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Un año de vino y rosas

Cuando pienso en Theo y todos los juicios injustos, las más despiadadas críticas y los más profundos horrores que tuvo que soportar, vuelvo a mi vida y a mi Dios.

FOLLAS NOVAS AUTOR Beatriz Garrido 03 DE MAYO DE 2015 10:40 h

Cada vez que en mi intimidad y al amor de la lumbre, me puedo permitir el lujo de escuchar, mientras saboreo una deliciosa taza de un buen café, el “Non, Je Ne Regrette Rien” en esa preciosa, sesgada, rasgada e inconfundible voz de Edith Piaf, simplemente todo mi ser se estremece, ¡se estremece!... Cada una de sus palabras: “No, no me importa nada… Todo me da igual… Está pagado… Barrido… Olvidado… Barridos todos los amores y todos sus temblores… Porque mi vida, mis alegrías, hoy comienzan contigo”.



Esta impresionante canción, en esa estremecedora voz y conociendo la historia que se esconde detrás, simplemente traspasa toda mi alma.



Es bien conocida por la mayoría de las personas la vida e historia de Edith Piaf, una pequeña gran mujer que conmovió al mundo allá por los años de la post guerra en el precioso país de los mejores viñedos del mundo, Francia, y en su maravillosa lengua del amor. Pero por alguna razón, hace un tiempo que deseé profundizar en esta agridulce historia y me gustaría compartir con todo aquel que me esté leyendo unas cuantas cosas y unas cuantas “lecturas” que me han hecho mucho bien.



El verdadero nombre de Edith era, Edith Piaf Gassion y era hija de un cantante ambulante y una acróbata de circo.



Parece que hasta el nacimiento de esta mujer marcó su vida, pues su madre la dio a luz bajo una farola, frente al 72 de la rue Belleville en el mismísimo París, el 19 de Diciembre de 1945.



Dicen las crónicas que su madre ni pudo criarla y se la entregó a su abuela materna quién creía, como tanta gente, que el vino era bueno para fortalecer a los niños. He escuchado unas cuantas veces, a gente mayor, contar como sus padres o abuelos les daban “sopa de caballo cansado”, es decir, una especie de sopa hecha con vino y azúcar entre no sé que más ingredientes, que parece ser que “resucitaba a los muertos”. La abuela de Edith iba mucho más allá, le daba biberones de vino; así, directamente, vino en lugar de leche; porque pensaba que eso mataba todos los microbios habidos y por haber. Terrible, ¿no es cierto? Supongo que eso tuvo que ver con la pequeña estatura de nuestra protagonista y su posterior adicción al alcohol que, entre otras cosas, la llevó a una triste muerte prematura.



Además de no medir más de 1 metro y 53 escasos centímetros, el rostro de Edith no era especialmente hermoso, lo cierto es que para nada. Pero algo había en ella, una especie de luz muy brillante que emanaba desde lo más profundo de su ser que, simplemente hacía que todos aquellos que la conocían cayeran rendidos a sus pies.



Cuando era una niña pasó a vivir con su abuela paterna, quien era dueña de una casa de prostitución y allí fue creciendo criada por las propias prostitutas. ¿Puedes imaginar e hilvanar toda la niñez de esta criatura? Pero aquello no acabó en este punto, con 10 años comenzó a cantar por las calles a cambio de las monedas que le dejaban, y más tarde cantaría igualmente por las calles, bocas de metro y demás, con su padre; esa fue su adolescencia. No me extraña que con 17 años tuviera a su única hija que se le murió con 2 añitos, víctima de una meningitis.



Una historia triste, ¿verdad? Pero el talento de aquella mujer, su prodigiosa voz y esa especie de luz que emanaba su sola presencia, hizo caer rendido al mundo entero ante sus pies. ¿Amantes, maridos y demás familia?... De todo y más y lo mejor de lo mejor: Marlon Brando, Yves Montand, el gran e inolvidable Charles Aznavour, George Mustakí… Y, hasta una mujer. La impresionante Marlen Dietrich se volvió loca por ella y le regaló un diamante de un cuarto de kilo, tras haber pasado una apasionada noche de amor a su lado.



Después de un tremendo accidente, que le fracturó miles de cosas, le tuvieron que dar morfina para paliar sus terribles dolores y aquí entra su segunda gran adicción, la morfina. Dicen que tenía tal grado de adicción que se la pinchaba en vena a través de la ropa.



¿Con qué nos encontramos? Con una pequeña mujer no demasiado bonita, tremendamente adicta al alcohol con el que fue criada, y a la morfina, y por cuya vida habían pasado cantidad de amantes y de los mejores y más renombrados de la época. Pero, a pesar de todo, aquella preciosa y rasgada voz no se extinguía y aquel brillo especial que le salía por los poros no fueron capaces de apagarlo ni los años, ni las adicciones, ni nada de nada.



Cuando tenía 46 años conoció a un auténtico Adonis griego, Theo Sharapo. Era realmente bellísimo, caballeroso, alto, elegante y con una cara preciosa; ¡sí! todo un Adonis y griego de verdad, sólo que era 20 años más joven que ella y, ¡por supuesto!, para el mundo entero una especie de sinvergüenza, un auténtico gigoló que lo único que pretendía era aprovecharse de una mujer ya en decadencia por todo su pasado; era tan fácil esa lectura, ¿verdad?... Pues el tiempo demostró que no. Se enamoraron realmente el uno el otro y se casaron y allí nació el “ Non, Je Ne Regrette Rien”. La canción lo dice todo, lo he dicho antes. No, no me importa nada de nada, olvido todo, barro todo mi pasado; porque simplemente al encontrarte, hoy comienza mi vida…



Vivieron exactamente un año del más profundo amor, un amor que el mundo no se creía, pero a ellos ni les importaba. “Un año de vino y rosas” que terminó con la muerte prematura del amor verdadero de Theo Sharago, Edith Piaf, en el año 1963 con tan solo 48 años de edad.



¡Ay!... Los comentarios, artículos, periódicos, revistas y demás familia saltaban por todos los sitios, el gigoló sinvergüenza y aprovechado ya lo había conseguido, se llevó toda la fortuna, derechos discográficos y todo para él solito. Fue el heredero universal; así que, ya había conseguido su objetivo.



Tras la muerte de su amada, Sharo se encerró en su casa durante 7 tristes, solitarios y amargos años envueltos en la más profunda tristeza, soledad y depresión. Al final del séptimo año se suicidó y dejó una nota en su mesita de noche: “Pour Edith, mon amour”.



¿Fortuna?, deudas, deudas y más deudas que la pobrecita de aquella maravillosa pero adicta mujer había adquirido. Deudas, soledad y la añoranza del único, verdadero y gran amor de su vida. Después de saldar sus deudas y limpiar su nombre y ya sin ella, simplemente el “malvado gigoló” se quitó la vida. Fue enterrado junto a su amada y, estoy fantaseando, pero me los quiero imaginar paseando con sus cuerpos, caras y almas entrelazados entre las más brillantes estrellas del firmamento.



No sé a ti, pero a mí me fascina, literalmente ¡me fascina esta historia! Me enamora, me deja una especie de sabor a miel, a rosas, a fresas, al más delicioso de los vinos griegos y al mejor Champagne francés.



Pero soy incapaz de ver cualquier situación, realidad, historia o lo que sea, sin trasladarla de algún modo a la realidad más profunda e intrínseca de lo más hondo de mi ser, mi profunda y apasionada relación con el Dios de mi vida, mi Señor, el único Dios y Señor del Universo, quién pagó mi eterna e integral Salvación en la Cruz del Calvario, al inconmensurable precio de derramar hasta la última gota de Su preciosa sangre por amor a mí.



No puedo dejar de pensar en la vida de Edith, sin pensar en mi propia vida; aún sabiendo que no tienen nada que ver, y mi pensamiento vuela a las preciosas palabras del Salmo 139: “… Mi embrión vieron Tus ojos, y en Tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar ni una de ellas. ¡Cuán preciosos me son oh Dios tus pensamientos!...”



Mi estatura, las facciones de mi rostro, el color de mis ojos, mi temperamento, la cuna en la que nací, la familia en la que me crié, el camino por donde me ha traído la vida hasta el día de hoy, simplemente ya estaban escritos en los Pensamientos y en el Libro de mi Señor; y cuando las circunstancias se tornan difíciles, el camino áspero y las piedras con las que tropiezo me resultan demasiado duras… Sé que hay un plan precioso predeterminado para mí, que todo está en el control de mi Dios y que muy adentro de Sus preciosas manos está mi más completa paz y seguridad.



Cuando pienso en Theo y todos los juicios injustos, las más despiadadas críticas y los más profundos horrores que tuvo que soportar, vuelvo a mi vida y a mi Dios.



Y vuelvo a abrir mi amada Biblia en Jeremías 17: 9 y 10. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá? Yo, el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras”.



Y sé que puedo descansar de nuevo tranquila y reposadamente, por más injustos que sean los juicios, por más despiadadas que sean las críticas de quien no me conoce en profundidad, por más que mi barca se agite en medio del lago y aunque las olas me cubran de lado a lado y la tempestad me azote o el viento me agite, el Señor de mi vida sigue estando al timón y lo único que puedo es… Postrarme y adorar.



Y una última lectura, la preciosa canción de Edith, habla de que es barrido y borrado todo su pasado; porque su vida comienza al encontrar al verdadero amor de su vida. Estoy pensando en el “viejo bolero”… “Y contigo aprendí, que yo nací el día en que te conocí”. Yo, realmente nací, nací de nuevo, el mismo día en el que conocí a mi Señor. Es por eso que puedo morirme mañana, ¡no me importa!; porque sé que ¡por fin me iré con Él! Y puedo dejar una nota en mi mesita de noche…



¡Pour toi, mon Amour!


 

 


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