El principal desafío para el materialismo científico es explicar cómo pudo surgir la información que presentan todos los seres vivos sin una causa inteligente.
El filósofo norteamericano Daniel Dennett, defensor del ateísmo y perteneciente al famoso grupo de los llamados Cuatro Jinetes, caracterizados por su lucha vehemente contra todo tipo de pensamiento religioso, especialmente el cristiano, escribió un libro en 1995 titulado La peligrosa idea de Darwin. En esta obra propone ocurrencias tales como que aquellos creyentes que enseñan a sus hijos a dudar de las afirmaciones materialistas del darwinismo, deberían estar enjaulados en “zoológicos culturales” o vigilados de cerca por los gobiernos, ya que constituyen una seria amenaza para el desarrollo cultural de la sociedad.1 ¿A qué viene tanta preocupación por quienes dudan de las ideas de Darwin? ¿En qué sentido pueden considerarse peligrosas tales ideas? Dennett lo explica en el primer capítulo de su obra.
La teoría de la evolución -que es tan científica como cualquier otra, nos dice- “tiene realmente implicaciones de largo alcance con respecto a lo que es, o pudiera ser, nuestra visión sobre el significado de la vida. (…) No se trata solamente de una admirable idea científica. Es, también, una idea peligrosa”. La amenaza del darwinismo se debería a que pone en jaque los “mitos sagrados” y, como todo el mundo sabe, no hay futuro en ningún mito ya que éstos sólo sirven para engañarnos a nosotros mismos. Según Dennett, al proponer el mecanismo de la selección natural, Darwin descubrió también el peor de los pasteles: el nihilismo. Nada podría ya considerarse sagrado por la sencilla razón de que nada tendría sentido. El bondadoso Dios de las religiones monoteístas “que amorosamente nos ha creado (a todas las criaturas, grandes y pequeñas) y que, para nuestra delicia, ha esparcido por el cielo las brillantes estrellas, ese Dios es, como Papá Noel, un mito de la infancia, y no algo en lo que un adulto en su sano juicio y no desesperado pudiera realmente creer. Ese Dios debe convertirse en un símbolo de algo menos concreto o ser abandonado por completo.” En resumidas cuentas, lo que viene a decir Dennett es que la teoría neodarwinista de la evolución no sólo sería una explicación biológica de la naturaleza sino también el fundamento de otra “religión” universal, la del materialismo científico.
Tales convicciones tienen éxito en nuestra sociedad secularizada, como lo demuestra el hecho de que a Dennett se le convide a explicar sus ideas en muchas universidades por todo el mundo, -recientemente estuvo también en España invitado por la Cátedra Ferrater Mora de la Universitat de Girona-.2 La teoría de Darwin se convierte así en un relato alternativo al de la creación que encaja bien en la cultura occidental y que constituye la principal justificación del naturalismo, la cosmovisión favorita del ateísmo. Dicha manera de entender el mundo, lo concibe como un sistema autónomo de energía y materia regido por leyes naturales que no pueden ser alteradas. Todo lo que existe en el universo sería resultado de la casualidad, no de un diseño divino intencionado. Si las propuestas del naturalismo fueran ciertas, los milagros nunca podrían ocurrir o, a lo sumo, tendrían una explicación natural; las Sagradas Escrituras no serían la Palabra inspirada de Dios y, en fin, el cristianismo debería concebirse como un mito sagrado falso.
No obstante, cuando el darwinismo abandona el ámbito de lo científico para convertirse en la ideología del naturalismo, se transforma precisamente en aquello que tanto denuncia Dennett: un mito naturalista que se inculca a los niños en la escuela y a los jóvenes en los centros de enseñanza secundaria o en la universidad. Por medio de las ideas de Darwin, los alumnos aprenden que la complejidad y el orden que muestran los seres vivos se deben sólo y exclusivamente al azar y la necesidad, no a ningún diseño inteligente que permita pensar en la posibilidad de un Creador. De manera que la teoría de la evolución no se concibe únicamente como una hipótesis de la ciencia sino que, de hecho, actúa como una ideología que pretende explicar el sentido de la vida en el mundo. Un conjunto de doctrinas materialistas que rigen el pensamiento o la creencia de muchas personas y se emplean para dar fundamento a casi todo. Desde el comportamiento humano, los sentimientos, el altruismo, la religión, las enfermedades y hasta las relaciones económicas entre los individuos. El darwinismo lo explicaría todo como cualquier otra ideología.
Si antaño todo diseño natural se atribuía a la sabiduría divina, la nueva metafísica darwinista lo atribuye ahora a la pura acción de las leyes y mecanismos naturales. Cuando aparecen obstáculos aparentemente insuperables que sugieren inteligencia y planificación, como ciertos mecanismos bioquímicos, genéticos y citológicos, la conciencia del ser humano, el origen de la vida o de la molécula de ADN, siempre se puede apelar al recurso de suponer que algún día el darwinismo encontrará la solución natural adecuada. No obstante, el problema surge cuando numerosos científicos y pensadores por todo el mundo empiezan a cuestionarse los mecanismos de la evolución darwinista y, como consecuencia, ponen también en tela de juicio la cosmovisión del naturalismo. ¿Es sólo aparente el diseño que evidencian los seres vivos? ¿Se debe exclusivamente al azar de las mutaciones y a la “sabiduría” de la selección natural? O quizás, existe diseño inteligente real en la naturaleza, ya que, si esto último fuera así, las pretensiones del naturalismo materialista se vendrían abajo por completo. De ahí lo controvertida que resulta para muchos la teoría del Diseño inteligente. Si la teoría de Darwin resulta peligrosa para el teísmo, según afirma Dennett, la del Diseño lo es también para el ateísmo.
En el año 2004, el famoso filósofo ateo Antony Flew sorprendió al mundo al anunciar que los últimos descubrimientos de la ciencia le habían llevado a rechazar la cosmovisión atea que había mantenido durante toda su vida. Entre las razones científicas que le provocaron tal cambio radical, Flew se refiere de manera especial al contenido de información presente en la molécula universal del ADN (ácido desoxirribonucleico).3 En su opinión, esta molécula singular es uno de los mejores argumentos a favor del diseño inteligente por parte de Dios. La moderna biología es en realidad una ciencia de la información. La capacidad de almacenaje que posee cada molécula de ADN, presente en las células de los seres vivos, supera con creces a la de la tecnología más sofisticada que pueda hacer el ser humano. En este sentido, el biólogo molecular, Michael Denton, ha señalado que la información necesaria para formar a todos los tipos diferentes de organismos que han existido o existen todavía en este planeta, contenida en sus moléculas de ADN, cabría en una pequeña cucharilla de café y aún quedaría espacio para albergar toda la información contenida en los libros escritos por el hombre.4 La combinación de esas cuatro minúsculas bases nitrogenadas del ADN (guanina, adenina, timina y citosina) suponen un alfabeto rico en información y capaz de transmitirla para elaborar todas las proteínas necesarias de los seres vivos.
El principal desafío para el materialismo científico es explicar cómo pudo surgir la información que presentan todos los seres vivos sin una causa inteligente. Hoy por hoy, el naturalismo es incapaz de explicar el origen de la vida. De vez en cuando, surgen noticias sensacionalistas sugiriendo posibles escenarios para la evolución de la materia inerte hacia las primeras células vivas. Sin embargo, no se suelen aportar detalles concretos de cómo pudo ocurrir semejante transformación gradual porque, lo cierto es que, las fuerzas naturales por sí solas son incapaces de generar la elaborada información que requieren los seres vivos.
No obstante, la propuesta del Diseño inteligente es que la complejidad específica que posee la molécula de ADN únicamente puede explicarse si ésta proviene de una fuente inteligente que la ha planificado. El sentido común nos dice que toda información compleja y específica, como puede ser un programa de ordenador o un libro, tiene que haber surgido necesariamente de una mente inteligente. Las palabras y frases de cualquier texto indican que un cerebro las pensó y dispuso de manera coherente con significado. No fue el azar o alguna ley natural quien las unió así sino que tuvo que haber un escritor reflexivo. Es decir, fue necesario un diseñador inteligente. Pues bien, con la información de los seres vivos ocurre lo mismo. La selección natural de mutaciones al azar no puede crear información. No tiene competencia para producir cualidades mentales específicamente humanas como el lenguaje o la conciencia. Es menester una mente original competente.
Uno de los grandes estudiosos del lenguaje, Noam Chomsky, que fue fundador de la lingüística moderna, manifestó que el lenguaje humano no se puede comparar con ninguna otra forma de comunicación del reino animal. En su opinión, no existe ninguna explicación convincente de cómo pudo evolucionar el lenguaje de manera gradual a partir de los gruñidos de otros animales. A pesar de aceptar el naturalismo evolucionista, cree que la selección darwinista no es más que un título para definir la verdadera explicación del lenguaje humano, que todavía no se ha encontrado.
Daniel Dennett dice que quienes disienten del darwinismo lo hacen porque son incapaces de comprender su lógica científica, o bien porque temen sus implicaciones ideológicas. Sin embargo, existe otra posible explicación y es que el darwinismo tiene más de filosofía que de ciencia empírica.5 En efecto, a quien no se atreve a desafiar la premisa ideológica del naturalismo materialista, -es decir, que todo ser sólo puede tener una causa natural- no le queda más remedio que aceptar el darwinismo como historia de la creación. Sin embargo, cuando se examinan en detalle cosas tan reales como el mecanismo de la microevolución, la coloración de las polillas del abedul, las variaciones en el pico de los pinzones de Galápagos, la selección artificial, etc., es cuando surgen las dudas y controversias. No se conoce, en realidad, cómo apareció la vida, cómo se formaron los diversos tipos de organismos o cómo la selección natural originó la conciencia humana.
Los divulgadores de la ciencia presentan al público, en general, hipotéticos escenarios de la evolución de las distintas adaptaciones de animales y vegetales a su ambiente, como si se tratase de hechos reales comprobados. No obstante, algunos disidentes, incluso dentro del ámbito científico, ridiculizan tales explicaciones porque no se pueden probar experimentalmente, ni tampoco están respaldadas por el registro fósil. De manera que, ciertos investigadores que profesan la filosofía naturalista del darwinismo, le vuelven la espalda cuando se enfrentan con la práctica científica cotidiana en los laboratorios. Este es el caso, por ejemplo, de los paleontólogos Niles Eldredge y Stephen Jay Gould que mediante su hipótesis del “equilibrio puntuado” (largos períodos sin cambios que son interrumpidos eventualmente por la repentina aparición de formas nuevas) se opusieron al gradualismo darwinista. Fueron fieles a la metafísica atea darwinista pero reconociendo que los fósiles no le dan la razón a tal teoría.
Tanto el materialismo científico como el propio darwinismo son ideologías elaboradas y no hechos estrictamente científicos. La mayoría de los investigadores asumen el materialismo como un axioma o eslogan de la empresa científica, especializada en la sola búsqueda de respuestas naturales. No obstante, este principio materialista no es algo demostrado o que presente evidencias convincentes de que la realidad esté constituida únicamente por partículas materiales. Es precisamente aquí donde surge el conflicto que Dennett parece obviar. Si el darwinismo puede parecer lógico como una conclusión del materialismo, pero presenta problemas a la hora de ponerlo a prueba y contrastarlo con los hechos de la naturaleza, ¿no debería la ciencia colocarlo en cuarentena? Todo el mundo sabe que lo más importante de la metodología científica es precisamente la prueba empírica. ¿Por qué se deberían aceptar suposiciones, como el principio materialista o el darwinismo gradualista, que no superan la prueba experimental?
Se necesita una teoría metafísica capaz de explicar cosas que el materialismo es incapaz de hacer. A saber, que la mente es algo más que la materia o que la verdad, la belleza y la bondad existen, a pesar de que muchos no sepan verlas.
1 Daniel C. Dennett, Darwin’s Dangerous Idea: Evolution and the Meaning of Life, Nueva York, Simon & Schuster, 1995, p. 519.
2 http://www.udg.edu/tabid/22760/Default.aspx
3 Antony Flew, Dios existe, Trotta, Madrid, 2013.
4 Michael Denton, Evolution: A Theory in crisis, Adler&Adler, 1996, p. 334.
5 Phillip E. Johnson, La peligrosa idea de Daniel Dennet, 1995, www.sedin.org/PDFS/ensjohns.pdf
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