Jones dejé de verlo hace 40 años. Pero lo amo por su fidelidad a Dios y, en consecuencia, a este siervo de Dios. Lo amo porque aun en los días de tormentas y borrascas, ha sabido confiar en Dios y, con las manos firmes en el timón, ha mantenido su fidelidad a su amigo, compañero y socio** divino: a Dios. El mérito de Tom no es que haya sido fiel en ofrendar para el sostén económico de Eugenio Orellana y su familia, sino que el mérito de Tom ha sido mantenerse fiel a Dios. Y eso, amerita apoyarlo cuando alza su voz para pedir ayuda.
No sé cuántos de mis viejos amigos, aquellos que integraron el batallón de oración cuando orábamos por necesidades como las que menciono arriba y otras, como el caso de mi amigo John Mills y su mal de Gehrig leerán esta nota y dirán, no a mí sino a sí mismos y a Dios: «Aquí estoy, como siempre, listo para unir mi ruego por Tom». Y no sé cuántos nuevos amigos querrán integrarse a esta cruzada. A los que lo hagan, les digo en el nombre de Jesús: «Bienvenidos».
Hoy es Tom. Mañana puede ser Juan. O Mercedes. O Jorge. O Liliana. O tú.
* Levantarse a las cinco y media de la mañana en Costa Rica es lo más sabroso que hay.
** Un día le dije a mi sobrino: Haz socio de tu negocio a Dios; es un socio que no falla. No sé si habrá seguido mi consejo. Ojalá que sí.
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