Balmes nos puede servir de modelo (junto con otros) de un discurso que arropa el propósito esencial de defensa del papado con un lenguaje “cristiano”.
Sigo con el XIX, en el contexto del trabajo de Usoz. Todo esto culminará, d. v., en el V congreso sobre Reforma Protestante Española (Universidad Complutense, 29, 30 de octubre), centrado en la persona y circunstancias del personaje en el 150 aniversario de su muerte. Dejado ya Donoso con su defensa del papado como fundamento de nuestra esencia patria, y avisados de encontrarnos con Jaime Balmes (1810-1848, no cumplió los 38); nos encontramos con que la obra del sacerdote catalán que más nos puede interesar: El Protestantismo comparado con el Catolicismo, en sus relaciones con la civilización (1842), me parece que tratarla ocuparía aquí un espacio innecesario, siendo, además, una obra de vista perdida en su visión del protestantismo, aunque muy eficaz en su pretensión de propaganda del papado.
Balmes, eso sí, nos puede servir de modelo (junto con otros) de un discurso que arropa el propósito esencial de defensa del papado con un lenguaje “cristiano”. Es evidente que el lenguaje usado para enfrentarse a la situación política de su tiempo, es semejante al que hoy se emplea, pues esa circunstancia política, al final, era un peligro para los intereses del papado. (Quede constancia de que esos males sociales, especialmente la revolución, los consideraban frutos de la Reforma con su libre examen.)
En Donoso, Balmes, y otros, se percibe un sentir común de necesidad de actuar. No se debía dejar que las cosas siguieran ese curso tan perjudicial para el papado. Claro que esto lo expresaban con proclamas en defensa de la civilización cristiana. En un sentido, sus obras escritas son “manuales de defensa del papado”. Ese llamamiento al combate (realmente se usaba el término, y otros semejantes de índole militar), siempre tenía la mirada puesta en el momento crucial de esa civilización papal: la contrarreforma. Su defensa de la civilización cristiana es la defensa de la contrarreforma. No se olvide, porque ahora estamos en casos muy parecidos. Y se llama al combate a todos los soldados, no sólo a los jefes (jerarquía). Se deben unir en asociaciones, presionar, hacer propaganda; reunirse con los obreros, estar en sus ámbitos, involucrarse en las “cuestiones sociales”, participar en la prensa, crear medios de propaganda escrita específicos; procurar mantener y aumentar los actos populares: romerías, fiestas religiosas que cultiven la piedad popular de cada localidad, etc. (Todo en la mejor y pura estrategia del jesuitismo: influir en la política de forma “indirecta”.) Esto era lo que proponían, esto era defender la civilización cristiana; como antaño, contra la Reforma, contra Europa, contra los liberales, contra la libertad.
Otro sacerdote catalán, al que llamaban el “Balmes” de su tierra, Félix Sardá y Salvany (1841-1916), es un ejemplo de ese modo de concebir la salvación del pueblo: defensa del papado, pero por los medios adecuados. Mucha propaganda, lenguaje popular (incluso sus revistas suelen llevar ese nombre), y afirmación permanente de los valores cristianos. Éste sacerdote escribió una obra famosa, El Liberalismo es pecado (también, entre otras muchas, por si a alguien le interesa: El protestantismo: de dónde viene y adónde va), que es una defensa de la civilización cristiana según el Syllabus. Quede claro que el liberalismo “niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y las sociedades, y en consecuencia, la jurisdicción delegada que sobre todos y cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que sea, recibió de Dios la Cabeza visible de la Iglesia”. ¿Lo ven? Esta es su lucha por la civilización cristiana, y esta es su manera de entender la jurisdicción de Cristo. Al final, para que su Cabeza conserve su corona sobre todas las del mundo. Seguimos en la actualidad con el mismo lenguaje, con la misma propaganda.
¿Qué propone el liberalismo, ese hijo de la Reforma? Pues nada menos que la “soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea su propia voluntad, expresada en el sufragio primero, y por la mayoría parlamentaria después”. Por eso, el liberalismo es pecado. Y este texto, y sus indicaciones para actuar contra ese mal, son el fundamento de los grupos que fundan la Sagrada Familia, ese templo expiatorio levantado para expiar el pecado del liberalismo que asolaba Barcelona. Pero hay más, ese liberalismo supone “la libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en Religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada”. Más todavía, “libertad de asociación con iguales anchuras”. Y el resultado de esto, lo peor de todo, “la libertad de cultos más o menos restringida”. [Incluso “más o menos restringida” era el mal supremo. Esto es el papado y su defensa de la civilización cristiana.] No queda ahí la cosa, pues el liberalismo significa “la supremacía del Estado en sus relaciones con la Iglesia”, y de ello se deriva “la enseñanza laica o independiente, sin ningún lazo con la Religión”. Y esas leyes sobre el matrimonio, “que está legalizado y sancionado por la intervención única del Estado”. Nada, ante esto: santa cruzada (ya me dirán si luego no se tienen todos los medios para la guerra civil).
Esos defensores de la cristiandad contra los revolucionarios son los que consideran sustancial mantener la Inquisición, ese tribunal que con tanto éxito la defendió desde su fundación, y mantener la prohibición de la libertad de pensamiento, especialmente de culto. Esos, aquí en España, consideran que los valores de la civilización cristiana son los papales, y que de España se debe eliminar todo lo que sea contrario: también, claro está, el protestantismo.
Te permitirán, si las condiciones no permiten otra cosa, que estés con ellos en alguna manifestación para defender valores, pero la esencia de la civilización, que no se olvide, y te lo recordarán siempre, es papal. Y aquí, si eres protestante, o evangélico, vale, pero en tanto que te permitan traer algo del extranjero, no una cosa propia de españoles. Siguen con su propaganda.
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