La crueldad y la perversidad, en sus más variadas formas, son el pan nuestro de todos los días.
Pinocho sería un auténtico enano en este gigantesco circo de nuestra miserable humanidad. Las mentiras a tropel se han instalado en el imaginario colectivo como supuestas verdades que se están socializando a marchas forzadas.
¡Cualquiera se atreve a contrariar a los nuevos poderes fácticos que detentan los centros de opinión y de poder político y económico para inducir a las masas a cumplir sus propios fines!
Los nuevos ingenieros sociales están diseñando una sofisticada contracultura para acabar definitivamente con los antiguos mitos judeocristianos y están trabajando muy proactivamente para erradicar de la conciencia social la influencia universal de los Diez Mandamientos, junto a toda idea que, según ellos, sea culpabilizante y represiva impidiendo completamente el desarrollo humano y su libertad de acción y pensamiento, para lograr lo que vendría a ser la total emancipación del ser humano.
Esto sería algo así como vivir en una ciudad que no tiene señales de tráfico, ni semáforos, ni policías, ni leyes municipales, ni disposiciones gubernamentales, ni siquiera puro sentido común porque, según los nuevos ideólogos, estos antiguos códigos morales reprimen nuestra libertad de acción. Esta ilógica que pretende cambiar los grandes paradigmas de la humanidad, como son el concepto sagrado de la vida, la violenta alteración de la identidad sexual y de género y la manipulación genética en aras del progreso de la humanidad, son entre otras algunas de las grandes mentiras antropológicas que se están inoculando en la conciencia social.
¡Nos están engañando de mil maneras diferentes! ¡Estamos perdiendo nuestra esencialidad humana! Volvamos en sí y seamos valientes para presentar batalla y denunciar esta perversa conspiración diabólica, por amor a Dios y a las próximas generaciones que, cual flautista de Hamelin, son llevadas engañosamente hacia el abismo de una terrible condenación anticipada.
En estos días en los que se está produciendo tanta afición por la necrofilia y por The Walking Dead (los muertos vivientes), nos encontramos en un escenario alegóricamente parecido al de la novela de Max Brooks: Guerra Mundial Z, llevada a la gran pantalla e interpretada por Brad Pitt entre otros. Una pandemia mundial produce un contagio viral que convierte a las personas en zombis, quienes quieren destruir todo lo que encuentran a su paso y, muy especialmente, a los no infectados por el virus. Esta inquietante y terrible historia de una humanidad tan endemoniada, nos parece lejana. Sin embargo la crueldad y la perversidad, en sus más variadas formas, son el pan nuestro de todos los días en cualquier parte del mundo actual. Además está creciendo un odio feroz hacia los verdaderos cristianos en todo el planeta, como nunca antes se había conocido. En esta falaz y populista democracia, como algunos propugnan, ya no se admite el pensamiento disidente sino el pensamiento único. Ser cristiano va a suponer “darlo todo por Cristo”; eso quiere decir tomar la cruz cada día y negarnos a nosotros mismos, porque el que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por causa de Jesús y del Evangelio la ganará. Esta es la paradoja divina de la vida cristiana. Los juegos de malabares y la Disneylandia que se han levantado en gran parte del mundo cristiano van a quedar reducidos a ciertos guetos de entretenimiento en versión libre, pero no bíblica, y millares perderán sus preciosas almas viviendo ese espejismo de cristianismo fraudulento.
Las redes criminales, las mafias organizadas de todo tipo y la creciente jauría de lobos solitarios de todas las especies que deambulan por nuestras ciudades buscando presas y víctimas inocentes que destruir, están a la orden del día.
El final de la novela de zombis que estamos mencionando, concluye de forma muy llamativa: Gerry, el principal protagonista de esta macabra historia, propicia la creación de una vacuna derivada de patógenos mortales que es distribuida por el mundo entero para salvar a quienes todavía no han sido infectados por el letal virus, consiguiendo el éxito deseado para gran parte de la humanidad. Pero, no obstante, en la escena final Gerry, abrazando a su familia, formula una declaración inquietante: «Este no es el final. Apenas es el principio. Hemos perdido ciudades enteras. Aún no sabemos cómo empezó. Hemos ganado algo de tiempo y nos ha dado una oportunidad. Otros han aprendido a contraatacar. Si podéis luchar, luchad. Ayudaos unos a otros. Estad preparados para lo que sea. Nuestra guerra acaba de empezar». Y esta es también mi sensación personal...
Presentemos sin temores ni complejos de ningún tipo el antídoto contra este mortal virus en grado superlativo, la única y poderosa vacuna contra el pecado, como es la Sangre de Jesús que puede salvar a muchos en cualquier lugar de nuestro planeta Tierra de la envenenada mordedura de la serpiente antigua, esto es el mismo diablo que engaña al mundo entero.
Amamos a la gente porque la imparable fuerza del amor de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Repudiamos el pecado que aparece ante el mundo de hoy como el hombre de las mil caras, pero amamos a cada ser humano sin distinción de sexo, raza o religión con el propósito de persuadirles a todos a que se reconcilien con Dios antes de que sea demasiado tarde.
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