La persona que ama a Dios y al ser humano es aquél que condena cualquier distorsión o manipulación de la verdad de Dios.
Llevo unos doce años y pico en el Evangelio. Hasta el día de hoy, creo que he oído más prédicas sobre ‘el amor de Dios’ que cualquier otro tema. ¿Y sabes qué? Estoy preocupado.
¿Preocupado por sermones sobre el amor? ¿Por qué? Estoy preocupado por la sencilla razón de que el ‘amor’ que tanto alabamos hoy en día no es el amor bíblico. No creo que predicar sobre el amor divino sea malo; pero sí me opongo a la doctrina del amor de Dios cuando el amor en sí empieza a perder su contenido cristiano.
Denuncio el amor cuando deja de ser fiel a la revelación del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Tal amor llega a ser un amor herético. En 2013 mi amigo Osmany Cruz escribió lo siguiente: “Una herejía no es nada más que una verdad a medias o llevada al extremo o sacada de contexto. Lo falso surge de una equívoca interpretación de lo verdadero, de lo ortodoxo y diáfano”.
¿El amor una herejía?
Permíteme explicar…
Actualmente lo que llamamos ‘amor’ no es amor. Como regla general, se trata de una especie de sentimiento bonito, una “linda sensación” que nos hace sentir felicitos, tranquilitos y dulcecitos en nuestros corazoncitos. Es un amor puramente romántico y afeminado que se podría simbolizar mediante una mariposita rosita.
Es precisamente este tipo de amor el que ha producido a otro ‘dios’ conforme a nuestra imagen y semejanza. No es el Soberano de la Biblia. Es el ‘dios’ de la teología liberal que he descrito en otra ocasión como un dios “acaramelado, azucarado, descafeinado que no confronta a nadie”. O en palabras de Arthur Pink (1886-1952): “El dios del siglo XX es un ser impotente, frágil que no inspira a nadie que tenga dos dedos de frente. El dios del sentir popular es creación de un sentimentalismo lloroso.
El dios de muchos púlpitos de la actualidad es más digno de compasión que de temor reverente”.[1] Es el ‘dios’ del universalismo posmoderno popularizado en círculos protestantes por el súper majo Rob Bell, conferencista cristiano que merece un doctorado honoris causa por ser totalmente incapaz de contestar una pregunta directa. Es el ‘dios’ de la teología gay que la Iglesia Protestante Unida de Francia abrazó públicamente en mayo y la de Bélgica en junio. ¡Incluso ha llegado a España por medio de la postura inclusiva de un grupo importante de la IEE, al menos una iglesia de la IERE y la llamada Iglesia metropolitana!.
Menos mal que todavía hay denominaciones evangélicas entre nosotros en España con fuertes convicciones bíblicas que no se han dejado prostituir por amor a este nuevo becerro de oro. Pienso en la FIEDE, en la UEBE, en FADE, en Filadelfia, en las Asambleas de hermanos y en otras denominaciones más pequeñas entre las cuales he ministrado. ¡El Dios del Evangelio bendiga sus labores!
Hay algo que tenemos que volver a aprender de las Escrituras y de nuestros antepasados protestantes (Lutero, Zuinglio, Calvino, etc.), esto es, que el amor conlleva muchísimo más que experimentar una sensación agradable en lo más profundo de nuestra alma. El amor por Dios es una pasión omniabarcante que denuncia el pecado, promueve la santidad y se gloría en la persona, la obra y las enseñanzas del Señor Jesús. Con todo, la regla clave es que la teología bíblica tiene que definir el amor y no vice-versa.
Miremos lo que dice la Biblia al respecto…
El ejemplo de Pablo
El pasaje bíblico que nos viene a la mente al hablar sobre el amor es 1 Corintios 13:4-8, ¿verdad? Allí Pablo exalta el amor de una forma magistral en términos que nos son bien conocidos: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso…” y un largo etcétera. Son palabras preciosas. Pero aquí está la pregunta: ¿alguna vez te has parado a leer el resto del primer libro de Corintios? Es brutal.
Entre las cartas paulinas, es de las más fuertes que hay junto con Gálatas. Pablo les da un repaso tremendo a los corintios reprendiéndolos cada dos por tres. O sea, el libro de Corintios no puede ser usado para defender la tesis liberal de que “el verdadero amor no ofende a nadie” o “el amor no juzga”. Semejantes aseveraciones son boberías filosóficas. No reciben ningún tipo de respaldo de las Escrituras. ¿No vemos que fue el amor de Pablo lo que le impulsó a escribir tan ferozmente a los corintios?
Y otra cosa que tendemos a olvidar es que en medio de este himno de amor el apóstol recalca que: “El amor no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (v. 6). Es decir, el amor y la verdad andan juntos en la teología bíblica. Un creyente no puede gozarse de la mentira ni de la falsa doctrina ni del pecado. La persona que ama a Dios y al ser humano es aquél que condena cualquier distorsión o manipulación de la verdad de Dios. Si amamos a las personas, no podemos gozarnos de las cosas que causan su destrucción. Y si lo hiciéramos, ya no estaríamos andando en amor cristiano. ¿Cómo podemos celebrar la ruina de alguien y llamarlo amor?
El ejemplo de Jesús
En cuanto al amor, Jesús es ampliamente citado también. ¿Acaso no nos enseñó a amar a Dios y a nuestro prójimo por encima de todas las cosas? (Lucas 10:27) Claro que sí, lo hizo. Pero de nuevo, amar en el sentido bíblico de la palabra. Cuando el Señor nos llama a amar, no nos está llamado a dar besitos ni regalar chuches a todos las personas con las cuales nos topamos en la calle. Si amamos a Dios correctamente entonces podremos amar bien al prójimo porque la belleza santa del Señor estará fluyendo a través de nosotros para tocar su vida. Tal amor dirigirá a la gente hacia Cristo, el Cristo verdadero.
Jesús nunca usó el amor como un pretexto para no decir la verdad. Juzgó con juicio justo. Denunció la hipocresía religiosa de los fundamentalistas por un lado (los fariseos) y de los liberales por el otro (los saduceos). Criticó con la misma clase de celo santo que el apóstol Pablo. El problema es que el Jesús de quién muchos hablan en el siglo XXI no es el Jesús de la Biblia. La falsa versión de Jesús que existe actualmente es “un Jesús peluche, un Jesús mariposa, un Jesús Barbie”. Si Jesús volviese a vivir entre nosotros hoy, la religiosidad contemporánea le condenaría por su agresividad, falta de amor e intolerancia.
Y el resto de la Biblia
Lo que vemos en Pablo y en Jesús se repite a lo largo de la Biblia. Justo esta semana mi mujer y yo estamos leyendo el libro de 2 Crónicas en nuestro tiempo devocional como pareja. ¿Sabes qué hicieron los israelitas después de haber celebrado una Pascua extendida bajo el liderazgo del rey piadoso Ezequías? Dice 2 Crónicas 31:1: “Quebraron las estatuas y destruyeron las imágenes de Asera [una diosa cananea] y derribaron los lugares altos y los altares por todo Judá… hasta acabarlo todo”. Allí está. El amor por Dios echa fuera lo falso. Se opone a lo pagano. Es el principio paulino de que el amor no se goza de la injusticia, sino de la verdad.
Hay un sinfín de otros ejemplos que podríamos citar de las Escrituras para apoyar esta creencia, a saber, que el amor no es tolerante. El amor juzga, reacciona, es celoso, varonil y agresivamente fiel a sus promesas, llama las cosas por su nombre, ve todo con ojos de fuego, salta a la defensa de lo amado, se moja. Como nos recordaron en el día de nuestra boda: “Fuerte es como la muerte el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Cantares 8:6-7).
Conclusión
Es esta calidad de amor la que necesitamos recuperar en el púlpito. Un amor fogoso, auténtico, divino, soberano. Este tipo de amor que sale del Padre hacia el Hijo y el Espíritu (y vice-versa). El Padre es celoso por la gloria de su Hijo. Y por lo tanto, cualquiera que modifica el contenido del Evangelio en el nombre del ‘amor posmoderno’ se está metiendo en aguas peligrosas.
Tenemos que dejar de asociar el amor bíblico con una mariposa rosa y empezar a verlo más bien como un tigre, un león, una bestia salvaje que ruge con una voz atronadora.
[1] PINK, Arthur, The Sovereignty of God (Banner of Truth: Edinburgh, 1993 [Original: 1928]), p. 21.
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